San Juanicio el Grande nació en Bitinia en el año 752 en el pueblo de Maricat. Sus padres eran pobres y no podían proporcionarle ni siquiera los medios esenciales para su educación. Desde la niñez tuvo que cuidar el ganado familiar, su única riqueza.
El amor a Dios y la oración dominaron el alma del niño completamente. A menudo, habiendo resguardado al ganado con la Señal de la Cruz, se iba a un lugar apartado y pasaba orando el día entero, y ni los ladrones ni las bestias salvajes se apoderaron jamás de su rebaño.
Por orden del emperador Leo IV (775-780), una multitud de oficiales recorrieron las ciudades y pueblos para alistar a los hombres jóvenes para el servicio militar. El joven Juanicio también se enroló en el ejército imperial. Y se ganó el respeto de sus compañeros soldados por su buena disposición, pero también era un soldado valiente que propinó miedo en los corazones de sus enemigos. San Juanicio sirvió en el ejército imperial durante seis años. Más de una vez él fue condecorado por sus comandantes y el emperador. Pero el servicio militar afectó pesadamente en él, su alma tenía sed de los hechos espirituales y la soledad.
San Juanicio, renunció entonces al mundo, ansiando entrar prontamente en el desierto. Sin embargo, por consejo de un anciano experimentado en la vida monacal, el santo permaneció dos años en el monasterio, instruyéndose en la obediencia monacal, las reglas monacales y sus prácticas. Él aprendió también a leer y escribir, y sabía treinta Salmos de David de memoria.
Después de esto, el monje sintiendo el llamado de Dios para ir a cierta montaña, se retiró al desierto. Durante tres años él permaneció en la profunda soledad del desierto, y sólo una vez por mes un pastor le acercaba un poco de pan y agua. Pasaba el día y la noche en oración y salmodia. Luego de recitar cada verso de los Salmos, Juanicio repetía una oración que la iglesia ortodoxa guarda hasta este día: “El Padre es mi esperanza, el Hijo es mi refugio, el Espíritu Santo es mi protección.”
Sólo después de doce años de vida ascética lograron que el ermitaño aceptase la tonsura monacal. Y éste pasó tres años en el aislamiento, envuelto en cadenas, después de ser tonsurado. Luego el santo fue a un lugar llamado Chelidon para ver al gran asceta Jorge (21 de febrero). Los ascetas se pasaron tres años juntos. Durante este tiempo san Juanicio aprendió el Salterio entero de memoria. Al envejecer, se estableció en el monasterio de Antidiev y vivió en aislamiento hasta su muerte.
San Juanicio vivió setenta años como asceta y logró un alto grado de perfección espiritual. A través de la misericordia de Dios el santo adquirió el regalo de profecía, como ha relatado su discípulo Pacomio. El anciano también levitaba cuando oraba. Cierta vez, cruzó un río desbordado por una inundación. El santo obró también muchos otros milagros por la providencia de Dios.
San Juanicio durmió en el Señor el 4 de noviembre de 846, a la edad de noventa y cuatro años.
Tropario, tono 8 del común de santos Anacoretas
Con la efusión de tus lágrimas, * regaste el desierto estéril * y, por los suspiros profundos, * tus fatigas dieron frutos cien veces más, * volviéndote un astro del universo, * brillante con los milagros. ¡Oh nuestro justo padre Juanicio, * intercede ante Cristo Dios * para que salve nuestras almas!
Los hieromártires Nicandro, obispo de Mira, y el presbítero Hermas
Los hieromártires Nicandro, obispo de Mira, y el presbítero Hermas, eran discípulos del apóstol Tito de los setenta (25 de agosto), y fueron consagrados al sacerdocio por éste.
Llevando una vida austera en medio de los incesantes trabajos pastorales, los santos convirtieron a muchos paganos a Cristo. Por esto fueron arrestados y llevados ante el prefecto de la ciudad, Libanio. Ni elogios ni amenazas movieron a los santos mártires para renunciar a Cristo. Entonces Libanio ordenó que fueran torturados.
Los santos soportaron crueles e inhumanos tormentos: los ataron a caballos y arrastraron sobre piedras, sus cuerpos fueron rastrillados con ganchos de hierro, y lanzados en horno caliente. Sin embargo, el Señor los ayudó a soportar este martirio, que un hombre por su propia fuerza, no podría soportar. Por último, les martillaron uñas de hierro en sus cabezas y corazones, los tiraron en una fosa, y los enterraron.
Ahora después de soportar una muerte tan cruel, San Nicandro y San Hermas viven para siempre en la alegría del Señor.
Tropario, tono 4 del común de Hieromártires
Al volverte sucesor de los apóstoles * y partícipe en sus modos de ser, * encontraste en la práctica * el ascenso a la contemplación, oh inspirado por Dios. * Por eso, seguiste la palabra de la verdad * y combatiste hasta la sangre por la fe. * Nicandro, obispo mártir, intercede ante Cristo Dios * para que salve nuestras almas.