6° Domingo de Lucas

Oh Señor, cuando entraste estando las puertas cerradas,
llenaste de tu Santísimo Espíritu a tus discípulos,
soplando sobre ellos diciéndoles: “Atad y desatad los pecados”
y después de ocho días a Tomás mostraste tus manos y costado.
Nosotros junto con él te clamamos: Tú eres el Señor y Dios.
                                                                                                           Exapostelario

Himnos de la Liturgia

Tropario de la Resurrección

Tono 3

Que se alegren los celestiales,
y que se regocijen los terrenales;
Porque el Señor desplegó la fuerza de su brazo,
pisoteando la muerte con su muerte.
y Siendo el primogénito de entre los muertos,
nos salvó de las entrañas del Hades
y concedió al mundo la gran misericordia.

Condaquio

Tono 4

Oh Protectora de los cristianos indesairable;
Mediadora, ante el Creador, irrechazable:
no desprecies las súplicas de nosotros, pecadores,
sino acude a auxiliarnos, como bondadosa,
a los que te invocamos con fe.  Sé presta en intervenir
y apresúrate con la súplica, oh Madre de Dios,
que siempre proteges a los que te honran.

Lecturas Bíblicas

Carta del Apóstol San Pablo a los Gálatas (1: 11-19)

Hermanos: Les hago saber que el Evangelio anunciado por mí, no es de orden humano, pues yo no lo recibí ni aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo. Pues ya están enterados de mi conducta anterior en el Judaísmo, cuán encarnizadamente perseguía a la Iglesia de Dios y la devastaba, y cómo sobrepasaba en el Judaísmo a muchos de mis compatriotas contemporáneos, superándoles en el celo por las tradiciones de mis padres.

Mas, cuando Aquél que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su Gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo, para que lo anunciase entre los gentiles, al punto, sin pedir consejo ni a la carne ni a la sangre, sin subir a Jerusalén donde los apóstoles anteriores a mí, me fui a Arabia, de donde nuevamente volví a Damasco. Luego, de allí a tres años, subí a Jerusalén para conocer a Cefas y permanecí quince días en su compañía. Y no vi a ningún otro apóstol más que a Santiago, el hermano del Señor.

 Evangelio según San Lucas (Lc. 8: 26-39)

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos arribaron a la región de los gerasenos, que está frente a Galilea. Al saltar a tierra, vino de la ciudad a su encuentro un hombre poseído por los demonios, y que hacía mucho tiempo que no llevaba vestido, ni moraba en casa,sino en los sepulcros. Al ver a Jesús,cayó ante Él, gritando con gran voz:«¿Qué tengo yo contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Te suplico que no me atormentes.» Es que Él había man dado al espíritu inmundo que saliera de aquel hombre; pues en muchas ocasiones se había apoderado de él; lo sujetaban concadenas y grilletes para custodiarlo,pero, rompiendo las ligaduras era empujado por el demonio al desierto.Jesús le preguntó: «¿Cuál es tu nombre?» Él contestó: «Legión»;porque habían entrado en él muchos demonios. Y le suplicaban que no les mandara irse al abismo. Había allí una gran piara de puercos que pacían en el monte; y le suplicaron que les permitiera entrar en ellos; y se lo permitió. Salieron los demonios de aquel hombre y entraron en los puercos, y la piara se arrojó al lago de lo alto del precipicio, y se ahogó.Viendo los porqueros lo que había pasado, huyeron y lo contaron por la ciudad y por las aldeas. Salieron,pues, a ver lo que había ocurrido y,llegando donde Jesús, encontraron al hombre del que habían salido los demonios, sentado, vestido y en susano juicio, a los pies de Jesús; y se llenaron de temor. Los que lo habían visto, les contaron cómo había sido salvado el endemoniado. Entonces toda la gente del país de los gerasenos le rogaron que se alejara de ellos, porque estaban poseídos de gran temor. Él, subiendo a la barca,regresó. El hombre de quien habían salido los demonios, le pedía estar con Él, pero Jesús le despidió diciendo: «Vuelve a tu casa y cuenta todo lo que Dios ha hecho contigo.»Y él fue por toda la ciudad proclamando todo lo que Jesús había hecho con él.

Mensaje Pastoral

El pensamiento de Cristo

«Un hombre, poseído por los demonios, y que hacía mucho tiempo que no llevaba vestido, ni moraba en una casa, sino en los sepulcros.» Si quisiéramos describirlo con una expresión contemporánea, diríamos que este hombre era incapaz de armonizarse con la sociedad. Pues no vivía entre los hombres «no moraba en una casa, sino en los sepulcros.» El Evangelio según san Marcos nos cuenta también que «andaba por los montes dando gritos e hiriéndose con piedras» (Mc 5:5), como si quisiera tomar una actitud positiva pero no podía controlarse. Así se ve la creación de Dios, la que en un principio, conforme al libro de Génesis, «era muy buena» (Gn 1:31); así de agresiva y confundida se ve después de haberse vuelto presa de Satanás.

En la curación del endemoniado, Jesús permitió que los demonios entraran en los cerdos. ¿Por qué? ¿Acaso era incapaz de echarlos de otra manera?

Con esta licencia Cristo buscó dos objetos para nuestra enseñanza:

Primero, que visiblemente comprendamos el poder invisible del odio del demonio, odio que Dios no le permite ejecutar más allá de la capacidad del hombre: esta presencia, tan odiosa y tan dañina que puede provocar que miles de cerdos se arrojen en el mar, no puede dañar al endemoniado más allá de su propia fuerza.

Y segundo, Cristo quiso confirmar la dignidad  del hombre que merece todo sacrificio para su salvación. Si bien toda la creación es «muy buena» a los ojos de Dios, el hombre es la creatura amada que hizo con sus propias manos (figura que ilustra un cariño especial) e «insufló –dice el Génesis– en su nariz aliento de vida»: es el alma digna de todo sacrificio material.

Frente a tal sabiduría celestial de Jesús, nos encontramos con la preocupación mundana del «hombre natural» del cual san Pablo dice en su primera Carta a los Corintios «no capta las cosas del Espíritu; son necedad para él» (1Cor 2:14); pues la gente, al haber sido informada cuando «los que lo habían visto, les contaron cómo había sido salvado el endemoniado», en lugar de postrarse ante los pies de Jesús, «le rogaron que se alejara de ellos». La alegría de encontrar al endemoniado «sentado, vestido y en su sano juicio» fue ahogada por la tristeza del apego a los cerdos. En realidad, si bien el demonio moraba visiblemente en esta persona, dominaba también la mente, el interés y la vida de aquella muchedumbre; y mientras ellos le pidieron a Cristo que se alejara, el desendemoniado, curado ya, «se sentó a los pies de Jesús.»

Nuestra vocación, como cristianos, es la ascensión de nuestro hombre natural hacia el espiritual, Jesucristo, quien «lo juzga todo y nadie lo puede juzgar» (1Cor 2:16); en otras palabras, nuestra vocación es obtener el pensamiento de Cristo.

Retirémonos de la muchedumbre que, día a día, demanda a Dios por los cerdos; sentémonos con el liberado a los pies de Cristo, y sigámosle al barco de la salvación desde donde Él nos envía a proclamar «todo lo que Jesús ha hecho con nosotros.» Amén.

Nuestra Fe y Tradición

EL “AMÉN”

Cuando el presbítero exclama “Bendito sea el Reino del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”  o cualquier otra exclamación, el pueblo contesta “Amén”, término que – interpretado en lo general como: así sea- lleva un sentido más fuerte. Pues, el “Amén” lleva un sentido activo. Es la expresión que concluye cada exclamación del sacerdote sellándola por la aceptación, y expresando la participación responsable y esencial de cada fiel y de toda la asamblea en la misma obra litúrgica de la Iglesia.

La veneración a los Santos:

Los primeros venerados por los cristianos fueron los mártires. Su restos se conservaban cuidadosamente como tesoros preciosos, no necesariamente por su poder milagroso sino por que estos fieles de Cristo lucharon la buena batalla e imitaron la muerte del Señor. Porque no son los mártires los que viven en ellos mismos, sino que es Cristo quien vive en ellos (Gal. 2:20). Una ves libre la iglesia de las persecuciones, se empezó a venerar al coro entero de los Santos que aunque no habían derramado su sangre, día con día testimoniaban su vida en el evangelio, en Cristo, aniquilando sus propios deseos y pasiones y solo deseando hacer la voluntad de su Señor.

 Vida de Santos

La memoria del Apóstol Santiago, Hermano del Señor

23 de Octubre

Es necesario antes de hablar de Santiago, Hermano del Señor, distinguirlo del apóstol Santiago, hijo de Alfeo, uno de los Doce cuya memoria la Iglesia celebra el día 9 de octubre. Santiago, del que hablamos, es el mencionado en (Mt. 13, 15) y en (Mc.6, 3) como uno de los cuatro hermanos del Señor. Los otros tres son: José, Simón y Judas. Respeto a la relación de estos “hermanos” con el Señor Jesucristo, desde el principio hubo varias explicaciones, las más relevantes son las dos siguientes: o que eran hijos de una prima de María; o, lo más probable, que eran hijos de José de un matrimonio anterior, o sea, José era viudo cuando se comprometió con María. Y en los dos casos, según el costumbre de aquellos días, era común llamarlos “hermanos”, lo que se puede verificar en varios pasajes del Antiguo Testamento.

Parece que ninguno de los “hermanos” creó en Jesús al principio como lo menciona claramente San Juan el Evangelista (7, 1-5). ¿Qué es lo que transformó a Santiago para que se presentase en su Carta como el “siervo de Dios y del Señor Jesucristo” (según la carta atribuida a él. St. 1,1)?, no lo sabemos claramente; pero el apóstol san Pablo menciona en su primera carta a los Corintios que Jesús se manifestó a Santiago después de la Resurrección (1Cor.15, 7).

De los textos bíblicos, sabemos que Santiago era uno de los representantes más sobresalientes de la Iglesia de Jerusalén. San Pablo en su carta a los Gálatas (1, 19; 2, 9) lo menciona entre las tres “columnas” de la Iglesia en esta ciudad. También en Hechos de los apóstoles cuando los apóstoles con los ancianos se reunieron para decidir si los convertidos de los gentiles debían aceptar la circuncisión o no, Santiago habló como la cabeza de la comunidad en Jerusalén, y pronunció el juicio del “concilio”.

Se atribuye a Santiago la primera de las siete cartas pastorales llamadas Católicas (por no ser dirigidas a una ciudad o persona determinada), que forman parte del Nuevo Testamento. Según los exegetas la carta de Santiago fue escrita entre los años 50 y 60 D.C. La Carta contiene una colección de enseñanzas e instrucciones sobre la conducta cristiana y la vida pastoral: la paciencia en las tribulaciones, la fe que obra en el amor, el control de la lengua, el peligro del dinero, entre otras cosas.

Eso es lo que nos lo comunica el Nuevo Testamento sobre Santiago. Pero también la Tradición menciona otras cosas sobre él. Entre ellas, que Santiago se le llamaba, en su vida, el Justo; que desde su niñez había sido separado para Dios; nunca comía mantequilla, ni probaba vino, y que su cabello “no conoció tijeras” (en señal de su separación para Dios); que permaneció casto toda su vida; sus rodillas se endurecieron como si fueran de piedra por las abundantes postraciones de su oración. Los apóstoles lo eligieron unánimemente como el primer obispo de Jerusalén, y así fue durante 30 años, durante los cuales atrajo a muchos, judíos y gentiles, hacia la fe en Jesucristo.

Una vez, él estaba predicando desde la azotea de una casa, o del mismo Templo, y decía: “el Hijo del hombre está a la diestra del Altísimo, y vendrá sobre las nubes a juzgar al mundo con su bondad.” Mientras el pueblo alababa: ¡Hosanna el Hijo de David!, los fariseos y los fanáticos de los judíos empujaron hacia abajo al Justo, y luego lo apedrearon; uno de ellos lo pegó con un palo en la cabezo con lo que se colmó el martirio del Justo, y se le abrieron las puertas de la vida. Su virtud, conocida por todos, hizo que la mayoría de los judíos atribuyesen el eminente cercamiento y la destrucción de Jerusalén el año 70 D.C. al asesinato del Justo Santiago.

¡Apóstol, obispo, Mártir y hermano del Señor! Que su intercesión sea con nosotros. Amén

Sentencias de los Padres del Desierto

  • Dijo el Padre Jacobo: “No hay necesidad de palabras solamente. ¡Hay tantas palabras entre los hombres!. En cambio hay necesidad de acciones: éstas hay que buscar y no sólo las palabras, que no dan fruto”.
  • El Padre Macario dijo: “Si, reprendiendo a alguien tú te dejas llevar por la cólera, satisfaces tu propia pasión. Por lo tanto no te pierdas a ti mismo para salvar a los otros”.
  • También decía el Padre Macario:”No hay necesidad de hacer largos discursos, es suficiente extender las manos y decir: “Señor, como tú quieres y sabes, ten piedad de mí! .” Y si el combate prosigue: “Señor, socórreme! .”El sabe bien qué nos hace falta y nos hace misericordia”.

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Padre Juan R. Méndez ()

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