14° Domingo de San Lucas

Brillemos en la virtud y así veremos dos hombres de pie y
vestidos de la luz resplandeciente dentro del sepulcro dador de la vida,
los que se le aparecieron a las Mirróforas
con sus rostros vueltos hacia el suelo para entender la Resurrección
del Señor del cielo, y corramos con Pedro  hacia el sepulcro
maravillándonos del acontecimiento esperado ver a Cristo vida.
                                                                                                                      Exapostelario

Himnos de la Liturgia

Tropario de la Resurrección

Tono 1

Cuando la piedra fue sellada por los judíos
y tu purísimo cuerpo fue custodiado por los guardias,
resucitaste al tercer día, oh Salvador,
concediendo al mundo la vida. Por lo tanto,
los poderes celestiales clamaron a Ti: Oh Dador de Vida,
Gloria a tu Resurrección, oh Cristo, gloria a tu Reino,
gloria a tu plan de salvación, oh Único, Amante de la humanidad.

Condaquio de Pre-Navidad

Tono 3

Hoy la Virgen viene a dar a luz inefablemente,
en humilde gruta, al sempiterno Verbo. Alégrate,
oh universo, al escucharlo; alaba, con las potestades y pastores,
a Quien por voluntad se revela, al nuevo Niño, al eterno Dios.

Lecturas Bíblicas

Carta del Apóstol San Pablo a los Colosenses (3: 12-16)

Hermanos: Revístanse como elegidos de Dios, santos y  amados, de entrañas de misericordia, de bondad,  humildad, mansedumbre, paciencia, soportándose unos a  otros y perdonándose mutuamente si alguno tiene queja  contra otro. Como el Señor los perdonó, perdónense también  ustedes. Y por encima de todo esto, revístanse del amor, que  es el vínculo de la perfección. Y que la paz de Cristo presida  sus corazones, pues a ella han sido llamados formando un solo  Cuerpo. Y sean agradecidos.

La palabra de Cristo more en ustedes en abundancia; y así se  enseñen con toda sabiduría y se animen unos a otros con  salmos, himnos y cánticos espirituales, cantando con gratitud  en sus corazones alabanzas a Dios.

Evangelio según San Lucas  (18: 35-43)

En aquel tiempo, al acercarse  Jesús a Jericó, estaba un  ciego sentado junto al camino  pidiendo limosna, al oír que pasaba  gente, preguntó qué era aquello. Le  informaron que pasaba Jesús el  Nazareno, y empezó a gritar  diciendo: «¡Jesús, Hijo de David, ten  compasión de mí!» Los que iban  delante lo increpaban para que se  callara, pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión de  mí!» Jesús se detuvo, y mandó que lo  trajeran y, cuando se hubo acercado,  le preguntó: «¿Qué quieres que te  haga?» Él dijo: «¡Que vea, Señor!»  Jesús le dijo: «Ve. Tu fe te ha  salvado.» Y al instante recobró la  vista, y lo seguía glorificando a Dios.  Y todo el pueblo, al verlo, alabó a  Dios.

Mensaje Pastoral

¡Señor, ten piedad!

El ciego «empezó a gritar diciendo: “¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!”»

El grito es una fuerte reacción natural que surge de la necesidad, la incapacidad y el dolor. Aún es más fuerte la expresión «ten piedad» que goza de un lugar muy privilegiado en la tradición cristiana y la repetimos frecuentemente durante los Servicios litúrgicos, tres, doce o cuarenta veces. No se trata de una repetición hueca, sino de un tocar insistente, de una espera confiada y de una encomienda constante de nuestra vida –con sus aflicciones y alegrías– en las manos de Cristo nuestro Dios.

Sería propio mencionar el gran vigor que esta expresión tiene en el idioma árabe: irjam, verbo derivado de rájem que significa «matriz». En este sentido, «piedad» es lo que la madre le da de vida al embrión. Entonces, el «apiadarse» no es un estado de solidaridad que le pedimos a Dios que tenga por nosotros, sino una acción vivificadora. No es que pidamos a Dios tenga mera compasión o lástima por nuestras miserias, sino que actúe en nosotros y nos revivifique, santificando, iluminando y divinizando nuestra vida. Ésta es la esencia del clamor.

El libro de los Salmos está lleno de la súplica: «Apiádate de mí, oh Dios». La santidad del rey David, quien los compuso, no se debe a su estado exento de pecado –ya que su vida, en ciertos momentos, había sido manchada con sangre y con actuaciones indebidas–, sino más bien a su preocupación e iniciativa para advertir sus propias transgresiones, confesarlas y exclamar con fuerza: «ten piedad de mí, oh Dios, según tu gran misericordia» (Sal 50:1). El que grita es porque tiene dolor, pero quienes no sienten dolor alguno, no necesariamente están sanos, y la anestesia sólo hace olvidar el dolor pero no cura la enfermedad. «Si decimos: “No tenemos pecado”, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, fiel y justo es Él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia.» (1Jn 1:8-9)

El pecado mayor consiste en que a menudo nos distraemos de la vigilia de nuestra vida y nos anestesiamos con la indeferencia y el olvido. Quizás fuera mejor, en todo caso, que caigamos delante de Dios, que nos postremos ante Él pidiéndole misericordia: «Señor, ten piedad».  Es entonces cuando Él, a través del cordón umbilical de nuestra confesión, nos da de su propia vida, vida verdadera, luz fulgurante que penetra nuestra oscuridad y abre los ojos de nuestro corazón. Amén.

Nuestra Fe y Tradición

La Oración al Espíritu Santo

“Rey celestial, Consolador, Espíritu de verdad, que estás en todo lugar llenándolo todo, tesoro de bienes y dador de vida, ven a habitar en nosotros purifícanos de toda mancha, y salva, Tú que eres bueno nuestras almas.”

Con esta oración la Iglesia inicia todos los servicios: vísperas, completas, maitines… también el sacerdote antes de iniciar la Divina Liturgia la recita pidiendo el auxilio divino. Nunca se comienza una acción importante, tanto en la Iglesia como en el mundo, sin pronunciarla; es la oración que introduce toda oración, pues toda auténtica oración se despliega gracias al soplo del Espíritu como dice san Pablo: “Nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables.” (Rom. 8, 26)

Vida de Santos

San Juan Damasceno

4 de Diciembre

Nació en Damasco, hacia el año 675, hijo de padres ricos y piadosos, de la familia Mansur. Fue un gran filósofo honrado por el califa con la dignidad de consejero.

Cuando el emperador León el  Isaurian (reinó 717- 741) comenzó su guerra contra los santos iconos,  Juan escribió epístolas que defendían su veneración.

Estando San Juan bajo la jurisdicción del Califa, sus  enemigos falsificaron una carta haciéndola aparecer como si la hubiese escrito Juan, dicha carta  decía que la guardia de la ciudad era débil, e invitaba a Leo a atacar Damasco. Al enterarse el Califa, en su furia castigó la supuesta traición cortándole la mano derecha a San Juan.

El Santo obtuvo permiso del  califa  para tener su  mano cortada, esa noche rezó con fervor a la Santísima Madre de Dios antes de su icono. Ella se le  apareció en sueños y le curó la mano, cuando Juan  despertó, se encontró que estaba curado. Este milagro convenció al califa de su inocencia, y restauró a  Juan en su cargo de consejero.

Luchó valientemente contra los iconoclastas León  Isauro y su hijo Constantino Coprónimo a través de sus escritos.

Fue el primero en escribir una refutación del Islam. El tiempo que había pasado como consejero en los  tribunales de los musulmanes de Damasco le dio la oportunidad de aprender sus enseñanzas de primera mano, y escribió en contra de sus errores con una  sólida comprensión de su esencia.

En sus escritos expone la fe ortodoxa con exactitud y orden. Fue ordenado presbítero por el Patriarca de Jerusalén. Después de haber vivido ochenta y cuatro años, descansó en paz en el año 760.

Además de sus escritos teológicos, adornó la Iglesia con la métrica e himnos en prosa, y compuso muchos de los prosomia, que se utilizan como modelos  para las melodías del canto litúrgico de la Iglesia; compuso también muchos de los himnos sagrados   para las fiestas del Señor  y la Madre de Dios. La vida de San Juan de Damasco fue escrito por Juan,  Patriarca de Jerusalén.

Proverbios Bíblicos

  • Más valen dos que uno solo, pues tienen mejor remuneración por su trabajo.   Porque si uno de ellos cae, el otro levantará a su compañero; pero ¡ay del que cae cuando no hay otro que lo levante!(Ecl 4:9-10)
  • Mejor es oír la reprensión del sabio que oír la canción de los necios.(Ecl 7:5)
  • Las palabras del sabio oídas en quietud son mejores que los gritos del gobernante entre los necios.(Ecl 9:17)

 

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Padre Juan R. Méndez ()

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