San Cipriano era pagano y oriundo de Antioquía. Desde su más temprana infancia, sus padres, descarriados, lo consagraron al servicio de los dioses paganos. Desde los siete años hasta los treinta, Cipriano estudió en los principales centros del paganismo: en el monte Olimpo, en las ciudades de Argos y Tauropolis, en la ciudad egipcia de Menfis y en Babilonia. Una vez que alcanzó una eminente sabiduría en la filosofía pagana y en el arte de la hechicería, fue iniciado en el sacerdocio pagano en el monte Olimpo. Habiendo descubierto un gran poder al invocar espíritus inmundos, contempló al propio Príncipe de las Tinieblas, hablando con él y recibiendo de él una multitud de demonios para que lo sirvieran.

Después de regresar a Antioquía, Cipriano fue venerado por los paganos como un destacado sacerdote pagano, asombrando a la gente con su habilidad para lanzar hechizos, invocar pestes y plagas y conjurar a los muertos. Llevó a muchas personas a la ruina, enseñándoles a servir a los demonios y a lanzar hechizos mágicos.

Por aquel mismo tiempo, vivía en Antioquía una piadosa joven llamada Justina quien después de haber apartado a su padre y a su madre del error del paganismo y de haberlos llevado a la fe en Cristo, se dedicó al Esposo Celestial y pasó su tiempo en ayuno y oración. Cuando el joven Aglaidas le propuso matrimonio, la santa se negó, pues deseaba permanecer virgen. Aglaidas buscó la ayuda de Cipriano, quien dijo que se encargaría de que el corazón de Justina se llenara de lujuria por el joven. Por más que Cipriano intentó, por medio de conjuros y hechizos y enviándole un espíritu inmundo, no logró nada, ya que la santa venció todas las artimañas del diablo mediante la oración y el ayuno.

Cipriano, en su ira, envió pestilencia y plagas sobre la familia de Justina y sobre toda la ciudad, pero esto fue frustrado por la oración de ella. Se difundieron rumores de que la ciudad estaba siendo castigada porque Justina no se casaría con Aglaias. Varias personas fueron a verla y le exigieron que se casara para que Cipriano no los castigara con más aflicciones. Justina los calmó y les aseguró que pronto terminarían las desgracias que Cipriano causó con la ayuda de los demonios. Santa Justina oró a Dios, el poder de los demonios fue destruido y todos fueron sanados de sus enfermedades y aflicciones.

La gente comenzó a alabar a Cristo y a burlarse de Cipriano y su brujería. Convencido de que el diablo era impotente ante la Señal de la Cruz y temblando ante el nombre de Cristo, Cipriano recobró el sentido y se dio cuenta de que se había corrompido al convertirse en brujo y participar en toda clase de maldades, Ya era partícipe de la porción de los demonios y, si hubiera muerto en ese momento, habría sido arrojado a las profundidades del Infierno. Sin embargo, el Señor, en Su infinita compasión, lo salvó del abismo.

Cipriano vio que el diablo al que servía tenía miedo de Cristo. El Maligno admitió que no pudo conquistar a la doncella porque temía “cierta señal” que se manifestaba en ella.

“Si te asustas incluso con la simple sombra de la Cruz y si el solo nombre de Cristo te hace temblar”, dijo Cipriano, “entonces ¿qué harás cuando Cristo mismo esté ante ti?” El diablo se abalanzó sobre el sacerdote pagano e intentó golpearlo y estrangularlo. Por primera vez, Cipriano puso a prueba el poder de la Señal de la Cruz y el nombre de Cristo, protegiéndose de la furia del Enemigo. Después, fue al obispo local Anthimos en profundo arrepentimiento y arrojó todos sus libros a las llamas. Al día siguiente, entró en la iglesia y no quería salir de ella, a pesar de que aún no había sido bautizado.

Por sus esfuerzos por seguir la rectitud, Cipriano comprendió el gran poder de la fe en Cristo, compensando más de treinta años de servicio a Satanás. Siete días después de su bautismo fue tonsurado como lector, el duodécimo día, subdiácono, el trigésimo, diácono. Después de un año, fue ordenado sacerdote. Poco después de esto, San Cipriano fue elevado al rango de obispo.

San Cipriano convirtió a tantos paganos a Cristo que en su diócesis no quedó nadie que ofreciera sacrificios a los ídolos y los templos paganos cayeron en desuso. Santa Justina se retiró a un monasterio y fue elegida superiora.

Durante la persecución contra los cristianos bajo el emperador Diocleciano, el obispo Cipriano y Santa Justina fueron arrestados y llevados a Nicomedia, donde después de horribles torturas fueron decapitados a espada.

Después de ver los tormentos de Santa Justina, un soldado llamado Teoctisto cayó a los pies de Cipriano y se declaró cristiano, y fue decapitado con ellos.

El hieromártir Cipriano, la virgen mártir Justina y el mártir Teoctisto sufrieron por Cristo en Nicomedia en el año 304.

Tropario tono 4 del común de Hieromártires

Al volverte sucesor de los apóstoles * y partícipe en sus modos de ser, * encontraste en la práctica * el ascenso a la contemplación, oh inspirado por Dios. * Por eso, seguiste la palabra de la verdad * y combatiste hasta la sangre por la fe. * Cipriano, obispo mártir, intercede ante Cristo Dios * para que salve nuestras almas.

Tropario tono 4, del común de Vírgenes Mártires

Tu oveja, oh Jesús, exclama con gran voz: * «Te extraño, Novio mío, y lucho buscándote; * me crucifico y me entierro contigo por el bautismo; * sufro por ti para contigo reinar * y muero por ti para que viva en ti.» * Acepta, como ofrenda inmaculada, * a Justina, sacrificada con anhelo por ti. * Por sus intercesiones, oh Compasivo, * salva nuestras almas.

About the Author

Santoral Santoral ()

Compartir
Compartir