En la misericordia de Dios Altísimo
 
Juan Décimo
 
Patriarca de Antioquía y Todo Oriente
 
A los hermanos pastores de la Santa Iglesia Antioquena,
 
Y a mis hijos en todos los extremos de esta Sede Apostólica.
“Siendo Tú el Dios de la paz y el Padre de las misericordias, oh Amante de la humanidad, nos has enviado a tu Ángel, el Mensajero de tu gran voluntad, otorgándonos la paz. Por lo tanto, guiados hacia la luz del divino conocimiento, salimos de la noche glorificándote.”
Con estas palabras, mis queridos, describió la pluma del poeta de las alabanzas lo que sucedió en la grandiosa Natividad. Con estas palabras marcó la luz de Cosme el Melodioso, hijo de nuestro Oriente, los siglos y los tiempos para que cuenten sobre lo que se entona y lo que se canta en Oriente en el día de la Natividad de Cristo Señor, Apóstol de la misericordia y Fuente de la paz.
Viene a nuestro encuentro estos días “el Mensajero de la gran voluntad” trayendo consigo para la humanidad  la paz del Creador a todo lo que respira. Viene a nuestro encuentro para decirnos a cada uno de nosotros: “Tú hombre que estas acongojado con las preocupaciones mundanas y sus inquietudes, ven a mí al pesebre de Belén y deposita tu cansancio a mis pies para que encuentres paz y alivio.” El pesebre de Belén es una imagen del corazón y la existencia del ser humano que se alimenta de la humildad y se fortalece en la virtud y se arma de la paciencia y el socorro para recibir al Señor que habitará en él santificando su vida.
Viene a nuestro encuentro en estos días la Paz de toda la creación, Jesús. Él es nuestra paz que unge las heridas de este ser humano oriental. Sale a nuestro encuentro para que con su Navidad enterremos las tristezas del año que pasó y para que inauguremos con esperanza el camino del nuevo año. Sale a nuestro encuentro para darnos su paz que es garantía de nuestra paz para todos: para la patria, para la iglesia y para el ser humano.
A nuestro pueblo creyente en estas tierras les decimos: Nosotros somos los embajadores de la paz y del amor y tenemos a la vez nuestras raíces firmes en la profundidad de la historia y la geografía de estas tierras. Nuestras armas y nuestra primavera son el encuentro con el otro, su aceptación y su participación para llevar conjuntamente las cargas de este mundo. Somos embajadores de la paz pero no estamos aquí para doblegar bastones. Somos embajadores de la paz, del amor y del encuentro. Nuestra arma es nuestra paz. Nuestra esperanza y nuestra misión es la verdadera hermandad con aquellos que el Dios Supremo y Creador del cielo y de la tierra nos ha concedido.
Las campanas de nuestras iglesias que se levantaron hace ya mucho tiempo y seguirán repicando con fuerza y vigor a pesar de las vicisitudes del tiempo. El pulso de nuestro amor por el otro, por el vecino y por el prójimo se seguirá oyendo y es este amor quien proclamará al mundo que los apóstoles pasaron por aquí y que sus hijos serán apóstoles del amor y una raíz firme e inamovible por los días difíciles. La iglesia ofreció grandes confesores tales como Juan Damasceno y dio a luz a grandes mártires como el Padre José Muhanna Haddad, es decir san José Damasceno.
Esta Iglesia no ahorró ni ahorrará esfuerzos para ser embajadora del amor y de la paz. Esta Iglesia ofreció sacrificios por muchos sobre el altar de la patria, la iglesia y el ser humano. Ser embajador de la paz no quiere en ningún momento decir ser embajador de la rendición. Nosotros no nos rendiremos nunca frente a quienes comenten sacrilegio contra las cosas santas y no cesaremos nunca de acusar el secuestro de nuestros obispos Juan y Pablo y de los sacerdotes y de cualquier inocente en esta tierra. No nos callaremos nunca frente a quienes detuvieron el son de nuestra paz, es decir, a las monjas de Malula y sus huérfanos. Estamos llamados a hacer escuchar nuestra voz a lo alto, en la patria y en la diáspora, contra todo aquel que intente quitarnos nuestro son de paz. Las monjas de Malula y sus huérfanos no llevaban consigo más que las velas de la súplica y mis hermanos los obispos no llevaban consigo más que el son de la paz. ¡Que distante está el mundo entero de las súplicas de las monjas y de la misión de paz de los obispos!
Tu paz, Señor, es garantía para nuestra Iglesia Ortodoxa Antioquena, la cual está llamada, tanto el clero como el pueblo, a tratar todos los asuntos con el espíritu del amor y la mansedumbre. Toda herida en el cuerpo del Señor, que somos nosotros como comunidad, es causa de tristeza para todos. Tenemos en nuestra Iglesia los suficientes medios para tratar las debilidades de unos y otros de manera que no acudamos a damnificar la construcción de la que somos responsables. Nuestro amor por Dios y por los demás nos exige a no sacrificar esta unidad existencial por razones propias de los individuos. Dios en su condescendencia habitó entre nosotros para que el mundo reciba la buena voluntad. Dios mora en la paz y la reflexión del espíritu. Dios mora en los corazones que se envuelven y se revisten del amor: “Ámense unos a otros… en esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis amor los unos por los otros.” (Jn 13:34-35) Este amor no es necesario sólo para nosotros, sino para el mundo entero a fin de que confíen en Dios que es quien nos mueve. Esta es una responsabilidad propia de todos nosotros, si realmente amamos a Cristo. Dice el Señor en el Evangelio según san Juan: “para que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundocrea que tú me enviaste.” (Jn 17:21). Con estas esperanzas recibimos la Navidad y llamamos a todos nuestros hijos con reiteración a que se revistan con su Espíritu. La Iglesia se glorifica con la glorificación de nuestro Señor, cuando borramos de las páginas de nuestro corazón la culpa del otro y dejamos de publicar todo tipo de difamación y maledicencia, cuando solucionamos nuestros problemas con la lógica del amor y del encuentro, que es la lógica del Evangelio. La Iglesia se glorifica con la glorificación de su Esposo cuando somos verdaderos pastores y feligresías de un solo cuerpo y un solo corazón, capaces de consolar a los tristes y de dar el ejemplo al mundo.
Desde aquí, desde el corazón de la Mariamíe en Damasco les envío mis bendiciones apostólicas a todos nuestros hijos en la patria y en los países de la diáspora y rezo al Niño recién nacido  en el pesebre para que unja las lágrimas de los entristecidos, consuele el corazón de los desplazados y reciba en su divina misericordia a las almas de los que reposan. Le pido al Señor que decore este nuevo año que comienza con el regreso de los secuestrados y con el rayo de su paz divina y verdadera.
Que Dios proteja Siria y el Líbano y los haga patria de la paz y de la convivencia. Que Dios proteja Oriente y todo el mundo. Que Dios nos conceda unas fiestas plenas de bendiciones en las que manifieste el resplandor de su paz verdadera.
Emitida desde la sede patriarcal en Damasco,
El 20 de Diciembre de 2013

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Padre Juan R. Méndez ()

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