12° Domingo de Lucas

Memoria de San Eutimio Magno

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Cuando el Señor pregunto a Pedro por tres veces:
“¿me amas?”, lo constituyo pastor de sus ovejas:
y este, al ver al otro discípulo que amaba Cristo,
siguiéndole, pregunto al Señor, diciendo:
y ¿Qué de este? Y el contesto:
Si yo quiero que este esté hasta mi llegada,
¿Qué a ti, querido Pedro?
                                                                      Exapostelario

Himnos de la Liturgia

Tropario de la Resurrección

Tono 5

audio1Al coeterno Verbo, con el Padre y el Espíritu,
al Nacido de la Virgen para nuestra salvación,
alabemos, oh fieles, y prosternémonos.
Porque se complació en ser elevado en el cuerpo sobre la Cruz
y soportar la muerte, y levantar a los muertos por su Resurrección gloriosa.
 

Condaquio de la Presentación

Tono 4

Por tu nacimiento santificaste las entrañas de la Virgen,
oh Cristo Dios, las manos de Simeón bendijiste debidamente,
y a nosotros nos alcanzaste y salvaste.
Conserva a tus fieles en la paz y
auxilia a los que amas porque Tú eres el único Amante de la humanidad.

Lecturas Bíblicas

Segunda Carta del Apóstol  San Pablo a los Colosenses (1,12-18)

Hermanos: Den gracias con alegría al Padre que nos ha hecho aptos para participar en la herencia de los santos en la luz. Él nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor, en Quien tenemos la redención: el perdón de los pecados; Quien es la Imagen de Dios, el invisible, Primogénito de toda la creación, porque en Él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, sean Tronos o Dominaciones, sean Principados o Potestades: todo fue creado por Él y para Él, Él existe con anterioridad a todo, y todo tiene en Él su consistencia. Él es también la Cabeza del Cuerpo, de la Iglesia: Él es el Principio, el Primogénito de entre los muertos, para que sea Él el primero en todo.

Evangelio según San Lucas (17: 12-19)

En aquel tiempo, al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a distancia y, levantando la voz dijeron: «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!» Al verlos, les dijo: «Vayan y muéstrense a los sacerdotes.» Y sucedió que, mientras iban, quedaron limpios. Uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en alta voz; y postrándose rostro entierra a los pies de Jesús, le daba gracias; y éste era un samaritano.Tomó la palabra Jesús y dijo: «¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quién volviera a dar gloria a Dios sino éste extranjero?» Y le dijo:«Levántate y anda; tu fe te ha salvado.»

Mensaje Pastoral

Grande es su Misericordia

Jesús, camina hacia Jerusalén, pasa entre Samaria y Galilea… Recordemos que para los judíos, Samaria es un lugar impuro, tierra de 23Curaciones18leprososmenospreciados, de no elegidos; y justamente es ahí a donde el Señor decide llegar: poniéndose al alcance de los rechazados, de los paganos, de nosotros. Bajó del cielo para estar al alcance de todo hombre, para que todos pudieran relacionarse con Él. Y así como decide pasar por aquella frontera de pueblos en discordia, también decide entrar en nuestras vidas y hacer su morada en nosotros para salvarnos, decide entrar en el hogar del enfermo, para sanarlo, consolarlo y darle esperanza. Allí, en esos caminos, es donde nos encuentra… ¡Es Él quien propicia el encuentro! ¡Cuán grande es Su misericordia!

Y justo ahí, en ese encuentro, aquellos diez hombres enfermos alzaron la voz: “¡Apiádate de nosotros!”. Tal vez resulte difícil entender lo que estas palabras significan y el profundo dolor impregnado en ellas. Quizá nos representen sólo el recuerdo de una exclamación litúrgica: “Señor, ten piedad”. Sin embargo ¡Cuánto sufrimiento y tristeza encierran, cuando se desprenden de las entrañas de un alma atribulada! ¡Cuánta angustia desbordan, cuando un corazón quebrantado pide al Señor un poco de piedad por su miseria e iniquidad! Y, al mismo tiempo, ¡Cuánta esperanza se contiene en ellas!

A los leprosos les bastó alzar la voz y la misericordia de Nuestro Señor les alcanzó. Nadie que haya acudido a Él, humilde y mansamente, ha sido defraudado. Los limpios de corazón verán a Dios

Hasta aquí encontramos en el Evangelio un solo hecho bendito y glorioso: la infinita misericordia de Dios y la obra de Nuestro Señor Jesucristo a favor de los leprosos, los rechazados, de nosotros… Ellos clamaron, Él los acogió; ellos pidieron piedad, el Señor les dio su misericordia: ellos ansiaban ser acogidos, el Señor los amó tiernamente.

¿Y, nosotros, los enfermos y desvalidos, qué hemos hecho después de haber sido sanados? Solo uno volvió a dar gracias aunque eran diez los que habían suplicado la compasión del Señor. Diez fueron los curados y bendecidos por la acción divina y solo uno reconoció quien era Aquel que lo había curado. Nueve, probablemente aturdidos y eufóricos, por la gracia recibida rápidamente se olvidaron de la lastimosa situación en que poco antes se encontraban y absortos solo en su propio bienestar repentino, se olvidaron por completo del Señor y su misericordia.

El Señor no sólo espera que atendamos su palabra y nos sirvamos de su gracia, sino que espera que reconozcamos el deseo íntimo de Su corazón. Él no nos manda que seamos agradecidos, pero si le agrada que volvamos a Él con gratitud reconociendo su infinita misericordia y amor por nosotros. Volver al Señor y postrarse ante Él, como el samaritano, no es obligación, es un acto de amor, de entrega, de fe.

“Tu fe te ha salvado.” Le dice al único que agradecido vuelve a Él reconociéndole como Señor, al único que se atreve a establecer una relación con Él. “La fe nos pertenece en tanto la vivimos” (Metropolita Filarete). Es la fe la que desencadena en nosotros los hechos de Dios.

Ser sanados, ser objetos de la Misericordia Divina es sólo la mitad del camino. La otra mitad es la vivencia de nuestra fe en Cristo Jesús

Nuestra Fe y Tradición

La Confesión

confessionEn el orden espiritual no sólo existen males sino también remedios. El dolor, el arrepentimiento por la falta cometida, sustentan la absolución. Asimismo debe haber una búsqueda por parte del Confesor sobre las causas, sobre todo en los pecados reiterados, para así poder guiar al fiel, a fin de que no vuelva a caer. La confesión no se debe transformar en un interrogatorio. Se recomienda adoptar a un padre espiritual y volver siempre a él, estableciendo una relación paterno-filial, basada en el respeto y en el amor. La confesión se realiza siempre en un clima distendido y en una relación personal cara a cara. Este Sacramento puede ser celebrado solamente por el Obispo y por los Presbíteros autorizados.

Vida de Santos

Eutimio el Grande

20 de enero

El nacimiento de este santo el año 377, fue el fruto de las oraciones de sus padres, Pablo y Dionisia, y de laSEutimio-elGrande intercesión del mártir Polyeucto. El padre de Eutimio era un rico ciudadano de Melitene de Armenia. Ahí se inició Eutimio en las ciencias sagradas, bajo la dirección del obispo, quien le ordenó sacerdote y le encargó la supervisión de los monasterios. Eutimio visitaba con frecuencia el monasterio de San Polyeucto, y pasaba noches enteras orando en el monte vecino. Asimismo, se retiraba a orar todos los años, desde la octava de la Epifanía hasta el fin de la Cuaresma. Como su deseo de soledad no se satisfacía con esto, Eutimio abandonó secretamente su ciudad natal, a los veintinueve años de edad. Después de orar en los santos lugares de Jerusalén, se refugió en una celda, a diez kilómetros de la ciudad, cerca de la “laura” de Farán. Tejiendo canastas, ganaba lo suficiente para vivir y aun repartía algunas limosnas entre los pobres. Cinco años más tarde, se retiró con un tal Teoctisto a una cueva situada a unos quince kilómetros de su celda anterior, en el camino a Jericó. Ahí empezó a reunir algunos discípulos hacia el año 411. Confiando a Teoctisto el cuidado de la comunidad, el santo volvió a retirarse a una remota ermita. Sólo los sábados y domingos recibía a quienes iban en busca de consejo. Eutimio exhortaba a sus monjes a no comer nunca más de lo necesario para satisfacer el hambre, y les prohibía toda especie de singularidad en el ayuno y otras austeridades, porque tales cosas favorecen la vanidad y desarrollan la voluntad propia. Siguiendo el ejemplo de su maestro, todos los monjes se retiraban a la soledad desde la Epifanía hasta el Domingo de Ramos, fecha en que se reunían en el monasterio para celebrar los oficios de la Semana Santa. Eutimio recomendaba el silencio y el trabajo manual, con suerte sus monjes ganaban para comer, y un poco más para ayudar a los pobres.

Con la señal de la cruz y una corta oración, San Autimio curó de una parálisis de medio cuerpo a un joven árabe. El padre de

éste, que había recurrido en vano a las famosas artes físicas y mágicas de los persas, se convirtió al cristianismo. Esto desató una oleada de conversiones entre los árabes, debido a esto el patriarca de Jerusalén, Juvenal, consagró obispo a Eutimio para que atendiese a las necesidades espirituales de los convertidos. El santo estuvo presente en el Concilio de Efeso, en 431. Juvenal construyó a San Aufimio una “laura” en el camino de Jerusalén a Jericó. No por ello abandonó el santo su regla de estricta soledad, sino que gobernó a sus monjes por medio de vicarios a quienes daba sus instrucciones los domingos. La humildad y caridad de Eutimio le permitía ganar los corazones de cuantos se le acercaban. Su don de lágrimas parece haber sido todavía más notable que el del gran Arsenio. San Cirilo de Escitópolis relata muchos de los milagros obrados por el santo con sólo hacer la señal de la cruz. En un periodo de sequía, Eutimio exhortó al pueblo a la penitencia para apartar esa plaga, las multitudes acudían en procesión a su celda llevando cruces, cantando el “Kirie eleison,” y suplicándole que ofreciere a Dios sus oraciones por ellos. Eutimio respondía: “Yo soy un pecador. ¿Cómo queréis que me presente ante Dios, que está airado por nuestras culpas? Postrémonos todos juntos en su presencia, y Él nos escuchará.” La multitud obedeció, y el santo, dirigiéndose a su capilla, se postró también en oración. El cielo se oscureció repentinamente, la lluvia cayó en abundancia, y las cosechas fueron notablemente buenas.

Cuando la emperatriz Eudoxia, viuda de Teodosio II, consultó a San Simeón el Estilista sobre las penas que afligían a su familia, dicho santo remitió a la hereje a San Eutimio. Este no recibía a ninguna mujer en su “laura.” La emperatriz se construyó un refugio a cierta distancia y le rogó que fuese a verla ahí. San Autimio le aconsejó renunciar a la herejía de Eutiques y suscribir el credo del Concilio de Calcedonia. Eudoxia siguió el consejo, como si fuera la voz de Dios, y volcó su fe a la ortodoxia. Gran parte del pueblo siguió su ejemplo. El año 459, la emperatriz pidió de nuevo al santo que fuese a verla a su refugio, pues tenía el plan de dotar la “laura” con rentas suficientes para su manutención. Eutimio le mandó decir que no pensara en la dotación y que se preparara a morir. La emperatriz admiró el desinterés de Eutimio, volvió a Jerusalén, y murió poco después. Uno de los últimos discípulos de San Eutimio fue el joven San Sabas, a quien el primero amó tiernamente. El 13 de enero del año 473, Martirio y Elías, a quienes el santo había predicho que llegarían a ser patriarcas de Jerusalén, fueron con algunos otros a acompañar a Eutemio a su retiro cuaresmal; pero éste les dijo que iba a quedarse con ellos toda la semana, hasta el sábado siguiente, dándoles a entender que su muerte estaba próxima. Tres días después, ordenó que se observase una vigilia general, la víspera de la fiesta de San Antonio, y en tal ocasión hizo a sus hijos espirituales una exhortación a la humildad y la caridad. Nombró a Elías por sucesor suyo y predijo a Domiciano, uno de sus discípulos predilectos, que le seguiría al sepulcro a los ocho días de su muerte como sucedió en efecto. Eutimio murió el sábado 20 de enero, a los noventa y cinco años, después de haber pasado sesenta y ocho en el desierto. Cirilo cuenta que apareció varias veces después de su muerte, y habla de los milagros obrados por su intersección, de uno de los cuales él mismo fue testigo ocular. El nombre de San Eutimio aparece en la preparación de la misa bizantina.

Sentencias de los Padres del Desierto

  • El abad Pambo preguntó al abad Antonio: «¿Qué debo hacer?». El anciano contestó:«No confíes en tu justicia; no te lamentes del pasado y domina tu lengua y tu gula.
  • Dijo Antonio al Abba Poemén: “Este es el gran quehacer del hombre: reconocer su pecado en presencia de Dios y esperar la tentación hasta el último respiro.”
  • Otro día dijo: “Quien no ha sufrido la tentación no puede entrar en el Reino de los Cielos. En efecto, dijo, suprime las tentaciones y nadie se salvará.”

 

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Padre Juan R. Méndez ()

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