Hieromártir Clemente, obispo de Ankara

23 de Enero

Clemente nació en el año 258 d. C. en la ciudad de Ankara de un padre pagano y una madre cristiana. Su piadosa madre Eufrosine profetizó que su hijo sufriría una muerte de mártir, y partió de este mundo cuando Clemente tenía doce años. Su amiga Sofía recibió a Clemente en su hogar como un hijo y ayudó a criarlo en el espíritu cristiano. Clemente era tan famoso a causa de su vida virtuosa que fue elegido obispo de Ankara a los veinte años. En su juventud alcanzó la sabiduría de un adulto maduro, y a través de grandes privaciones domesticó y conquistó su cuerpo. Se alimentaba sólo de pan y verduras, y no comía nada matado o ensangrentado. Durante el reinado de Diocleciano fue torturado horriblemente, «como nadie jamás, desde la fundación del mundo». Pasó veintiocho años en vicisitudes y en calabozos. Once diferentes verdugos lo atormentaron una y otra vez. Cierta vez que lo golpearon en la cara, lo escupieron, y le rompieron los dientes, Clemente dijo a Domenciano, su verdugo: «¡Me haces un gran honor, oh Domenciano, y no me torturas, pues he aquí que la boca misma de mi Señor Jesucristo fue también golpeada y golpeada su cara, y yo, el indigno, ahora soy hallado digno de sufrir esto!».
Cuando Clemente fue llevado a Roma para comparecer ante el emperador Diocleciano, este colocó varios instrumentos de tortura en un lado, y en el otro, premios tales como condecoraciones, ropas y dinero—todo cuanto el emperador podía otorgar. Entonces dijo a Clemente que escogiera. El mártir de Cristo miró con desprecio todos los dones del Emperador, y escogió los instrumentos de tortura. Clemente fue torturado de un modo inaudito: arrancaban pedazos de su cuerpo para que sus blancos huesos se viesen bajo su carne. Finalmente fue decapitado por un soldado en Ankara en el año 312 d. C. mientras celebraba la Divina Liturgia como obispo en la iglesia. Los milagros por intercesión de san Clemente son innumerables.

Tropario, tono 4
Floreciste para los fieles, oh san Clemente, como una rama de santidad, un bastón de lucha, una flor muy sagrada y un dulce fruto dado por Dios. Pero como compañero de mártires y prelado compañero de jerarcas, intercede ante Cristo nuestro Dios para que salve nuestras almas.

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Padre Juan R. Méndez ()

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