9° Domingo de Mateo
Oh Señor, cuando entraste estando las puertas cerradas, llenaste de tu Santísimo Espíritu a tus discípulos, soplando sobre ellos diciéndoles: “Atad y desatad los pecados” y después de ocho días a Tomás mostraste tus manos y costado. Nosotros junto con él te clamamos: Tú eres el Señor y Dios. Exapostelario
Himnos de la Liturgia
Tropario de la Resurrección
Tono 8
Descendiste de las alturas, oh Piadoso, y aceptaste el entierro de tres días para librarnos de los sufrimientos. Vida y Resurrección nuestra, oh Señor, gloria a ti.Condaquio del Nacimiento de la Virgen
Tono 4
Por tu santo Nacimiento, oh Purísima, Joaquín y Ana fueron librados de la pena de la esterilidad, Adán y Eva, de la corrupción de la muerte, y tu pueblo lo celebra siendo redimido de la culpa de sus transgresiones al exclamar: “La estéril da a luz a la Madre de Dios, la alimentadora de nuestra vida.”Lecturas Bíblicas
Primera Carta del Apóstol San Pablo a los Corintios (3:9-17)
Hermanos: Nosotros somos colaboradores de Dios, entonces ustedes, labranza de Dios, edificación de Él. Conforme a la Gracia de Dios que me fue dada, yo, como hábil arquitecto, puse el cimiento, y otro construye encima. ¡Mire cada cual cómo construye! Pues nadie puede poner otro cimiento que el ya está puesto: Jesucristo. Y si uno construye sobre este cimiento con oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, paja, la obra de cada cual quedará al descubierto; la manifestará el Día, que ha de revelarse por el fuego. Y la calidad de la obra de cada cual, la probará el fuego. Aquél, cuya obra, construida sobre el cimiento, resista, recibirá la recompensa; mas aquél, cuya obra quede abrasada, sufrirá la pérdida. Él, no obstante, se salvará, pero como a través del fuego.
¿No saben que son templo de Dios y que el Espíritu de Dios mora en ustedes? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque sagrado es el templo de Dios, que lo son ustedes.
Evangelio según San Mateo (Mt. 14: 22-34)
En aquel tiempo, Jesús obligó a los discípulos a subir a la barca y a ir por delante de Él a la otra orilla, mientras Él despedía a la gente. Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba allí solo. La barca se hallaba ya distante de la tierra muchos estadios, zarandeada por las olas, pues el viento era contrario. Y en la madrugada vino Él hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos viéndolo caminar sobre el mar, se turbaron y decían: «Es un fantasma», y de miedo se pusieron a gritar. Pero al instante les habló Jesús diciendo: «¡Ánimo, que soy Yo! No teman.» Pedro le respondió: «Señor, si eres Tú, mándame que vaya hacia Ti sobre las aguas.» «¡Ven!», le dijo. Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas yendo hacia Jesús. Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: «¡Señor, sálvame!» Al punto Jesús, tendiendo la mano, lo agarró y le dijo: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?» Subieron a la barca y amainó el viento. Y los que estaban en la barca se postraron ante Él diciendo: «Verdaderamente eres el Hijo de Dios.» Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret.
Mensaje Pastoral
Fe dinámica
En la lectura evangélica de este día, Jesús ratifica a sus discípulos lo que les había mostrado en la multiplicación de los panes. Dios, Quien proveyó a Israel en el Antiguo Testamento y envió el maná para sostenerlo, una vez más da de comer a su nuevo pueblo; y he aquí que viene caminando sobre las aguas, «y quería pasarles de largo», dice san Marcos (Mc 6:48); una imagen que recuerda el paso de la Gloria de Dios ante Moisés y Elías (Ex 33:19, 1Re 19:11). Cuando los discípulos lo vieron, se asustaron; entonces Jesús les dijo: «¡Yo Soy!, no tengan miedo.» (Jn 6:20). «¡Yo Soy» es el Nombre con el que Moisés identificó a Dios en el Monte Horeb (Ex 3:14) y con el que Jesús, cada vez más, se mostraba a sus discípulos y, por medio de ellos, a toda la Iglesia. No cabe duda que Éste que provee a su pueblo y muestra su Gloria es «verdaderamente el Hijo de Dios», tal como los Doce en el barco exclamaron.
El recuadro del milagro nos coloca intensamente ante la realidad de la fe en Cristo Dios: la fe de los discípulos que luchan en el mar, la fe de Pedro que camina sobre las aguas, y la fe de él mismo, que duda y se arrepiente:
• Lucha: Cristo envió a los discípulos delante de Él. Quería que estuvieran solos, y «el viento era contrario». Ellos tenían que seguir luchando para llegar al otro lado. Algunas veces, el Señor dispone que estemos solos, o nos lo da a entender o sentir, y con ello nos instruye en la fe. San Siluan de Athos tuvo una experiencia parecida del abandono divino; llegó a sentir que la Gracia divina lo dejó y que estaba solo en un abismo de perdición; en medio de su grito y plegaria escuchó la voz divina diciéndole: «Guarda tu mente en el Hades y no te desesperes.» La soledad en los apuros y el abandono forman parte de la instrucción del Padre compasivo para con sus hijos, que no permite «seáis tentados sobre vuestra fuerza» (1Cor 10:13). Por lo que la lucha constante y la paciencia forman la primera piedra de la fe en Cristo.
• Consuelo: en la marcha espiritual, Dios no deja a sus amados sin consuelo. Que Jesús camine sobre el agua es natural para la fe primigenia de los discípulos que han visto muchas señales; pero que Pedro lo haga (caminar sobre el agua), con el mandato del Señor, ya es un consuelo que los confirma –a él y a sus compañeros– en la lucha: «quien crea en Mí, ése hará también las obras que Yo hago y hará mayores aún» (Jn 14:12). Si Dios nos educa con cierto castigo o abandono, también suele asistirnos con su dulce mirada, confortación e intervención poderosa que nos hace advertir la virtud de la fe. ¿Qué es lo que ha impulsado a millares de testigos hacia el martirio de sangre y de vida diaria –«por amor de Ti estamos muriendo todo el día» (Rom 8:36)–, si no es la certeza del consuelo presente que se tiene a lo largo de la «vida en Cristo»?
• Penitencia: Pedro caminó sobre las aguas, más bien, sobre las olas de la fe; pero, «viendo la violencia del viento, le entró miedo». ¿Cuántas veces la fuerza de las preocupaciones nos distrae de Aquél en quien hemos puesto nuestra confianza? ¿Cuántas veces la violencia de las tentaciones nos hace olvidar las promesas y las esperanzas?, y nos caemos. Pero el mérito de Pedro se encuentra en que, ahogado, supo exclamar: «¡Señor, sálvame!». En uno de los relatos monásticos, el demonio se quejaba amargamente: todo el trabajo que elaboraba con perfección y constancia se echaba a perder con la humildad y el arrepentimiento sinceros del monje.
La fe no es un ejercicio racional o ideológico: es una marcha de ahínco y esfuerzo. La marcha implica tropiezos y caídas; las caídas provocan penitencia («¡Señor, sálvame!»); la penitencia y la confesión atraen al corazón consuelo y Gracia. Un caminar paciente y progresivo hasta que «el viento amaine» y la barca llegue al puerto de la Salvación.
Nuestra Fe y Tradición
La Virgen María
La Virgen María se encuentra en el centro de la vida practicante de la Iglesia, tanto en lo que respecta a la devoción personal, como a aquella de carácter comunitario. De igual manera, está en el centro de los dogmas de fe de la Iglesia, como parte inseparable de la fe cristiana que nos lleva a creer que Dios se hizo hombre. Estos dos “centros” de la Iglesia – vida de oración y dogmas de fe – son absolutamente inseparables en el cristianismo ortodoxo. Por eso, el ícono de la Virgen María está presente en cualquier iglesia y en cualquier casa, y ella es recordada en todos y cada uno de los oficios litúrgicos.
La Iglesia Ortodoxa le ha dado a la Virgen María dos títulos principales que corresponden a su lugar en esos dos “centros” de la vida eclesial. “Theotokos” (Madre de Dios) y “Panaghia” (Santísima). La palabra “Theotokos” la coloca en el centro del dogma ortodoxo, porque testifica esa fe en que ella dio a luz a Dios hecho hombre, no a un hombre al que posteriormente descendió Dios. El término “Santísima” se refiera al lugar que tiene la Virgen entre los fieles, como una “más santa que todos los santos”, que está en el centro de la Iglesia y de su vida de oración. Cada vez que la recordamos en nuestras peticiones litúrgicas, la llamanos “Santísima (Panaghia) Madre de Dios (Theotokos) y Siempre Virgen (Aeiparthenos) Maria”. Así, en sus íconos, como Theotokos es siempre representada portando en brazos a Su hijo. Como Panaghia es representada con los brazos extendidos en oración, como un miembro de la Iglesia, y Su Hijo en igual postura, pero no portado en brazos por ella. La Virgen no es representada nunca sin su Hijo.
Vida de Santos
La Decapitación de San Juan Bautista
29 de Agosto
La ardiente predicación del Bautista y su santidad y milagros, atrajeron la atención de los judíos sobre él y algunos empezaron a considerarle como el Mesías prometido. Pero Juan declaró que él no hacía más que bautizar en el agua a los pecadores para confirmarlos en el arrepentimiento y prepararlos a una nueva vida, pero que había Otro, que pronto se manifestaría entre ellos, que los bautizaría en la virtud del Espíritu Santo y cuya dignidad era tan grande, que él no era digno de desatar las correas de sus sandalias. No obstante eso, el Bautista había causado tal impresión entre los judíos, que los sacerdotes y levitas de Jerusalén fueron a preguntarle si él era el Mesías esperado. Y San Juan confesó y no negó y dijo: “Yo no soy el Cristo”, ni Elías, ni uno de los profetas. Juan proclamó la mesianidad de Cristo en el bautismo y, precisamente al día siguiente de aquél en que los judíos habían ido a interrogarle, llamó a Jesús “el Cordero de Dios.”
Y Cristo declaró que Juan era más grande que todos los santos de la antigua ley y el más grande de los nacidos de mujer. Heredes Antipas, el tetrarca de Galilea, había repudiado a su esposa y vivía con Herodías, quien era juntamente su sobrina y la esposa de su medio hermano Filipo. San Juan Bautista reprendió valientemente al tetrarca y a su cómplice por su conducta escandalosa y dijo a Herodes: “No te es lícito vivir con la mujer de tu hermano.” Herodes temía y respetaba a Juan, pues sabía que era un hombre de Dios, pero se sintió muy ofendido por sus palabras. Aunque le respetaba como santo, le odiaba como censor y fue presa de una violenta lucha entre su respeto por la santidad del profeta y su odio por la libertad con que le había reprendido. Finalmente, la cólera del tetrarca, azuzada por Herodías, triunfó sobre el respeto. Para satisfacer a Herodías y tal vez también por temor de la influencia que Juan ejercía sobre el pueblo, Herodes le encarceló en la fortaleza de Maqueronte, cerca del Mar Muerto. Cuando el Bautista se hallaba en la prisión, Cristo dijo de él: “¿A quién fuisteis a ver? ¿A un profeta? En verdad os digo, a un profeta y más que un profeta. De él es de quien está escrito: He aquí que envío a mi ángel delante de ti para que te prepare el camino. En verdad os digo, no hay entre los nacidos de mujer ninguno más grande que Juan el Bautista.”
Pero Herodías no perdía la ocasión de azuzar a Herodes contra Juan y de buscar la oportunidad de perderle. La ocasión se presentó con motivo de una fiesta que dio Herodes el día de su cumpleaños a los principales señores de Galilea. Salomé la hija de Herodías y de Filipo, danzó ante los comensales con tal arte, que Herodes juró concederle cuanto le pidiera, aunque fuese la mitad de sus dominios. Herodías aconsejó a su hija que pidiese la cabeza del Bautista y, para impedir que el tetrarca tuviese tiempo de arrepentirse, sugirió a Salomé que exigiese que la cabeza del santo fuese inmediatamente traída en una fuente, el tirano dio inmediatamente la orden de que le decapitasen en la prisión y de que trajesen en una fuente su cabeza a Salóme. La joven no tuvo reparo en tomar el plato en sus manos y ofrecérselo a su madre. Así murió el gran precursor del Salvador, el profeta más grande “de cuantos han nacido de mujer.” En cuanto se enteraron de la noticia, los discípulos del Bautista recogieron su cuerpo, le dieron sepultura y fueron a contarlo a Jesús. “Y habiéndolo oído, Jesús se retiró… a un sitio del desierto.”
Sentencias de los Padres del Desierto
- Dijo también el abad Antonio: «Dios no permite que esta generación sufra el ataque del demonio porque sabe que son débiles y no lo pueden soportar».
- Decía el abad Macario: «El recordar el mal que nos han hecho los hombres, impide a nuestra mente el acordarnos de Dios. Pero si recordamos los males que nos causan los demonios, seremos invulnerables».
- Dijo el abad Pastor: «No vivas en un lugar donde veas que existen algunos que te tienen envidia. No harás allí ningún progreso en la virtud».