San Abercio, obispo de Hierápolis en Frigia en tiempos de Marco Aurelio, fue bendecido con la gracia de hacer milagros y del celo apostólico.
En una celebración en honor de Apolo, San Abercio fue instruido por revelación divina a destruir los ídolos. Durante la noche ingresó al templo de Apolo y dio vueltas todas las estatuas de ídolos que se encontraban allí. Al iniciarse el bullicio la mañana siguiente, Abercio desafió a la multitud diciendo que los dioses tal vez se emborracharon durante la noche después de haber recibido las ofrendas de sus fieles. Una multitud de enfurecidos hombres se abalanzó sobre él pero san Abercio, orando, expulsó los demonios de tres de los jóvenes que incitaban a la multitud. Así, el pueblo al ver el milagro aceptó a Cristo y se convirtieron todos. San Abercio durmió en paz en el año 167 (o de acuerdo a otros en el 186) luego de trabajar incansablemente por el rebaño que le había sido confiado.
Tropario tono 4, del común de santos Jerarcas
La verdad de tus obras * te ha mostrado a tu rebaño * cual regla de fe, icono de mansedumbre * y maestro de abstinencia. * Así que alcanzaste, por la humildad, alturas * y por la pobreza, riquezas. * ¡Oh santo Padre Abercio, intercede ante Cristo Dios, * para que salve nuestras almas!
Los siete jóvenes durmientes de Efeso
Los siete jóvenes de Éfeso: Maximiliano, Jámblico, Martiniano, Juan, Dionisio, Exacustodiano (Constantino) y Antonino, vivieron en el siglo III. San Maximiliano era hijo del administrador de la ciudad de Éfeso, y los otros seis jóvenes eran hijos de ilustres ciudadanos de Éfeso. Los jóvenes eran amigos desde la infancia y todos estaban en el servicio militar juntos.
Cuando el emperador Decio (249-251) llegó a Éfeso, ordenó a todos los ciudadanos que ofrecieran sacrificios a los dioses paganos. La tortura y la muerte esperaban a quien desobedeciera. Los siete jóvenes fueron denunciados por informantes y convocados para responder a las acusaciones. Al presentarse ante el emperador, los jóvenes confesaron su fe en Cristo.
Sus cinturones militares y sus insignias les fueron rápidamente quitados. Sin embargo, Decio les permitió irse en libertad, con la esperanza de que cambiaran de opinión mientras él estaba en una campaña militar. Los jóvenes huyeron de la ciudad y se escondieron en una cueva en el monte Oclon, donde pasaron el tiempo en oración, preparándose para el martirio.
El más joven de ellos,san Jámblico, se vistió de mendigo y fue a la ciudad a comprar pan. En una de sus excursiones a la ciudad, se enteró de que el emperador había regresado y los estaba buscando. San Maximiliano instó a sus compañeros a salir de la cueva y presentarse a juicio.
Al enterarse de dónde estaban escondidos los jóvenes, el emperador ordenó que la entrada de la cueva se sellara con piedras para que los santos perecieran de hambre y sed. Dos de los dignatarios que estaban en la entrada bloqueada de la cueva eran cristianos secretos. Deseando preservar la memoria de los santos, colocaron en la cueva un recipiente sellado que contenía dos placas de metal. En ellas estaban inscritos los nombres de los siete jóvenes y los detalles de su sufrimiento y muerte.
El Señor hizo que los jóvenes cayeran en un sueño milagroso que duró casi dos siglos. Mientras tanto, las persecuciones contra los cristianos habían cesado. Durante el reinado del santo emperador Teodosio el Joven (408-450) hubo herejes que negaban que habría una resurrección general de los muertos en la Segunda Venida de nuestro Señor Jesucristo. Algunos de ellos decían: “¿Cómo puede haber una resurrección de los muertos cuando no habrá ni alma ni cuerpo, ya que están desintegrados?” Otros afirmaban: “Sólo las almas tendrán una restauración, ya que sería imposible que los cuerpos se levantaran y vivieran después de mil años, cuando ni siquiera su polvo permanecería”. Por eso, el Señor reveló el misterio de la Resurrección de los Muertos y de la vida futura a través de Sus siete santos.
El dueño del terreno en el que se encontraba el Monte Oclon descubrió la construcción de piedra y sus trabajadores abrieron la entrada de la cueva. El Señor había mantenido con vida a los jóvenes, y ellos despertaron de su sueño, sin saber que habían pasado casi doscientos años. Sus cuerpos y ropas estaban completamente intactos.
Los jóvenes, dispuestos a aceptar la tortura, pidieron de nuevo a san Jámblico que les comprase pan en la ciudad. Al dirigirse a la ciudad, el joven se asombró al ver una cruz en las puertas. Al oír pronunciar libremente el nombre de Jesucristo, empezó a dudar de que se estuviera acercando a su propia ciudad.
Cuando pagó el pan, Jámblico le dio al mercader monedas con la imagen del emperador Decio. Lo detuvieron como alguien que podría estar ocultando un montón de dinero antiguo. Llevaron a san Jámblico ante el administrador de la ciudad, que también era el obispo de Éfeso. Al oír las desconcertantes respuestas del joven, el obispo percibió que Dios estaba revelando algún tipo de misterio a través de él y fue con otras personas a la cueva.
A la entrada de la cueva, el obispo encontró el recipiente sellado y lo abrió. Leyó en las placas de metal los nombres de los siete jóvenes y los detalles del sellado de la cueva por orden del emperador Decio. Al entrar en la cueva y ver a los santos vivos, todos se alegraron y percibieron que el Señor, al despertarlos de su largo sueño, estaba demostrando a la Iglesia el misterio de la Resurrección de los Muertos.
Pronto el propio emperador llegó a Éfeso y habló con los jóvenes en la cueva. Entonces los santos jóvenes, a la vista de todos, pusieron sus cabezas en el suelo y se durmieron nuevamente, esta vez hasta la Resurrección General.
El emperador quería colocar a cada uno de los jóvenes en un ataúd adornado con joyas, pero se le aparecieron en un sueño y le dijeron que sus cuerpos debían quedar en el suelo de la cueva.
Estos santos mártires son conmemorados el 4 de agosto, en que según el typikon griego se durmieron la primera vez y se despertaron en esta fecha 22 de octubre.
Tropario tono 4, del común de Mártires
Tus mártires, oh Señor, * han obtenido de ti * coronas de incorrupción * en su lucha, Dios nuestro. * Al tener, pues, tu fuerza, * han vencido a tiranos * y aplastado de los demonios * su abatida insolencia. * Por sus intercesiones, oh Cristo Dios, * salva nuestras almas.