El siglo V fue testigo de intensas  disputas cristológicas provocadas por la herejía de Nestorio. Nestorio se apoyaba en la doctrina de Teodoro de Mopsuestia (c.350-428), que introdujo una separación radical de las naturalezas divina y humana de Jesucristo. Entre otras cosas, Teodoro enseñaba que el Dios- Verbo “asumió” al hombre Jesús; que el no originado Dios-Verbo “habitó” en el hombre Jesús, quien nació de la Virgen, que el Verbo vivió en Cristo como en un templo; que tomó la naturaleza  humana como un vestido; y que el hombre Jesús, mediante su hazaña de redención y muerte en la cruz se unió con el Verbo  y asumió la dignidad divina. En esencia, Teodoro hablaba del Dios – Verbo y de Jesús como dos sujetos distintos, cuya unión en la persona del Hijo de Dios encarnado no es tanto ontológica o esencial como condicional, es decir, existente  en nuestra percepción: al adorar a Cristo unimos las dos naturalezas y confesamos no “dos Hijos” sino un Cristo-Dios y hombre.

Fue en particular esta enseñanza la que sirvió  de base para la enseñanza cristológica de Nestorio, quien fue entronizado como Arzobispo de Constantinopla en 428. Poco después de su consagración episcopal Nestorio comenzó a cuestionar el término Theotokos, que con el tiempo había logrado una amplia aceptación. Según él, María había dado a luz no a Dios, sino sólo a una persona con la cual se unía el Verbo de Dios, que era nacido del Padre antes de todos los siglos. La persona de Jesús, nacida de María, era sólo la morada de Dios y el instrumento de nuestra salvación. Esta persona se convirtió en Cristo, el Ungido mediante la obra del  Espíritu Santo, permaneciendo con él el Verbo de Dios por medio de una forma especial de unión moral o relativa. Nestorio sugería remplazar el término Theotokos con Christotokos. San Cirilo de Alejandría  salió en contra de esta doctrina. En sus  polémicas contra el nestorianismo, insistía en la unidad  hipostática de Dios el Verbo: el no originado Verbo es la misma persona que Jesús, quien nació de la Virgen. Por esto no puede hablarse del Verbo y de Jesús como dos sujetos diferentes.

La cristología  de Cirilo fue confirmada por el Tercer Concilio Ecuménico, que fue convocado en Éfeso en 431. El Concilio fue arena de terribles debates y tuvo lugar sin la participación de un grupo de obispos de Antioquía que habiendo llegado con gran retraso al concilio se negaron a apoyar la condena a Nestorio. En 433 los  obispos antioquenos se reconciliaron con Cirilo de Alejandría y firmaron una formulación dogmática que representa un resumen teológico del Concilio de Éfeso. Esta formulación  se refiere a Jesucristo como “Dios perfecto y hombre perfecto”, quien “es nacido del Padre antes de todos los siglos conforme a su divinidad, y en los últimos días, para nosotros y para nuestra salvación nació de la Virgen María conforme a su humanidad.” En este texto se llama Theotokos a la Virgen María sobre la base de la “unión sin confusión” de las dos naturalezas en Jesucristo. Condenado por el Concilio de Éfeso, Nestorio fue exiliado a Egipto, donde murió. Sin embargo, su enseñanza — o más precisamente, la doctrina cristológica de Teodoro de Mopsuestia – ganó aceptación fuera de los límites del imperio bizantino, en el imperio sasánida de Persia, donde una gran comunidad cristiana se rehusó a reconocer los decretos del Concilio. Esta comunidad, que recibía el nombre de iglesia oriental, fue posteriormente llamada iglesia nestoriana, aunque Nestorio no fue su fundador ni tuvo relación directa con ella. La iglesia oriental sigue existiendo en nuestros días: su  nombre oficial es Iglesia Asiria de Oriente, y cuenta con alrededor de cuatrocientos mil adherentes.

Hacia mediados del siglo V surgió una nueva herejía cristológica llamada Monofisismo. Su iniciador fue el archimandrita de Constantinopla Eutiquio, que enseñaba  que la naturaleza humana de Cristo era  absorbida completamente por su naturaleza divina. En 448 se condenó esta doctrina en un concilio en Constantinopla encabezado por Flaviano, Arzobispo de la misma ciudad. No obstante, Eutiquio gozó del apoyo  del Arzobispo Dióscoro de Alejandría, quien reunió otro concilio, esta vez  en Éfeso en el 449. El concilio de Éfeso de 449, convocado por el emperador Teodosio II (401-450) como Concilio Ecuménico, restauró e Eutiquio al sacerdocio y justificó su doctrina. Dióscoro de Alejandría jugó un papel principal  en este concilio, y sus enemigos, incluyendo a Flaviano de Constantinopla, fueron depuestos. Las actas del concilio fueron aprobadas  por el emperador, lo que parecía indicar una absoluta victoria de Dióscoro. Sin embargo, los legados del papa romano que estuvieron presentes en el concilio se pusieron del lado de Flaviano, y luego de regresar a Roma reportaron al Papa León la justificación que el concilio hizo de Eutiquio. Se convocó un concilio en Roma donde se declararon inválidas las decisiones del concilio de Éfeso. En 451 se reunió en Calcedonia un nuevo concilio que pasaría a la historia como el Cuarto Concilio Ecuménico. Consideraba el concilio de Éfeso de 449 como un “concilio de ladrones” y  de acuerdo con el concilio de Roma revocó todas sus decisiones. Además confirmó la condena de Eutiquio y depuso a Dióscoro. El Concilio de Calcedonia, en el cual participaron seiscientos treinta obispos, adoptó una definición dogmática que declara:

De acuerdo con los Santos Padres, nosotros todos a una sola voz enseñamos la confesión de uno y el mismo Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, perfecto en divinidad y perfecto en humanidad, verdadero Dios y verdadero hombre, con un alma y un cuerpo; consustancial al Padre en cuanto a su divinidad, y consustancial a nosotros en cuanto a su humanidad; como nosotros en todos los aspectos, excepto por el pecado; engendrado del Padre antes de todos los siglos en cuanto a su divinidad, y en los últimos días engendrado para nosotros y para nuestra salvación de María, la Virgen Theotokos en cuanto a su humanidad; uno y el mismo Cristo, Hijo, Señor, Unigénito, reconocido en dos naturalezas sin confusión, cambio, división o separación (de forma que en ningún punto se pierden las diferencias entre las naturalezas por la unión; en vez de ello, se preservan las propiedades de ambas naturalezas, y están unidas en una persona y en una hipóstasis); no se parte ni se divide en dos personas, sino que es uno y el mismo Hijo, el Unigénito Verbo-Dios, el Señor Jesucristo.[1]

La expresión “sin confusión ni cambio” está dirigida contra el monofisismo de Eutiquio; y “sin división ni separación” contra el nestorianismo. Si bien, algunas iglesias vieron la definición de Calcedonia como un regreso al nestorianismo y se rehusaron a aceptar las decisiones del concilio. Se pudo observar una vigorosa oposición especialmente en la periferia del imperio romano – Egipto, Siria y Armenia—y más allá de las fronteras del imperio, particularmente en Persia. En Egipto y Siria podían encontrarse tanto obispos que reconocían el concilio de Calcedonia como obispos que lo rechazaban. En Alejandría la oposición estaba encabezada por Timoteo Eluro (†477), en Antioquía por Pedro  Gnafeo (†488). La iglesia Armenia  también desconoció el concilio, rechazándolo de forma oficial en el 506. Así surgió la primera gran  división en la historia de la cristiandad que subsiste hasta nuestros días. En  el siglo VI de formaron en Egipto dos jerarquías paralelas, ambas encabezadas por el “Patriarca de Alejandría y toda África”: la que reconocía el Concilio de Calcedonia y la que lo rechazaba. En la zona greco parlante de Siria la cristiandad estaba también dividida en dos ramas, cada una dirigida por su propio “Patriarca de Antioquía y todo Oriente”. En Armenia la iglesia conservó su unidad pero mantuvo su postura anticalcedoniana. En nuestros días, el cristianismo anticalcedoniano está representado por varias iglesias en Armenia, Egipto, Etiopía, Eritrea, Siria, Líbano, India y la diáspora. El número combinado de  sus miembros es aproximadamente de cincuenta millones.

Aunque la principal oposición a Calcedonia se concentraba en la periferia del imperio, en Constantinopla las actitudes con respecto al concilio seguían siendo ambiguas. Mientras los emperadores Marciano (450-457) y León I (457-474) lo apoyaban, Zenón (474-475: 476-491) adoptó una postura más cauta. En 482, en un intento por reconciliar a los monofisitas con los diofisitas, Zenón promulgó el Henotikon—una exposición general de la fe que pasaba por alto Calcedonia. El patriarca Acacio de Constantinopla (†488) apoyó el Henotikon, pero el Papa Félix III le exigió que aceptara el Concilio de Calcedonia de forma inequívoca.  Al no lograrlo, depuso y excomulgó a Acacio en un concilio de Roma en el 484. Así comenzó el primer cisma  entre Constantinopla y Roma que duró treinta y cinco años. Este cisma se continuó durante el reinado de Anastasio (491-518) y se subsanó en el 519; durante el reinado del emperador Justino I (518-527), cuando el Patriarca Juan de  Constantinopla y los legados del Papa Hormisdas condenaron conjuntamente a todos los que rechazaran Calcedonia. En 525 el Papa Juan I visitó Constantinopla, enviado a la capital imperial por el rey Teodorico de los ostrogodos (c. 454- 526), quien gobernaba Roma en ese entonces.

El emperador Justiniano I (527-565) desempeñó un importante papel en la  historia de la iglesia de Oriente. Este eminente gobernante, que expulsó a los ostrogodos de Roma en  536 y restauró la unidad política del imperio romano por última vez en la historia, también tomó medidas para restaurar su unidad religiosa. En 537 construyó en Constantinopla la iglesia de la Hagia Sofía* – la iglesia más majestuosa del Oriente cristiano.

         En la década de los 540’s el emperador promovió que se reconsiderara la actitud de la iglesia con respecto a varios teólogos cuyos escritos seguían siendo causa de debate. En 542 promulgó un edicto que contenía diez anatemas contra Orígenes y sus seguidores. Este edicto fue examinado y aprobado en un concilio local de Constantinopla en 543, en el cual se condenaba a Orígenes y también a Dídimo de Alejandría y a Evagrio de Ponto, escritores del siglo cuarto en cuyas obras el concilio percibía la influencia de Orígenes.

[Foto: Hagia Sofía]

En 544 Justiniano promulgó un nuevo edicto para condenar a Teodoro  de Mopsuestia, los escritos  de Teodoreto de Ciro (c.393-c. 460) contra Cirilo de Alejandría, así como la epístola de Ibas de Edesa a Maris el Persa (siglo V). Este edicto constaba de tres capítulos (correspondientes cada uno a uno de los obispos condenados en él) y llegó a ser conocido como “Los Tres capítulos”. Muchos veían “Los tres capítulos como un golpe al Concilio de Calcedonia, pues trataba de los teólogos que habían sido justificados en ese concilio. Los patriarcas orientales lo firmaron después de haber sido amenazados con la deposición y el exilio. No obstante, el emperador también pensó que era necesario tener la firma del Papa Vigilio (537-555), quien en 547 fue llevado por la fuerza a Constantinopla  con este propósito. A su llegada  a la capital el Papa se negó a firmar el edicto imperial; sin embargo terminó firmándolo bajo presión. En 551 Justiniano emitió un nuevo edicto referente a “Los Tres Capítulos”, que el Papa se negó categóricamente a firmar. Temiendo por su  vida, Vigilio se refugió en la iglesia de San Pedro; se hicieron intentos de arrestarlo allí, pero él resistió desesperadamente. Finalmente fue sometido a arresto domiciliario y se le presionó constantemente.

Con estos antecedentes se convocó al Concilio Ecuménico de Constantinopla en 553. Aunque el Papa Vigilio se rehusó a participar, sí envió a sus legados. El  concilio condenaba a Teodoro de Mopsuestia y repetía el anatema contra Orígenes, Dídimo y Evagrio, y en lo que respecta a Teodoreto de Ciro y a Ibas de Edesa, ellos no fueron condenados; sólo se denunciaron sus obras contra Cirilo de Alejandría y del Tercer Concilio Ecuménico. Los padres del Concilio tacharon el nombre del Papa Vigilio del díptico sobre  la base de que había cambiado su postura con respecto a “Los Tres Capítulos” varias veces antes del Concilio. Después del Concilio se exilió al depuesto Vigilio y a sus seguidores. Finalmente Vigilio retiró su protesta contra “Los Tres Capítulos” y reconoció las decisiones del Concilio. Se le permitió  regresar a Roma, pero murió en el camino. La  Iglesia Romana no reconoció la deposición de Vigilio pero aceptó  el Quinto concilio Ecuménico. El Papa Pelagio I(556-561), sucesor de Vigilio, jugó un papel decisivo en este reconocimiento y durante su papado se regularizaron las relaciones entre Roma y Constantinopla.

El Concilio de Constantinopla de 543 y el Quinto Concilio Ecuménico fueron  los primeros en la historia de la iglesia que condenaban a personas que habían muerto en paz con la iglesia, que no habían sido condenadas durante su vida.  Es esto lo que el Papa Vigilio objetó cuando se negaba a firmar la condenación de Teodoro de Mopsuestia, mientras estaba de acuerdo en denunciar sus escritos si en ellos se detectaba nestorianismo. Al pronunciar su veredicto contra Teodoro y ciertos escritos de Teodoreto e Ibas, Justiniano intentaba restaurar la unidad con las iglesias monofisitas que seguían rechazando  el Concilio de Calcedonia por considerarlo nestoriano. Justiniano no logró su objetivo, ya que los monofisitas se  mantuvieron en sus posiciones.

Justiniano pasó a la historia como un emperador piadoso que  luchó por lograr el ideal de de la “sinfonía” entre la iglesia y el estado. Este ideal se ve reflejado en su sexta  Novella, que habla del sacerdocio y el imperio como dos  de los grandes bienes establecidos por Dios, entre los cuales debe haber unidad y cooperación. El emperador consideró que su misión era la preservación del dogma y la unidad  de la iglesia, mientras que la iglesia tenía la misión de ordenar la vida pública de una manera que complazca a Dios. No obstante, en la práctica su  preocupación por la pureza dogmática  se expresó en sus decisiones sobre cuestiones doctrinales particulares y en sus edictos, mismos que los obispos tuvieron que firmar, en esencia fue una forma muy cruda de  interferir en los asuntos de la Iglesia. Esta interferencia  continuaría también con  los sucesores de Justiniano,  y determinaría en muchos aspectos la historia subsecuente  de la iglesia en el Oriente.

Hacia el  fin de su vida, Justiniano promulgó un Edicto en defensa de la doctrina herética de Juliano de Halicarnaso († después de 558) sobre la incorrupción del cuerpo de Cristo. El principio fundamental de su enseñanza era que el cuerpo del Verbo de Dios no sufría carencias. En la  literatura subsecuente, los seguidores de Juliano fueron llamados “aftartodocetistas”,  (aquellos que creen en la incorrupción), pues eran acusados de creer que la naturaleza humana de Cristo no era completa y que  los sufrimientos del Salvador en la cruz eran ilusorios. El  Patriarca Eutiques de Constantinopla rehusó firmar el herético edicto de Justiniano y fue exiliado. El sucesor de Justiniano,  Justino II (565-578) condenó el edicto al olvido.

Hubo una nueva ola de disputas cristológicas que surgió durante el reinado del emperador Heraclio(610-641), quien pasaría a la  historia como uno de los más brillantes gobernantes bizantinos, habiendo alcanzado numerosas e importantes victorias militares y diplomáticas en una época en la que Bizancio era amenazada por persas, árabes y hunos. En la política religiosa persiguió los mismos objetivos que Justiniano, luchando por conseguir la obediencia de la población monofisita del imperio. La tan negativa actitud de los monofisitas frente a la autoridad imperial empeoró como resultado de las constantes persecuciones a las que fueron sometidos, convirtiéndolos en aliados potenciales de los enemigos del Bizancio y en una amenaza para la seguridad del imperio. La nueva forma de negociación con los monofisitas fue el monotelismo, cuyo precursor ideológico fue el monoenergismo. Sin negar  la presencia de dos naturalezas en Cristo, los monoenergistas enseñaban que Cristo, la  acción divina, había absorbido por completo a la acción humana, mientras que  los monotelitas hablaban de que la voluntad humana de Cristo era absorbida por su voluntad divina. El Patriarca Ciro de Alejandría, el Patriarca Sergio de Constantinopla y  el Papa Honorio contribuyeron al desarrollo de la doctrina  monotelita. A despecho de su avanzada edad, San Sofronio, patriarca de Jerusalén expresó su protesta contra la nueva herejía.[2]

El sucesor  de Heraclio, Constante II (641-668) apoyó activamente a los monotelitas.  Durante su reinado, los principales opositores del monotelismo fueron el Papa Martín en occidente y en el monje de Constantinopla Máximo el Confesor en el oriente. El Papa Martín condenó el monotelismo en el concilio de Letrán en 649. En sus escritos, Máximo elaboró la doctrina de que Cristo tenía dos voluntades -la divina y la humana-así como dos acciones. Pero a diferencia de otros, que sostenían que la presencia de una voluntad requiere una elección entre la buena y la mala, Máximo explica que la voluntad humana de Cristo siempre estuvo dirigida hacia lo bueno y por lo tanto estaba en armonía con la voluntad divina. Las dos voluntades y las dos acciones estaban en Cristo en un estado de “compenetración” (perichoresis). Por su confesión de la doctrina de las dos voluntades, ambos confesores- el Papa Martín y San Máximo- fueron sujetos de la represión del emperador Constante II quien se pasó al bando de los herejes. El Papa Martín fue arrestado y llevado a Constantinopla donde fue juzgado y desterrado en el 655; ese mismo año moriría en el exilio en Jersón. Al mismo tiempo Máximo el confesor fue también condenado y exiliado. En 662, Máximo fue trasladado a la capital donde fue condenado nuevamente y sometido a la flagelación, y luego de cortarle la mano y la lengua fue enviado de nuevo al exilio donde murió poco después.

Empero, el Sexto Concilio Ecuménico, convocado en 680- 681 durante el reinado de Constantino Pogonato(654-6859), condenó el monotelismo y emitió la siguiente declaración doctrinal: “De la misma manera, declaramos de acuerdo con la enseñanza de los santos padres, que en él hay  dos voluntades naturales y dos operaciones naturales indivisibles, incontrovertibles, inseparables e inconfundibles. Estas dos voluntades naturales no se contradicen una a la otra (¡No lo permita Dios!), como lo declaran los impíos herejes. Su voluntad humana  no contradice ni se opone, sino que sigue, o más bien obedece a su voluntad divina y omnipotente.” Cuando el emperador firmó al calce de esta definición, los obispos presentes exclamaron: “¡Muchos años al emperador! ¡Ha  dilucidado las dos naturalezas de Cristo, nuestro Dios! ¡Habéis arrojado a todos los herejes!”[3] La victoria de la ortodoxia  fue sellada una vez más por el emperador.

[1] Citado en Meyendorff, Introducción, 319.

* Nao¢V tiV Agi¢aV to Qeo Sofi¢aV, la iglesia de la Santa Sabiduría de Dios, la Divina Sabiduría es una imagen tomada del libro bíblico de la Sabiduría que hace referencia a la personificación de la Sabiduría de Dios en la segunda persona de la Trinidad. Su fiesta se celebra el 25 de diciembre, aniversario de la Encarnación del Divino Verbo en la persona de Cristo. (N.T.)

[2] Vladimir Lossky, Teología Dogmática (Moscú 1991), 274

[3] M.E. Posnov, Historia de la Iglesia Cristiana (hasta la Separación de las Iglesias – 1055) (Bruselas, 1964),454.

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Padre Juan R. Méndez ()

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