Boletín del 15/08/2010

La Dormición de la Santísima Madre de Dios

Dormition 

Apóstoles reúnanse,                 
de los confines todos,               
en el pueblo de Getsemaní,         
y acuesten mi cuerpo;                  
y tu, Dios mío e Hijo,             
recibe mi espíritu.

Exapostelario

 

Tropario de la Resurrección

Tono 3

Que se alegren los celestiales,
y que se regocijen los terrenales,
porque el Señor desplegó la fuerza de su brazo,
pisoteando la muerte con su muerte;
y siendo el primogénito de entre los muertos,
nos salvó de las entrañas del Hades
y concedió al mundo la gran misericordia.

 Tropario de la Dormición

Tono 1

En el parto conservaste la virginidad
y en la Dormición no descuidaste al mundo, oh Madre de Dios;
porque te trasladaste a la vida por ser la madre de la Vida. 
Por tus intercesiones, salva de la muerte nuestras almas.

Condaquio de la Dormición

Tono 2

A la Madre de Dios, que no descuida su intercesión,
la esperanza indesairable de quienes piden su protección,
no pudieron retenerla ni el sepulcro ni la muerte;
porque siendo la Madre de la Vida fue trasladada a la vida
por Quien habitó en su seno conservándola siempre Virgen.

Carta del Apóstol San Pablo a los Filipenses (2: 5-11)

Hermanos: Haya en ustedes este mismo pensar que en el Cristo Jesús; el cual, teniendo la condición de Dios, no consideró como usurpación el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo tomando la condición de siervo y haciéndose semejante a los hombres; y apareciendo en su porte como hombre, se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo que Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre. Para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es SEÑOR para gloria de Dios Padre.

Evangelio según San Lucas (10: 38-42¸11: 27-28)

En aquel tiempo, Jesús entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, lo recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María que, sentada a los pies de Jesús, escuchaba su palabra mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude.» Jesús le respondió y dijo: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas, mientras que una sola es la necesaria. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada.»

Y sucedió que, cuando Él decía estas cosas, alzó la voz una mujer de entre la gente y dijo: «¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!» Pero Él dijo: «Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan.»

¡Siempre Bienaventurada!

Alzó la voz una mujer de entre la gente y dijo: «¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!» Pero Él dijo: «Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan.»

Algunos de los que leen apresurada y seleccionadamente este pasaje evangélico tienden a criticarnos en nuestra fe poniendo en duda la veneración a la Virgen María, como si Jesús regañara a la mujer que veneraba a su Madre. La Iglesia lee precisamente este texto bíblico en las Fiestas de la Madre de Dios —Nacimiento, Presentación en el Templo y Dormición— para alumbrar la lectura correcta del mismo. ¿Es lógico que el Evangelista Lucas, quien menciona el saludo del Ángel a María «Bendita eres entre las mujeres», y recita la oración de la Virgen «desde ahora todas la generaciones me llamarán bienaventurada», y la reverencia de Elizabeth «de donde a mí que la Madre de mi Señor venga a mí», pregunto, es lógico que Lucas muestre que Jesús rechace la veneración a la Virgen? Desde luego que no: Cristo en su respuesta a la mujer atribuye la bienaventuranza de su Madre, antes que todo, al hecho de que ella es de «los que oyen la Palabra de Dios y la guardan.» La selección de la Virgen por Dios para que fuera el instrumento de la encarnación divina no fue accidental, sino porque ella por la oración y vida consagrada «oyó» la palabra de Dios y por la pureza «la guardó», de una manera que sus entrañas volvieron un lugar amplio para recibir al Autor de la creación, y que sus seños dieron de mamar al Alimentador de mundo entero. Entonces la respuesta de Jesús es, más bien, confirmación de la santidad de su Madre, quien «lo guardaba todo en su corazón».

«Se presentó la Reina a tu diestra, adornada y envuelta en vestido entretejido de oro.» Al contemplar la belleza de su virtud, se enciende en nosotros el celo hacia su pureza de tal modo que le pedimos fervorosamente: «Inunda de alegría mi corazón, oh Virgen, que recibiste la plena alegría». Amén.

 Rev. Archimandrita Ignacio Samaán
Catedral de San Jorge
México D.F.

 

La Dormición de la Santísima Madre de Dios

Apóstoles reúnanse, de los confines todos, en el pueblo de Getsemaní, y acuesten mi cuerpo; y tu, Dios mío e Hijo, recibe mi espíritu.

Si la muerte de un santo es el día óptima para su conmemoración, entonces la Dormición de la santísima Madre de Dios es la fiesta más resplandeciente de ella. La Iglesia se prepara para la fecha del 15 de agosto con vigilia de 15 días, durante los cuales cantamos según nuestra fuerza el canon de Paráclesis (súplicas a la Madre de Dios) implorando la intercesión de la Venerabilísima: «Aquieta el huracán de mis pasiones y la tempestad de mis pecados.»

La celebración es la invocación de la presencia de la Madre de Dios cuya Dormición no ha sido sino un traslado «de la muerte a la vida». Los cantos de la Fiesta resumen dos acontecimientos: el primero es la muerte de la Virgen y la reunión de la Iglesia —los apóstoles, los obispos y los fieles junto con los ángeles— alrededor de su féretro con una tristeza resplandeciente parecida a la del Viernes Santo. (En la tradición de la Iglesia Griega, el día 15 de agosto se cantan a la Virgen Lamentaciones paralelas a las de la Sepultura del Señor). El segundo evento es el traslado de la Virgen en cuerpo a los Cielos. El Condaquio de la Fiesta dice: «A la Madre de Dios […] no pudieron retenerla ni el sepulcro ni la muerte.» y el Tropario: «[…] porque te trasladaste a la vida por ser la madre de la Vida.» Si bien los cuatro Evangelistas —concentrados totalmente en la prédica del Señor, su Pasión y  su Resurrección— no mencionaron nada sobre la Dormición de la Virgen y su Asunción, la Tradición de la Iglesia, desde los primeros siglos, tomó de los evangelios apócrifos los elementos y los detalles de la Fiesta.

Nuestra Iglesia Ortodoxa jamás ha considerado el Traslado de la Virgen al Cielo en el cuerpo como un dogma, pero sí, una devoción eclesiástica indudable. Con otras palabras, la Asunción de la Madre de Dios no fue una necesidad salvífica en la Economía Divina, sino un fruto de su culminación en Pentecostés: el Espíritu Santo descendió sobre la Iglesia y se presentó en ella para elevarla al Cielo, y la Asunción de la Virgen no es sino la primicia y la imagen de esta ascensión humana. Por eso la presente Fiesta viene como sierre del año litúrgico que termina en agosto.

Felicitación:

Saludamos a la parroquia de la Dormición de la Madre de Dios en Mérida y al Rev. Archimandrita Cosme Andrade que celebran de un modo especial la Fiesta presente; también a todas quienes llevan el nombre de María, deseando que las intercesiones de la Santísima llenen su vida de paz, diligencia y alegría en el Señor.

Retiro en el Monasterio

5-8 de agosto

DSC05103Los días 5 a 8 de agosto se llevó a cabo un retiro espiritual en el monasterio San Antonio el Grande, en el que participaron 20 personas de la feligresía de la Catedral de San Jorge.

El retiro empezó con la Vigilia de la Fiesta de la transfiguración (6 de julio).

Pláticas, lecturas bíblicas, canto y dinámicas, además de la participación en los Servicios litúrgicos del monasterio y en el trabajo diario, todo ello formó el contenido del retiro.

La experiencia llenó a los participantes de alegría y paz y sintieron la necesidad de repetir este experiencia, a nivel grupal o personal, con frecuencia.

Convivio en el monsaterio – J.O.M.

DSC06116El Sábado 19 de junio, un grupo de los Jóvenes Ortodoxos de México (J.O.M.) visitaron el monasterio de San Antonio el Grande, donde pasaron el día conviviendo entre ellos, con su Eminencia Sayedna Antonio y los padres, en el monasterio.

Visita de la Capilla, almuerzo de quesadillas, paseo en el campo y en las diferentes partes del monasterio, comida (barbacoa), dinámicas; todo ello llenó el día de júbilo y el grupo se integró de una manera muy agradable.

Los participantes expresaron su alegría con el evento y mostraron entusiasmo por participar y organizar tales eventos que les ayuden a concocerse entre sí y a conocer su fe y su Iglesia.

Boletín del 20/06/2010

4°. Domingo después de Pentecostés

 

Theotokos 1
Brillemos en la virtud
y, así, veremos a dos hombres de pie
y vestidos de luz resplandeciente dentro del sepulcro del Dador de la Vida,
 los mismos que se aparecieron a las Mirróforas
que temerosas inclinaron sus rostros hacia la tierra,
y entenderemos la resurrección del Señor de los cielos.
Corramos con Pedro hacia el sepulcro,
maravillémonos con el acontecimiento
y esperemos ver a Cristo Vida.

Exapostelario

 Tropario de la Resurrección

Tono 3

Que se alegren los celestiales,
y que se regocijen los terrenales,
porque el Señor desplegó la fuerza de su brazo,
pisoteando la muerte con su muerte;
y siendo el primogénito de entre los muertos,
nos salvó de las entrañas del Hades
y concedió al mundo la gran misericordia.

Condaquio

Tono 4

Oh Protectora de los cristianos indesairable;
Mediadora, ante el Creador, irrechazable:
no desprecies las súplicas de nosotros, pecadores,
sino acude a auxiliarnos,
como bondadosa, a los que te invocamos con fe. 
Sé presta en intervenir y apresúrate con la súplica,
oh Madre de Dios, que siempre proteges a los que te honran.

Carta del Apóstol San Pablo a los Romanos (6:18-23)

Hermanos: Ustedes, liberados del pecado, se han hecho esclavos de la justicia. —Hablo en términos humanos, en atención a la flaqueza de su carne—. Pues si en otros tiempos ofrecieron sus miembros como esclavos a la impureza y a la injusticia para la iniquidad, ofrézcanlos igualmente ahora a la justicia para la santidad.

Pues cuando eran esclavos del pecado, eran libres respecto de la justicia. ¿Qué frutos cosecharon entonces de aquellas cosas de las cuales al presente se avergüenzan? Pues su fin es la muerte. Pero ahora, habiendo sido liberados del pecado y hechos siervos de Dios, fructifican para santidad; y el fin, la vida eterna. Pues el salario del pecado es la muerte, pero el don gratuito de Dios, la vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.

Evangelio según San Mateo (8: 5-13)

En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaúm, se le acercó un centurión y le rogó diciendo: «Señor, mi criado yace en casa paralítico con terribles sufrimientos.» Jesús le dijo: «Yo iré a curarlo.» Replicó el centurión: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: “Vete”, y va; y a otro: “Ven”, y viene; y a mi siervo: “Haz esto”, y lo hace.»

Al oír esto Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían: «Les aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande. Y les digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el Reino de los cielos, mientras que los hijos del Reino serán echados a las tinieblas de fuera; ahí será el llanto y el rechinar de dientes.» Y dijo Jesús al centurión: «Anda; que te suceda como has creído.» Y en aquella hora el criado quedó sano.

 ¡Señor, no soy digno!

 «¡Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo!»

«¿Quién podría considerarse digno de la presencia del Altísimo? ¿Quién podría recibir en su casa con toda dignidad al Señor de los Señores y Rey de Reyes?

Amados hermanos: ¡Qué ejemplo  monumental de fe encontró nuestro adorable Salvador en el centurión romano!  Israel, la tierra bendita del Señor, no vio florecer en los días del Salvador una fe tan  grande como la de este ciudadano romano. Ni siquiera en uno de los hijos del pueblo elegido surgió la figura prominente de un monumento a la FE VIVA, como la de este centurión. Es por ello que  el mismo Señor exclama: «En verdad les digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe» (Mt 8:10).

La fe, esa virtud teologal es el don más preciado del Espíritu Santo, que nos conduce a la certeza de la esperanza, a la plena convicción de lo que  visualizamos: la vida eterna vivida en un presente de plenitud. Efectivamente,  la carta del gran san Pablo a los Hebreos afirma que: «Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve» (Heb 11:1). En nuestro diario Caminar hacia la Casa del Padre, necesitamos la seguridad que solo la fe en Cristo nos puede dar. En nuestra vida cotidiana requerimos urgentemente de la divina energía de la Gracia divina, a fin de que fortalecidos en ella, nuestra vida trascendente sea una realidad, porque no hay razón para caminar a la Casa del Padre sin dejar una Huella de nuestro paso por este mundo. Un  hijo del Altísimo que no tiene fe ni las consecuencias de la misma, no es digno del don de la vida; pues una vida sin fe, es una vida vacía, sin sentido, sin sabor ni valor. Es por ello que el Apóstol  nos enfatiza: «Pero sin la fe es imposible agradar a Dios» (Heb 11: 6).

Amados hermanos: Agradar a Dios es lo más hermoso que nos puede suceder. Agradar no para quedar bien, sino para estar bien, en comunión plena y en armonía absoluta para que en los momentos más difíciles, encontremos la gracia oportuna y nuestra oración obtenga la respuesta adecuada, acercándonos al milagro cual centuriones del HOY.

Rev. Archimandrita Cosme Andrade
Iglesia de la Dormición de la Madre de Dios
México, Mérida

 

«La vida en Cristo»

El libro «La vida en Cristo» es de San Nicolás de Cabasilas, Teólogo ilustre de la Iglesia Ortodoxa del Siglo XVI, cuyo nombre es incluido en el Sinaxario Ortodoxo a partir del año1982. Se conmemora el día 20 de junio. El siguiente comentario sobre el libro es escrito por el Rev. Archimandrita Tomás Bitar, Abad del Monasterio de San Juan Bautista, en Duma, Líbano.

San Nicolás Cabasilas en su libro demuestra cómo los fieles por medio de los santos Sacramentos (Bautismo, Crismación y Eucaristía) logran que Cristo mismo, mediante el Espíritu Santo, mora y crece en ellos hasta realizar la unión absoluta con Dios. La Encarnación de Cristo es la base de toda la vida espiritual porque Él ha unido lo que era separado permitiendo la unión de lo creado con lo que no es creado. Esta Vida en Cristo comienza aquí en la tierra, pero se culmina en el Reino eterno al que tenemos acceso, desde ya, en la Iglesia. Cristo se vierte y se une a cada uno de sus miembros a través de los Sacramentos, tal como la luz penetra a la habitación por las ventanas.

Sin embargo, la Presencia del Señor no se activa sin que cooperemos con ella, sin que correspondamos por libre voluntad a la Gracia de Dios y concentremos nuestro afán en la conservación de la Gracia recibida, por medio de la vigilancia del alma, como una lámpara encendida en espera del regreso del Novio.

La vida espiritual del cristiano consiste en guardar los miembros y los sentidos con los cuales Cristo se ha unido, y en contemplar la dignidad que nos ha otorgado. Es imposible que el hombre sea atraído hacia el pecado si asimile «el amor loco» con que Cristo nos ha amado a tal grado que dio su vida en la Cruz para que nos haga Templo y miembros propios de Él. Para este hombre, el Señor vuelve su único anhelo; al haber obtenido «el Espíritu de Cristo», guarda los mandamientos fácilmente; y creciendo en las santas virtudes, identifica totalmente su voluntad con la del Salvador; encuentra su alegría en la del Señor, y su tristeza en la del Señor. Este estado de glorificación en Dios (Theosís), que es el objeto de la vida del hombre, lo observa san Nicolás de Cabasilas en su plenitud en la persona de la Madre de Dios, quien por la belleza de su alma y su voluntad sometida enteramente al designio de Dios, atrajo al Espíritu Santo, Quien engendró en ella al Salvador.

Felicitación

El miércoles 16 del presente, en una ceremonia emotiva, Su Eminencia, Arzobispo de nuestra Arquidiócesis Sayedna Antonio, ingresó a la Academia Nacional de Historia y Geografía, patrocinada por la U.N.A.M. (Universidad Nacional Autónoma de México) como Académico de Número, presentando la tesis recepcional “La Iglesia Ortodoxa”, que recibió la admiración y el aplauso de todos los presentes.

Felicitamos a Su Eminencia deseándole muchos años de salud y ánimo para que siga «predicando rectamente la palabra de la verdad».

Ingreso de S.E. a la Academia de Historia

DSC06101El miércoles 16 del presente, en una ceremonia emotiva, Su Eminencia, Arzobispo de nuestra Arquidiócesis Sayedna Antonio, ingresó a la Academia Nacional de Historia y Geografía, patrocinada por la U.N.A.M. (Universidad Nacional Autónoma de México) como Académico de Número, presentando la tesis recepcional “La Iglesia Ortodoxa”, que recibió la admiración y el aplauso de todos los presentes.

En la Tesis sobre la Iglesia Ortodoxa, S. E. enfatizó que el Oriente es la cuna del Cristianismo; pues Cristo “nació en Jerusalén, predicó en Palestina y en Líbano, murió, resucitó y ascendió al Cielo en Jerusalén”. También explicó las fuentes de la fe y las base dogmáticas de la Iglesia Ortodoxa y se refirió tanto a la herencia común con la Iglesia Católica Latina como a las diferencias dogmáticas y eclesiales.

Felicitamos a Su Eminencia deseándole muchos años de salud y ánimo para que siga «predicando rectamente la palabra de la verdad».

يوم الأربعاء الواقع في 16 حزيران 2010 منحت الأكاديمية الوطنية للتاريخ والجغرافيا التابعة للجامعة الوطنية المستقلة في المكسيكU.N.A.M.  دكتوارة فخرية لصاحب السيادة بقبوله عضواً في الأكاديمية بحضور أهم شخصيات المجتمع السياسية والأكاديمية والروحية وسط التفاف أبناء الرعية مع قدس الوكيل الأرشمندريت إغناطيوس سمعان وقدس الأب خوان بينيا. 

وقد عرض صاحب السيادة في مداخلة الأطروحة عن تاريخ الكنيسة الأورثوذكسية، مؤكداً أنَّ المشرق هو مهد المسيحية فالمسيح “ولد في القدس وبشر في فلسطين ولبنان، ومات وقام وصعد إلى السماء في القدس”، كما وشرح مصادر الإيمان في الكنيسة الأورثوذكسية والأسس العقائدية والإرث المشترك مع الكنيسة اللاتينية كما والاختلافات العقائدية والإدارية

نتمنى لصاحب السيادة سنين عديدة ملؤها الصحة والنشاط ليبقى “مفصلاً كلمة الحق باستقامة”

 

Boletín del 13/06/2010

 3er. Domingo después de Pentecostés

Cristo 1

Cristo ha resucitado.
 Nadie puede dudarlo porque se ha aparecido a María;
después se dejó ver por los que iban a pescar;
y se manifestó a los once Discípulos a quienes envió a bautizar,
y subió al cielo de donde descendió,
probando sus enseñanzas con muchos milagros.

Exapostelario

Tropario de la Resurrección

Tono 2

Cuando descendiste a la muerte, oh Vida inmortal,
mataste al Hades con el rayo de tu Divinidad,
y cuando levantaste a los muertos del fondo de la tierra,
todos los poderes celestiales clamaron:
¡Oh Dador de vida, Cristo Dios, gloria a Ti!

Condaquio

Tono 4

Oh Protectora de los cristianos indesairable;
Mediadora, ante el Creador, irrechazable:
no desprecies las súplicas de nosotros, pecadores,
sino acude a auxiliarnos, como bondadosa,
a los que te invocamos con fe. 
Sé presta en intervenir y apresúrate con la súplica,
oh Madre de Dios, que siempre proteges a los que te honran.

Carta del Apóstol San pablo a los Romanos (5: 1-10)

 Hermanos: Habiendo recibido de la fe nuestra justificación, estamos en paz con Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por Quien hemos obtenido también, mediante la fe, el acceso a esta gracia en la cual nos hallamos, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Más aún, nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza, y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado. En efecto, cuando todavía estábamos sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos —en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir—; mas Dios muestra su amor para con nosotros en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. ¡Con cuánta más razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por Él salvos de la cólera! Pues si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida!

 Evangelio según San Mateo (6: 22-33)

Dijo el Señor: «La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo es puro, todo tu cuerpo estará iluminado; pero si tu ojo es malo, todo tu cuerpo estará a oscuras. Y si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡qué oscuridad habrá!… Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No pueden servir a Dios y al dinero. Por eso les digo: No anden preocupados por su vida, qué comerán, ni por su cuerpo, con qué se vestirán. ¿No vale más la vida que el alimento y el cuerpo más que el vestido? Miren las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y su Padre celestial las alimenta. ¿No valen ustedes más que ellas? Por lo demás, ¿quién de ustedes puede, por más que se preocupe, añadir un solo codo a la medida de su vida? Y del vestido, ¿por qué preocuparse? Observen los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan, ni hilan. Pero Yo les digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos. Pues si la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con ustedes, hombres de poca fe? No anden, pues, preocupados diciendo: “¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos?”, que por todas estas cosas se afanan los gentiles: ya sabe su Padre celestial que tienen necesidad de todo eso. Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se les darán por añadidura.»

Modo de ver

«La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo es simple (puro), todo tu cuerpo estará iluminado; pero si tu ojo es malo, todo tu cuerpo estará a oscuras.»

Entonces, nos dice el Señor, que el criterio de un estado sano es la condición de nuestro ojo: malo o puro. Los judíos, por ejemplo, mientras estaban viendo la benevolencia de los milagros del Señor, lejos de admirar su misericordia, condenaron que hubiera roto con la «ley del Sábado». Su «mal ojo» no les permitía observar la bondad. Es como un vaso de agua pura que se le echa una gota de petróleo de modo que se empieza a admirarla como agua negra. Si odio a una persona, por más buenas que sean sus obras e intenciones, seguiré viéndolas con «mal ojo» y  contaminando la realidad con mis prejuicios. Y viceversa, «el amor no toma en cuenta el mal […] todo lo excusa», dice san Pablo (1Cor 13: 7).

¿Cómo adquirir el ojo «simple»?, y ¿por qué se ha contaminado nuestra visión?

La literatura ascética nos habla de las «pasiones» que son tendencias y motivos ocultos en el corazón, que adquirimos y desarrollamos por ambiente, herencia y todo lo que nos rodea día a día: rencor, calumnia, celo, egoísmo y muchos más forman las pasiones que contaminan nuestro modo de ver, y empezamos a complicarnos la vida y considerarla difícil e imposible, y al hermano como «mi infierno» (Jean Paul Sartre). Estas pasiones nos deslumbran e impiden ver la realidad aun en sus detalles más evidentes.

El primer escalón para una vista «simple y pura» es la lógica. Es ilógico que la culpa pertenezca siempre y en todo a los demás. El examen sincero bajo la luz de la razón es capaz de proporcionarme una visión crítica y audaz que me permita conocer cuándo la responsabilidad cae sobre mis hombros y cuándo sobre los del hermano. La vigilancia prudente de los movimientos de alma ante hechos determinados, activa el papel de la consciencia para discernir la realidad objetiva.

El segundo escalón —el más esencial— para obtener un ojo «puro» es el amor que «no toma en cuenta el mal» y «todo lo excusa». ¿Acaso el hombre bondadoso y espiritual es ciego para que no vea la maldad?» En realidad, éste es el más apto para advertir la mínima presencia de las pasiones. Ve la maldad pero no la considera; es decir, la ofensa del hermano no anula al hermano. No ve en el pecado del prójimo un alma condenada sino una posibilidad futura de arrepentimiento y de conciliación, tal como una madre que, si bien no está ciega a los errores y a las ofensas de su hijo, sigue amándolo, sirviéndolo y «viéndolo» como la criatura más bella: es el ojo simple y puro. Cuando presentaron a Jesús a una mujer adúltera esperando su permiso para apedrearla, Él vio en ella un alma digna, no de condenación, sino de atención: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más» (Jn 8:11).

¿Cómo adquirir un ojo tal? ¿Acaso es posible lograrlo en una sociedad llena de competencia y de búsqueda de autorrealización?

El paciente busca al oculista para que le recete unos lentes, y el cristiano busca la Iglesia, que le receta la palabra de Dios; la coloca siempre ante sus ojos cual lentes que purifican su vista; de aquí en adelante, cada vez más, obtendrá el «pensamiento de Cristo» (1Cor 2:16); y el prójimo ya no volverá más a ser visto como «mi infierno» sino como mi compañero en el camino de la Luz. Amén.

 

Rev. Achimandrita Ignacio Samaán
Catedral de San Jorge
México D.F.

La oración por los difuntos

Desde siempre, el Cristianismo ha rechazado totalmente el uso de métodos y técnicas (espiritismo, magia…) para comunicarse con los muertos; sea cual fuese la meta, ejercer estos métodos significa estar sujetos a engaños satánicos y/o al oportunismo humano que se burla de nuestros sentimientos.

En cambio, la única manera conveniente y saludable para dicha comunión es la oración, donde la reunión se realiza, no en el nivel psíquico (recuerdos, fotos, sueños…) sino en el espiritual. Y se nos pregunta: ¿Cuál es la justificación para la conmemoración de los difuntos?, y ¿de qué manera puede ser útil para ellos?

Quizás las preguntas nos confundan y no podamos dar una respuesta satisfactoria; sin embargo, nuestra auténtica fe nos enseña que el amor mutuo es el que justifica y, más aún, nos exhorta a orar por nuestros queridos difuntos. Es lo mismo con los vivos: no podemos explicar cómo nuestra súplica ayuda al prójimo, pero sabemos por experiencia que ésta es eficaz y así la practicamos. La acción de la oración, sea ofrecida por vivos o por muertos, es mística; no podemos sondear la influencia entre la eficacia de la oración, la libre voluntad de una persona y la misericordia de Dios. Nos basta saber que ellos necesitan de nuestro apoyo y que, cuando oremos por ellos, su amor a Dios aumenta; por lo demás, dejémoslo al Señor.

Rechazar la oración por los difuntos es un pensamiento frío que contradice el amor. Nuestra esperanza de que ellos viven en la misericordia de Dios, nos hace desear que nuestro amor hacia ellos sea incorporado a la Divina Misericordia: “Haz descansar las almas de tus siervos en un lugar de paz donde no hay dolor ni tristeza sino vida eterna.”

 

Boletín del 06/06/2010

2°. Domingo después de Pentecostés

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Cuando las Mirróforas vieron la piedra removida, se alegraron
porque vieron a un joven sentado en el sepulcro que les dijo:
Cristo resucitó; decid a los Apóstoles y a Pedro:
Corran al monte de Galilea,
allá donde se les aparecerá a vosotros, oh amados,
tal como antes lo había dicho.

Exapostelario

Tropario de la Resurrección

Tono 1

Cuando la piedra fue sellada por los judíos
y tu purísimo cuerpo fue custodiado por los guardias,
resucitaste al tercer día, oh Salvador,
concediendo al mundo la vida.
Por lo tanto, los poderes celestiales clamaron a Ti:
Oh Dador de Vida,
Gloria a tu Resurrección, oh Cristo, gloria a tu Reino,
gloria a tu plan de salvación, oh Único, Amante de la humanidad.

Condaquio

Tono 4

Oh Protectora de los cristianos indesairable;
Mediadora, ante el Creador, irrechazable:
no desprecies las súplicas de nosotros, pecadores,
sino acude a auxiliarnos, como bondadosa,
a los que te invocamos con fe. 
Sé presta en intervenir y apresúrate con la súplica,
oh Madre de Dios, que siempre proteges a los que te honran.

Carta del Apóstol San Pablo a los Romanos (2: 10-16)

Hermanos: Gloria, honor y paz a todo el que obre el bien; al judío primeramente y también al griego; que no hay acepción de personas en Dios.

Pues cuantos sin ley pecaron, sin ley también perecerán; y cuantos pecaron bajo la ley, por la ley serán juzgados; que no son justos delante de Dios los que oyen la ley, sino los que la cumplen: ésos serán justificados (pues cuando los gentiles que no tienen ley cumplen naturalmente la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos; los cuales muestran la obra de la ley escrita en su corazón, como se lo atestigua su conciencia y sus diferentes juicios que ya los acusan, ya los defienden), en el día en que Dios juzgará los secretos de los hombres por Cristo Jesús, según mi Evangelio.

Evangelio según San Mateo (4: 18-23)

En aquel  tiempo, mientras Jesús caminaba por la ribera del mar de Galilea, vio a dos hermanos: Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés echando la red en el mar, pues eran pescadores, y les dijo: «Vengan conmigo, y los haré pescadores de hombres.» Y ellos al instante, dejando las redes, lo siguieron.

Más adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan, que estaban en la barca con su padre Zebedeo arreglando sus redes; y los llamó. Ellos, al instante, dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron.

Recorría Jesús toda Galilea enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia del pueblo.

Pescadores que conquistaron al mundo

San Efrén el Sirio

Llegaron con Él como capturando peces y luego se transformaron en percadores de hombres: «Vengan conmigo, y los haré pescadores de hombres.» Esto es lo que el Profeta Jeremías había predicho: «He aquí que envío a muchos pescadores que los pescarán» (Jer 16:16).

Si hubiera mandado a cultos, se habría dicho que dominaron a la muchedumbre con engaños; si a ricos, que extraviaron al pueblo y lo sometieron con sobornos; si a poderosos, que por la fuerza lo aterrorizaron y con violencia lo controlaron.

Pero los Apóstoles no fueron nada de eso. El Señor lo mostró con el ejemplo de Simón Pedro: actuación cobarde al ser atemorizado por la voz de una sirvienta (frente al juicio de Cristo); pobreza, pues no puede pagar el tributo de medio estáter (Mt 17:27) , y él mismo decía: «No tengo ni oro ni plata» (Hch 3:6); carencia de una esmerada educación ya que ni siquiera supo librarse con algún artificio al negar a nuestro Señor.

Estos pescadores salieron al mundo y vencieron a los fuertes, a los ricos y a los sabios. ¡Qué gran milagro! Débiles tales, sin violencia, atrajeron a los poderosos hacia su doctrina; pobres que enseñaron a los ricos; iletrados que formaron como aprendices a los sabios del mundo. La sabiduría del mundo cedió su lugar a la sabiduría auténtica.

La vela y nuestra oración

 Las velas encendidas en el templo y frente a los iconos son una tradición auténtica y una expresión sencilla y transparente de la devoción cristiana. Pero encender una vela, como los demás gestos litúrgicos, tiende a menudo a volverse un hábito que, haciéndolo  por costumbre, produce el descuido de lo que debe encenderse de virtudes y devociones en nuestro interior.

Tomando lo anterior en consideración, exponemos algunas frases de san Juan de Crontestad (un sacerdote ruso [1845-1920] que el pueblo ruso recuerda con gran fervor y que fue canonizado en 1992) a fin de animar nuestra conciencia:

«Las velas encendidas sobre el altar son el signo de la Luz de la Santísima Trinidad, pues Dios no mora sino en la Luz, y hacia Él, la oscuridad no se acerca ya que es como fuego que devora todo pecado o maldad.

Una vela encendida ante el icono de Cristo lo anuncia como la Luz del mundo, que ilumina a todo hombre que viene a Él.

Una vela encendida ante el icono de la Virgen la anuncia como la Madre de la Luz.

Una vela encendida ante el icono de un Santo lo anuncia como candil adornado, y puesto como faro alto, ilumina a todos los que están en la casa. Encendemos las velas como símbolos del ardor de nuestro celo hacia su santidad y amor, como señales de veneración, alabanza silenciosa y agradecimiento por la intercesión que nos brindan.

Cuando enciendo una vela, pido a Dios que me otorgue un corazón que arda con el fuego del santo celo y del amor puro, que queme los deseos y pecados que están dentro de mí.»

¿Por qué el incienso?

El incienso ofrecido indica la Presencia Divina: Dios está presente en la Iglesia, en los iconos, en los fieles y en todo el universo. Y cuando el sacerdote inciensa a cada uno de los presentes, inciensa la imagen de Dios en él; por eso, cuando se eleva ante nuestros ojos, nos inclinamos ofreciendo a Dios el templo de nuestro cuerpo para que sea su morada: “¡Ven a habitar en nosotros!”

Y mientras el incienso es dirigido hacia cada uno a la vez, contiene a todos juntos: formamos la Iglesia, y nuestra oración común se eleva con el aroma delicado que llena la casa de Dios con dulzura y devoción.

Sobre el amor al prógimo

+ Padre Paísio

Cuando uno ora con dolor ante Dios por su prójimo, el Buen Dios manda su Gracia abundantemente.

Si te amas a ti mismo por encima de los demás, infórmate que todavía no vives el pensamiento de Cristo.

Suaviza tu duro corazón ante las almas heridas según puedas, para que sea sensible y humilde, así, pidiendo la misericordia de Dios, alcanzarás.

Dios auxilia cuando, haciendo tuyos los problemas del prójimo, pides su misericordia. En ese momento, el justo Dios, al ver un cierto amor sincero, auxilia.

Cada vez que los hombres se alejan de la vida sencilla y natural, se les aumenta la inquietud humana. Y cada vez que la cortesía hipócrita se acrecienta, se pierden la sencillez, la alegría y la sonrisa humana natural.

Boletín del 23/06/2010

 Domingo del Pentecostés

pentecostes 1

Oh Santísimo Espíritu que procedes del Padre
y que, por el Hijo, vienes sobre los iletrados Discípulos:
salva y santifica a todos los que te reconocen como Dios.
 
Exapostelario

Tropario de Pentecostés

Tono 8

¡Bendito eres Tú, oh Cristo Dios nuestro,
que mostraste a los pescadores sapientísimos
 cuando enviaste sobre ellos el Espíritu Santo.
Y por ellos el universo pescaste!
¡oh Amante de la humanidad, gloria a Ti!

Condaquio de Pentecostés

Tono 8

Cuando el Altísimo descendió en Babel,
confundiendo las lenguas,
dispersó las naciones;
mas cuando repartió las lenguas de fuego,
llamó a todos a la unidad.
Por lo cual, glorificamos unánimemente al Santísimo Espíritu.

Lectura de Hechos de los Apóstoles (2: 1-11)

Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse. Había en Jerusalén judíos, hombres piadosos que allí residían, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo. Al producirse aquel ruido la gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar cada uno en su propia lengua. Estupefactos y admirados decían: «¿Es que no son galileos todos estos que están hablando? Pues, ¿cómo cada uno de nosotros les oímos en nuestra propia lengua nativa? Partos, medos y elamitas; habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto, Asia, Frigia, Panfilia, Egipto, la parte de Libia fronteriza con Cirene, forasteros romanos, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios.»

Evangelio según San Juan (7:37-52, 8:12)

 En el último día de la fiesta, que es el más solemne, Jesús se puso de pie, y alzo la voz diciendo: «Si alguno tiene sed, venga a Mí y beba. El que crea en Mí, como dice la Escritura, de su interior emanarán ríos de agua viva.» Esto lo dijo refiriéndose al Espíritu Santo, que iban a recibir los que creyesen en Él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús todavía no había sido glorificado. Muchos entre la gente, al escuchar estas palabras, decían: «Éste ciertamente es el profeta.» Otros decían: «Éste es el Cristo.» Mas algunos replicaban: «¿Por ventura el Cristo va a venir de Galilea? ¿No dice la Escritura que del linaje de David, y de Belén, donde David moraba, vendrá el Cristo?» Con esto, se suscitaron disputas entre la gente del pueblo sobre Él. Algunos de ellos querían prenderlo, pero nadie le echó mano.

Los guardias volvieron a los sumos sacerdotes y fariseos, y éstos les dijeron: «¿Por qué no lo han traído?» Respondieron los guardias: «Jamás hombre alguno ha hablado como habla este hombre.» Les dijeron los fariseos: «¿También ustedes se han dejado engañar? ¿Acaso algún magistrado o fariseo ha creído en Él? Pero esa gente que no conoce la Ley son unos malditos.» Les respondió Nicodemo, el que  había ido antes a ver a Jesús y que era uno de ellos: «¿Acaso nuestra Ley condena a un hombre sin haberle oído  primero  y  sin   saber   lo   que hace?» Le respondieron así: «¿Es que tú también eres de Galileo? Examina bien las Escrituras, y verás que de Galilea no ha salido ningún profeta.»

Jesús les habló de nuevo y dijo: «Yo soy la Luz del mundo. El que me siga no caminará a oscuras, sino que tendrá  la luz de la vida.

El poder de lo alto

Si nos preguntasen de improviso, ¿cuál fue el último mandamiento que Cristo dio a sus apóstoles y discípulos?, es casi seguro que la mayoría de nosotros contestaríamos que el último mandamiento fue la gran comisión, cuando les mandó predicar a todas las naciones y bautizar a toda criatura en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28:19); y los que contestasen acertadamente dirán que el último mandamiento fue «que no se fuesen de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual les dijo oísteis de mi» (Hch 1:4). ¿A qué promesa se refería nuestro Señor Jesucristo? a la venida del Espíritu Santo. En varias ocasiones, Cristo promete que enviará al Espíritu Santo: «Yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador que estará con vosotros para siempre, El Espíritu de Verdad» (Jn 14:16-17).

Antes de ascender a la diestra del Padre, recomienda a los apóstoles esperar la venida del Espíritu Santo, para que sean investidos de un poder especial que los capacitará para emprender la magna empresa que les ha sido encomendada: «Recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta en lo último de la tierra» (Hch 1:8). Los apóstoles ya estaban adoctrinados, pero necesitaban de un poder especial, a fin de estar capacitados para enfrentarse al mundo y propagar una doctrina de la cual ellos eran depositarios. No cualquier hombre podía, con sus propias fuerzas, cambiar la filosofía del mundo pagano de aquella época, solamente hombres transformados con un poder Divino podrían levantarse en lucha y cumplir la voluntad de Cristo el Salvador.

En Pentecostés se cumple la promesa divina; y al descender el Espíritu Santo sobre cada uno de los discípulos en forma de lenguas de fuego, santifica a la naciente Iglesia, y le da poder para enfrentarse a Satanás y sus huestes. Veamos algunos hechos del Divino Espíritu; antes de Pentecostés, el apóstol San Pedro era interesado, como cualquier hombre natural, pues le dice a Cristo: «Mira que todo lo hemos dejado, ¿qué, pues, recibiremos a cambio?» (Mt19:27). Después de Pentecostés, Pedro ha sido cambiado, pues le dice al paralítico: «No tengo oro ni plata, pero lo que tengo te doy» (Hch 3:6). Antes de Pentecostés Pedro, por miedo, niega a su maestro; después de Pentecostés dice desafiando al Sanedrín: «No podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído» (Hch 4:20). Ya no tenemos espacio para seguir mencionado la tonificante acción de la tercera persona de la Santísima Trinidad, el Divino Espíritu Santo, bástenos saber que así como santificó a la naciente Iglesia en el cenáculo, nos santifica a cada uno de nosotros, como lo dice Su Beatitud, el Patriarca Ignacio IV: «Sentimos las gotas del Espíritu Santo que como el rocío, descienden sobre nuestra alma santificándola.» Gracias Padre Santo y Dios nuestro, por darnos a tu Divino Espíritu.

Rev. Padre Mario Lara
Catedral de San Jorge
México D.F.

La fiesta de Pentecostés

 La fiesta de «Pentecostés» o (el cincuentavo día después de la Pascua) era una de las festividades más importantes del Antiguo Testamento. Esta fiesta marcaba la aceptación de la ley de Sinaí en los tiempos del profeta Moisés, cuando 1500 años antes del Nacimiento de Cristo, al pie del monte Sinaí, el pueblo hebreo, liberado de Egipto, entró en la unión con Dios. Los hebreos prometieron a Dios su obediencia y Dios les prometió Su benevolencia. Por su ubicación en el año esta fiesta coincidía con la finalización de la cosecha y esto aumentaba su alegría. Muchos hebreos diseminados en el Imperio Romano trataban de llegar para esta fiesta a Jerusalén. Muchos de ellos, nacidos en otros países, entendían con dificultad su lengua hebrea, pero hacían el esfuerzo de guardar sus costumbres religiosas, y peregrinar a Jerusalén.

Se debe pensar que no fue una mera coincidencia que en aquel día se juntaron dos acontecimientos importantes: la llegada del Espíritu Santo y el Pentecostés hebreo.

Pentecostés del Antiguo Testamento marcaba la liberación de los hebreos de la cautividad egipcia y el comienzo de la vida libre en unión con Dios. En el nuevo Pentecostés, el descenso del Espíritu Santo sobre los Apóstoles significó la liberación de los creyentes del poder del diablo y el comienzo de una nueva vida  llena de Gracia y unión con Dios en su Reino Espiritual: el comienzo de la Iglesia. Así la Festividad de Pentecostés es el día cuando la teocracia del Antiguo Testamento que comenzó en el Sinaí y que dirigía la sociedad con la severa ley escrita, fue sustituida por la teocracia del Nuevo Testamento en la cual Dios mismo dirige a los creyentes en espíritu de libertad y amor.

Profundamente afectados por la Pasión, muerte y Resurrección del Señor, los Apóstoles crecieron espiritualmente hacia el tiempo de Pentecostés, sintieron y maduraron para recibir los dones del Espíritu Santo. Entonces descendió sobre ellos la plenitud de la Gracia Divina y ellos, por primera vez, probaron los frutos espirituales del sacrificio salvador del Dios y Hombre.

Boletín del 16/05/2010

 Domingo de los S. Padres del 1er.Concilio Ecuménico

Ascención I

Oh Cristo, mientras los discípulos te miraban subir al Padre
para sentarte a su lado,
los ángeles se apresuraban clamando:
“Levantad las puertas, levantadlas,
pues el Rey ascendió a la Gloria de su Luz substancial.”

Exapostelario

 

Tropario de la Resurrección

Tono 6

Los poderes celestiales aparecieron sobre tu sepulcro;
y los guardias quedaron como muertos;
María se plantó en el sepulcro
buscando Tu Cuerpo Purísimo;
sometiste al hades sin ser tentado por él;
y encontraste a la Virgen otorgándole la vida.
¡Oh Resucitado de entre los muertos, Señor, gloria a Ti!

Tropario de la Divina Ascensión

Tono 4

Ascendiste con gloria, oh Cristo Dios nuestro,
y alegraste a tus discípulos con la promesa del Espíritu Santo
confirmándoles con tu bendición que eres el Hijo de Dios,
el Salvador del mundo.

Tropario de los Santos Padres del 1er. Concilio Ecuménico

Tono 8

¡Glorificado eres Tú oh Cristo Dios nuestro,
que cimentaste a los santos padres en la tierra como astros,
por los cuales nos dirigiste a la verdadera fe!
¡oh Misericordioso, gloria a Ti!

Condaquio de la Divina Ascensión

Tono 6

Cuando concluiste el plan de nuestra Redención
uniendo a los terrenales con los celestiales,
ascendiste glorioso a Tu lugar, oh Cristo nuestro Dios,
aunque no Te habías desprendido de él,
pues permaneciste siempre firme en él,
y clamando a los que amas:
«Yo estoy con vosotros y nadie estará en contra».

Lectura de Hechos de los Apóstoles (20:16-18, 28-36)

 En aquellos días: Pablo había resuelto pasar de largo por Efeso, para no perder tiempo en Asia. Se daba prisa, porque quería estar, si le era posible, el día de Pentecostés en Jerusalén. Entonces desde Mileto envió a llamar a los presbíteros de la Iglesia de Efeso. Cuando llegaron donde él, les dijo:

«Tengan cuidado de ustedes y de toda la grey, en medio de la cual les ha puesto el Espíritu Santo como vigilantes para pastorear la Iglesia de Dios, que Él se adquirió con su propia sangre.

Yo sé que, después de mi partida, se introducirán entre ustedes lobos crueles que no tendrán clemencia del rebaño; y también que de entre ustedes mismos se levantarán hombres que hablarán cosas perversas, para arrastrar a los discípulos detrás de sí. Por tanto, vigilen y acuérdense que durante tres años no he cesado de amonestarles día y noche con lágrimas a cada uno de ustedes.

Ahora, hermanos, les encomiendo a Dios y a la Palabra de su Gracia, que tiene poder para edificarlos y darles la herencia con todos los santificados.

Yo de nadie codicié plata, oro o vestido. Ustedes saben que estas manos proveyeron a mis necesidades y a las de mis compañeros. En todo les he enseñado que es así, trabajando, como se debe socorrer a lo débiles y que hay que tener presentes las palabras del Señor Jesús, que dijo: Mayor felicidad hay en dar que en recibir.»

Dicho esto, se puso de rodillas y oró con todos ellos.

Evangelio según San Juan (17:1-13)

En aquel tiempo, Jesús alzó los ojos al cielo y dijo: «¡Padre!, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a Ti. Y según le has dado potestad sobre toda carne, dé también vida eterna a todos los que le diste. Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.

Yo te he glorificado en la tierra, y he llevado a cabo la obra que me encomendaste. Ahora glorifícame, ¡oh Padre!, junto a Ti, con la gloria que tenía a tu lado antes que fuese el mundo. He manifestado tu Nombre a los hombres que del mundo me has dado. Tuyos eran, y me los has dado, y han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todo lo que me has dado, viene de Ti, porque las palabras que me diste, les he dado; y ellos las han recibido y han conocido verdaderamente que vengo de Ti, y han creído que Tú me enviaste. Yo ruego por ellos, no ruego por el mundo, sino por los que me has dado, porque tuyos son, y todo lo mío es tuyo, y todo lo tuyo es mío; y he sido glorificado en ellos. Yo ya no estoy en el mundo, pero ellos sí están en el mundo; yo voy a Ti.

¡Oh Padre Santo!, guarda en tu Nombre a los que me has dado, para que sean uno, así como Nosotros. Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu Nombre; a los que me has dado, yo los guardaba, y ninguno de ellos se ha perdido, salvo el hijo de la perdición, para que la Escritura se cumpliese. Pero ahora voy a Ti, y digo esto en el mundo, para que tengan en sí mismos mi alegría en su plenitud.»

El icono de la Divina Ascensión

Cristo, después de su Resurrección se manifestó varias veces a los discípulos, a las Mirróforas, a más de quinientas personas como nos cuenta San Pablo, y a muchos otros confirmando su Resurrección. Cuarenta días después, ascendió a los cielos. Este acontecimiento, que festejamos el Jueves pasado, nos lo conservó San Lucas en su Evangelio: «mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo.» (Lc 24:51).

El icono de la Ascensión nos ilustra el pasaje evangélico: Cristo asciende al Cielo rodeado por un halo de Luz que expresa su Gloria divina, sin embargo su vestimenta parece igual a la de los apóstoles; pues con su Ascensión ha elevado con Él a la naturaleza humana. La Ascensión del Señor no es un traslado de lugar (de la tierra al cielo) sino que significa la salida del espacio de lo creado y el ingreso en el divino y eterno. Cristo, elevó nuestra naturaleza humana a donde nunca había estado.

La Virgen en el centro del icono eleva sus manos orando en silencio; ella representa la Iglesia, ya que su seno era el lugar de reunión entre lo humano y lo divino, así como la Iglesia lo es a partir de Pentecostés.

Los dos ángeles vestidos de blanco dicen a los apóstoles: «¿Qué hacéis ahí mirando al cielo? Éste que os ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá así tal como le habéis visto subir al cielo.» (Hch1: 11)

Los apóstolos, con un movimiento vital, expresan el gozo de recibir la bendición del Hijo de Dios; tristes por ser separados de Él, pero optimistas por la promesa del Espíritu Santo que haría perpetua la Presencia de Jesús en sus corazones. Algunos de ellos miran hacia la Ascensión pero otros contemplan a la Virgen: ¿cómo en tu seno ha cabido el Rey de la Gloria?

El icono de la Ascensión es ilustración de la Iglesia cuya Cabeza es nuestro Señor Jesucristo, cuya imagen es la Virgen, y cuyos pilares son los Apóstoles.

Concilio de Nicea

Con la asistencia de 318 obispos de Europa, África y Asia, se celebró en Necea, a mediados del año 325 d.C, el primer concilio ecuménico de la Iglesia, convocado, ciertamente, por el emperador Constantino el Grande, y presidido, al parecer, por Eustacio, obispo de Antioquía. Destaca la presencia en este concilio de un grupo numeroso de Padres que, por su fe, dieron un ejemplo vivo de vida en Cristo, como son San Nicolás de Mira, Espiridión de Trimitos, Macario de Jerusalén, y el Diácono, en ese entonces, san Atanasio el Grande.

En el primer tercio del Siglo IV, el pueblo cristiano se encontraba dividido y confundido por la predicación de un diácono libio, Arrio, que rechazaba la divinidad de Cristo, y enseñaba que el Señor era criatura y no creador y, por lo tanto, no era ni eterno ni consubstancial al Padre. Así mismo decía que sólo en forma alegórica se le nombraba «Hijo», «Sabiduría» y «Poder» de Dios. Después de intentos vanos de parte del patriarca de Alejandría para convencerle de su error, más tarde, su doctrina fue condenada, y Arrio fue despojado de sus grados clericales por un concilio local celebrado en Alejandría en el año 321 al que asistieron 100 obispos de Egipto y Libia.

El 1er. Concilio Ecuménico reunido en la plaza central del palacio imperial en Necea se enteró de la enseñaza de Arrio y la condenó como herética confirmando la fe establecida en el Evangelio y que aún sostiene la Iglesia: Cristo es verdadero Dios. Con ello, los Padres del concilio no inventaban un dogma nuevo, sino que se afirmaban en la doctrina de los santos Apóstoles y consolidaban sus enseñanzas: «Nosotros estamos en el Verdadero, en su Hijo Jesucristo. Éste es el Dios verdadero y la Vida eterna», dice Juan el evangelista (1Jn 5:20). Sobre esta base el concilio expresó su fe en el Padre y El Hijo dictando la primera parte del Credo, o Símbolo de Necea. Por las oraciones de los Santos Padres, Señor, ten piedad de nosotros. AMÉN.

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