Santa Sofía y sus hijas Fe, Esperanza y Caridad, mártires

Vivieron y sufrieron en Roma en tiempos del emperador Adriano. La sabia Sofía (como su nombre, que significa «sabiduría») quedó viuda, y siendo cristiana, se empapó a sí misma y a sus hijas en la fe cristiana. Cuando la mano perseguidora de Adriano llegó a la casa de Sofía, Fe tenía doce años, Esperanza diez, y Caridad nueve. Las cuatro fueron traídas ante el Emperador, con sus brazos entrelazados como «una corona tejida», confesando su fe en Cristo el Señor, humilde pero firmemente, y rehusándose a ofrecer sacrificio a la diosa Artemisa. En el momento de su pasión, la madre urgió a sus valientes hijas a perseverar hasta el fin: «Su Amante celestial, Jesucristo, es salud eterna, belleza inefable, y vida eterna. Cuando vuestros cuerpos sean inmolados por la tortura, él os vestirá de incorrupción y las heridas de vuestros cuerpos brillarán en el cielo como las estrellas». Los verdugos infligieron crueles torturas sobre Fe, Esperanza y Caridad una por una. Las golpearon, las apuñalaron, y las arrojaron al fuego y en brea ardiente, degollando finalmente a una después de la otra. Sofía tomó los cuerpos muertos de sus hijas a las afueras de la ciudad y los enterró, permaneciendo en oración junto al sepulcro tres días con sus noches. Entonces entregó su alma a Dios, apresurándose a la compañía celestial en donde la esperaban las bienaventuradas almas de sus hijas.

Tropario, tono 5

Has brillado, Sofía, entre las mártires * y has obtenido, en gloria, coronación celestial * de victoria, te alabamos con cánticos; * guiaste al martirio a Caridad, Esperanza y Fe, tus hijas cándidas y piadosas. * Suplicad para salvarnos, por vuestra intercesión ante Dios.

Gran Mártir y alabadísima Eufemia de Calcedonia

Nacida en Calcedonia, era hija del senador Filófrono y Teodorisia, ambos piadosos cristianos. Eufemia era una joven hermosa en cuerpo y alma. Cuando el proconsul Prisco celebró un festival de sacrificio a Ares en Calcedonia, cuarenta y nueve cristianos, entre los que estaba santa Eufemia, se ausentaron de las festividades y se escondieron. Sin embargo, fueron descubiertos y traídos ante Prisco. Cuando el airado Prisco les preguntó por qué no habían obedecido el mandato imperial, contestaron: «Tanto los mandatos del Emperador como los tuyos sólo deben ser obedecidos si no son contrarios al Dios del cielo. Si los son, no sólo no deben obedecerse, sino que deben ser resistidos». Entonces Prisco los sometió a varias torturas diariamente por diecinueve días. En el doceavo día, separó a Eufemia del resto y comenzó a elogiar su belleza, esperando traerla así a la idolatría. Cuando todos sus halagos probaron ser inútiles, ordenó que Eufemia fuese torturada. Primero fue colocada sobre una rueda, pero un ángel de Dios apareció y la rompió. Entonces Prisco la arrojó en un horno ardiente, pero de nuevo Eufemia fue preservada por el poder de Dios. Viendo esto, dos soldados llamados Víctor y Sóstenes creyeron en Cristo, por lo cual fueron arrojados a las bestias salvajes, terminando así su camino terrenal con gloria. Después de esto, Eufemia fue arrojada en una fosa llena de agua y toda clase de reptiles venenosos; más ella hizo la señal de la Cruz sobre el agua mientras caía en la fosa y quedó ilesa. Fue arrojada finalmente a las bestias salvajes, y con una oración de acción de gracias encomendó su alma en manos de Dios. Sus padres enterraron su cuerpo. Sufrió en el año 303 d. C., y entró al gozo eterno. Santa Eufemia también es conmemorada el 11 de julio cuando se recuerda el prodigio obrado por sus santas reliquias, para confirmar la fe ortodoxa del Cuarto Concilio Ecuménico de Calcedonia.

Tropario, tono 4

Tu oveja, oh Jesús, * exclama con gran voz: * «Te extraño, oh Novio mío, * y lucho buscándote; * me crucifico y me entierro contigo por el bautismo; * sufro por ti para contigo reinar * y muero por ti para que viva en ti». * Acepta, como ofrenda inmaculada, * a Eufemia quien se ha sacrificado con anhelo por ti. * Por sus intercesiones, oh Compasivo, * salva nuestras almas.

Gran mártir Nicetas el Godo

El santo gran mártir Nicetas era godo (una tribu germánica). Nació y vivió a orillas del río Danubio, sufriendo por Cristo en el año 372. La fe cristiana ya se estaba extendiendo por el territorio de los godos en esa época. San Nicetas creía en Cristo y fue bautizado por el obispo godo Teófilo, que participó en el Primer Concilio Ecuménico. Los godos paganos comenzaron a oponerse a la expansión del cristianismo, lo que desembocó en una guerra civil.

Después de que Fritigern, al frente de un ejército cristiano, derrotara al pagano Atanarico, la fe cristiana continuó difundiéndose entre los godos. El obispo arriano Ulfilas, sucesor del obispo Teófilo, creó un alfabeto gótico y tradujo muchos libros espirituales al idioma gótico, incluidas las Sagradas Escrituras. San Nicetas trabajó incansablemente entre sus compañeros godos para enseñarles acerca de Cristo. A través de su ejemplo personal y palabras inspiradas, llevó a muchos de ellos a la fe cristiana.

Sin embargo, después de su derrota, Atanarico logró reagrupar sus fuerzas. Regresó a su propio país y recuperó su antiguo poder. Como seguía siendo pagano, continuó odiando a los cristianos y los persiguió, buscando venganza por la humillación que había sufrido a manos de ellos.

El cruel torturador estaba preocupado porque no podía convertir a San Nicetas a su propia impiedad, por lo que decidió capturar al Santo y condenarlo a muerte.

El santo soportó muchas torturas y luego fue arrojado al fuego. Aunque su cuerpo no fue quemado por el fuego, entregó su alma a Dios y sus reliquias fueron iluminadas por una luz radiante. Por la noche, un cristiano llamado Mariano tomó el cuerpo de San Nicetas y lo enterró en Cilicia. Después, fue trasladado a Constantinopla. San Nicetas recibió la corona de gloria inmarcesible de Cristo el 15 de septiembre de 372.

Se invoca a San Nicetas por la preservación de los niños de los defectos de nacimiento.

Tropario, tono 4 del común de Mártires

Tu mártir, oh Señor, * ha obtenido de ti * corona de incorrupción * en su lucha, Dios nuestro. * Al tener, pues, tu fuerza, * ha vencido a tiranos * y aplastado de los demonios * su abatida insolencia. * Por sus intercesiones, oh Cristo Dios, * salva nuestras almas.

Exaltación Universal de la Gloriosa y Vivificadora Cruz

En este día se conmemoran dos eventos relacionados a la preciosa Cruz de Cristo: el primero, el hallazgo de la Cruz en el Gólgota, y el segundo, el regreso de la Cruz a Jerusalén desde Persia.

Mientras visitaba la Tierra Santa, la santa emperatriz Elena decidió buscar la preciosa Cruz del Señor. Un anciano judío llamado Judá era la única persona que conocía el paradero de la Cruz. Presionado por la Emperatriz, este reveló que la Cruz estaba enterrada debajo del Templo de Venus que el emperador Adriano había construido en el Gólgota. La Emperatriz ordenó que este templo idólatra fuese derribado, y excavando entonces debajo del mismo, halló allí tres cruces. No sabiendo la Emperatriz como reconocer cual era la Cruz del Señor, sucedió que una procesión fúnebre pasó por allí. Entonces el patriarca Macario dijo que colocasen cada una de las cruces sobre el difunto. Al colocar sobre él la primera y la segunda cruz, el difunto permaneció igual; mas cuando colocaron sobre él la tercera, el hombre volvió a la vida. Así supieron que esta era la preciosa y vivificante Cruz de Cristo. Después de esto, la colocaron sobre una mujer enferma y esta fue sanada. Entonces el Patriarca levantó la Cruz en alto para que todos la vieran, y el pueblo cantó entre lágrimas: «¡Señor, ten piedad!». La Emperatriz Elena mandó a hacer un relicario de plata, en el cual colocó la preciosa Cruz.

Más tarde, el rey Cozroes conquistó a Jerusalén, esclavizó al pueblo, y se llevó la Cruz del Señor a Persia, donde permaneció por catorce años. En el 628 d. C., el emperador griego Heráclito venció a Cozroes y trajo la Cruz de regreso a Jerusalén con gran solemnidad. Al entrar a la ciudad, Heráclito llevaba la cruz sobre sus espaldas; pero de pronto el anciano Emperador ya no pudo dar otro paso adelante. El patriarca Zacarías vio a un ángel indicándole al Emperador que se quitase sus vestimentas imperiales y que cargase con la Cruz por el camino que Cristo había seguido, descalzo y humillado como él lo había hecho. El Patriarca relató esta visión al Emperador, quien despojándose sus vestimentas, tomó la Cruz con pobres vestidos y descalzo, y la llevó al Gólgota, colocándola en la Iglesia de la Resurrección, para el gozo y consuelo de todo el mundo cristiano.

Tropario, tono 1

Salva, oh Señor, a tu pueblo * y bendice tu heredad; *concede a los fieles * la victoria sobre el enemigo * y a los tuyos guarda por el poder de tu santa Cruz.

Condaquio, tono 4

Tú que subiste en la cruz libremente, * ten compasión del nuevo pueblo devoto * llamado por tu nombre, oh Cristo Dios, * con tu fuerza regocija, pues, * a los fieles benévolos, * dales la victoria sobre quienes combaten, * y que tu auxilio, cual arma de paz, * sea por ellos * victoria gloriosa.

Preparación de la fiesta de la vivificadora Cruz; La Dedicación del Basílica de la Resurrección; Cornelio el Centurión

A principios del reinado de san Constantino el Grande (306-337), el primero de los emperadores romanos en reconocer la religión cristiana, él y su piadosa madre, la emperatriz Helena, decidieron reconstruir la ciudad de Jerusalén. También planearon construir una iglesia en el lugar del sufrimiento y la resurrección del Señor, con el fin de volver a consagrar y purificar los lugares relacionados con la memoria del Salvador de la mancha de los cultos paganos inmundos.

La construcción de la iglesia de la Resurrección, llamada “Martyrion” en memoria de los sufrimientos del Salvador, se completó el mismo año del Concilio de Tiro y en el año treinta del reinado de san Constantino el Grande. Por eso, en la asamblea del 13 de septiembre del año 335, la consagración del templo fue particularmente solemne. Los jerarcas de las iglesias cristianas de muchos países: Bitnia, Tracia, Cilicia, Capadocia, Siria, Mesopotamia, Fenicia, Arabia, Palestina y Egipto; y los obispos que participaron en el Concilio de Tiro así como muchos otros, acudieron a la consagración en Jerusalén. Los Padres de la Iglesia establecieron el 13 de septiembre como fecha de conmemoración de este acontecimiento tan significativo.

Tropario, tono 4

Oh Señor, que has manifestado * la belleza de la morada de tu santa gloria * a imagen del esplendor celestial: * confírmala por los siglos de los siglos * y acepta nuestras peticiones continuamente ofrecidas en él; * por la intercesión de la Madre de Dios, * oh Vida y Resurrección de todos.

Tropario de la Preparación de la Exaltación Universal de la Cruz, tono 2

Oh Señor, presentamos la vivificadora cruz de tu bondad, * que nos has otorgado a nosotros, indignos, * como fuente de intercesión. * Te suplicamos que salves a los fieles y a tu Iglesia, * por la Madre de Dios, * oh Tú que amas a la humanidad.

San Cornelio el Centurión

Poco después de los sufrimientos de nuestro Señor Jesucristo en la cruz y de su ascensión al cielo, se estableció en Cesarea de Palestina un centurión llamado Cornelio, que había vivido anteriormente en la Italia tracia. Aunque era pagano, se distinguía por su profunda piedad y por sus buenas obras, como dice el santo evangelista Lucas (Hechos 10:1). El Señor no desdeñó su vida virtuosa, y así lo condujo al conocimiento de la verdad y a la fe en Cristo.

Una vez, Cornelio estaba orando en su casa. Un ángel de Dios se le apareció y le dijo que su oración había sido escuchada y aceptada por Dios. El ángel le ordenó que enviara gente a Jope para encontrar a Simón, también llamado Pedro. Cornelio cumplió inmediatamente la orden. Mientras aquellas personas iban de camino a Jope, el apóstol Pedro estaba orando y tuvo una visión: tres veces descendió sobre él un gran lienzo lleno de toda clase de animales y aves. Oyó una voz del cielo que le ordenaba que comiera de todo. Cuando el apóstol se negó a comer alimentos que la ley judía consideraba impuros, la voz le dijo: “Lo que Dios limpió, no lo llames tú común” (Hechos 10:15). A través de esta visión, el Señor ordenó al apóstol Pedro que predicara la Palabra de Dios a los paganos. Cuando el apóstol Pedro llegó a la casa de Cornelio en compañía de los enviados a recibirlo, fue recibido con gran alegría y respeto por el anfitrión junto con sus parientes y compañeros.

Cornelio se postró a los pies del apóstol y le pidió que le enseñara el camino de la salvación. San Pedro le habló de la vida terrena de Jesucristo, y le habló de los milagros y señales realizados por el Salvador, y de sus enseñanzas sobre el Reino de los Cielos. Luego San Pedro le habló de la muerte del Señor en la Cruz, Su Resurrección y Ascensión al Cielo. Por la gracia del Espíritu Santo, Cornelio creyó en Cristo y fue bautizado con toda su familia. Fue el primer pagano en recibir el Bautismo.

Se retiró del mundo y se fue a predicar el Evangelio junto con el apóstol Pedro, quien lo nombró obispo. Cuando el apóstol Pedro, junto con sus ayudantes, los santos Timoteo y Cornelio, estaba en la ciudad de Éfeso, se enteró de que en la ciudad de Escepsis había una idolatría particularmente vigorosa. Se hizo un sorteo para ver quién iría allí y fue elegido san Cornelio.

En la ciudad vivía un príncipe llamado Demetrio, erudito en la antigua filosofía griega, que odiaba el cristianismo y veneraba a los dioses paganos, en particular a Apolo y Zeus. Al enterarse de la llegada de San Cornelio a la ciudad, lo mandó llamar inmediatamente y le preguntó el motivo de su venida. San Cornelio le respondió que venía para liberarlo de las tinieblas de la ignorancia y conducirlo al conocimiento de la Luz Verdadera.

El príncipe, al no comprender el significado de lo que se decía, se enfadó y le exigió que respondiera a cada una de sus preguntas. Cuando san Cornelio le explicó que servía al Señor y que el motivo de su venida era anunciar la Verdad, el príncipe se enfureció y le exigió que ofreciera sacrificios a los ídolos. El santo pidió que le mostraran los dioses. Cuando entró en el templo pagano, Cornelio se volvió hacia el este y pronunció una oración al Señor. Se produjo un terremoto y el templo de Zeus y los ídolos que se encontraban en él fueron destruidos. Todo el pueblo, al ver lo que había sucedido, quedó aterrorizado.

El príncipe se enojó aún más y comenzó a deliberar con los que se acercaban a él sobre cómo matar a Cornelio. Ataron al santo y lo llevaron a prisión para pasar la noche. En ese momento, uno de sus sirvientes informó al príncipe que su esposa y su hijo habían perecido bajo los escombros del templo destruido.

Después de un tiempo, uno de los sacerdotes paganos, llamado Barbates, informó que escuchó la voz de la esposa y el hijo en algún lugar de las ruinas y que estaban alabando al Dios de los cristianos. El sacerdote pagano pidió que liberaran al prisionero, en agradecimiento por el milagro realizado por San Cornelio, y la esposa y el hijo del príncipe permanecieron con vida.

El príncipe alegre se apresuró a ir a la prisión en compañía de los que lo rodeaban, declarando que creía en Cristo y pidiéndole que sacara a su esposa y a su hijo de las ruinas del templo. San Cornelio fue al templo destruido y, mediante la oración, los que sufrían fueron liberados.

Después de esto, el príncipe Demetrio y todos sus parientes y compañeros recibieron el santo bautismo. San Cornelio vivió mucho tiempo en esta ciudad, convirtió a todos los habitantes paganos a Cristo y nombró a Eunomio presbítero al servicio del Señor. San Cornelio murió en edad avanzada y fue enterrado no lejos del templo pagano que destruyó.

Tropario, tono 4

Sobresaliente en labores de justicia, * has admitido luz de recta latría, * y has participado en los sufrimientos de los apóstoles; * al unirte a ellos, pues,* con sagradas fatigas, * predicaste a todos * la encarnación de Cristo. * Con ellos, ruega que nos salve. * Te veneramos, Cornelio dichoso.

Hieromártir Autónomo, obispo de Italia; Despedida de la Natividad de la Madre de Dios.

El mártir Autónomo fue obispo en Italia. Durante la persecución contra los cristianos bajo el emperador Diocleciano (284-305), San Autónomo dejó su país y se estableció en Bitinia, en la localidad de Soreo, con un hombre llamado Cornelio. Cumplió con su deber apostólico con celo y convirtió a Cristo a tantos paganos que se formó una gran Iglesia, para la cual consagró un templo en nombre del Arcángel Miguel. Para esta iglesia, el santo ordenó primero a Cornelio como diácono y luego como presbítero. Predicando acerca de Cristo, San Autónomo visitó también Licaonia e Isauria.

El emperador Diocleciano dio órdenes de arrestar a san Autónomo, pero el santo se retiró a Claudiopolis en el Mar Negro.

En cierta ocasión, los recién convertidos destruyeron un templo pagano. Los paganos decidieron vengarse de los cristianos. Aprovechando la oportunidad, se lanzaron sobre la iglesia del Arcángel Miguel cuando san Autónomo estaba celebrando allí la Divina Liturgia. Después de torturar al santo, lo mataron, enrojeciendo el altar de la iglesia con su sangre de mártir. Una piadosa mujer de nombre María sacó el cuerpo del santo mártir de debajo de un montón de piedras y lo enterró.

Durante el reinado de San Constantino el Grande, se construyó una iglesia sobre la tumba del santo. En el año 430, un sacerdote hizo derribar la antigua iglesia. Sin darse cuenta de que el cuerpo del mártir había sido enterrado debajo de la iglesia, reconstruyó la iglesia en un nuevo lugar. Pero después de otros 60 años las reliquias del santo fueron encontradas incorruptas, y se construyó una iglesia en nombre del Hieromártir Autóno

Tropario, tono 4 del común de Hieromártires

Al volverte sucesor de los apóstoles * y partícipe en sus modos de ser, * encontraste en la práctica * el ascenso a la contemplación, oh inspirado por Dios. * Por eso, seguiste la palabra de la verdad * y combatiste hasta la sangre por la fe. * Autónomo, obispo mártir, intercede ante Cristo Dios * para que salve nuestras almas.

Santa Teodora de Alejandría; san Eufrosino el Cocinero

Teodora era la esposa de un joven en Alejandría. Aconsejada por una adivinadora, cometió adulterio con otro hombre. Su conciencia comenzó a acusarla de inmediato, y cortando su cabello se vistió de hombre, marchándose al Monasterio de Octodecatos con el nombre Teodoro.

Sus labores [ascéticas], ayunos, vigilias, mansedumbre y arrepentimiento sazonado con lágrimas eran una fuente de asombro para todos los hermanos. Fue difamada por una prostituta que decía que “el monje Teodoro” había yacido con ella y de cuya relación había tenido un hijo. La santa no reveló la verdad para defenderse, considerando esto como un castigo de Dios por su antiguo pecado. Expulsada del monasterio, pasó siete años vagando por bosques y desiertos, cuidando del hijo de la prostituta, al que amó y educó como verdadera madre. Venció todos los ataques del enemigo, rehusándose a adorar a Satanás, a tomar comida de la mano de un soldado, y a hacer caso de la petición de su esposo de que regresara— pues todas estas eran visiones malignas, y cuando Teodora hacía la señal de la Cruz, todo se desvanecía como humo. Después de siete años, el abad del monasterio la recibió de nuevo, y ella vivió allí en ascetismo dos años más y entonces entró a su descanso en el Señor. Sólo entonces se enteraron los monjes de que era una mujer; un ángel se apareció al abad y le explicó todo. Su esposo asistió al funeral, y permaneció hasta su muerte en la celda de su antigua esposa. Santa Teodora recibió grandes gracias de Dios: hacía mansas a las bestias salvajes, sanaba enfermedades, e hizo brotar agua en un pozo seco. Así Dios glorificó a esta verdadera penitente que, con heroica perseverancia, pasó nueve años arrepintiéndose de un sólo pecado. Entró a su descanso en el 490 d. C.

Tropario, tono 8 del común de santas Justas

En ti fue conservada la imagen de Dios fielmente, oh justa Teodora, * pues tomando la cruz seguiste a Cristo * y, practicando, enseñaste a despreocuparse de la carne, * que es efímera, * y a cuidar, en cambio, el alma inmortal. * Por eso hoy tu espíritu se regocija junto con los ángeles.

San Eufrosino el Cocinero

Nuestro Padre Eufrosino el Cocinero nació en una familia campesina y no recibió instrucción, pero era verdaderamente devoto y fiel.De adulto, se hizo cocinero y pudo ahorrar dinero de sus gastos privándose, pero solo por el bien de la limosna. Su posición como cocinero le permitía comer primero los mejores alimentos, pero nunca aprovechó este privilegio. Comía sus verduras y aceitunas con gratitud, mientras las carnes más apetitosas y los pescados más tentadores se cocinaban ante él.

Más tarde Eufrosino fue a un monasterio, donde su obediencia fue trabajar en la cocina como cocinero. A diferencia de las comidas que solía preparar en los hoteles seculares, preparaba platos muy sencillos en el monasterio. A los que se quejaban y se burlaban de él, Eufrosino respondió mansamente: “La buena comida no sirve para alcanzar el Reino de los Cielos. Cuanto más anhela el cuerpo el placer, más pierde el alma lo que realmente necesita. No es mi intención castigaros”.

Algunos monjes lo despreciaban por su origen rústico y tosco, pero él soportaba su desprecio en silencio y no se inmutaba por ello. San Eufrosino se esforzaba por agradar al Señor con su vida virtuosa, que ocultaba a los demás, pero el Señor mismo reveló a los hermanos monásticos a qué alturas espirituales había llegado su cocinero.

En el mismo monasterio había un sacerdote devoto que rezaba para saber qué cosas buenas se preparan para los que aman a Dios. Una noche, mientras dormía, se encontró en un hermoso jardín, donde, para su asombro, contempló las cosas más maravillosas. Entonces vio al Padre Eufrosino, el cocinero del monasterio, de pie en el jardín y disfrutando de las cosas buenas de ese lugar. Cuando se acercó al cocinero, le preguntó a quién pertenecía el jardín y cómo había llegado allí. San Eufrosino respondió: “Este jardín está reservado para los elegidos de Dios y, por su gran bondad, yo también habito aquí”. Entonces el sacerdote le preguntó qué hacía en el jardín. El Santo le dijo: “Tengo autoridad sobre todas las cosas que ves aquí. Me regocijo y estoy lleno de alegría y del gozo espiritual que me brindan”. El sacerdote le preguntó de nuevo: “¿Puedes darme algo de estas cosas buenas?” “Por supuesto”, respondió, “con la gracia de Dios, toma lo que quieras”. Señalando algunas manzanas, preguntó si podía tener algunas de ellas. San Eufrosino tomó algunas de las manzanas, las colocó en la túnica exterior del sacerdote y dijo: “Recibe lo que has pedido y que te deleites en ellas”.

En ese momento se oyó el semantron, convocando a los Padres al Oficio de Media Noche. Cuando el sacerdote despertó, pensó que su visión era sólo un sueño. Pero cuando buscó su manto, encontró las manzanas que le había dado el cocinero, y todavía podía oler su maravillosa fragancia.

Se levantó de la cama y se apresuró a ir a la iglesia. Allí vio a Eufrosino y le preguntó dónde había estado esa noche. El Santo dijo: “Perdóname, Padre, no he estado en ningún lado esta noche. Sólo he venido a la iglesia o al Oficio”. El sacerdote lo instó a decir la verdad, para que la gloria de Dios pudiera manifestarse. El humilde Eufrosino le dijo: “Estaba en el lugar donde están las cosas buenas, que heredarán los que aman a Dios, y que durante muchos años deseabas ver. Allí me viste disfrutando de las bendiciones de ese jardín; porque Dios se había dignado revelarte las bendiciones de los Justos. Él ha realizado este milagro a través de mí, el humilde”.

“Padre Eufrosino, ¿qué me has dado de aquel jardín?” Él respondió: “Las deliciosas y fragantes manzanas que acabas de poner sobre tu cama. Perdóname, Padre, porque soy un gusano y no un hombre”.

Al terminar el servicio de Maitines, el sacerdote contó a los hermanos su visión y les mostró las manzanas. Ellos notaron la inefable fragancia con alegría espiritual, maravillándose de lo que el sacerdote les había dicho. Corrieron a la cocina y encontraron que San Eufrosino ya había abandonado el monasterio, huyendo de la gloria de los hombres, y no lo podían encontrar. Los hermanos se repartieron las manzanas entre ellos y, como bendición, dieron trozos a quienes visitaban el monasterio, especialmente a los que necesitaban curación, pues quienes comieron las manzanas se curaron de sus dolencias.

Finalmente, san Eufrosino reposó en un remoto monasterio, alejado de las atenciones o las alabanzas de los hombres.

Tono 5

Con espíritu manso, san Eufrosino, * al ofrecer tu servicio de cocinero cortés, * te llenaste en verdad del Santo Espíritu. * Dios, por lo tanto, nos mostró, * por el justo sacerdote, * el brillo de tu gloria. * De ella haznos partícipes, * por tu intercesión ante Dios.

Las mártires Menodora, Ninfodora y Metrodora

Las santas vírgenes Menodora, Ninfodora y Metrodora (305-311) eran hermanas de Bitinia (Asia Menor). Distinguidas por su especial piedad, querían preservar su virginidad y evitar las relaciones mundanas. Eligieron un lugar solitario para ellas en el desierto y pasaron su vida en actos de ayuno y oración.

Pronto se difundieron noticias de la vida santa de las vírgenes, ya que comenzaron a producirse curaciones de enfermos mediante sus oraciones. La región de Bitinia estaba gobernada en ese momento por un hombre llamado Frontonus, quien ordenó que arrestaran a las hermanas y las llevaran ante él. Al principio trató de persuadirlas para que renunciaran a Cristo, prometiéndoles grandes honores y recompensas. Pero las santas hermanas confesaron firmemente su fe ante él, rechazando todas sus sugerencias. Le dijeron que no valoraban las cosas temporales de este mundo y que estaban dispuestas a morir por su Esposo Celestial, porque la muerte sería su puerta de entrada a la vida eterna.

El gobernador, furioso, descargó su ira sobre santa Menodora, la hermana mayor. Cuatro hombres la desnudaron y la golpearon, mientras un heraldo la instaba a ofrecer sacrificios a los dioses. La santa soportó valientemente los tormentos y gritó: “¿Sacrificio? ¿No ves que me estoy ofreciendo como sacrificio a mi Dios?”. Entonces renovaron sus tormentos con mayor severidad. Entonces la mártir gritó: “Señor Jesucristo, alegría de mi corazón, mi esperanza, recibe mi alma en paz”. Con estas palabras entregó su alma a Dios y fue a su Esposo Celestial.

Cuatro días después, llevaron a las dos hermanas menores, Metrodora y Ninfodora, al tribunal. Les mostraron el cuerpo maltratado de su hermana mayor para asustarlas. Las vírgenes lloraron sobre ella, pero se mantuvieron firmes.

Luego Santa Metrodora fue torturada. Murió, clamando a su amado Señor Jesucristo con su último aliento. Luego se dirigieron a la tercera hermana, Ninfodora. Ante ella yacían los cuerpos magullados de sus hermanas. Frontonus esperaba que esta visión intimidara a la joven virgen. Fingiendo que estaba encantado con su juventud y belleza, la instó a adorar a los dioses paganos, prometiéndole grandes recompensas y honores. santa Ninfodora se burló de sus palabras y compartió la suerte de sus hermanas mayores. Fue torturada y golpeada hasta la muerte con barras de hierro.

Los cuerpos de las santas mártires debían ser quemados en una hoguera, pero una fuerte lluvia extinguió el fuego ardiente y un rayo cayó sobre Frontonus y su sirviente. Los cristianos recogieron los cuerpos de las santas hermanas y los enterraron reverentemente en las llamadas fuentes cálidas de Pitias (Bithynia).

Tono 5

Entonemos, oh fieles, divinos cánticos* a las tres santas hermanas, piadosas vírgenes * que virilmente enfrentaron al Contrario. * Ellas protegen a los que les exclamamos con tesón: * ¡alégrate, Menodora, * junto con Metrodora * y Ninfodora, nobles sabias en Dios!

Santos Joaquín y Ana, padres de la Santísima Virgen María; san Severiano, mártir

Al día siguiente del nacimiento de la Purísima Virgen María, la Iglesia conmemora el día de sus justos padres los santos Joaquín y Ana.

Joaquín provenía del rey David. Muchos descendientes de David vivían con la esperanza de que en la familia iba a nacer el Mesías, porque Dios le prometió a David que de su generación iba a nacer el Salvador del mundo. Ana descendía por parte de padre del sacerdote Aarón y por parte de madre del ramal de Judas.

Los esposos pasaron toda su vida en la ciudad de Galilea, Nazareth. Sobresalían por su vida virtuosa y buenas obras. Su mayor pena era la falta de hijos. Sin embargo, como lo dicen la tradición, Joaquín llevó sus ofrendas al templo de Jerusalén, pero el sumo sacerdote se negó a recibirlo, acusando la Ley, que no permite recibir ofrendas de personas que no dejasen descendencia en Israel. Muy duro fue soportar en el templo esta ofensa a los esposos, donde esperaban encontrar alivio para sus penas. Pero ellos a pesar de su edad madura, sin rencor continuaban pidiendo a Dios, hacer un milagro y enviarles un niño.

Al fin el Señor oyó sus oraciones y envió al arcángel Gabriel para avisar a Ana que ella iba a concebir un niño. Y realmente prontamente Ana concibió y nació una niña. Alegrándose los padres La llamaron María. De esta forma, el generoso Dios premió la fe y paciencia de los esposos y les dio una Hija, quien trajo la bendición a todo el género humano.

Datos sobre Joaquín y Ana se conservan en evangelios apócrifos del siglo II y III y en la tradición de la iglesia.

Tropario, tono 2

Celebramos la memoria de tus justos abuelos, * por quienes te suplicamos, Señor, * que salves nuestras Para el mártir

Mártir Severiano

 

 

El santo mártir Severiano (+320) sufrió por Cristo en Sebaste, Armenia, durante el gobierno de Licio. Incluso antes de su martirio, san Severiano había mostrado una sincera compasión por 40 soldados cristianos que sufrieron por confesar el Nombre de Cristo. Visitó a los cautivos en prisión, les levantó el ánimo y apeló a su valor y fortaleza estoica. Estos mártires encontraron la muerte en el lago Sebaste (9 de marzo).

Medio año después, Severiano también fue llevado a juicio por confesar la fe cristiana y fue sometido a crueles torturas. Profundamente devoto de la voluntad de Dios, san Severiano invocó al Señor durante su tormento, implorándole fuerza para soportar el sufrimiento y completar su acto de martirio.

Después de intensos tormentos y sin quebrantarse en su fe, el santo mártir fue colgado de la muralla de la ciudad con una piedra encadenada al cuello y otra a los pies, y así murió. Su cuerpo fue llevado por los cristianos de Sebaste a su casa, donde los habitantes del lugar se agolparon para despedirse de él y pedir sus santas oraciones.

Tropario, tono 4 del común de Mártires

Tu mártir, oh Señor, * ha obtenido de ti * corona de incorrupción * en su lucha, Dios nuestro. * Al tener, pues, tu fuerza, * ha vencido a tiranos * y aplastado de los demonios * su abatida insolencia. * Por sus intercesiones, oh Cristo Dios, * salva nuestras almas.

Natividad de la Santísima Madre de Dios y Siempre Virgen María

La santísima Virgen María nació de padres ancianos, Joaquín y Ana. Su padre era de la tribu de David y su madre de la tribu de Aarón, así que era de sangre real por parte de padre y de sangre sacerdotal por parte de madre. De este modo prefiguró a aquel que nacería de ella como Rey y Sumo Sacerdote. Sus padres eran ya ancianos y no tenían hijos, y por esto tenían vergüenza ante los hombres y humildad ante Dios. En su humildad, rogaban con lágrimas que Dios trajese gozo a su ancianidad con el don de un hijo, como antes había dado gozo a los ancianos Abraham y Sara, dándoles a su hijo Isaac. El Dios omnipotente y omnisciente les dio un gozo más allá de sus expectativas y sus sueños, pues les dio no sólo una hija, sino la Madre de Dios; los iluminó con gozo no sólo temporal, sino eterno. Dios les dio una sola hija y un sólo nieto—¡pero qué Hija, y qué Nieto! María, Llena de gracia, Bendita entre las mujeres, Templo del Espíritu Santo, Altar del Dios vivo, Mesa del Pan Vivo, Arca del Santo de los Santos, Árbol del más delicioso fruto, Gloria de la raza humana, Alabanza de la mujer, fuente de virginidad y pureza—esta fue la hija dada por Dios a Joaquín y Ana. Nacida en Nazaret, fue llevada al Templo de Jerusalén a los tres años, de donde regresó a Nazaret, oyendo al poco tiempo el anuncio del Arcángel Gabriel acerca de nacimiento del Hijo de Dios, el Salvador del mundo, de su vientre puro y virginal.

Tropario, tono 4

Tu nacimiento, oh Madre de Dios, * anunció el júbilo al universo todo, * porque de ti surgió resplandeciente el Sol de Justicia, * Cristo nuestro Dios, * quien, disolviendo la maldición, * ha concedido la bendición * y, aboliendo la muerte, *nos ha otorgado la vida eterna.

Condaquio, tono 4

Por tu santo Nacimiento, oh Purísima, * Joaquín y Ana fueron librados de la pena de la esterilidad, * Adán y Eva, de la corrupción de la muerte, * y tu pueblo lo celebra * siendo redimido de la culpa de sus transgresiones al exclamar: * «La estéril da a luz a la Madre de Dios, * la alimentadora de nuestra vida».

 

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