17° Domingo de Mateo
Himnos de la Liturgia
Tropario de la Resurrección
Tono 4
Las discípulas del Señor aprendieron del Ángel el alegre anuncio de la Resurrección, y la sentencia ancestral rechazaron y se dirigieron con orgullo a los apóstoles diciendo: ¡Fue aprisionada la muerte, Resucitó Cristo Dios y concedió al mundo la gran misericordia!Condaquio
Tono 4
Oh Protectora de los cristianos indesairable; Mediadora, ante el Creador, irrechazable: no desprecies las súplicas de nosotros, pecadores, sino acude a auxiliarnos, como bondadosa, a los que te invocamos con fe. Sé presta en intervenir y apresúrate con la súplica, oh Madre de Dios, que siempre proteges a los que te honran.Lecturas Bíblicas
Primera Carta del Apóstol San Pablo a Timoteo (4: 9-15)
Hijo mío, Timoteo: Cierta es la palabra y digna de toda aceptación: que por eso sufrimos fatigas y oprobios, porque tenemos puesta la esperanza en Dios vivo, que es el Salvador de todos los hombres, principalmente de los fieles. Predica y enseña estas cosas.
Que nadie menosprecie tu juventud. Procura, en cambio, ser para los creyentes modelo en la palabra, en el comportamiento, en el amor, en la fe, en la pureza. Hasta que yo llegue, dedícate a la lectura, a la exhortación, a la enseñanza. No descuides el carisma que hay en ti, que se te comunicó por intervención profética mediante la imposición de las manos de los presbíteros. Medita en estas cosas; vive entregado a ellas para que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos.
Evangelio según San Mateo (15: 21-28)
En aquel tiempo, Jesús se retiró hacia la región de Tiro y de Sidón. En esto, una mujer cananea, que había salido de aquel territorio, gritaba diciendo: «¡Ten piedad de mí, Señor, Hijo de David! Mi hija está malamente endemoniada.» Pero Él no le respondió palabra. Sus discípulos, acercándose, le rogaban: «Concédeselo, que viene gritando detrás de nosotros.» Respondió Él: «No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel.» Ella, no obstante, vino a postrarse ante Él y le dijo: «¡Señor, socórreme!» Él respondió: «No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos.» Ella dijo: «Sí, Señor, pero también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos.» Entonces Jesús le respondió: «Mujer, grande es tu fe: que te suceda como deseas.» Y desde aquel momento quedó curada su hija.
Mensaje Pastoral
La humildad: pilar de la fe
«¡Mujer, grande es tu fe!»
Previamente a su encuentro con la cananea, Jesús estaba hablando a los fariseos y escribas en presencia de los Doce; parece que su discurso no les cayó del todo bien puesto que los discípulos le reclamaron: «¿Sabes que los fariseos se han escandalizado al oír tu palabra?» Y Él les respondió: «Toda planta que no haya plantado mi Padre celestial será arrancada de raíz» (Mt 15:13). Y al instante, Jesús salió de allí y se retiró hacia la región de Tiro y de Sidón, tierra de gentiles que no conocen a Dios, donde una mujer lo buscaría para que curase a su hija. ¿Cómo compatibilizar la posición tajante de Cristo ante los fariseos, hijos de la promesa, y su apertura hacia la tierra de los gentiles, con su respuesta a la petición de la mujer cananea: «No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel»?
Una mujer cananea, dolida por el malestar de su hija «endemoniada» se entera de que pasaba por su tierra Jesús –de Quien seguramente había escuchado–; lo sigue o, más bien, lo persigue con insistencia para que cure a su hija, pero Él no le respondió palabra. Los discípulos –no porque tuvieran compasión de ella sino molestos por el ruido que ocasionaba– piden a Jesús que le atienda para que les deje en paz. El Señor les da una respuesta que realmente les satisface el orgullo, palabras que para ellos en aquel momento –hubiéralas dicho o no– formaban un asunto resuelto e indispensable: «No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel.» El Mesías pertenece a los judíos y punto.
Sin embargo, la mujer a pesar de toda la humillación que encontró –y Dios no permite «seáis tentados sobre vuestras fuerzas» (1Cor 10:13)– todavía se acerca más, se postra y ruega con fervor: «¡Señor, socórreme!» De nuevo Jesús la rechaza, pero ahora con palabras aún más duras: «No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos.» El calificativo de «perros» no era extraño al glosario de los discípulos (como judíos) respecto a los cananeos. Sus prácticas inhumanas, adoración y baja moralidad a tal grado que llegaban a sacrificar a sus hijos –cosa que ni los animales hacen– dieron de ellos una imagen digna de menosprecio y baja estima. Entonces Cristo utilizó esta misma imagen fuerte para despertar la penitencia de la mujer, pero sobre todo para advertir a los discípulos la esencia auténtica de la fe: «No anden diciendo en su interior: “Tenemos por padre a Abraham”; porque les digo que puede Dios de estas piedras dar hijos a Abraham» (Lc 3:8). Aunque el Evangelio no lo dice, es lícito imaginar que Jesús acompañó estas palabras duras con un gesto benévolo hacia la mujer que la movió al arrepentimiento y a mostrar una fe verdadera enraizada en la humildad: «Sí, Señor, pero también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos.» En su Homilía sobre este pasaje evangélico, san Gregorio Palamás concluye que «la humildad pertenece a los fieles, y la fe a los humildes.» El creyente distingue en los apuros la mano sanadora de Dios, como nos podría decir la cananea: «Con castigo me ha corregido el Señor, más a la muerte no me ha entregado» (Sal 117:18).
Con esta escena de la vida real, Cristo mostró a sus discípulos y a nosotros un ejemplo efectivo de la fe que complace al Señor: «¡Mujer, grande es tu fe: que te suceda como deseas!» No le concedió su petición para aliviar los oídos de los discípulos, sino porque grande fue su humildad, grande su arrepentimiento: ¡grande su fe!
Una religiosidad soberbia y superficial jamás acata a la divina Voluntad, y ante cualquier ocasión no al gusto reclama a Dios rogándole que «se aleje de su término» (Mc 5:17), mientras la fe verdadera frente a las pruebas, por más duras y humillantes que sean, saca un gemido penitencial: «¡Señor, socórreme!» y experimenta qué es desplegar las montañas (Mt 17:20).
Nuestra Fe y Tradición
La conciencia
Una pobre mujer hurtó algo en un negocio y se retiró. Nadie la vio. Pero desde aquel momento una sensación desagradable le quitó la serenidad. No tuvo otro remedio que volver al negocio y colocar el objeto hurtado en su lugar. Luego volvió a su casa aliviada. Ejemplos similares, cuando los hombres se ven en la necesidad de actuar en contra de su propio provecho o placer, son innumerables.
Cada hombre tiene conocimiento de su voz interior que ora le reprocha agobiándolo, ora lo alienta y lo alegra. Este fino sentido moral innato se llama conciencia. La misma es una especie de instinto espiritual que distingue con más prontitud y nitidez que la mente entre el bien y el mal. El que sigue la voz de la conciencia no se arrepentirá de sus actos.
En las Sagradas Escrituras la conciencia también se denomina el corazón. En el Sermón de la Montaña, Nuestro Señor Jesucristo comparó la conciencia con el ojo, por medio del cual el hombre puede ver su propio estado moral (San Mateo 6:22). También el Señor estableció una similitud entre la conciencia y un adversario, con quien el hombre debe conciliarse antes de comparecer ante el Juez (San Mateo 5:25). Este último término acusa la propiedad particular de la conciencia: oponerse a nuestros malos actos e intenciones.
Nuestra experiencia personal también nos convence de que esta voz interior, llamada conciencia, está fuera de nuestro control y se expresa directamente sin depender de nuestro deseo. Del mismo modo que no podemos convencemos de que estamos saciados cuando tenemos hambre, o de que estamos descansados cuando estamos cansados, tampoco podemos convencernos de que procedimos bien cuando nos acusa nuestra conciencia.
Algunos ven en las palabras de Cristo referentes al “gusano que no se muere” que torturará a los pecadores en la otra vida, una indicación relacionada con los remordimientos de la conciencia (San Marcos 9:44).
Vida de Santos
Santo y Gran Mártir Teodoro de Tiro
En la ciudad Amasea, en la provincia Panonia, en los tiempos de las persecuciones por el emperador Maximiano (años 286-305), un guerrero llamado Teodoro, junto con los otros cristianos fue obligado a abjurar al Cristo y hacer un sacrificio a los ídolos. (El sobrenombre Tiro significa en latín “recluta”). Al negarse a hacerlo, Teodoro fue sometido a crueles martirios y encerrado en la cárcel. Ahí, durante la oración él fue consolado con la milagrosa aparición del Señor Jesús Cristo. Poco tiempo después lo sacaron de la cárcel y con diferentes torturas lo obligaban nuevamente a abjurar al Cristo. Finalmente, viendo su firmeza, el gobernador lo condenó a la hoguera. Sin ningún temor, San Teodoro subió a la hoguera y orando y glorificando a Dios entregó su alma. Fue cerca del año 305. Su cuerpo fue sepultado en la ciudad de Eujaita (actualmente Marcivan en Asia Menor) Más tarde sus reliquias fueron trasladadas a Constantinopla a la Iglesia consagrada a su nombre. Su cabeza se encuentra en la ciudad Gaeta, Italia.
50 años después de la muerte de San Teodoro, el emperador Juliano, el Apóstata (años 361-363) queriendo profanar la Gran Cuaresma Cristiana, ordenó al gobernador de la ciudad de Constantinopla rociar con la sangre de los sacrificios que se hacían a los ídolos a todos los alimentos que se venden en la feria durante todo los días de la primer semana de la Cuaresma. En una visión, San Teodoro se presentó al arzobispo de Constantinopla y le ordenó avisar a todos los cristianos que no compren los alimentos profanados y que coman solamente kutia, el trigo cocido con miel. En memoria de esto la Iglesia Ortodoxa celebra, hasta el día de hoy, todos los años el día del Mega Mártir Teodoro — Tiro cada primer sábado de la Gran Cuaresma.
Sentencia de los Padres del Desierto
- Dijo un anciano: «No te dejes enredar por las preocupaciones».
- Decía un anciano: «La humildad no se enfada, ni enfada a nadie».
- Dijo también: «El hombre necesita esto: temer el juicio de Dios, odiar el pecado, amar la virtud y orar continuamente a Dios».