Sinaxis de nuestros Padres entre los Santos, los Tres Grandes Jerarcas y Maestros Ecuménicos: Basilio Magno, Gregorio el Teólogo y Juan Crisóstomo

Cada uno de estos tres grandes santos tiene su propio día de fiesta: san Basilio Magno, el 1° de enero; san Gregorio el Teólogo, el 25 de enero; y san Juan Crisóstomo, el 13 de noviembre y el 27 de enero. Esta fiesta común del 30 de enero fue instituida en el siglo XI, durante el reinado del emperador Alejo Comneno. Cierta vez hubo un desacuerdo entre el pueblo acerca de cuál de estos tres era el más grande. Unos exaltaban a Basilio por su pureza y valentía; otros a Gregorio por la profundidad y altura insondables de su genio teológico; y aún otros a Crisóstomo por su elocuencia y claridad en la exposición de la Fe. De este modo, algunos eran llamados basilianos, otros gregorianos, y aún otros juanistas. Esta disputa fue resulta por la providencia divina para el bien de la Iglesia, y la mayor gloria de los tres santos. El obispo Juan de Eucaita (cfr. 14 de junio) tuvo una visión en sueños: primero, cada uno de los tres santos se le apareció por separado en gran gloria, y después de esto los tres se le aparecieron juntos. Estos le dijeron: «Como ves, somos uno en Dios y no hay desacuerdo entre nosotros, así como tampoco hay primero ni segundo entre nosotros». Los santos también indicaron al obispo Juan que escribiese un servicio común para ellos y ordenara un día para la conmemoración común. Tras esta maravillosa visión, la disputa se resolvió designando el 30 de enero como fiesta común de los tres jerarcas. Los griegos consideran esta fiesta no sólo como una celebración eclesiástica, sino también como su más importante fiesta nacional de la educación.

Tropario, tono 1

Venid, honremos con himnos * a los tres grandes astros de la divinidad de triple luz, * quienes han alumbrado el universo * con los rayos de las santas doctrinas; * dulcísimos ríos de sabiduría, * que han regado todo el universo con ciencia divina: * Basilio Magno, Gregorio el Teólogo * y el glorioso Juan Crisóstomo. * Ellos interceden siempre ante la Trinidad * por los que amamos sus palabras

Traslado de las reliquias del Hieromártir Ignacio obispo de Antioquía

La fiesta principal de san Ignacio el Portador de Dios, se celebra el 20 de diciembre. En esta fecha se conmemora el traslado de sus reliquias desde Roma, donde sufrió el martirio, a Antioquía, donde había sido obispo.

Cuando san Ignacio fue llamado a Roma para dar cuenta de su fe ante el emperador Trajano, varios ciudadanos de Antioquia lo acompañaron durante este largo viaje, motivados por su gran amor por su gran pastor.

El santo de Dios, que nunca hubiese negado su fe en Cristo y rechazó la adulación y las promesas del emperador Trajano, fue condenado a muerte y arrojado a las fieras salvajes en el Circo Máximo. Estas lo hicieron pedazos, e Ignacio entregó su alma a Dios. Sus compañeros recogieron entonces sus huesos descubiertos, y llevándolos a Antioquía, los enterraron. Mas cuando los persas ocuparon Antioquía en el siglo VI, las reliquias de san Ignacio fueron de nuevo trasladadas de Antioquía a Roma.

Tropario, tono 3

Al volar en alturas divinas, * oh gran mártir entre los jerarcas, * fuiste digno del nombre «el Revestido de Dios», * y emprendiste de Antioquía el camino del martirio * hacia la Luz que no conoce ocaso. * ¡Intercede ante Cristo Dios, oh san Ignacio, * para que nos otorgue la gran misericordia!

Nuestros Justos Padre Efrén e Isaac los Sirios

San Efrén el Sirio

Este resplandeciente astro de la Iglesia brilló en Oriente en la lejana ciudad de Nisibis (hoy Nusaybin, Turquía) hacia el año 306. Sintió atracción por el cristianismo desde muy joven y, por esta razón, su padre, un sacerdote pagano, lo echó de la casa familiar.

Fue bautizado a la edad de veinte años, y se retiró poco después al desierto, huyendo de la conmoción de la ciudad para vivir en paz con Dios y en compañía de los Ángeles. Libre de todo apego, fue a donde el Espíritu Santo lo llevase para su propio beneficio y para el de sus hermanos.

Luego de varios años en Edesa, san Efrén regresó al desierto. Después de haber escuchado grandes elogios sobre las virtudes de San Basilio, supo por Dios en una visión que el Obispo de Cesarea era como una columna de fuego que unía la tierra al cielo. Entonces partió de Capadocia y llegó a Cesarea el día de la Teofanía. Entró a la iglesia mientras celebraban la santa Liturgia y, a pesar de no conocer el idioma griego, quedó sorprendido durante el sermón del gran Obispo al ver una paloma blanca en su hombro murmurándole palabras divinas al oído. Cuando la presencia del humilde asceta sirio le fue revelada a san Basilio por la misma paloma, lo fue a buscar de entre los fieles y lo llevó al santuario. Notando después de unos momentos de conversación que Efrén no sabía griego, san Basilio obtuvo para él de parte de Dios la gracia de hablar griego, como si fuera su lengua materna. Luego lo ordenó diácono y lo dejó retornar a su propio país.

Cuando no estaba confirmando la fe de sus enseñanzas contra los paganos y herejes, se dedicaba, como un verdadero diácono, a servir al prójimo, -así como Cristo se hizo nuestro servidor- y por humildad, se negó a ser ordenado sacerdote. Jamás guardó para sí las gracias, dones y virtudes que Dios le dio como fruto de su oración, de su contemplación y de su meditación, sino que con ellas adornó a la Iglesia, la Esposa de Cristo, como con una corona de oro engarzada con piedras preciosas.

Un gran número de sus himnos han sido incorporados en los libros litúrgicos de la Iglesia siríaco-parlante. Podríamos citar “Arpa del Espíritu Santo” y “Maestro del Universo”. Muchas otras obras, especialmente tratados sobre la compunción, la ascesis y las virtudes monásticas, han llegado hasta nosotros bajo el título de san Efrén en griego.

Después de haber organizado la ayuda humanitaria a la ciudad durante la hambruna de 372, san Efrén entregó su alma a Dios en el 373, rodeado de numerosos monjes y ascetas que habían venido de sus monasterios, desiertos y cuevas, a fin de estar presentes en sus últimos momentos. En un testimonio lleno de humildad y compunción, les solicitó a todos los que lo amaban que evitaran en su funeral los gastos superfluos en flores y finas especias para poner su cuerpo y que, en su lugar, lo acompañaran con sus oraciones durante su entierro en el cementerio de los extranjeros.

Tropario tono 3, del común de Santos Anacoretas

Con la efusión de tus lágrimas, * regaste el desierto estéril * y, por los suspiros profundos, * tus fatigas dieron frutos cien veces más, * volviéndote un astro del universo, * brillante con los milagros. ¡Oh nuestro justo padre Efrén, * intercede ante Cristo Dios * para que salve nuestras almas!

 

San Isaac el Sirio, obispo de Nínive

 

San Isaac, nació a principios del siglo VII en el este de Arabia, en lo que actualmente es Qatar en el Golfo Pérsico. Él y su hermano siendo muy jóvenes entraron en el monasterio de san Mateo cerca de Nínive y recibieron la tonsura monástica. Habiendo adquirido las virtudes y un modo de vida ascética atrajo la atención de los hermanos del monasterio, y ellos propusieron que él dirigiera el monasterio. Pero san Isaac no deseó esta carga, prefiriendo una vida de silencio, así que decidió dejar el monasterio y vivir solo en el desierto. Su hermano le insistió más de una vez volver al Monasterio, pero él no aceptó. Sin embargo, cuando la fama de la santa vida de Isaac se propagó, le hicieron obispo de Nínive.

Viendo las maneras y la desobediencia crudas de los habitantes de la ciudad, el santo se sentía que estaba más allá de su capacidad de dirigirlos, y anhelando la soledad, después de solamente cinco meses como obispo, san Isaac dimitió de su cargo y se retiró a las montañas a vivir con los ermitaños. Más adelante, él fue al monasterio de Rabban Shabur, en donde vivió hasta su muerte, logrando un alto grado de perfección espiritual.

Tropario, tono 1

El que tronó en el Sinaí con leyes salvadoras para el hombre, también ha dado tus escritos como guía de oración a los monjes. Oh revelador de misterios insondables, por haber subido al monte de la visión del Señor, te fueron mostradas sus muchas mansiones. Por lo tanto, oh Isaac Portador de Dios, suplica al Salvador por todos los que te alabamos.

Traslado de las reliquias de san Juan Crisóstomo, arzobispo de Constantinopla

La memoria de san Juan Crisóstomo se celebra el 13 de noviembre y el 30 de enero. En esta fecha, la Iglesia celebra el traslado de sus honorables reliquias desde la villa armenia de Comana, donde había muerto exiliado, a Constantinopla, donde antes había gobernado la Iglesia como patriarca. Treinta años después de su muerte, el patriarca Proclo predicó un sermón en memoria de su padre espiritual y maestro, y con este sermón tanto inflamó el amor del pueblo y del emperador Teodosio el Joven por el gran santo, que todos desearon que las reliquias de Crisóstomo fuesen trasladadas a Constantinopla. Se cuenta que la urna que contenía las reliquias de san Juan Crisóstomo no pudo moverse de su lugar hasta que el Emperador escribió una carta a Crisóstomo suplicándole que perdonara a Eudoxia, madre de Teodosio (que había sido responsable del exilio del santo), y pidiéndole que regresase a Constantinopla, su antigua residencia. Cuando la carta de arrepentimiento fue colocada sobre la urna, esta se tornó liviana. Durante el traslado de las reliquias, muchos enfermos fueron sanados al tocar la urna.

Cuando las reliquias llegaron a la capital, el Emperador de nuevo pidió perdón del santo ante las mismas en nombre de su madre, como si fuese ella quien hablara: «Mientras viví en esta vida pasajera actué con malicia contra ti; ahora que vives en la vida inmortal, haz beneficio a mi alma. Mi gloria ha pasado y en nada me ayudó. ¡Ayúdame, oh padre, en tu gloria! ¡Ayúdame antes de que sea condenada en el Juicio de Cristo!».

Cuando el santo cuerpo fue traído a la Iglesia de los Doce Apóstoles y colocado en el trono patriarcal, la multitud escuchó de su boca estas palabras: «Paz a todos». El traslado de las reliquias de san Juan Crisóstomo ocurrió en el 438 d. C.

Tropario, tono 8

La Gracia, que por tu boca como fuego resplandeció, * ha iluminado el universo, * ha revelado al mundo los tesoros de la pobreza * y ha mostrado la excelsitud de la humildad. * ¡Oh padre Juan Crisóstomo, * cuyas palabras nos han educado, * intercede ante el Verbo, Cristo Dios, * para que salve nuestras almas!

San Jenofonte con su esposa María y sus dos hijos Arcadio y Juan de Constantinopla

“A los ricos de este mundo, mándales que no sean arrogantes ni pongan su esperanza en las riquezas, que son tan inseguras, sino en Dios, que nos provee de todo en abundancia para que lo disfrutemos. Mándales que hagan el bien, que sean ricos en buenas obras, y generosos, dispuestos a compartir lo que tienen” (1ª Epístola a Timoteo 6:17-18). Este pedido, san Xenofón lo cumplió hasta el final, acompañado de María, su mujer, Arcadio y Juan sus hijos. Pues, aunque, la familia era económicamente acomodada, el santo siempre tenía la puerta de su casa abierta para socorrer a los pobres, y también toda su familia ayudaba con un gran espíritu filantrópico. Se apresuraban a socorrer a los huérfanos, dedicaban importantes sumas de dinero a la liberación de esclavos.

Con la idea de que los hijos de Jenofonte estudiasen leyes, los envían a Beirut, pero en el camino corrieron peligro sus vidas, y luego de sortear este inconveniente, decidieron ir a Jerusalén donde fueron ordenados monjes. Al enterarse los padres de lo sucedido a sus hijos, agradecieron y glorificaron a Dios, repartiendo luego todos sus bienes y partieron de la ciudad de Constantinopla donde vivían.

A san Jenofonte lo ordenaron monje y se retiró a un monasterio en el desierto donde tuvo una vida acética. Su esposa Maria tomó el mismo camino monacal en un monasterio de mujeres. Los Santos vivieron muchos años en los monasterios y entregaron sus almas en paz a Cristo.

Tropario tono 4, del común de Varios Justos

Oh Dios de nuestros padres, * que siempre nos tratas de acuerdo con tu bondad: * no retires de nosotros tu misericordia, * sino que, por la intercesión de tus santos, * dirige nuestras vidas en paz.

San Gregorio el Teólogo, arzobispo de Constantinopla

Nació en el pueblo de Nacianzo, cerca de Cesarea de Capadocia, hoy dentro del territorio de Turquía. Su padre, san Gregorio el Anciano, era pagano pero, por la fe de su esposa y su moral cristiana, se convirtió, fue bautizado y anduvo en los caminos de la virtud a tal grado que fue elegido para la sede episcopal de Nacianzo.

En este ambiente creció el hijo Gregorio. La condición desahogada de su familia le permitió realizar bastantes estudios en Cesarea y Atenas: literatura, poesía y retórica. En esta etapa de su vida conoció a su amigo más íntimo, san Basilio.

Gregorio se ofreció a sí mismo como ofrenda ante Dios; su generosidad con los pobres lo dejó libre de cualquier riqueza mundana, y su anhelo más grande era ir hacia el retiro y el silencio. Se puso de acuerdo con su amigo Basilio para construir una ermita donde vivieron juntos en oración, ayuno, estudio de la Biblia y salmodia, y juntos pusieron las reglas de la vida monástica.

El Santo regresó a Nacianzo ya que su padre había alcanzado los 80 años y necesitaba quien le ayudara en los asuntos del rebaño. Los fieles, espontáneamente, tomaron a Gregorio y, en contra de su voluntad, lo llevaron hacia la iglesia a fin de que fuera ordenado sacerdote, él se sujetó a la realidad después de un conflicto interior que duró bastante tiempo: “uno tiene que purificarse a sí mismo antes de purificar a los demás; que hacerse sabio antes de llevar la sabiduría a los otros; volverse luz antes de dar la luz; ser santificado antes de santificar a los demás…”

Gregorio trabajaba en Nacianzo en silencio escribiendo y predicando sin dejar de ejercer su ascetismo a su manera.

Durante el combate entre los ortodoxos y los arrianos que negaban la divinidad de Cristo, san Gregorio fue elegido obispo de Constantinopla, -ciudad que en aquel entonces había pasado 40 años en el cautiverio arriano-, ni un templo se le ofreció a Gregorio donde pudiera reunirse con los fieles. Uno de sus parientes le brindó su casa, así, convirtió una de las salas en la iglesia “de la Resurrección”. Precisamente en este lugar, el Santo pronunció sus cinco homilías teológicas que le dieron el título de “Teólogo”, título que a nadie hasta entonces se le había dado excepto San Juan el Evangelista. Así, sus homilías devolvieron los corazones de los constantinopolitanos hacia la recta fe.

En el año 381 se convocó el segundo Concilio Ecuménico en Constantinopla; el obispo Gregorio era el presidente de esta asamblea de obispos, pero su pobre y humilde aspecto no les pareció para nada a algunos de los presentes así que empezaron a atacarlo. Frente a esta dolorosa escena, el obispo caracterizado por su sensibilidad, pidió retirarse de su cargo episcopal y pronunció una palabra afectuosa defendiendo su labor pastoral en la ciudad de Constantinopla, y, otra vez regresó a su ciudad natal donde pasó el tiempo restante de su vida como siempre anhelaba: escribiendo poemas, aclarando la fe, con oración y ascetismo. Murió el año 389 con más de 60 años de edad.

Tropario, tono 1

Tu flauta teológica pastoral * ha vencido las trompetas de los oradores, * porque tú indagaste lo más profundo del Espíritu, * dotado, además, de elocuencia. * Intercede, pues, ante Cristo Dios, oh padre Gregorio, * para que salve nuestras almas.

Hieromártir Clemente, obispo de Ankara junto al mártir Agatángelo y compañeros

El Hieromártir Clemente nació en la ciudad gálata de Ancira en el año 258, de padre pagano y madre cristiana. Perdió a su padre cuando era un bebé, y a su madre cuando tenía doce años. Ella le predijo que moriría como mártir por su fe en Cristo.

Una mujer llamada Sofía lo adoptó y lo crió en el temor de Dios. Durante una terrible hambruna en Galacia, varios paganos echaron a la calle a sus propios hijos, al no tener medios para alimentarlos. Sofía acogió a estos desdichados, los alimentó y los vistió. San Clemente la ayudó en esto. Enseñó a los niños y los preparó para el bautismo. Muchos de ellos murieron como mártires por Cristo.

San Clemente fue nombrado lector y más tarde diácono. A los dieciocho años fue ordenado sacerdote y a los veinte fue consagrado obispo de Ancira. Poco después estalló la persecución contra los cristianos bajo Diocleciano (284-305).

El obispo Clemente fue denunciado como cristiano y arrestado. Domiciano, gobernador de Galacia, intentó obligar al santo a adorar a los dioses paganos, pero San Clemente confesó firmemente su fe y resistió valientemente todas las torturas.

Lo colgaron de un árbol y rastrillaron su cuerpo con afilados instrumentos de hierro para que se pudieran ver sus entrañas. Le aplastaron la boca con piedras y lo hicieron girar en una rueda y lo quemaron a fuego lento. El Señor salvó a su paciente y curó su cuerpo lacerado.

Luego Domiciano envió al santo a Roma al propio emperador Diocleciano, con un informe de que el obispo Clemente había sido ferozmente torturado, pero se había mostrado inflexible. Diocleciano, al ver al mártir completamente sano, no creyó la noticia y lo sometió a torturas aún más crueles, y luego lo encerró en prisión.

El 5 de noviembre, san Agatángelo fue decapitado a espada. Los cristianos de Ancira liberaron a san Clemente de la prisión y lo llevaron a una iglesia rupestre. Allí, después de celebrar la liturgia, el santo anunció a los fieles el inminente fin de la persecución y su propio martirio. El 23 de enero, el santo jerarca fue asesinado por soldados de la ciudad, que asaltaron la iglesia. El santo fue decapitado mientras se encontraba ante el altar y ofrecía el sacrificio incruento. Dos diáconos, Cristóbal y Caritón, fueron decapitados con él, pero nadie más resultó herido.

Tropario, tono 4

Vid de justicia y ramo de disciplina, * flor sagrada y fruto dulce, * así brotaste como un don de Dios a los fieles, oh santísimo. * Por ser partícipe de los mártires en su lucha * y de los jerarcas en la sede, * intercede ante Cristo Dios, * para que salve nuestras almas.

Santo Apóstol Timoteo de los Setenta; San Anastasio el Persa

Apóstol Timoteo de los Setenta

Timoteo era uno de los Setenta apóstoles (cfr. San Lucas 10:1-20). Nació en Listra de Licaonia de padre griego y madre hebrea. El apóstol Pablo alabó a su madre y a su abuela por su fe sincera (cfr. II Timoteo 1:4-5). Timoteo conoció al gran Apóstol por primera vez en Listra, y presenció cuando éste sanó al cojo de nacimiento (cfr. Hechos 14:8-10). Luego, Timoteo se convirtió en un compañero de viaje casi constante de Pablo, yendo con él a Acaya, Macedonia, Italia y España. De gran celo por la fe, un magnífico predicador, y de alma dulce, Timoteo contribuyó mucho a la difusión y el establecimiento de la fe cristiana. Pablo lo llamó «verdadero hijo en la fe» (cfr. I Timoteo 1:2). Después del martirio de Pablo, Timoteo tuvo a san Juan el Evangelista como maestro. Mas cuando el emperador Domiciano exilió a Juan de Éfeso a la isla de Patmos, Timoteo permaneció en Éfeso como obispo. Durante una fiesta idólatra llamada «Katagogia», los paganos, irritados contra los cristianos, atacaron traicioneramente y enmascarados a Timoteo y lo mataron; esto ocurrió alrededor del 93 d. C. Sus honorables reliquias luego fueron llevadas a Constantinopla y enterradas en la Iglesia de los Doce Apóstoles, junto a las tumbas de san Lucas el Evangelista y san Andrés el Primer-llamado.

Tropario tono 4

Has aprendido la bondad * y conservado la sobriedad; * revestido de la buena conciencia debidamente, * has recibido de Pablo, vaso electo, lo indescriptible, * conservando la fe * y concluyendo, como él, la carrera. * Timoteo apóstol, * intercede ante Cristo Dios * para que salve nuestras almas.

 

 

San Anastasio el Persa

 

El monje mártir Anastasio el Persa era hijo de un hechicero persa llamado Bavi. Como pagano, tenía el nombre de Magundates y sirvió en los ejércitos del emperador persa Chozroes II, quien en el año 614 asoló la ciudad de Jerusalén y se llevó la Cruz vivificante del Señor a Persia.

Grandes milagros ocurrieron desde la Cruz del Señor, y los persas quedaron asombrados. El corazón del joven Magundates se inflamó con el deseo de aprender más sobre este objeto sagrado. Al preguntar a todos sobre la Santa Cruz, el joven se enteró de que en ella fue crucificado el mismo Señor por la salvación de la humanidad. Conoció las verdades de la fe cristiana en la ciudad de Calcedonia, donde estuvo durante algún tiempo el ejército de Chozroes. Fue bautizado con el nombre de Anastasio, y luego se hizo monje y pasó siete años en uno de los monasterios de Jerusalén, viviendo una vida ascética.

Leyendo las vidas de los santos mártires, San Anastasio sintió el deseo de imitarlos. Un misterioso sueño que tuvo el Sábado Santo, la víspera de la Resurrección de Cristo, lo impulsó a hacerlo.

Habiéndose quedado dormido después de sus tareas diarias, vio a un hombre radiante que le entregaba un cáliz de oro lleno de vino y le dijo: “Toma y bebe”. Al beber el cáliz, sintió un deleite inefable. San Anastasio comprendió entonces que esta visión era su llamada al martirio.

Se fue en secreto del monasterio a Cesarea de Palestina. Allí fue arrestado por ser cristiano y llevado a juicio. El gobernador intentó por todos los medios obligar a San Anastasio a renunciar a Cristo, amenazándolo con torturas y muerte, y prometiéndole honores y bendiciones terrenales. El santo, sin embargo, permaneció inflexible. Luego lo sometieron a torturas: lo golpearon con varas, le cortaron las rodillas, lo colgaron de las manos y le ataron una piedra pesada a los pies, lo agotaron con el encierro y luego lo desgastaron con trabajos pesados ​​en la cantera de piedra con otros prisioneros.

Finalmente, el gobernador llamó a san Anastasio y le prometió su libertad si tan solo decía: “No soy cristiano”. El santo mártir respondió: “Nunca negaré a mi Señor ante ti ni ante nadie, ni abiertamente ni siquiera mientras duermo. Nadie puede obligarme a hacer esto mientras esté en mi sano juicio”. Luego, por orden del emperador Chozroes, san Anastasio fue estrangulado y luego decapitado. Después de la muerte de Chozroes, las reliquias del monje mártir Anastasio fueron trasladadas a Palestina, al monasterio de Anastasio.

Tropario tono 4, del común de Santos Mártires

Tu mártir, oh Señor, * ha obtenido de ti * corona de incorrupción * en su lucha, Dios nuestro. * Al tener, pues, tu fuerza, * ha vencido a tiranos * y aplastado de los demonios * su abatida insolencia. * Por sus intercesiones, oh Cristo Dios, * salva nuestras almas.

San Máximo el Confesor; Santo Mártir Neófito

San Máximo nació en Constantinopla en una noble familia y recibió una muy buena educación. Él se encontraba entre los consejeros del emperador Heraclio (años 610-641). Ante la difusión de la herejía de los monofisitas que negaban la voluntad humana del Señor Jesucristo, con lo que disminuían el significado de sus sufrimientos en la Cruz, aun Él dejó su palacio e ingresó en el monasterio Cristopolsky, donde san Máximo fue el abad.

Siendo teólogo, profundo pensador y un riguroso defensor de la Ortodoxia, Máximo demostraba exitosamente lo erróneo de la herejía monofisita que aseguraba que la naturaleza humana de Jesús había sido absorbida y destruida por la naturaleza Divina. Por eso, Máximo, fue muchas veces objeto de persecuciones por parte de los enemigos de la Iglesia. Los argumentos de San Máximo a favor de la Ortodoxia fueron tan concluyentes que después de un debate público con el patriarca monofisita de Constantinopla, llamado Pirro, este último renunció a la herejía en el año 645.

Varias veces fue deportado y nuevamente llamado a Constantinopla. Muchas veces las exhortaciones y las promesas de los herejes se convertían en amenazas, vejaciones y golpizas a san Máximo. Pero él quedaba firme en sus convicciones religiosas. Por último, le cortaron el brazo derecho y la lengua para que ni con la palabra ni por escrito pudiera proclamar y defender la verdad. Luego lo enviaron en reclusión al Cáucaso en Lasov (una región en Mingrelia) donde falleció el 13 de agosto del año 662, sabiendo de antemano el día de su muerte.

San Máximo escribió muchas obras teológicas en defensa de la Ortodoxia. Especialmente representan un gran valor sus prédicas sobre la vida espiritual y contemplativa, algunas de las cuales entraron en una colección de sermones de los Santos Padres sobre la vida de los ascetas. En estas devotas prédicas se revela la profundidad espiritual y la agudeza del pensamiento de san Máximo. También llegó a nosotros su explicación de la Liturgia, que tiene un gran significado teológico.

Tropario, tono 3

Dulce manantial por la Iglesia, * que en el Santo Espíritu abundas * con doctrinas insondables y trascendentes; * pues, admirado por el vaciamiento del Verbo, *resplandeciste en la batalla de tu confesión de fe. * Padre Máximo, suplícale a Cristo Dios * que nos otorgue la gran misericordia.

Santo Mártir Neófito

 

El santo mártir Neófito, oriundo de la ciudad de Nicea, en Bitinia, fue criado por sus padres en una estricta piedad cristiana. Por su virtud, templanza e incesante oración, agradó a Dios glorificar a San Neófito con el don de hacer milagros, ¡cuando el santo era todavía un niño!

Como Moisés, el santo joven hizo brotar agua de una piedra de la muralla de la ciudad y la dio a los sedientos. En respuesta a la oración de la madre de San Neófito, pidiendo que se le revelara la voluntad de Dios sobre su hijo, una paloma blanca apareció milagrosamente y le indicó el camino que debía seguir. El santo fue sacado de la casa de sus padres por esta paloma y llevado a una cueva en el monte Olimpo, que servía de guarida de leones. Se dice que expulsó al león de la cueva para poder vivir allí. El santo permaneció allí desde los nueve años hasta los quince, saliendo de allí solo una vez para enterrar a sus padres y distribuir sus bienes entre los pobres.

Durante la persecución de Diocleciano (284-305), fue a Nicea y comenzó a denunciar con valentía la impiedad de la fe pagana. Los perseguidores enfurecidos colgaron al santo de un árbol, lo azotaron con correas de buey y le rasparon el cuerpo con garras de hierro. Luego lo arrojaron a un horno al rojo vivo, pero el santo mártir salió ileso y pasó tres días y tres noches en él. Los torturadores, no sabiendo qué más hacer con él, decidieron matarlo. Uno de los paganos lo atravesó con una espada (algunos dicen que era una lanza), y el santo partió hacia el Señor a la edad de dieciséis años.

Tropario tono 4, del común de Santos Mártires

Tu mártir, oh Señor, * ha obtenido de ti * corona de incorrupción * en su lucha, Dios nuestro. * Al tener, pues, tu fuerza, * ha vencido a tiranos * y aplastado de los demonios * su abatida insolencia. * Por sus intercesiones, oh Cristo Dios, * salva nuestras almas.

San Eutimio el Grande

El nacimiento de este santo en el año 377, fue el fruto de las oraciones de sus padres, Pablo y Dionisia, y de la intercesión del mártir Polieucto. El padre de Eutimio era un rico ciudadano de Melitene de Armenia. Ahí se inició Eutimio en las ciencias sagradas, bajo la dirección del obispo, quien le ordenó sacerdote y le encargó la supervisión de los monasterios. Eutimio visitaba con frecuencia el monasterio de san Polyeucto, y pasaba noches enteras orando en el monte vecino. Asimismo, se retiraba a orar todos los años, desde la octava de la Epifanía hasta el fin de la Cuaresma. Como su deseo de soledad no se satisfacía con esto, Eutimio abandonó secretamente su ciudad natal, a los veintinueve años de edad. Después de orar en los santos lugares de Jerusalén, se refugió en una celda, a diez kilómetros de la ciudad, cerca de la lavra de Farán. Tejiendo canastas, ganaba lo suficiente para vivir y aun repartía algunas limosnas entre los pobres. Cinco años más tarde, se retiró con un tal Teoctisto a una cueva situada a unos quince kilómetros de su celda anterior, en el camino a Jericó; ahí empezó a reunir algunos discípulos hacia el año 411. Confiando a Teoctisto el cuidado de la comunidad, el santo volvió a retirarse a una remota ermita. Sólo los sábados y domingos recibía a quienes iban en busca de consejo. Eutimio exhortaba a sus monjes a no comer nunca más de lo necesario para satisfacer el hambre, y les prohibía toda especie de singularidad en el ayuno y otras austeridades, porque tales cosas favorecen la vanidad y desarrollan la voluntad propia. Siguiendo el ejemplo de su maestro, todos los monjes se retiraban a la soledad desde la Epifanía hasta el Domingo de Ramos, fecha en que se reunían en el monasterio para celebrar los oficios de la Semana Santa.

Eutimio recomendaba el silencio y el trabajo manual, con suerte sus monjes ganaban para comer, y un poco más para ayudar a los pobres.

Con la señal de la cruz y una corta oración, San Eutimio curó de una parálisis de medio cuerpo a un joven árabe. El padre de éste, que había recurrido en vano a las famosas artes físicas y mágicas de los persas, se convirtió al cristianismo. Esto desató una oleada de conversiones entre los árabes, debido a esto el patriarca de Jerusalén, Juvenal, consagró obispo a Eutimio para que atendiese a las necesidades espirituales de los conversos. El santo estuvo presente en el Concilio de Efeso, en 431. Juvenal construyó a san Eutimio una lavra en el camino de Jerusalén a Jericó. No por ello abandonó el santo su regla de estricta soledad, sino que gobernó a sus monjes por medio de vicarios a quienes daba sus instrucciones los domingos. San Cirilo de Escitópolis relata muchos de los milagros obrados por el santo con sólo hacer la señal de la cruz. En un periodo de sequía, Eutimio exhortó al pueblo a la penitencia para apartar esa plaga, las multitudes acudían en procesión a su celda llevando cruces, cantando el Kyrie eléison, y suplicándole que ofreciere a Dios sus oraciones por ellos. Eutimio respondía: “Yo soy un pecador. ¿Cómo queréis que me presente ante Dios, que está airado por nuestras culpas? Postrémonos todos juntos en su presencia, y Él nos escuchará.” La multitud obedeció, y el santo, dirigiéndose a su capilla, se postró también en oración. El cielo se oscureció repentinamente, la lluvia cayó en abundancia, y las cosechas fueron notablemente buenas.

Uno de los últimos discípulos de san Eutimio fue el joven san Sabas (el Santificado). El 13 de enero del año 473, Martirio y Elías, a quienes el santo había predicho que llegarían a ser patriarcas de Jerusalén, fueron con algunos otros a acompañar a Eutimio a su retiro cuaresmal; pero éste les dijo que iba a quedarse con ellos toda la semana, hasta el sábado siguiente, dándoles a entender que su muerte estaba próxima. Tres días después, ordenó que se observase una vigilia general, la víspera de la fiesta de san Antonio, y en tal ocasión hizo a sus hijos espirituales una exhortación a la humildad y la caridad. Nombró a Elías por sucesor suyo y predijo a Domiciano, uno de sus discípulos predilectos, que le seguiría al sepulcro a los ocho días de su muerte como sucedió en efecto. Eutimio murió el sábado 20 de enero, a los noventa y cinco años, después de haber pasado sesenta y ocho en el desierto. Su nombre es conmemorado en la Preparación de la Divina Liturgia junto a los santos justos.

Tropario, tono 4

Alégrate, desierto, que jamás has dado a luz; * disfruta tú, que nunca has parido: * he aquí que abundas en hijos * por el hombre de deseos espirituales: * con devoción los ha sembrado, * con abstinencia, criado * hacia la perfección de las virtudes. * Por sus plegarias, oh Cristo Dios, * pacifica nuestra vida.

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