Pos fiesta del Entrada del Señor en el Templo; Santos Simeón que recibió a Dios y Profetisa Ana

Según el Evangelista Lucas, Simeón recibió la promesa del Espíritu Santo que no se iba a morir hasta que no vea a Cristo. Y según la tradición, él recibió esta promesa 270 años antes del nacimiento del Cristo. En aquellos tiempos él fue uno de los 70 traductores que traducían los libros de la Santa Biblia del hebreo al griego para la biblioteca del rey de Egipto Ptolomeo Filadelfo. Cuando Simeón estaba traduciendo las profecías de Isaías sobre el Emmanuel y su nacimiento de una Virgen, él dudó sobre la exactitud de la profecía y quiso cambiar la palabra “virgen” por “mujer.” En este momento tuvo una revelación del Espíritu Santo, que le dijo que no debía cambiar la profecía y que él no moriría hasta ver el cumplimiento de la profecía.

Cuando el Divino Niño nació y fue traído al Templo, Simeón recibió la revelación del Espíritu Santo de que su esperanza se había hecho realidad y que en el Templo de Jerusalén él finalmente vería al Salvador.

Al llegar al Templo el santo anciano no solamente vio al Niño prometido y a su Purísima Madre Virgen, sino además fue digno de levantar a Cristo en sus brazos. Aquí, san Simeón pronunció aquellas inmortales palabras que diariamente se escuchan durante los oficios religiosos de las vísperas: “Ahora, Señor, a tu siervo deja irse en paz, Señor, según tu palabra, porque mis ojos han visto tu salvación, la cual tenías destinada ante la faz de los pueblos, luz que ilumina a las naciones y la gloria de tu pueblo Israel.”

Aquí Simeón hace el papel de representante de la humanidad del Antiguo Testamento que esperaba al Salvador y simultáneamente se convierte en el predicador de la Gracia del Nuevo Testamento.

El evangelista Lucas no aclara a que se dedicaba san Simeón, pero en las canciones de la iglesia es llamado el sacerdote y el santo. Es muy posible que él fuera uno de los sacerdotes que oficiaban en el Templo (Lucas 2:23-37).

Junto a Simeón fue digna de encontrar al Señor en el Templo de Jerusalén santa Ana la profetisa. El Evangelio dice que ella provenía de la tribu de Aser y fue la hija de Fanuel. Después de estar casada durante 7 años ella se quedó viuda y a partir de este tiempo no se apartaba del Templo sirviendo a Dios de día y de noche con ayunos y oraciones (Lucas 2:37). Por eso ella tenía el don de profecía. Para nosotros santa Ana es el ejemplo de una viuda justa y digna de respeto. Según el Apóstol Pablo, estas viudas representan un gran valor para la Iglesia y sirven como ejemplo y enseñanza para la juventud (Tim 5:3-5).

Ella ya había llegado a una edad avanzada e igual que san Simeón estaba esperando al Salvador. Ella estaba atenta a todos los hechos espirituales y añadió su voz de anciana a la glorificación que manifestó san Simeón durante el encuentro con el Niño Divino en el Templo. En las oraciones de la Iglesia, santa Ana es venerada como una casta viuda, muy respetada por todos, una santa anciana y la profetisa del Nuevo testamento.

Tropario, tono 1

Regocíjate, oh Llena de Gracia, Virgen Madre de Dios; * porque por ti hoy resplandece el Sol de Justicia, * Cristo nuestro Dios, * quien ilumina a los que han estado en las tinieblas. * Alégrate también tú, oh justo anciano, *que re­cibiste en tus brazos al redentor de nuestras almas, * quien nos otorga la resurrección.

Condaquio, tono 1

Por tu nacimiento santificaste las entrañas de la Virgen, oh Cristo Dios, * las manos de Simeón bendijiste debidamente, * y a nosotros nos alcanzaste y salvaste. * Conserva a tus fieles en la paz * y auxilia a los que amas * porque Tú eres el único que amas a la humanidad.

Gran fiesta del Encuentro del Señor en el Templo

Esta fiesta, conocida en Occidente como la Presentación de Cristo en Templo o la Purificación de la Bienaventurada Virgen María, lleva en Oriente el título de «Encuentro» (griego, Hypapantē; eslavo, Srétenie) – esto es, el encuentro de Cristo con su pueblo.

Es una de las doce grandes fiestas del año y celebra como nuestro Señor, traído al Templo por su Madre Santísima y por el justo José, cuarenta días después de su nacimiento, ahora encuentra a su pueblo escogido representado en las personas del anciano Simeón y la profetisa Ana.

Con esta fiesta concluye la secuencia de la Natividad, que comenzó unos ochenta días antes con el inicio del ayuno de la Natividad.

En el Encuentro, como en la Natividad y en la Teofanía, la Iglesia medita sobre la kenosis, el completo vaciarse a sí mismo del Verbo encarnado.  «Aquel que una vez dio la Ley se somete hoy a las ordenanzas de la Ley, en su compasión haciéndose como nosotros por nuestra causa» (Lytia de las Vísperas). Los textos para este día están basados en parte en el cántico de Simeón, Ahora Señor puedes dejar a tu siervo… (cfr. San Lucas 2:29-32): hablan de la salvación que Cristo ha venido a otorgar; de la gloria y luz de la revelación que han sido concedidas mediante su Encarnación.

La fiesta se extiende hasta el 9 de febrero inclusive

Tropario, tono 1

Regocíjate, oh Llena de Gracia, Virgen Madre de Dios; * porque por ti hoy resplandece el Sol de Justicia, * Cristo nuestro Dios, * quien ilumina a los que han estado en las tinieblas. * Alégrate también tú, oh justo anciano, *que re­cibiste en tus brazos al redentor de nuestras almas, * quien nos otorga la resurrección.

Condaquio, tono 1

Por tu nacimiento santificaste las entrañas de la Virgen, oh Cristo Dios, * las manos de Simeón bendijiste debidamente, * y a nosotros nos alcanzaste y salvaste. * Conserva a tus fieles en la paz * y auxilia a los que amas * porque Tú eres el único que amas a la humanidad.

 

Preparación para la fiesta del Encuentro en el Templo de nuestro Señor, Dios y Salvador Jesucristo/ Mártir Trifón de Campsada en Siria

Como todas las grandes fiestas en la Iglesia, que van precedidas de una preparación o prefiesta, hoy nos preparamos para la fiesta de la Presentación del Señor en el Templo a los 40 días de su nacimiento, fiesta que en Oriente es conocida como del Encuentro de nuestro Señor en el Templo.

Tropario de la Prefiesta, tono 1

El coro celestial se inclinó desde el cielo * hacia la tierra, y contempló * al primogénito de todo * llevado al altar cual un lactante * cuya madre no conoce varón, * y admirado cantó con temor junto a nosotros * la preparación de la fiesta.

Santo Mártir Trifón

 

Este santo era natural de Lampsaco Frigias (antigua región de Asia Menor), y vivió en los años de los reyes Gordiano (238-244), Filipos y Decio.

Era muy pobre y de niño se dedicaba a cuidar animales en el campo para poder vivir, y mientras realizaba su humilde trabajo, reflexionaba sobre las Sagradas Escrituras y con mucho celo realizaba sus deberes religiosos.

Realmente el humilde y piadoso Trifón con perseverancia, no solo llego a conocer muy bien las Sagradas Escrituras, sino que pudo también enseñarla; tan bendecido estaba por la gracia divina el santo, que realizaba milagrosas curaciones.

La fama del Trifón llegó a oídos del rey Gordiano, quien envió a llamarlo porque su hija estaba enferma; de hecho, fue curada por las oraciones de Trifón. El padre agradecido intentó pagarle, pero el santo se negó a aceptar pago alguno y se retiró con el agradecimiento del rey. Si embargo en la época de Decio (249-251), Trifón fue arrestado, confiesa su fe en Cristo valerosamente, y sin miedo expresa fervientemente su oposición a la idolatría. Entonces el prefecto oriental Aquilino, ordena que lo golpeen duramente, luego es atado a un caballo y arrastrado; es desnudado, arrojado sobre clavos y quemado con antorchas encendidas, finalmente es decapitado, pero ya había entregado su espíritu en las manos de Dios.

Por las oraciones del santo Mártir Trifón, oh Señor Jesucristo, Dios nuestro, ten piedad de nosotros y sálvanos. Amén

Tropario tono 4, del común de Santos Mártires

Tu mártir, oh Señor, * ha obtenido de ti * corona de incorrupción * en su lucha, Dios nuestro. * Al tener, pues, tu fuerza, * ha vencido a tiranos * y aplastado de los demonios * su abatida insolencia. * Por sus intercesiones, oh Cristo Dios, * salva nuestras almas.

Santos Inmercenarios y Milagrosos Ciro y Juan

Ciro era un médico de Alejandría a quien el ejercicio de su profesión había dado múltiples ocasiones de atraer a los paganos a la fe de Jesucristo. Juan, que era árabe y al saber que una dama llamada Anastasia y sus tres hijas eran torturadas en Canopo de Egipto, por el nombre de Cristo, fue a dicha ciudad para animarlas a sufrir, acompañado de Ciro. Ambos fueron aprehendidos y cruelmente golpeados; los verdugos les quemaron los costados con antorchas encendidas y echaron sal sobre sus heridas, en presencia de Anastasia y sus hijas, quienes fueron también torturadas. Finalmente, las cuatro mujeres fueron decapitadas, mientras que a Ciro y Juan se les cortó la cabeza, algunos días más tarde, el 31 de enero. Las Iglesias siria, egipcia, griega y latina veneran la memoria de los mártires.

Sobre estos santos que, al igual que Cosme y Damián, fueron venerados en Grecia como médicos que no cobraban honorarios (inmercenarios o anárgiros) existe abundante literatura. Entre ella, sobresalen tres breves discursos de san Cirilo de Alejandría y un panegírico de san Sofronio, patriarca de Jerusalén (638). En dicho panegírico, se encuentran algunos datos sobre una práctica semejante a la incubación, tan común en los templos de Esculapio. La autoridad de los escritos de san Sofronio, que había sido curado en el santuario de los mártires Ciro y Juan, descansa en parte sobre las citas que se hallan en los documentos del segundo Concilio de Nicea, en 787. San Cirilo narra un hecho interesante: para acabar con los ritos supersticiosos de Isis que sobrevivían todavía en Menuthi de Egipto a principios del siglo V, el mejor medio que encontró san Cirilo fue trasladar a dicha ciudad las reliquias de los santos Ciro y Juan. El gran santuario que fue construido en Menuthi se convirtió en un famoso sitio de peregrinación. El nombre actual de la ciudad es Abukir, es un nombre derivado de Ciro, el primero de nuestros mártires.

Tropario, tono 5

Nos has dado los milagros de tus santos mártires * cual muro inamovible, oh Cristo Dios: * por sus plegarias, disipa las tramas de los adversarios * y resguarda las defensas de la Iglesia, * pues eres bondadoso y amas a la humanidad.

Sinaxis de nuestros Padres entre los Santos, los Tres Grandes Jerarcas y Maestros Ecuménicos: Basilio Magno, Gregorio el Teólogo y Juan Crisóstomo

Cada uno de estos tres grandes santos tiene su propio día de fiesta: san Basilio Magno, el 1° de enero; san Gregorio el Teólogo, el 25 de enero; y san Juan Crisóstomo, el 13 de noviembre y el 27 de enero. Esta fiesta común del 30 de enero fue instituida en el siglo XI, durante el reinado del emperador Alejo Comneno. Cierta vez hubo un desacuerdo entre el pueblo acerca de cuál de estos tres era el más grande. Unos exaltaban a Basilio por su pureza y valentía; otros a Gregorio por la profundidad y altura insondables de su genio teológico; y aún otros a Crisóstomo por su elocuencia y claridad en la exposición de la Fe. De este modo, algunos eran llamados basilianos, otros gregorianos, y aún otros juanistas. Esta disputa fue resulta por la providencia divina para el bien de la Iglesia, y la mayor gloria de los tres santos. El obispo Juan de Eucaita (cfr. 14 de junio) tuvo una visión en sueños: primero, cada uno de los tres santos se le apareció por separado en gran gloria, y después de esto los tres se le aparecieron juntos. Estos le dijeron: «Como ves, somos uno en Dios y no hay desacuerdo entre nosotros, así como tampoco hay primero ni segundo entre nosotros». Los santos también indicaron al obispo Juan que escribiese un servicio común para ellos y ordenara un día para la conmemoración común. Tras esta maravillosa visión, la disputa se resolvió designando el 30 de enero como fiesta común de los tres jerarcas. Los griegos consideran esta fiesta no sólo como una celebración eclesiástica, sino también como su más importante fiesta nacional de la educación.

Tropario, tono 1

Venid, honremos con himnos * a los tres grandes astros de la divinidad de triple luz, * quienes han alumbrado el universo * con los rayos de las santas doctrinas; * dulcísimos ríos de sabiduría, * que han regado todo el universo con ciencia divina: * Basilio Magno, Gregorio el Teólogo * y el glorioso Juan Crisóstomo. * Ellos interceden siempre ante la Trinidad * por los que amamos sus palabras

Traslado de las reliquias del Hieromártir Ignacio obispo de Antioquía

La fiesta principal de san Ignacio el Portador de Dios, se celebra el 20 de diciembre. En esta fecha se conmemora el traslado de sus reliquias desde Roma, donde sufrió el martirio, a Antioquía, donde había sido obispo.

Cuando san Ignacio fue llamado a Roma para dar cuenta de su fe ante el emperador Trajano, varios ciudadanos de Antioquia lo acompañaron durante este largo viaje, motivados por su gran amor por su gran pastor.

El santo de Dios, que nunca hubiese negado su fe en Cristo y rechazó la adulación y las promesas del emperador Trajano, fue condenado a muerte y arrojado a las fieras salvajes en el Circo Máximo. Estas lo hicieron pedazos, e Ignacio entregó su alma a Dios. Sus compañeros recogieron entonces sus huesos descubiertos, y llevándolos a Antioquía, los enterraron. Mas cuando los persas ocuparon Antioquía en el siglo VI, las reliquias de san Ignacio fueron de nuevo trasladadas de Antioquía a Roma.

Tropario, tono 3

Al volar en alturas divinas, * oh gran mártir entre los jerarcas, * fuiste digno del nombre «el Revestido de Dios», * y emprendiste de Antioquía el camino del martirio * hacia la Luz que no conoce ocaso. * ¡Intercede ante Cristo Dios, oh san Ignacio, * para que nos otorgue la gran misericordia!

Nuestros Justos Padre Efrén e Isaac los Sirios

San Efrén el Sirio

Este resplandeciente astro de la Iglesia brilló en Oriente en la lejana ciudad de Nisibis (hoy Nusaybin, Turquía) hacia el año 306. Sintió atracción por el cristianismo desde muy joven y, por esta razón, su padre, un sacerdote pagano, lo echó de la casa familiar.

Fue bautizado a la edad de veinte años, y se retiró poco después al desierto, huyendo de la conmoción de la ciudad para vivir en paz con Dios y en compañía de los Ángeles. Libre de todo apego, fue a donde el Espíritu Santo lo llevase para su propio beneficio y para el de sus hermanos.

Luego de varios años en Edesa, san Efrén regresó al desierto. Después de haber escuchado grandes elogios sobre las virtudes de San Basilio, supo por Dios en una visión que el Obispo de Cesarea era como una columna de fuego que unía la tierra al cielo. Entonces partió de Capadocia y llegó a Cesarea el día de la Teofanía. Entró a la iglesia mientras celebraban la santa Liturgia y, a pesar de no conocer el idioma griego, quedó sorprendido durante el sermón del gran Obispo al ver una paloma blanca en su hombro murmurándole palabras divinas al oído. Cuando la presencia del humilde asceta sirio le fue revelada a san Basilio por la misma paloma, lo fue a buscar de entre los fieles y lo llevó al santuario. Notando después de unos momentos de conversación que Efrén no sabía griego, san Basilio obtuvo para él de parte de Dios la gracia de hablar griego, como si fuera su lengua materna. Luego lo ordenó diácono y lo dejó retornar a su propio país.

Cuando no estaba confirmando la fe de sus enseñanzas contra los paganos y herejes, se dedicaba, como un verdadero diácono, a servir al prójimo, -así como Cristo se hizo nuestro servidor- y por humildad, se negó a ser ordenado sacerdote. Jamás guardó para sí las gracias, dones y virtudes que Dios le dio como fruto de su oración, de su contemplación y de su meditación, sino que con ellas adornó a la Iglesia, la Esposa de Cristo, como con una corona de oro engarzada con piedras preciosas.

Un gran número de sus himnos han sido incorporados en los libros litúrgicos de la Iglesia siríaco-parlante. Podríamos citar “Arpa del Espíritu Santo” y “Maestro del Universo”. Muchas otras obras, especialmente tratados sobre la compunción, la ascesis y las virtudes monásticas, han llegado hasta nosotros bajo el título de san Efrén en griego.

Después de haber organizado la ayuda humanitaria a la ciudad durante la hambruna de 372, san Efrén entregó su alma a Dios en el 373, rodeado de numerosos monjes y ascetas que habían venido de sus monasterios, desiertos y cuevas, a fin de estar presentes en sus últimos momentos. En un testimonio lleno de humildad y compunción, les solicitó a todos los que lo amaban que evitaran en su funeral los gastos superfluos en flores y finas especias para poner su cuerpo y que, en su lugar, lo acompañaran con sus oraciones durante su entierro en el cementerio de los extranjeros.

Tropario tono 3, del común de Santos Anacoretas

Con la efusión de tus lágrimas, * regaste el desierto estéril * y, por los suspiros profundos, * tus fatigas dieron frutos cien veces más, * volviéndote un astro del universo, * brillante con los milagros. ¡Oh nuestro justo padre Efrén, * intercede ante Cristo Dios * para que salve nuestras almas!

 

San Isaac el Sirio, obispo de Nínive

 

San Isaac, nació a principios del siglo VII en el este de Arabia, en lo que actualmente es Qatar en el Golfo Pérsico. Él y su hermano siendo muy jóvenes entraron en el monasterio de san Mateo cerca de Nínive y recibieron la tonsura monástica. Habiendo adquirido las virtudes y un modo de vida ascética atrajo la atención de los hermanos del monasterio, y ellos propusieron que él dirigiera el monasterio. Pero san Isaac no deseó esta carga, prefiriendo una vida de silencio, así que decidió dejar el monasterio y vivir solo en el desierto. Su hermano le insistió más de una vez volver al Monasterio, pero él no aceptó. Sin embargo, cuando la fama de la santa vida de Isaac se propagó, le hicieron obispo de Nínive.

Viendo las maneras y la desobediencia crudas de los habitantes de la ciudad, el santo se sentía que estaba más allá de su capacidad de dirigirlos, y anhelando la soledad, después de solamente cinco meses como obispo, san Isaac dimitió de su cargo y se retiró a las montañas a vivir con los ermitaños. Más adelante, él fue al monasterio de Rabban Shabur, en donde vivió hasta su muerte, logrando un alto grado de perfección espiritual.

Tropario, tono 1

El que tronó en el Sinaí con leyes salvadoras para el hombre, también ha dado tus escritos como guía de oración a los monjes. Oh revelador de misterios insondables, por haber subido al monte de la visión del Señor, te fueron mostradas sus muchas mansiones. Por lo tanto, oh Isaac Portador de Dios, suplica al Salvador por todos los que te alabamos.

Traslado de las reliquias de san Juan Crisóstomo, arzobispo de Constantinopla

La memoria de san Juan Crisóstomo se celebra el 13 de noviembre y el 30 de enero. En esta fecha, la Iglesia celebra el traslado de sus honorables reliquias desde la villa armenia de Comana, donde había muerto exiliado, a Constantinopla, donde antes había gobernado la Iglesia como patriarca. Treinta años después de su muerte, el patriarca Proclo predicó un sermón en memoria de su padre espiritual y maestro, y con este sermón tanto inflamó el amor del pueblo y del emperador Teodosio el Joven por el gran santo, que todos desearon que las reliquias de Crisóstomo fuesen trasladadas a Constantinopla. Se cuenta que la urna que contenía las reliquias de san Juan Crisóstomo no pudo moverse de su lugar hasta que el Emperador escribió una carta a Crisóstomo suplicándole que perdonara a Eudoxia, madre de Teodosio (que había sido responsable del exilio del santo), y pidiéndole que regresase a Constantinopla, su antigua residencia. Cuando la carta de arrepentimiento fue colocada sobre la urna, esta se tornó liviana. Durante el traslado de las reliquias, muchos enfermos fueron sanados al tocar la urna.

Cuando las reliquias llegaron a la capital, el Emperador de nuevo pidió perdón del santo ante las mismas en nombre de su madre, como si fuese ella quien hablara: «Mientras viví en esta vida pasajera actué con malicia contra ti; ahora que vives en la vida inmortal, haz beneficio a mi alma. Mi gloria ha pasado y en nada me ayudó. ¡Ayúdame, oh padre, en tu gloria! ¡Ayúdame antes de que sea condenada en el Juicio de Cristo!».

Cuando el santo cuerpo fue traído a la Iglesia de los Doce Apóstoles y colocado en el trono patriarcal, la multitud escuchó de su boca estas palabras: «Paz a todos». El traslado de las reliquias de san Juan Crisóstomo ocurrió en el 438 d. C.

Tropario, tono 8

La Gracia, que por tu boca como fuego resplandeció, * ha iluminado el universo, * ha revelado al mundo los tesoros de la pobreza * y ha mostrado la excelsitud de la humildad. * ¡Oh padre Juan Crisóstomo, * cuyas palabras nos han educado, * intercede ante el Verbo, Cristo Dios, * para que salve nuestras almas!

San Jenofonte con su esposa María y sus dos hijos Arcadio y Juan de Constantinopla

“A los ricos de este mundo, mándales que no sean arrogantes ni pongan su esperanza en las riquezas, que son tan inseguras, sino en Dios, que nos provee de todo en abundancia para que lo disfrutemos. Mándales que hagan el bien, que sean ricos en buenas obras, y generosos, dispuestos a compartir lo que tienen” (1ª Epístola a Timoteo 6:17-18). Este pedido, san Xenofón lo cumplió hasta el final, acompañado de María, su mujer, Arcadio y Juan sus hijos. Pues, aunque, la familia era económicamente acomodada, el santo siempre tenía la puerta de su casa abierta para socorrer a los pobres, y también toda su familia ayudaba con un gran espíritu filantrópico. Se apresuraban a socorrer a los huérfanos, dedicaban importantes sumas de dinero a la liberación de esclavos.

Con la idea de que los hijos de Jenofonte estudiasen leyes, los envían a Beirut, pero en el camino corrieron peligro sus vidas, y luego de sortear este inconveniente, decidieron ir a Jerusalén donde fueron ordenados monjes. Al enterarse los padres de lo sucedido a sus hijos, agradecieron y glorificaron a Dios, repartiendo luego todos sus bienes y partieron de la ciudad de Constantinopla donde vivían.

A san Jenofonte lo ordenaron monje y se retiró a un monasterio en el desierto donde tuvo una vida acética. Su esposa Maria tomó el mismo camino monacal en un monasterio de mujeres. Los Santos vivieron muchos años en los monasterios y entregaron sus almas en paz a Cristo.

Tropario tono 4, del común de Varios Justos

Oh Dios de nuestros padres, * que siempre nos tratas de acuerdo con tu bondad: * no retires de nosotros tu misericordia, * sino que, por la intercesión de tus santos, * dirige nuestras vidas en paz.

San Gregorio el Teólogo, arzobispo de Constantinopla

Nació en el pueblo de Nacianzo, cerca de Cesarea de Capadocia, hoy dentro del territorio de Turquía. Su padre, san Gregorio el Anciano, era pagano pero, por la fe de su esposa y su moral cristiana, se convirtió, fue bautizado y anduvo en los caminos de la virtud a tal grado que fue elegido para la sede episcopal de Nacianzo.

En este ambiente creció el hijo Gregorio. La condición desahogada de su familia le permitió realizar bastantes estudios en Cesarea y Atenas: literatura, poesía y retórica. En esta etapa de su vida conoció a su amigo más íntimo, san Basilio.

Gregorio se ofreció a sí mismo como ofrenda ante Dios; su generosidad con los pobres lo dejó libre de cualquier riqueza mundana, y su anhelo más grande era ir hacia el retiro y el silencio. Se puso de acuerdo con su amigo Basilio para construir una ermita donde vivieron juntos en oración, ayuno, estudio de la Biblia y salmodia, y juntos pusieron las reglas de la vida monástica.

El Santo regresó a Nacianzo ya que su padre había alcanzado los 80 años y necesitaba quien le ayudara en los asuntos del rebaño. Los fieles, espontáneamente, tomaron a Gregorio y, en contra de su voluntad, lo llevaron hacia la iglesia a fin de que fuera ordenado sacerdote, él se sujetó a la realidad después de un conflicto interior que duró bastante tiempo: “uno tiene que purificarse a sí mismo antes de purificar a los demás; que hacerse sabio antes de llevar la sabiduría a los otros; volverse luz antes de dar la luz; ser santificado antes de santificar a los demás…”

Gregorio trabajaba en Nacianzo en silencio escribiendo y predicando sin dejar de ejercer su ascetismo a su manera.

Durante el combate entre los ortodoxos y los arrianos que negaban la divinidad de Cristo, san Gregorio fue elegido obispo de Constantinopla, -ciudad que en aquel entonces había pasado 40 años en el cautiverio arriano-, ni un templo se le ofreció a Gregorio donde pudiera reunirse con los fieles. Uno de sus parientes le brindó su casa, así, convirtió una de las salas en la iglesia “de la Resurrección”. Precisamente en este lugar, el Santo pronunció sus cinco homilías teológicas que le dieron el título de “Teólogo”, título que a nadie hasta entonces se le había dado excepto San Juan el Evangelista. Así, sus homilías devolvieron los corazones de los constantinopolitanos hacia la recta fe.

En el año 381 se convocó el segundo Concilio Ecuménico en Constantinopla; el obispo Gregorio era el presidente de esta asamblea de obispos, pero su pobre y humilde aspecto no les pareció para nada a algunos de los presentes así que empezaron a atacarlo. Frente a esta dolorosa escena, el obispo caracterizado por su sensibilidad, pidió retirarse de su cargo episcopal y pronunció una palabra afectuosa defendiendo su labor pastoral en la ciudad de Constantinopla, y, otra vez regresó a su ciudad natal donde pasó el tiempo restante de su vida como siempre anhelaba: escribiendo poemas, aclarando la fe, con oración y ascetismo. Murió el año 389 con más de 60 años de edad.

Tropario, tono 1

Tu flauta teológica pastoral * ha vencido las trompetas de los oradores, * porque tú indagaste lo más profundo del Espíritu, * dotado, además, de elocuencia. * Intercede, pues, ante Cristo Dios, oh padre Gregorio, * para que salve nuestras almas.

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