El Papa Clemente, Hieromártir, nació en Roma en el seno de una familia rica e ilustre. Separado de sus padres desde la infancia por la fuerza de las circunstancias, Clemente fue criado por extraños. Viviendo en Roma, el joven recibió una esmerada educación, estuvo rodeado de lujo y tuvo acceso a la corte imperial. Pero estas comodidades no le trajeron alegría y la sabiduría pagana no logró atraerlo. Comenzó a reflexionar sobre el sentido de la vida.
Cuando las noticias de Cristo y su enseñanza comenzaron a llegar a la capital, san Clemente dejó su hogar y sus propiedades y se dirigió a las tierras donde los Apóstoles predicaban. En Alejandría, conoció al santo apóstol Bernabé, escuchó sus palabras con profunda atención y percibió el poder y la verdad de la Palabra de Dios. Al llegar a Palestina, fue bautizado por el santo Apóstol Pedro y se convirtió en su celoso discípulo y constante compañero, compartiendo con él sus trabajos y sufrimientos. Poco antes de sus propios sufrimientos y muerte, san Pedro lo consagró como obispo de Roma. Tras la muerte del apóstol Pedro, san Lino (67-79) fue el siguiente obispo de Roma, al que le sucedieron san Anacleto (79-91) y, después, san Clemente (92-101).
La vida virtuosa, las obras de caridad y la actividad de oración de san Clemente convirtieron a muchos a Cristo. En una ocasión, el día de Pascua, bautizó a 424 personas. Entre los bautizados había personas de todas las clases sociales: esclavos, funcionarios e incluso miembros de la familia imperial.
Los paganos, al ver el éxito de su predicación apostólica, denunciaron a san Clemente ante el emperador Trajano (98-117), acusándolo de insultar a los dioses paganos. El emperador desterró a san Clemente de la capital y lo envió a Crimea para trabajar en una cantera de piedra cerca de la ciudad de Cherson. Muchos de los discípulos del santo lo siguieron voluntariamente, prefiriendo exiliarse antes que vivir sin su padre espiritual.
Cuando llegó al lugar del exilio, San Clemente encontró allí a muchos creyentes cristianos, condenados a trabajos forzados en medio de la escasez de agua. Oró junto a los condenados y el Señor se le apareció en forma de cordero y le reveló la ubicación de un manantial del que brotaba un verdadero río de agua. Este milagro atrajo a una multitud hacia san Clemente. Al escuchar al celoso predicador, cientos de paganos se convirtieron a Cristo. Cada día se bautizaban 500 o más hombres. Y allí, en la cantera de piedra, se construyó una iglesia, en la que ejerció como sacerdote.
La actividad apostólica del santo despertó la ira del emperador Trajano, que ordenó ahogar a San Clemente. Arrojaron al mártir al mar con un ancla atada al cuello. Esto ocurrió en el año 101.
San Clemente, que pertenece a los Padres Apostólicos, nos ha dejado un legado espiritual (dos Epístolas a los Corintios), los primeros ejemplos escritos de la enseñanza cristiana después de los escritos de los santos Apóstoles.
Hieromártir Pedro, patriarca de Alejandría
San Pedro ilustremente ocupó el trono de Alejandría durante doce años y, como dice Eusebio, “fue un ejemplo divino de un obispo debido a la excelencia de su vida y su estudio de las Sagradas Escrituras” (ver Eusebio, Hist. Eccl, Libro VII, 3 2; Libro VIII 11, 13; y Libro IX, 6). Excomulgó a Arrio por su simpatía con el cisma meleciano. Cuando Arrio se enteró de que san Pedro había sido encarcelado, le envió muchos sacerdotes y diáconos, pidiéndole que lo recibiera nuevamente en la comunión de la Iglesia antes de su martirio. Los embajadores de Arrio, se asombraron de la vehemencia con la que San Pedro se negó a recibir a Arrio nuevamente, les reveló una visión aterradora que había tenido, en la que Cristo se le había aparecido de niño con una prenda desgarrada de pies a cabeza. Cuando san Pedro le preguntó al Señor qué significaba su prenda, el Señor respondió que era Arrio, y que no debía ser recibido nuevamente en comunión.
El hieromártir Pedro fue decapitado durante el reinado de Maximino en el año 312; se le llama el “Sello de los Mártires”, porque fue el último obispo de Alejandría en sufrir el martirio bajo los emperadores paganos. Sus sucesores al trono de Alejandría, los santos Alejandro y Atanasio el Grande, llevaron a la victoria final la batalla contra la herejía de Arrio que san Pedro había comenzado.
Tropario tono 4
Oh Dios de nuestros padres, * que siempre nos tratas de acuerdo con tu bondad: * no retires de nosotros tu misericordia, * sino que, por la intercesión de tus santos, * dirige nuestras vidas en paz.