Quinto Domingo de Cuaresma

Santa María Egipcíaca

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Puesto que te tenemos como ejemplo del arrepen­timiento, 
oh piadosa María,  suplica a Cristo que nos lo otorgue  en este tiempo
de ayuno, para que con anhelo y fe,   con himnos, te alabemos.
                                                                                                             Exapostelario

Himnos de la Liturgia

Tropario de la Resurrección

Tono 5

audio27Al coeterno Verbo, con el Padre y el Espíritu,
Al Nacido de la Virgen para nuestra salvación,
alabemos, oh fieles, y prosternémonos. 
Porque se complació en ser elevado en el cuerpo  sobre la Cruz
y soportar la muerte,  y levantar a los muertos por su Resurrección gloriosa. 

Tropario de Santa María Egipcíaca

Tono 8

audio27En ti fue conservada la imagen de Dios fielmente, 
oh justa María, pues tomando la cruz seguiste a Cristo
 y, practicando, enseñaste a despreocuparse de la carne 
 que es efímera y a cuidar, en cambio, el alma inmortal. 
Por eso hoy tu espíritu se alegra junto con los ángeles.

Condaquio de la Cuaresma

Tono 8

audio27A ti, María, te cantamos como victoriosa;   
tu pueblo ofrece alabanzas de agradecimiento,
pues de los apuros, Theotokos, nos has salvado.   
Tú, que tienes invencible y excelsa fuerza, 
de los múltiples peligros libéranos.   
Para que exclamemos a ti: ¡Alégrate oh Novia y Virgen!

Lecturas Bíblicas

 Carta del Apóstol San Pablo a los Hebreos: Heb 9: 11-14

Hermanos: Cristo, habiéndose presentado como Sumo Sacerdote de los bienes futuros, a través del Tabernáculo óptimo y más perfecto, no fabricado por mano de hombre —es decir, que no pertenece a esta creación—, y no con sangre de machos cabríos ni de novillos, sino con su propia sangre: penetró en el santuario una vez para siempre, habiendo obtenido una redención eterna. Pues si la sangre de machos cabríos y de toros y la ceniza de vaca santifica con su aspersión a los contaminados, en orden a la purificación de la carne, ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto a Dios vivo!

Evangelio según San Marcos (Mc. 10: 32-45)

En aquel tiempo, Jesús Tomó a los Doce aparte y comenzó a decirles lo que le iba a suceder: «He aquí que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas; lo  condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, y se burlarán de Él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán, y a los tres días resucitará.» Se acercaron a Él Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, y le dijeron: «Maestro, queremos que nos concedas lo que te pidamos.» Él les dijo: «¿Qué quieren que les conceda?» Ellos le respondieron: «Concédenos que nos sentemos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda.» Jesús les dijo: «No saben lo que piden. ¿Pueden beber la copa que Yo voy a beber, o ser bautizados con el bautismo con que Yo voy a ser bautizado?» Ellos dijeron: «Sí, podemos.» Jesús les dijo: «La copa que Yo voy a beber, sí, la beberán y también serán bautizados con el bautismo con el que Yo voy a ser bautizado; pero sentarse a mi diestra o a mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado.» Al oír esto los otros diez, empezaron a indignarse contra Santiago y Juan. Jesús, llamándolos, les dijo: «Saben que los jefes de las naciones las señorean, y los grandes avasallan sobre ellas. Pero no ha de ser así entre ustedes, sino que el que quiera llegar a ser grande entre ustedes, será su servidor, y el que quiera ser primero entre ustedes, será esclavo de todos; porque tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida como rescate por muchos.»

Mensaje Pastoral

 El grande será servidor

santiago y juanMientras estamos a las puertas de la Semana Santa, la Iglesia nos lee este pasaje evangélico en el que Cristo prepara a sus discípulos por tercera vez: «He aquí que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas; lo condenarán a muerte.» Cristo se dirigía hacia su Pasión por su propia voluntad.

Pero los discípulos aún pensaban que el reinado de Cristo es una autoridad política y mundana; esperaban que Cristo, el Mesías, en su momento, gobernara al pueblo de Israel. Así que Juan y Santiago pidieron una porción en esta autoridad: «Concédenos que nos sentemos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda.» Los otros diez se enojaron con ellos, no porque tenían una visión mejor acerca de la misión de Cristo sino porque lo habían pedido sólo para ellos dos sin incluir a los demás discípulos. Cristo aclara cuál es la esencia de su reinado, cómo se ejerce su autoridad y por qué medio se logra obtener: «¿Pueden beber la copa que Yo voy a beber, o ser bautizados con el bautismo con que Yo voy a ser bautizado?» Les instruye (y a nosotros también) que el trono de su gloria es logrado a través de la cruz. Ellos contestaron positivamente «Si, podemos», sin entender lo que estaban diciendo; lo único que les importaba era conseguir aquella gloria mundana, de la manera que sea.

En aquel momento Cristo les respondió: «La copa que Yo voy a beber, sí, la beberán […], pero sentarse a mi diestra o a mi izquierda no es cosa mía el concederlo sino que es para quienes está preparado.» En verdad, Cristo no pretende reducir su carga divina del juicio –pues Él es Quien «vendrá segunda vez […] para juzgar a los vivos y a los muertos», como confesamos en el Credo– sino enseñarles que Él ha encarnado y venido al mundo para mostrar que el Reino se conquista y no para repartir porciones de éste, pues está preparado para quienes saben conquistarlo: «El Reino de los cielos se alcanza con esfuerzo, y son los esforzados los que lo arrebatan» (Mt11:12).

Los conquistadores –continúa Cristo– no son los jefes de las naciones que «avasallan sobre ellas» sino los grandes quienes, por la cruz, se vuelven servidores; los nobles quienes, por el amor divino, lavan los pies del prójimo; los fuertes quienes ven a Cristo en el rostro de los débiles. ¡Cuán lejos está el pensamiento de Cristo del correspondiente a la civilización de este mundo! El que, un día, lo había comprendido dijo: «efectivamente, siendo libre de todos, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más que pueda.» (1Cor 9: 19)

Nuestra Fe y Tradición

Los Domingos de la Gran Cuaresma

Cada uno de los domingos de la Gran Cuaresma tiene su propio tema especial.

El primer domingo se llama el Domingo del Triunfo de la Ortodoxia. Es la fiesta histórica que conmemora el triunfo de la verdadera fe sobreDivinaLiturgia la herejía del iconoclasmo, en el año 843, en que los íconos volvieron a su lugar en la Iglesia. “Y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe.” (I Juan 5,4) Además, los íconos de los santos dan testimonio de que el ser humano, “creado a la imagen y semejanza de Dios”, (Génesis 1,26) se vuelve santo y semejante a Dios mediante su purificación como imagen viva de Dios.

En el Segundo Domingo de la Gran Cuaresma conmemoramos a San Gregorio Palamás. Fue San Gregorio (+ 1359) quien dio testimonio de que los seres humanos pueden llegar a ser deificados mediante la gracia de Dios en el Espíritu Santo; y que incluso en esta vida, uniéndose a la obra salvífica del Espíritu, mediante oración y ayuno, los seres humanos se hacen partícipes de la luz increada de la divina gloria.

El Tercer Domingo de la Gran Cuaresma es el de la Veneración de la Santa Cruz. Se coloca la cruz en medio de la iglesia, justo llegando a la mitad de la Gran Cuaresma, no solamente para recordar a los fieles de la redención que ofrece Cristo y ayudarles a tener presente su meta, sino también para que sea venerada como aquella realidad según la cual el ser humano debe aceptar en su vida para que sea salvado. “El que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí.” (Mateo 10,38) Pues en la Cruz de Cristo Crucificado están “el poder de Dios y la sabiduría de Dios” para los que se salvan. (I Corintios 1,24)

El Cuarto Domingo de la Gran Cuaresma se dedica a San Juan Clímaco, quien escribió la obra “La Santa Escala” o “La Escala del Paraíso”. Fue abad del Monasterio de Santa Catalina en el Monte de Sinaí (siglo VI), y testigo de la violencia que se requiere para entrar al Reino de Dios. (Mateo 10,12) La lucha espiritual de la vida cristiana es un verdadero combate, “no…contra la sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los soberanos de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.” (Efesios 6,12) San Juan Clímaco exhorta a los fieles en tener un esfuerzo sostenido, pues, según el Señor, solamente“el que persevere hasta el fin, éste será salvo.” (Mateo 24,13)

El Quinto Domingo recuerda la memoria de Santa María de Egipto, la mujer pecadora arrepentida. Esta gran santa nos recuerda, en primer lugar, que no hay ningún pecado o maldad, no importa lo grande que sea, que pueda separar a una persona de Dios si en verdad se arrepiente. Cristo vino para “llamar a los pecadores al arrepentimiento” y a salvarlos de sus pecados. (Lucas 5,32) Además, la historia de Santa María de Egipto nos dice que jamás es demasiado tarde en la vida, ni demasiado tarde en la Cuaresma, para arrepentirse. Cristo recibirá gozosamente a todos que se acercan a Él, incluso en la undécima hora de su vida. Sin embargo, este acercamiento ha de ser en arrepentimiento sincero y profundo.

Vida de Santos

Santa María Egipcíaca

Memoria en la Quinta semana de cuaresma (Fiesta 1 de abril)

18th-century-russian-icon-surrounded-with-events-of-her-lifeMaría era cristiana de nacimiento; huyó de su familia y fue a Alejandría para vivir según sus deseos inmundos. Su biografía muestra que no se había separado totalmente de la Iglesia y de la religión ya que, un día, se le ocurrió la idea de peregrinar a Jerusalén. Su alma, entonces, era una mezcla de descendencia cristiana y conducta miserable y pagana.

Mientras estaba en Alejandría, en una de sus locuras, decidió peregrinar a la Tierra Santa, y planeaba que, vendiendo su cuerpo en el barco, pagaría el boleto y los gastos. ¡Qué esquizofrenia tan grande!

En la Ciudad Santa, María marchó con las multitudes hacia la iglesia de la Resurrección. Al llegar al umbral, cierta fuerza le impidió entrar; trató una y otra vez pero no podía tener acceso. En aquel momento, se dio cuenta de que la impureza de su vida era lo que le obstruía el paso para abrazar la Santa Cruz. A la sazón, la pecadora oraba con mucho llanto a la Virgen y dio la promesa de que, si lograba entrar, abandonaría el mundo y sus deseos. Y así se hizo.

Saliendo de aquella iglesia, se dirigió hacia el Río Jordán, se lavó en él y más tarde comulgó. Al día siguiente cruzó el Río y vivió en el desierto durante 47 años sin ver a ninguna persona. Soportaba el calor del día y el frío de la noche; comía de lo que encontraba de las hierbas silvestres. María cambió el fuego de los deseos carnales por el rocío del amor divino. Se volvió una estatua de luz.

Muchos años después, un anciano, Zósimo, salió al desierto para pasar la gran Cuaresma, conforme a la costumbre monástica. Mientras estaba caminando, le pareció ver de lejos un fantasma de cuerpo quemado por el sol, de cabello blanco. Al darse cuenta de que era un asceta, lo siguió y cuando lo alcanzó, descubrió que se trataba de una mujer.

María le confesó al monje toda su historia, le pidió comulgar. El Jueves Santo, el padre Zósimo le trajo la Comunión. Un Año después, al volver nuevamente Zósimo, la encontró tendida en el suelo, con el rostro hacia el Oriente, y cerca de ella estas palabras grabadas en la arena: «Padre Zósimo, entierra aquí el cuerpo de María, la miserable. Morí el mismo día en que comulgué los Dones místicos. Ora por mí.»

Desde que su corazón había quedado extasiado por el Señor en la iglesia de la Resurrección, no volvió a ver el rostro de sus pecados, y sus ojos ya pertenecían nada más a Jesús.

Sentencias de los Padres del Desierto

  • El abad Antonio dijo al abad Pastor. «La gran obra del hombre es poner sobre si mismo  su culpa ante Dios, y esperar la tentación hasta el último momento de su vida»
  • Decía el abad Pastor: «Si el hombre cumple con su deber, no se verá turbado».
  • Sinclética, de santa memoria, dijo: «Es tan imposible salvarse sin humildad como construir un barco sin clavos».

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Padre Juan R. Méndez ()

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