La época de los concilios ecuménicos fue el periodo más productivo del pensamiento teológico en la historia de la iglesia de oriente. Los padres de  la iglesia honrados en la tradición ortodoxa como “maestros ecuménicos y jerarcas” vivieron y escribieron en esta época. Los teólogos  más autorizados de este periodo fueron Atanasio el Grande, Basilio Magno, Gregorio el teólogo, Gregorio de Nisa, Cirilo de Alejandría, Teodoreto de Ciro, Máximo el Confesor y Juan Damasceno. El autor de las obras que se han preservado bajo el nombre de Dionisio el Areopagita es un caso especial.

San Atanasio de Alejandría estuvo presente en el primer concilio ecuménico como diácono acompañando a su obispo Alejandro de Alejandría.  A la muerte de Alejandro, Atanasio de  convirtió en su sucesor, ocupando la sede de Alejandría por casi medio siglo (con cuatro interrupciones). Atanasio es autor de gran cantidad de escritos dogmáticos, ascéticos y morales. En su  Contra los Paganos, Atanasio  critica la mitología griega y defiende el cristianismo contra los ataques de los paganos, continuando así la tradición iniciada por los apologetas de los siglos segundo y tercero. En su homilía Sobre la Encarnación, Atanasio expone el dogma de la redención  en el contexto de la polémica con los arrianos. Su Contra los Arrianos, la epístola Sobre el Espíritu Santo, y varias otras epístolas y homilías se caracterizan por su  orientación anti arriana. Atanasio  también escribió varias obras exegéticas, así como la Vida de San Antonio, la primera obra de hagiografía cristiana, que ejerció enorme influencia en toda  la literatura hagiográfica subsiguiente. Esta obra hacía honor a San Antonio el Grande, un asceta del desierto egipcio y contemporáneo de Atanasio.

La principal contribución de Atanasio en el área dogmática fue su refutación de la herejía arriana y la formulación de la enseñanza ortodoxa sobre la consustancialidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En sus obras desarrolló la doctrina sobre la redención y la deificación del hombre llevada a cabo por Jesucristo. Hablando de la encarnación de Cristo, Atanasio escribe:

[El Verbo] asumió la humanidad para que nosotros pudiésemos volvernos Dios. Se manifestó mediante un cuerpo para que  nosotros podamos percibir la mente del Padre invisible. Para que heredásemos la inmortalidad soportó la vergüenza de los hombres. Él mismo no fue herido por ella, porque es impasible e incorruptible, pero por su propia impasibilidad conservó y sanó a los sufrientes por cuya cuenta soportó lo que soportó. Abreviando, son tales y tantos los logros del Salvador que siguieron a su encarnación, que tratar de enumerarlos es como mirar al mar abierto e intentar contar las olas.[1]

[foto: San Basilio Magno]

San Basilio Magno (c.330-379) pasó a la historia como un incansable defensor de la ortodoxia en una época en que el arrianismo se había esparcido por todo el oriente cristiano. Recibió una esmerada educación en la Academia de Atenas,  la principar institución educativa pagana del imperio romano oriental. Fue bautizado ya adulto y luego se volvió sacerdote. En 370 fue  electo Arzobispo de Cesárea en Capadocia, donde tuvo cincuenta obispos bajo su autoridad, la mayoría de los cuales simpatizaba con los arrianos. Basilio defendió de forma decisiva la fe ortodoxa, y cuando   el prefecto imperial Modesto comenzó a amenazarlo con el castigo y la tortura, le respondió:

A aquél que no tiene nada no se le puede arrebatar la propiedad, excepto por mi sayal y los pocos libros que constituyen toda mi riqueza. No conozco el exilio porque no estoy  confinado a ningún lugar, y el lugar donde vivo ahora no es mío, y cualquier lugar a donde puedan llevarme se volverá mío. Es mejor decir: cada lugar es el lugar de Dios donde yo seré un vagabundo, un recién llegado. ¿Y qué pueden hacerme las torturas a mí, que no tengo cuerpo?… para mí la muerte es una bendición porque me llevará a Dios, por quien vivo y actúo.[2]

Impresionado por la firmeza de Basilio, el prefecto informó al emperador Valente de su inflexible resolución. Valente, que había exiliado a muchos obispos ortodoxos, decidió no reubicar a Basilio.  Basilio murió a la edad de cuarenta y nueve años.

Entre sus obras dogmáticas están el tratado Contra Eunomio, en el cual Basilio refuta la idea de que la cualidad de no ser nacido sea la esencia de Dios. El tratado Sobre el Espíritu Santo contiene una exposición de la pneumatología ortodoxa; en esa obra, Basilio evita decir que el Espíritu Santo es Dios y “consubstancial” con el Padre y el Hijo, prefiriendo usar la más neutral expresión “igual en honor”. Basilio escribió gran cantidad de obras exegéticas, de las cuales la más famosa es El Hexamerón, una interpretación de la historia de la creación del primer capítulo del Libro del Génesis.

También  escribió quince homilías sobre los Salmos y veintiocho sobre temas dogmáticos y morales. Una de estas se intitula Discurso a los jóvenes, sobre el uso de la literatura griega, donde Basilio instruye a la juventud cristiana sobre la actitud correcta con respecto a la literatura secular. El corpus* de textos ascéticos de Basilio incluye las Reglas Morales,  dirigido a todos los cristianos, así como dos colecciones de reglas para ascetas que luego servirían de base para varias reglas monásticas – las Grandes Reglas y las Pequeñas Reglas. Subsisten más de trescientas de sus cartas, que fueron conservadas por sus discípulos y que trataban de asuntos ascéticos, morales y prácticos. Por último, la tradición ortodoxa atribuye a San Basilio el texto de una liturgia que  se celebra diez veces al año – el día de su fiesta, la víspera a la Natividad, la víspera a la Epifanía, todos los domingos de la Gran cuaresma, el Jueves Santo y el Sábado Santo.

San Gregorio el teólogo fue amigo de San Basilio Magno; habiendo estudiado juntos en la Academia de Atenas. Al igual que Basilio, Gregorio fue bautizado alrededor de los treinta años de edad. Buscando la reclusión y deseando dedicar su vida al trabajo literario, Gregorio evitó ser ordenado al sacerdocio, pero finalmente se sometió a la voluntad de su padre, el anciano obispo de Nacianzo, y le asistió en el gobierno de la iglesia. Basilio Magno consagró a Gregorio obispo de Sasima, pero Gregorio no tomó el cargo, permaneciendo en vez de eso en Nacianzo y continuando su obra literaria. En 379 fue invitado a Constantinopla, donde encabezó un grupo de adherentes a la fe nicena. El emperador Teodosio, que desterró a los arrianos de Constantinopla en el 380, confirmó a Gregorio obispo de Constantinopla. Sin embargo sería destituido de este cargo en el segundo concilio ecuménico, y terminaría sus días en reclusión.

[foto: San Gregorio el Teólogo]

La obra literaria de Gregorio incluye cuarenta y cinco oraciones- sermones reescritos de manera literaria. De éstos, los más conocidos son sus Cinco Oraciones Teológicas, que contienen una exposición clásica de la doctrina ortodoxa sobre la Trinidad. Fue por estas obras que se le dio el título de “Teólogo”, que se usaría mucho después  en la tradición ortodoxa. Sus dos homilías contra Juliano el Apóstata, de carácter polémico, fueron escritas después de la muerte del impío emperador. El Panegírico a Basilio Magno se encuentra entre las mejores obras de su género; en él Gregorio expresa su respeto y cariño por su mejor amigo, maestro y hermano mayor en Cristo. Varias homilías están dedicadas a las fiestas de la iglesia y a la memoria de mártires y santos. También escribió gran cantidad de poemas, la mayoría de los cuales son de naturaleza autobiográfica o didáctica. Gregorio fue el primer autor bizantino que coleccionó y editó sus propias cartas;  éstas varían en contenido y fueron dirigidas a diferentes personas, incluyendo obispos, servidores  públicos y amigos.

Gregorio el teólogo fue el escritor más autorizado, popular y frecuentemente citado de toda la vida del imperio bizantino: en la “escala de frecuencia de menciones” sus obras  se encuentran en segundo lugar, sólo después de la Biblia.[3] Muchas expresiones  y fragmentos enteros de sus homilías para fiestas entraron en los textos litúrgicos de la iglesia ortodoxa. Las palabras del oficio pascual, “Este es el día de la resurrección, ¡resplandezcamos, oh, naciones!”, “Pascua, Pascua del Señor”, “La fiesta de las fiestas y el festejo de los festejos”, “el día de la resurrección; resplandezcamos por la fiesta, y abracémonos unos a otros. Digámonos, hermanos, aún al que nos odia, ‘Perdonémonos en todo por la Resurrección’” son citas directas de los sermones pascuales de Gregorio. Las palabras “¡Cristo nace, glorificadle! ¡Cristo viene de los cielos, recibidle! ¡Cristo está sobre la tierra, exaltadle!”, fueron tomados de su homilía de Navidad, y “Celebramos pentecostés y la venida del Espíritu Santo” es de su homilía de Pentecostés.

Hablando de Dios, Gregorio declara que el hombre no puede conocer a Dios como se conoce a sí mismo: sólo puede saber de Dios a través de cristo y contemplando el mundo visible. La esencia de Dios  es inescrutable para la mente humana. Según Gregorio, el conocimiento de Dios es un camino que trasciende los límites de lo que puede abarcar la mente humana, mientras que según Eunomio era un moverse dentro de los límites del pensamiento discursivo. La razón puede llevar a una persona a aceptar la existencia de Dios, pero de ninguna manera puede penetrar la esencia de Dios. Al expresar esta idea, Gregorio polemiza no sólo con Eunomio, sino también con el “teólogo” de la antigüedad griega, Platón, citando la famosa máxima de este último, a la que se refirieron muchos autores cristianos antes de Gregorio:

Es difícil comprender a Dios, e imposible hablar de Él” como escribió uno de los teólogos griegos…[4] Pero yo digo: es imposible hablar de Él, e incluso más imposible comprenderlo. Porque lo que se ha comprendido puede expresarse en palabras – si no completamente, por lo menos aproximadamente – a aquellos cuyos oídos no han sido dañados definitivamente y cuya razón no ha quedado por completo embotada. Es totalmente imposible entender con la mente una realidad tal, y no sólo para los holgazanes perezosos, inclinados a lo terrenal, sino también para aquellos nobles que aman a Dios… esta naturaleza es incontenible e inescrutable. Llamo inescrutable no al hecho de la existencia de Dios, sino a lo que Él es.[5]

Dios está fuera de las categorías humanas de tiempo, lugar, palabras y razón, y por lo tanto no puede ser expresado mediante el lenguaje humano, como subraya Gregorio:

Dios siempre fue, es y será;  o mejor dicho, siempre “es”. Porque las palabras “fue” y “será” se toman de nuestras distinciones temporales y de nuestra naturaleza transitoria, pero Aquél que es, siempre es, y así es como se llamó a Sí mismo cuando habló con Moisés en el monte. Porque Él posee la total existencia y se une en Sí mismo, no teniendo principio ni fin. Como un océano de esencia infinito e ilimitado, trasciende todas las nociones de tiempo y naturaleza, y la mente puede apenas describirlo – y eso de forma confusa e incompleta, y no a él mismo, sino a lo que le rodea, cuando uno trata de ensamblar diferentes ideas sobre él para armar una semblanza de la verdad, que escapa antes de ser captada y se escabulle antes de ser comprendida… Así, Dios es infinito y difícil de contemplar, y sobre Él sólo hay una cosa completamente comprensible- su infinitud.[6]

En el corazón de la teología de Gregorio encontramos su doctrina sobre la Santísima Trinidad, a la que con frecuencia llama “mi Trinidad”, enfatizando l el carácter personal  y casi íntimo de su relación con Dios. Habla del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo como una sola divinidad y un solo poder:

Primero que nada, conserva el buen depósito que se te ha confiado (2 Tim 1:14), por el cual vivo y me gozo, que quisiera tener al final de mi vida, por el cual desprecio todo placer y soporto todas la tribulaciones, a saber, la confesión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y ahora te confío este depósito; con él te sumergiré en la fuente y te sacaré de ella, te lo daré como tu ayuda y defensor para toda tu vida – la divinidad y el poder uno, que… no aumenta ni disminuye, que es igual en todas partes, en todas partes uno y el mismo, como la belleza única y la grandeza única del cielo. Es la infinita naturaleza compartida de los tres infinitos, de modo que cada uno de ellos, visto individualmente es Dios… pero también los tres examinados juntos son Dios: esto último por su consustancialidad, lo primero por que hay sólo una fuente de vida.[7]

Otro tema que trata Gregorio en sus obras es la salvación y la deificación del hombre, conseguida por el Verbo encarnado. Si bien otros autores cristianos ya habían escrito sobre la deificación, Gregorio hizo de este tema el centro de todo su discurso teológico. Según él, el camino  a la deificación está en la iglesia y en los sacramentos, particularmente en el bautismo y la eucaristía, así como en el amor a Dios, las buenas obras una vida ascética, la oración y la comunión  con Dios. El camino a la deificación comienza en la vida terrena de una persona y se completa después de la muerte. La deificación  es la coronación y la cima del conocimiento de Dios:

Si nuestra mente ha sido purificada, Dios la ilumina tan rápido como el relámpago ilumina nuestros ojos, tal vez haga esto para atraer a otros con lo que puede comprenderse – ya que lo que es absolutamente incomprensible es desesperadamente inaccesible – y para infundir un sentido de asombro por aquello que es incomprensible,  y mediante este asombro suscitar un mayor deseo, mediante  este deseo, purificarnos, y mediante esta purificación asemejarnos a Dios. Cuando hemos sido llevados a tal estado, conversamos con dios como lo hacemos con nuestros seres queridos, así que ¡sean confiadas nuestras palabras! Conversamos con Dios que se ha unido con dioses, y es conocido por ellos – quizás en la misma medida en que conoce  a aquellos que han sido conocidos por Él (1Cor 13:12).[8]

El legado poético de Gregorio el teólogo es amplio y diverso. Su poesía es principalmente imitativa, usa métricas antiguas que alternan sílabas cortas y largas. Entre sus obras de este género encontramos una narración poética de pasajes evangélicos, reflexiones  sobre temas morales y teológicos, epigramas y oraciones funerarias, y rezos, así como denuncias contra enemigos y ofensores. Algunos poemas son  autobiográficos; de entre ellos, tal vez el más interesante sea uno intitulado “Sobre mi Vida” que contiene una amplia autobiografía. Si bien en sus últimos poemas predomina el pesimismo, están sin embargo embebidos en un profundo sentimiento religioso:

Ayer, agotado de ansiedad, alejado de los otros,

me hallaba en sombreada floresta, con el alma consumida.

Pues cuánto amo este bálsamo para el sufrir,

hablar en silencio, yo con mi alma.

Y las brisas corrían mientras las aves cantaban,

obsequiando desde las ramas un profundo sopor,

aún para un alma agobiada. Mientras, de los árboles,

de profundo canto y claro tono, amantes del sol,

las susurrantes langostas hacían resonar el bosque entero.

Un cercano manantial manaba agua fresca a mis pies…

Pero en privado, presa de un torbellino,

mi mente sostenía esta suerte de batalla de palabras:

¿Quién era yo? ¿Quién soy yo? ¿Quién he de ser?

No lo sé con claridad.

Tampoco puedo encontrar a alguno con más saber…

Yo soy. Piensa: ¿Qué significa esto?

Algo de mí se ha perdido, algo ahora estoy completando, otra cosa seré…

Ahora, oímos de lugares libres de bestias salvajes,

como Creta lo fue una vez,

y lugares extranjeros a las nubes de vientos fríos;

pero ninguno entre los mortales ha hecho alarde de, invicto, haber dejado los dolores, los odiosos dolores de la vida.

La debilidad, la pobreza, el nacimiento, la muerte, la enemistad, los truhanes, las bestias marinas y las terrestres, los sufrimientos: todo esto es la vida.

He conocido muchos malvados y la absoluta infelicidad,

pero de las cosas buenas, nada por completo libre de dolor,

desde el tiempo en que ese amargo precio se echó a perder en mi por el gusto destructor y el odio del adversario.[9]

San Gregorio de Nisa (c. 335 – c.394) fue uno de los más profundos y originales pensadores de la historia del cristianismo. Hermano menor de Basilio Magno, se consideraba discípulo de este último y algunas obras de Gregorio se concibieron como continuación de las obras inconclusas de Basilio. Por ejemplo, el tratado Sobre la Creación del Hombre, que  hace una exposición de la antropología cristiana, es una  secuela del Hexamerón de Basilio, y su Contra Eunomio continúa la  obra homónima de Basilio.

Gregorio de Nisa fue el  más fructífero escritor de los tres grandes capadocios, y su producción literaria  es amplísima y diversa. Además  de las obras arriba mencionadas, incluye el tratado exegético  Sobre la Vida de Moisés, que interpreta el libro del Éxodo como una alegoría de la experiencia mística cristiana. El método alegórico que Gregorio heredó de Orígenes es también empleado en otras obras exegéticas como Las Homilías sobre el Cantar de los Cantares, que interpreta este libro bíblico como una alegoría del matrimonio espiritual del alma humana y la iglesia con Cristo el Novio; la Interpretación Exacta del Eclesiastés de Salomón; y sus Homilías Sobre los Epígrafes de los Salmos. Gregorio también usa el método alegórico en su teoría del conocimiento de Dios, la cual, según su enseñanza, comprende tres etapas: purificación de las pasiones (catarsis); la adquisición de la “visión natural,” que hace posible ver con claridad y entender el mundo creado; y finalmente, el conocimiento de Dios mismo, la visión de Dios  o la comunión con Dios cara a cara. La narración del ascenso de Moisés al Sinaí sería una imagen alegórica de este camino: comienza con quitarse las sandalias, que simboliza liberarse  de todo lo que es pasional y pecaminoso, y concluye con su entrada en la oscuridad  que simboliza renunciar a todo pensamiento discursivo y sumergirse en la “incontemplabilidad de la naturaleza divina”.[10]

[foto: Gregorio de Nisa]

Como maestro de teología dogmática, Gregorio de Nisa sostuvo las mismas opiniones que Basilio Magno y Gregorio el Teólogo, refutando el eunomianismo y defendiendo la consustancialidad del Padre, el hijo y el Espíritu Santo. Sus escritos dogmáticos, aparte del tratado Contra Eunomio, incluyen la Epístola a Ablabio, Que No Hay Tres Dioses, dos libros Contra Apolinario, Sobre el Espíritu Santo, Contra los Pneumatomachoi Macedonianos, Sobre la Santa Trinidad, A Eustatio,  la epístola a Simplicio Sobre la Fe, y el tratado A los Griegos, Acerca de las Bases de Conceptos Generales. En su Gran Homilía Catequética , Gregorio  expone de forma sistemática los dogmas fundamentales del cristianismo, la Trinidad, la Encarnación y la Redención y los sacramentos de la iglesia. La homilía también contiene reflexiones escatológicas que serían con mayor profundidad en el tratado Sobre el Alma y la Resurrección.  También se examinan cuestiones dogmáticas concernientes a los niños que han muerto prematuramente y Sobre el Destino.

Gregorio de Nisa fue también autor de gran número de escritos morales y ascéticos, tales como  Sobre la Virginidad y la Perfección , Sobre la Perfección, y Cómo debe ser un Monje. El tratado Sobre la Vida de Macrina, dedicado a su hermana, fue escrito poco después de que ella muriera. En un pequeño tratado A Armonio, Sobre  lo que Significa el Nombre “Cristiano”, Gregorio revela el significado del cristianismo en las siguientes palabras:

Si uno lleva el nombre de Cristo pero no practica la forma de vida asociada con ello, lleva este nombre falsamente. Tal persona es como una máscara sin alma, con rasgos humanos, puesta en la cara de un mono. Pues tal como Cristo  no puede ser cristo si no es justicia, pureza, verdad y desavenencia con toda maldad, tampoco puede ser cristiano quien no demuestre las características ligadas a este nombre. Así, si fuera necesario expresar el significado de la palabra “cristianismo” en una definición,  diríamos que es la imitación de la Naturaleza Divina.[11]

Gregorio de Nisa es bien conocido en la historia del pensamiento teológico ortodoxo porque, al igual que Orígenes, no consideraba eternos los tormentos del infierno, y aceptaba la posibilidad de la salvación final de todos, incluyendo al diablo y los demonios. Esta doctrina del obispo de Nisa no debe identificarse de forma absoluta con la versión de la apocatástasis de Orígenes de la cual ya hemos hablado antes.

Otro brillante escritor cristiano del siglo cuarto fue San Juan Crisóstomo (c. 347-407), cuya producción literaria sobrepasó en cantidad a la de todos los padres griegos anteriores y tal vez incluso la de Orígenes. Crisóstomo tuvo una formación académica brillante, y se hizo famoso durante sus años de servicio sacerdotal en Antioquía por sus sermones, que le granjearon el epíteto de “Crisóstomo” o “Boca de Oro”. En 397fue convocado a Constantinopla y elevado al rango de arzobispo. En la capital del imperio se reveló por completo su don de la enseñanza. Los sermones que Crisóstomo acostumbraba dar sentado en el púlpito del lector, rodeado por el pueblo, atraían multitudes y eran transcritos por unos estenógrafos. Sin embargo, la popularidad que tenía el santo, y el tono acusador de sus sermones provocaron inquietud entre los obispos y dentro de la corte, y en 403 fue destituido por un concilio de obispos hostiles encabezados por Teófilo de Alejandría.  Crisóstomo fue enviado al exilio, pero pronto fue traído de regreso por insistencia del pueblo. Cuando se erigió en el hipódromo una estatua de plata de la emperatriz, Crisóstomo dio su  famoso sermón que comenzaba con las palabras: “De nuevo Herodías se enfurece, de nuevo se confunde, de nuevo danza, de nuevo exige la cabeza de Juan en una bandeja”. Se convocó de nuevo un concilio, y se le exilió una vez más.  San Juan Crisóstomo murió en Comana, (en el ahora territorio de Abkhazia), exhausto y abandonado por todos. Sus últimas palabras fueron “Gloria a Dios por todas las cosas”.

[foto: San Juan Crisóstomo]

Una lista completa de las obras de San Juan Crisóstomo requeriría varias docenas de páginas. Al igual que Orígenes, comentó buena parte de la Biblia; sin embargo, a diferencia de Orígenes aplicó un método de interpretación literal y no alegórico. Sus mejores obras exegéticas son sus Homilías Sobre el Libro del Génesis, comentarios sobre muchos otros libros del Antiguo Testamento, Homilías sobre el Evangelio según Mateo , Homilías sobre el Evangelio según Juan, y comentarios a los Hechos de los Apóstoles y  las epístolas de Pablo.

 Entre su producción dogmática y polémica están su Contra los Anomeos, sobre la Inescrutabilidad de Dios; Contra los Judíos; y un Discurso Contra los Judíos y los Paganos, que Jesucristo es  el Verdadero Dios. Las obras del Crisóstomo también incluyen muchas homilías morales y ascéticas, sermones sobre fiestas de la iglesia y santos, panegíricos y sermones para diversas ocasiones. Entre sus obras ascéticas se destacan varias en particular. Las dos Exhortaciones a Teodoro el Caído, dedicadas al arrepentimiento y dirigidas supuestamente a Teodoro de Mopsuestia; dos tratados Sobre la Contrición; tres epístolas A Stagirio, sobre el Desaliento  y el libro Sobre la Virginidad. De  especial interés son las Seis Homilías sobre el Sacerdocio  – junto con  la tercera oración de Gregorio el Teólogo, éste es uno de los primeros tratados sobre el tema. También se han conservado más de de doscientas cartas. El nombre de Crisóstomo fue tan reverenciado que durante la época bizantina se le atribuyeron muchas obras escritas realmente por otros autores. Por último, se cree que escribió la Liturgia que diariamente se celebra en la iglesia ortodoxa, con excepción de los días entre semana  durante la gran cuaresma y los días del año en que se celebra  la Liturgia de Basilio Magno.

Las cartas de San Juan Crisóstomo a la Diaconisa Olimpias de Constantinopla, escritas durante su exilio, dan testimonio de su gran fuerza espiritual. En ellas, el jerarca, extenuado moral y físicamente, pero con un espíritu inquebrantable, enfatiza la necesidad de soportar pacientemente los sufrimientos, y conforta a Olimpia, quien se duele por el destierro del santo:

Vemos el mar que se alza tempestuoso desde su lecho mismo. Algunos marinos flotan en el agua como cadáveres, mientras que otros se han hundido hasta el fondo. Las bordas de los barcos están despedazadas y las velas desgarradas, se rompen los mástiles,  los remos han caído de las manos de los remeros. Los timoneles no están frente al timón sino en el puente, sosteniendo sus rodillas con las manos, sollozantes, llorando sin cesar, lamentándose de su desesperada situación. No distinguen el cielo del mar, miran por todas partes sólo esta profunda, desesperante y plomiza oscuridad  que no les permite ver siquiera a los que tienen cerca. Se oye el estruendoso chocar de las olas, y las bestias del mar se abalanzan contra los que nadan. ¿Pero cuánto tiempo más debemos seguir buscando lo inasequible? Sin importar la semejanza que pueda yo encontrar para describir las presentes calamidades, las palabras palidecen en comparación con la realidad, y se quedan en silencio. Y aunque sé cómo está toda la situación, no pierdo la esperanza de mejores circunstancias, y recuerdo al nuestro navegante en todo esto, quien  no supera las tormentas por pericia ya que puede detener la agitación del mar en un instante. Pero si no lo hace inmediatamente desde el principio, es porque así actúa normalmente: no elimina los peligros al principio, sino cuando crecen y alcanzan su s últimos límites, y cuando la mayoría de la gente ha perdido toda esperanza – y entonces, finalmente, obra lo sorprendente, lo inesperado, manifestando su poder e instruyendo en la paciencia a los expuestos al peligro. Por lo tanto, no desesperes.[12]

Crisóstomo pasó a la historia no tanto como teólogo o dogmático, sino como un ardoroso predicador, gran intérprete de la escritura y un maestro  de la vida moral y espiritual. Sus sermones  preservan la brillantez, intensidad, frescura, belleza de pensamiento y el poder moral y espiritual que tanto impresionaron a sus contemporáneos. Fue a menudo comparado con San Pablo, a quien el mismo Crisóstomo veneraba profundamente – hecho del cual da testimonio la homilía final de su ciclo de comentarios sobre la Epístola a los Romanos:

¿Quién me permitirá ahora arrojarme al cadáver de Pablo, aferrarme a su ataúd y mirar los restos de su cuerpo que llenó todas sus carencias con las aflicciones de Cristo, que llevó las llagas de Cristo y sembró el evangelio por todas partes?; el polvo de ese cuerpo con el que Pablo viajó por todo el mundo, el polvo de ese cuerpo a través del cual habló Cristo, por el cual resplandeció una luz más brillante que el relámpago, por el cual resonó una voz que fue para los demonios más terrible que el trueno… Esta voz… purificó el universo, detuvo la enfermedad desterró el vicio, infundió la verdad; en esta voz estaba presente Cristo mismo, y a todas partes fue con él; y lo que era el querubín, eso era la voz de Pablo. Como Cristo se sienta sobre los poderes celestiales, así se sentaba sobre la lengua de Pablo. ¡Si sólo pudiera ver el polvo de su boca, a través de la cual Cristo pronunció grandes e inefables secretos, aún mayores que los que él mismo había proclamado!… Si tan sólo pudiera ver el polvo, no sólo de la boca de Pablo, sino también de su corazón, que bien podría ser llamado el corazón del universo, la fuente  de incontables  bendiciones, el inicio y  elemento de nuestra vida… su corazón  era el corazón de Cristo, tableta* del Espíritu Santo y libro de la gracia… le fue concedido amar a Cristo como nadie más ha amado.[13]

De los teólogos del siglo V, los más importantes fueron Cirilo de Alejandría (c.377-444) y Teodoreto de Ciro. Ambos escribieron gran cantidad de obras exegéticas, dogmáticas y apologéticas que forman parte del precioso legado de la literatura cristiana. Cirilo y Teodoreto representan a dos escuelas exegéticas y cristológicas diferentes: la alejandrina y la antioquena. Desde los tiempos de  Clemente y Orígenes, la escuela alejandrina se distinguió por la interpretación alegórica de la Escritura, mientras que la antioquena  estaba marcada por un enfoque literal y moral. La cristología alejandrina enfatizaba la unidad de  las naturalezas de Cristo, mientras que  la escuela antioquena resaltaba su diferencia. En  ambas escuelas hubo teólogos que fueron condenados por la iglesia como herejes: Teodoro de Mopsuestia y Nestorio entre los antioquenos, y Eutiquio entre los alejandrinos.  Sin embargo, ambas corrientes produjeron teólogos que luego serían nombrados entre los grandes padres de la iglesia. Preeminente entre los antioquenos fue Juan Crisóstomo, y entre  los alejandrinos, san Cirilo. La victoria alejandrina llegó en el tercer concilio ecuménico, mientras que la  cristología antioquena fue aprobada  por la iglesia en el cuarto concilio ecuménico. No obstante, durante el periodo entre estos concilios, cuando la lucha  entre estas dos escuelas  era particularmente intensa, Cirilo y Teodoreto terminaron en lados distintos de las barricadas. El primero se declaró contra la herejía de Nestorio, mientras que el segundo defendió por mucho tiempo a Nestorio, escribiendo polémicas contra Cirilo. Estas obras de Teodoreto fueron condenadas en el quinto concilio ecuménico; con todo, sus demás escritos fueron reconocidos como ortodoxos, y Teodoreto fue canonizado junto con Cirilo. Así, dos grandes teólogos que – cada cual a su modo – defendieron y desarrollaron la doctrina ortodoxa, y que no pudieron reconciliarse en vida, fueron reconciliados en la conciencia de la iglesia.

Los escritos atribuidos a Dionisio el Areopagita, que en el ambiente académico se conocen como el Corpus Areopagiticum, ocupan un lugar especial en la literatura cristiana de oriente durante la época de los concilios ecuménicos. Dionisio el Areopagita vivió en el siglo primero y fue convertido al cristianismo por San Pablo (Hch17:34) y según la tradición, fue el primer obispo de Atenas. Sin embargo, es hasta la primera parte del siglo VI que se mencionan por primera vez las obras que se le atribuyen, y hasta mediados del siglo comenzaron a leerse ampliamente. Se han hecho esfuerzos constantes, aunque hasta hoy infructuosos, para descubrir el nombre del verdadero autor. La opinión dominante entre los expertos contemporáneos es que el Corpus Areopagiticum apareció a principios del siglo VI, y si bien la autoría de esta colección es incierta, eso no mengua su valor como una importante fuente de la doctrina cristiana y una de las obras más sorprendentes, profundas y significativas de la literatura bizantina.

La colección incluye las siguientes obras: Sobre los Nombres Divinos, que ofrece una interpretación teológica de los nombres de Dios; Sobre las Jerarquías Celestiales, que hace un repaso sistemático de la enseñanza cristiana sobre los ángeles; Sobre la Jerarquía de la Iglesia, que describe la estructura jerárquica de la iglesia y hace una interpretación mística y alegórica de los servicios litúrgicos; y Sobre la Teología Mística, que retrata la obtención del  conocimiento de Dios como una entrada a las profundidades místicas de la “oscuridad divina”. El corpus contiene también diez epístolas que desarrollan ideas expuestas en Sobre la Teología Mística.

El rasgo más distintivo de la doctrina del Areopagita es la noción de una estructura jerárquica en el mundo y la idea de que Dios entrega la “procesión divina” (las energías de Dios) en orden descendente a los rangos menores de los seres creados. Los nueve rangos de la jerarquía angelical, encabezados por Cristo mismo, fluyen hacia la jerarquía de la iglesia. El propósito de esta jerarquía es llevar todo el mundo creado, incluyendo al hombre, a un estado de deificación. El camino a la deificación, o el camino al conocimiento de Dios, se describe en el corpus Areopagiticum igual que en los escritos de Gregorio de Nisa, basándose en la narración bíblica del ascenso de Moisés al monte Sinaí. Este camino comienza con la catarsis o purificación y termina en el éxtasis, trascendiendo la mente humana los límites del pensamiento discursivo:

No en vano el Divino Moisés recibió órdenes de primero purificarse y luego apartarse de los no purificados. Acabada la purificación oyó las trompetas de múltiples sonidos y vio la s muchas luces de rayos fulgurantes. Ya separado y acompañado por los sacerdotes elegidos llegó a la cumbre de las ascensiones divinas, pero todavía no encontraba al mismo Dios, no contemplaba al no visible, sino  el lugar de Su morada. Esto significa, creo yo, que las cosas más santas y sublimes percibidas por nuestros ojos y nuestra inteligencia no son  las razones hipostáticas de los atributos que verdaderamente convienen a la presencia de aquél que todo lo trasciende. A través de ellas, sin embargo, se hace manifiesta su inimaginable presencia al andar sobre las alturas de aquellas cúspides inteligibles de sus más santos lugares. Entonces es cuando el espíritu despojado de todo cuanto ve y es visto, penetra en las misteriosas tinieblas del no saber. Allí, renunciando a todo lo que pueda la mente concebir, abismado totalmente en lo que no percibe ni comprende, se abandona por completo en aquél que está más allá de todo ser. Allí, sin pertenecerse a sí mismo ni a nadie, renunciando a todo conocimiento, queda unido por lo más noble de su ser con aquél que escapa a todo conocimiento; por lo mismo que nada conoce, entiende sobre toda inteligencia.[14]

La enseñanza de Dionisio tuvo un enorme impacto en todos los aspectos de la vida de la iglesia en Oriente y Occidente, incluyendo la teología, los servicios litúrgicos, y las artes religiosas. Su influencia puede verse en muchas obras de san Máximo el Confesor (†662), que compuso muchas obras dedicadas a temas dogmáticos, ascéticos y místicos. Entre sus escritos exegéticos está  Preguntas a Thalasios y otras obras escritas en respuesta a preguntas teológicas difíciles tales como los Ambigua, una colección  con título latino, que explora pasajes difíciles de las obras de Dionisio y de Gregorio el Teólogo. Sus escritos  exegéticos también incluyen el comentario al salmo 59 y el comentario  a la oración del Señor, así como la Scholia sobre las obras de Dionisio , que en la tradición de los manuscritos bizantinos se ha conservado junto con el Corpus Areopagiticum y mezclado con  comentarios de otros autores (por ejemplo, Juan de Scitópolis ). En sus muchas epístolas, la Disputa con Pirro, y su Centurias sobre Teología y La Dispensación Encarnada del Hijo de Dios, Máximo trata sobre cuestiones dogmáticas tales como la doctrina de las dos naturalezas de Cristo, las dos operaciones y las dos voluntades. Su corpus de literatura moral y ascética incluye cuatro Centurias sobre el Amor  y una Homilía sobre la Vida Ascética. Única entre sus obras está la Mistagogia, un comentario místico y simbólico y una Meditación sobre la Iglesia y la Liturgia escrita en la tradición de Sobre la Jerarquía de la Iglesia de Dionisio.

San Juan Damasceno presenta en sus escritos un resumen del desarrollo del pensamiento cristiano oriental durante la época de los concilios ecuménicos; entre sus obras encontramos una muy extensa, intitulada Fuente de Conocimiento, que consta de tres partes. La primera parte lleva el nombre de Capítulos Filosóficos y es básicamente una introducción a la dialéctica de Aristóteles. La segunda parte, llamada Sobre la Herejía, es un compendio de todas las herejías conocidas hasta ese momento, compiladas tomando como base el Panarion de San Epifanio de Chipre (siglo V), con la adición de algunas  herejías posteriores, incluyendo, como lo mencionamos arriba, el Islam. La última parte del libro es la más conocida y se intitula Una Exposición Exacta de la Fe Ortodoxa – una concisa presentación de los dogmas cristianos. Las más importantes de las otras obras dogmáticas de San Juan son los tres tratados Sobre las Divinas Imágenes, que se convirtieron en el manifiesto de los iconodulos durante la época de la iconoclasia, así como una serie de tratados contra los jacobitas, los monofisitas, los monotelitas y los maniqueos. También escribió varios sermones sobre las fiestas de la iglesia y compiló los Paralelos Sagrados, una colección de dichos de diversos autores sobre cuestiones morales y teológicas. Juan Damasceno pasaría a la historia de la iglesia también como un eminente himnógrafo: a él se atribuye la autoría de muchos textos que ahora forman parte de la vida litúrgica de la iglesia ortodoxa.

La mayoría de las obras de San Juan son de carácter recopilatorio, pues hizo uso sistemático de los escritos de otros en sus obras. Él entendía que su tarea era, antes que nada, recolectar y ordenar la tradición de la iglesia. Como Basilio Magno, Juan comprendió la tradición como el legado espiritual, teológico y litúrgico que se entrega oralmente en la iglesia, y que, en su opinión, no es menos importante que la escritura para la vida de la iglesia:

Los testigos oculares y los ministros de la palabra no sólo entregaron la ley de la iglesia en textos, sino también en ciertas tradiciones no escritas. Porque ¿de donde conocemos el santo lugar del calvario? ¿De dónde sale el memorial de la vida?… ¿Cuál es el origen del triple bautismo, que se hace con tres inmersiones?… ¿De dónde la veneración de la cruz?… ¿No es acaso de la tradición no escrita? Por eso dice el divino apóstol, “Así pues, hermanos, manteneos firmes y conservad las tradiciones que habéis aprendido de nosotros, de viva voz o por carta.”[2Tes 2:15] Ya que en la iglesia se han ido legando en forma no escrita muchas cosas que se han conservado hasta ahora. [15]

La tradición de la iglesia es un criterio de fidelidad a Cristo y al Evangelio por el cual puede distinguirse la verdadera ortodoxia de la herejía. Para la iglesia, este criterio interno es más importante que cualquier otro criterio que pudiera imponerse desde fuera, incluyendo el edicto imperial. En sus polémicas con las autoridades civiles, San Juan declara inequívocamente la respuesta de la iglesia a la política  de intervención de los gobernantes seculares en los asuntos eclesiásticos tan típica de toda la época de los concilios ecuménicos:

No es de los emperadores el legislar para la iglesia… el buen orden político es asunto de los emperadores, la constitución de la iglesia es el de los pastores y maestros. Nos sometemos a ti, ¡Oh, emperador!, en materias de esta vida, impuestos, contribuciones, deudas comerciales,  en las cuales  te confiamos nuestros intereses. Para la constitución  de la iglesia tenemos pastores que nos dicen la palabra y representan el orden eclesiástico. Nosotros no quitamos los antiguos límites puestos por nuestros padres, sino que nos aferramos a nuestras tradiciones como las hemos recibido. Pues si vamos a quitar  aunque sea una pequeña parte de la estructura de la iglesia, dentro de poco se destruirá todo el edificio… no acepto que un emperador tiránicamente aceche y hostigue al sacerdocio. ¿Han recibido los emperadores la autoridad para atar y desatar?… no estoy convencido de que la iglesia deba regirse por los cánones imperiales, sino más bien por las tradiciones patrísticas, tanto las escritas como las no escritas.[16]

[1] Sobre la Encarnación 54, A Religious of C.S.M.V., trans. (Crestwood, NY: SVS Press, 1953), 93.

[2] Citado por Gregorio Nazianceno Oraciones 43.49.

* Corpus designa al conjunto más extenso y ordenado posible de textos de un mismo autor o sobre un mismo tema. (N.T.)

[3]  Cf. Noret, “Grégoire de Nazianze, l’auteur le plus cité, après la Bible, Dans la littèrature ecclesiastique byzantine,” en Justin Mossay, ed., Symposium Nazianzenum (Padeborn- München-Wien- Zürich,1983), 259- 66.

[4] Cf. Platón Timeo28c: “Uno no puede buscar al Creador y causa de este universo; si lo hallamos, no seremos capaces de hablar de él con los demás.”

[5] Oraciones 28.4

[6] Oraciones 38.7.

[7] Oraciones 40.41.

 

[8] Oraciones 38.7.

 

[9] Poemas 1.2.14, “Sobre la Naturaleza Humana,” en Peter Gilbert, trans., Sobre Dios y el Hombre: la Poesía Teológica de San Gregorio de Nacianzo (Crestwood, NY: SVS Press, 2001), 132-34.

[10] Cf.Meyendorff, Introducción, 228-33

 

[11]  A Harmonio, citado en Hieromonje Hilarión (Alfeyev), ed., Los Padres Orientales y Maestros de la Iglesia del siglo IV  (Moscú 1996), 2.351

[12] Epístolas a Olympias 1.

* En la antigüedad se utilizaban tabletas de cera para escribir en ellas anotaciones que pudieran borrarse, en ellas  se escribían las noticias del día, las lecciones de la escuela y las órdenes en los cuarteles. (N.T.)

[13] Homilía sobre la Epístola a los Romanos 32.3

[14] Sobre la Teología Mística 1, en Hieromonje Hilarion (Alfeyev), ed., Padres Orientales del Siglo Quinto (Moscú 2000),208

[15] Segundo Tratado sobre las Imágenes Divinas 16, en Louth, trans.,72-73

[16] Segundo Tratado sobre las Imágenes Divinas 12,16, en Louth, trans.,68-69,73

 

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Padre Juan R. Méndez ()

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