Boletín del 05/06/2011
Domingo de los S. Padres
del 1er.Concilio Ecuménico
Oh Cristo, mientras los discípulos te miraban subir al Padre para sentarte a su lado, los ángeles se apresuraban clamando: “Levantad las puertas, levantadlas, pues el Rey ascendió a la Gloria de su Luz substancial.”Exapostelario
Tropario de la Resurrección
Tono 6
Los poderes celestiales aparecieron sobre tu sepulcro; y los guardias quedaron como muertos; María se plantó en el sepulcro buscando Tu Cuerpo Purísimo; sometiste al hades sin ser tentado por él; y encontraste a la Virgen otorgándole la vida. ¡Oh Resucitado de entre los muertos, Señor, gloria a Ti!Tropario de la Divina Ascensión
Tono 4
Ascendiste con gloria, oh Cristo Dios nuestro, y alegraste a tus discípulos con la promesa del Espíritu Santo confirmándoles con tu bendición que eres el Hijo de Dios, el Salvador del mundo.Tropario de los Santos Padres del 1er. Concilio Ecuménico
Tono 8
¡Glorificado eres Tú oh Cristo Dios nuestro, que cimentaste a los santos padres en la tierra como astros, por los cuales nos dirigiste a la verdadera fe! ¡oh Misericordioso, gloria a Ti!Condaquio de la Divina Ascensión
Tono 6
Cuando concluiste el plan de nuestra Redención uniendo a los terrenales con los celestiales, ascendiste glorioso a Tu lugar, oh Cristo nuestro Dios, aunque no Te habías desprendido de él, pues permaneciste siempre firme en él, y clamando a los que amas: «Yo estoy con vosotros y nadie estará en contra».Lectura de Hechos de los Apóstoles (20:16-18, 28-36)
En aquellos días: Pablo había resuelto pasar de largo por Efeso, para no perder tiempo en Asia. Se daba prisa, porque quería estar, si le era posible, el día de Pentecostés en Jerusalén. Entonces desde Mileto envió a llamar a los presbíteros de la Iglesia de Efeso. Cuando llegaron donde él, les dijo:
«Tengan cuidado de ustedes y de toda la grey, en medio de la cual les ha puesto el Espíritu Santo como vigilantes para pastorear la Iglesia de Dios, que Él se adquirió con su propia sangre.
Yo sé que, después de mi partida, se introducirán entre ustedes lobos crueles que no tendrán clemencia del rebaño; y también que de entre ustedes mismos se levantarán hombres que hablarán cosas perversas, para arrastrar a los discípulos detrás de sí. Por tanto, vigilen y acuérdense que durante tres años no he cesado de amonestarles día y noche con lágrimas a cada uno de ustedes.
Ahora, hermanos, les encomiendo a Dios y a la Palabra de su Gracia, que tiene poder para edificarlos y darles la herencia con todos los santificados.
Yo de nadie codicié plata, oro o vestido. Ustedes saben que estas manos proveyeron a mis necesidades y a las de mis compañeros. En todo les he enseñado que es así, trabajando, como se debe socorrer a lo débiles y que hay que tener presentes las palabras del Señor Jesús, que dijo: Mayor felicidad hay en dar que en recibir.»
Dicho esto, se puso de rodillas y oró con todos ellos.
Evangelio según San Juan (17:1-13)
En aquel tiempo, Jesús alzó los ojos al cielo y dijo: «¡Padre!, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a Ti. Y según le has dado potestad sobre toda carne, dé también vida eterna a todos los que le diste. Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.
Yo te he glorificado en la tierra, y he llevado a cabo la obra que me encomendaste. Ahora glorifícame, ¡oh Padre!, junto a Ti, con la gloria que tenía a tu lado antes que fuese el mundo. He manifestado tu Nombre a los hombres que del mundo me has dado. Tuyos eran, y me los has dado, y han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todo lo que me has dado, viene de Ti, porque las palabras que me diste, les he dado; y ellos las han recibido y han conocido verdaderamente que vengo de Ti, y han creído que Tú me enviaste. Yo ruego por ellos, no ruego por el mundo, sino por los que me has dado, porque tuyos son, y todo lo mío es tuyo, y todo lo tuyo es mío; y he sido glorificado en ellos. Yo ya no estoy en el mundo, pero ellos sí están en el mundo; yo voy a Ti.
¡Oh Padre Santo!, guarda en tu Nombre a los que me has dado, para que sean uno, así como Nosotros. Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu Nombre; a los que me has dado, yo los guardaba, y ninguno de ellos se ha perdido, salvo el hijo de la perdición, para que la Escritura se cumpliese. Pero ahora voy a Ti, y digo esto en el mundo, para que tengan en sí mismos mi alegría en su plenitud.»
El icono de la Divina Ascensión
Cristo, después de su Resurrección se manifestó varias veces a los discípulos, a las Mirróforas, a más de quinientas personas como nos cuenta San Pablo, y a muchos otros confirmando su Resurrección. Cuarenta días después, ascendió a los cielos. Este acontecimiento, que festejamos el Jueves pasado, nos lo conservó San Lucas en su Evangelio: «mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo.» (Lc 24:51).
El icono de la Ascensión nos ilustra el pasaje evangélico: Cristo asciende al Cielo rodeado por un halo de Luz que expresa su Gloria divina, sin embargo su vestimenta parece igual a la de los apóstoles; pues con su Ascensión ha elevado con Él a la naturaleza humana. La Ascensión del Señor no es un traslado de lugar (de la tierra al cielo) sino que significa la salida del espacio de lo creado y el ingreso en el divino y eterno. Cristo, elevó nuestra naturaleza humana a donde nunca había estado.
La Virgen en el centro del icono eleva sus manos orando en silencio; ella representa la Iglesia, ya que su seno era el lugar de reunión entre lo humano y lo divino, así como la Iglesia lo es a partir de Pentecostés.
Los dos ángeles vestidos de blanco dicen a los apóstoles: «¿Qué hacéis ahí mirando al cielo? Éste que os ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá así tal como le habéis visto subir al cielo.» (Hch1: 11)
Los apóstolos, con un movimiento vital, expresan el gozo de recibir la bendición del Hijo de Dios; tristes por ser separados de Él, pero optimistas por la promesa del Espíritu Santo que haría perpetua la Presencia de Jesús en sus corazones. Algunos de ellos miran hacia la Ascensión pero otros contemplan a la Virgen: ¿cómo en tu seno ha cabido el Rey de la Gloria?
El icono de la Ascensión es ilustración de la Iglesia cuya Cabeza es nuestro Señor Jesucristo, cuya imagen es la Virgen, y cuyos pilares son los Apóstoles.
Concilio de Nicea
Con la asistencia de 318 obispos de Europa, África y Asia, se celebró en Necea, a mediados del año 325 d.C, el primer concilio ecuménico de la Iglesia, convocado, ciertamente, por el emperador Constantino el Grande, y presidido, al parecer, por Eustacio, obispo de Antioquía. Destaca la presencia en este concilio de un grupo numeroso de Padres que, por su fe, dieron un ejemplo vivo de vida en Cristo, como son San Nicolás de Mira, Espiridión de Trimitos, Macario de Jerusalén, y el Diácono, en ese entonces, san Atanasio el Grande.
En el primer tercio del Siglo IV, el pueblo cristiano se encontraba dividido y confundido por la predicación de un diácono libio, Arrio, que rechazaba la divinidad de Cristo, y enseñaba que el Señor era criatura y no creador y, por lo tanto, no era ni eterno ni consubstancial al Padre. Así mismo decía que sólo en forma alegórica se le nombraba «Hijo», «Sabiduría» y «Poder» de Dios. Después de intentos vanos de parte del patriarca de Alejandría para convencerle de su error, más tarde, su doctrina fue condenada, y Arrio fue despojado de sus grados clericales por un concilio local celebrado en Alejandría en el año 321 al que asistieron 100 obispos de Egipto y Libia.
El 1er. Concilio Ecuménico reunido en la plaza central del palacio imperial en Necea se enteró de la enseñaza de Arrio y la condenó como herética confirmando la fe establecida en el Evangelio y que aún sostiene la Iglesia: Cristo es verdadero Dios. Con ello, los Padres del concilio no inventaban un dogma nuevo, sino que se afirmaban en la doctrina de los santos Apóstoles y consolidaban sus enseñanzas: «Nosotros estamos en el Verdadero, en su Hijo Jesucristo. Éste es el Dios verdadero y la Vida eterna», dice Juan el evangelista (1Jn 5:20). Sobre esta base el concilio expresó su fe en el Padre y El Hijo dictando la primera parte del Credo, o Símbolo de Necea. Por las oraciones de los Santos Padres, Señor, ten piedad de nosotros. AMÉN.
Una experiencia cristiana: los cinco idiomas
Madre Gavrilia (+1992)
Cuando estaba en India, una vez me encontré con un misionero que me dijo: “Puedes ser una mujer bondadosa pero no buena cristiana.” Le pregunté: “¿Por qué?” “Porque ya tienes mucho tiempo aquí y no hablas más que inglés. ¿Cuántas lenguas locales has aprendido?” Contesté: “En realidad no he tenido tiempo para aprender, corro de un lado a otro, siempre atendiendo a mis pacientes (ella ofrecía gratuitamente terapia de pie) y lo único que sé decir es ¡buenos días! y ¡buenas noches!”. “Entonces no eres una buena cristiana –me recalcó– y mucho menos misionera. Mira a los misioneros católicos y protestantes cuántos dialectos aprenden.” Yo rezaba en mi corazón con mucho fervor: “¡Dios mío, dame una respuesta!” Luego dije: “Ah! Me acordé. Yo uso cinco idiomas.” “De veras. ¿Cuáles?” Contesté confiadamente: “el primero, la sonrisa; el segundo, las lágrimas; el tercero, el tacto; el cuarto, la oración; y el quinto, el amor… con estos cinco idiomas he viajado en todo el mundo.” El hombre, perplejo, empezó a buscar una pluma para apuntar. Eso es cierto: con estas cinco herramientas todo el mundo es tuyo.
(Fragmentos tomados del libro, Mother Gavrilia, the Ascetic of Love, Nun Gavrilia, Greece 2000)La ordenación del Padre Emiliano
(Fotos)