14° Domingo de Lucas
Memoria Traslado del cuerpo de San Juan Crisóstomo
Venid a reuniros con los discípulos en el monte de Galilea para que veáis a Cristo, diciendo con fe: He recibido el poder de lo que está arriba y lo que esta abajo. Aprendamos como enseña a bautizar a todas las naciones en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, prometiéndonos permanecer con nosotros hasta el fin del mundo. Exapostelario
Himnos de la Liturgia
Tropario de la Resurrección
Tono 1
Cuando la piedra fue sellada por los judíos y tu purísimo cuerpo fue custodiado por los guardias, resucitaste al tercer día, oh Salvador, concediendo al mundo la vida. Por lo tanto, los poderes celestiales clamaron a Ti: Oh Dador de Vida, Gloria a tu Resurrección, oh Cristo, gloria a tu Reino, gloria a tu plan de salvación, oh Único, Amante de la humanidad.Condaquio de la Presentación del Señor en el Templo
Tono 4
Por tu nacimiento santificaste las entrañas de la Virgen, oh Cristo Dios, las manos de Simeón bendijiste debidamente, y a nosotros nos alcanzaste y salvaste. Conserva a tus fieles en la paz y auxilia a los que amas porque Tú eres el único Amante de la humanidad.Lecturas Bíblicas
Carta del Apóstol San Pablo a los Hebreos (7: 26-8:2)
Hermanos: Así es el Sumo Sacerdote que nos convenía: santo, inocente, inmaculado, apartado de los pecadores, encumbrado por encima de los cielos, que no tiene necesidad de ofrecer sacrificios cada día como aquellos sumos sacerdotes, primero por sus pecados propios, luego por los del pueblo: esto lo realizó de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo. Es que la Ley instituye como sumos sacerdotes a hombres frágiles; pero la palabra del juramento —posterior a la Ley— instituye al Hijo perfecto para siempre.
Este es el punto capital de cuanto venimos diciendo: tenemos un Sumo Sacerdote tal, que se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, ministro del santuario y del Tabernáculo verdadero, erigido por el Señor, no por un hombre.
Evangelio según San Lucas (18: 35-43)
En aquel tiempo, al acercarse Jesús a Jericó, estaba un ciego sentado junto al camino pidiendo limosna, al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello. Le informaron que pasaba Jesús el Nazareno, y empezó a gritar diciendo: «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!» Los que iban delante lo increpaban para que se callara, pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!» Jesús se detuvo, y mandó que lo trajeran y, cuando se hubo acercado, le preguntó: «¿Qué quieres que te haga?» Él dijo: «¡Que vea, Señor!» Jesús le dijo: «Ve. Tu fe te ha salvado.» Y al instante recobró la vista, y lo seguía glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al verlo, alabó a Dios.
Mensaje Pastoral
¡Señor, ten piedad!
El ciego «empezó a gritar diciendo: “¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!”»
El grito es una fuerte reacción natural que surge de la necesidad, la incapacidad y el dolor. Aún es más fuerte la expresión «ten piedad» que goza de un lugar muy privilegiado en la tradición cristiana y la repetimos frecuentemente durante los Servicios litúrgicos, tres, doce o cuarenta veces. No se trata de una repetición hueca, sino de un tocar insistente, de una espera confiada y de una encomienda constante de nuestra vida –con sus aflicciones y alegrías– en las manos de Cristo nuestro Dios.
Sería propio mencionar el gran vigor que esta expresión tiene en el idioma árabe: irjam, verbo derivado de rájem que significa «matriz». En este sentido, «piedad» es lo que la madre le da de vida al embrión. Entonces, el «apiadarse» no es un estado de solidaridad que le pedimos a Dios que tenga por nosotros, sino una acción vivificadora. No es que pidamos a Dios tenga mera compasión o lástima por nuestras miserias, sino que actúe en nosotros y nos revivifique, santificando, iluminando y divinizando nuestra vida. Ésta es la esencia del clamor.
El libro de los Salmos está lleno de la súplica: «Apiádate de mí, oh Dios». La santidad del rey David, quien los compuso, no se debe a su estado exento de pecado –ya que su vida, en ciertos momentos, había sido manchada con sangre y con actuaciones indebidas–, sino más bien a su preocupación e iniciativa para advertir sus propias transgresiones, confesarlas y exclamar con fuerza: «ten piedad de mí, oh Dios, según tu gran misericordia» (Sal 50:1). El que grita es porque tiene dolor, pero quienes no sienten dolor alguno, no necesariamente están sanos, y la anestesia sólo hace olvidar el dolor pero no cura la enfermedad. «Si decimos: “No tenemos pecado”, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, fiel y justo es Él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia.» (1Jn 1:8-9)
El pecado mayor consiste en que a menudo nos distraemos de la vigilia de nuestra vida y nos anestesiamos con la indiferencia y el olvido. Quizás fuera mejor, en todo caso, que caigamos delante de Dios, que nos postremos ante Él pidiéndole misericordia: «Señor, ten piedad». Es entonces cuando Él, a través del cordón umbilical de nuestra confesión, nos da de su propia vida, vida verdadera, luz fulgurante que penetra nuestra oscuridad y abre los ojos de nuestro corazón. Amén.
Nuestra Fe y Tradición
Sobre esta piedra edificare mi Iglesia
Dijo el Señor a Simón Pedro: “Tú eres Pedro (Petros) y sobre esta piedra (petra), edificaré mi Iglesia.” El apóstol acababa de confesar al Señor: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” y es esta fe confesada por el apóstol la que constituye el fundamento de la Iglesia. La piedra angular de la edificación no es otra sino Cristo: “..nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo” (1ª.Cor 3,11). Sobre esa piedra: la fe en Cristo, se edificaron también los propios pilares de la iglesia: Pedro y Pablo y todo el cuerpo apostólico.
Hacia el año 427, escribe el Doctor de la Iglesia de Occidente San Agustino a este respecto: “No le dijo, en efecto, tú eres piedra (petra) sino “Tu eres Pedro” (Petrus). Así pues, la piedra, (petra) era Cristo, confesado por Simón, como lo confiesa toda la Iglesia, el cual recibió el nombre de Pedro (Petrus)”.
Vida de Santos
Traslado del cuerpo de San Juan Crisóstomo
27 de enero
Este incomparable maestro recibió después de su muerte el nombre de Crisóstomo o Boca de Oro, en recuerdo de sus maravillosos dones de oratoria. Pero su piedad y su indomable valor son títulos todavía más gloriosos que hacen de él uno de los más grandes pastores de la Iglesia. Las reliquias del santo pasaron 30 años en una iglesia de Capadocia, de un pueblo llamado Komana, donde el Gran maestro y santo había pasado tantas pruebas en el exilio. En el año 438, el 27 de enero son exhumación y trasladadas las reliquias de San Juan Crisóstomo a Constantinopla. El emperador Teodosio II y su hermana Santa Pulquería acompañaron la procesión junto al Patriarca Proclos, quien había sido su discípulo, pidiendo perdón por el pecado de sus antecesores, que tan ciegamente habían perseguido al siervo de Dios. El cuerpo del santo fue depositado en la iglesia de los Apóstoles. En nuestra Santa Iglesia Ortodoxa, San Juan Crisóstomo es uno de los tres Santos Patriarcas y Doctores Universales; los otros dos son San Basilio y San Gregorio Nazianceno.
Sentencias de los Padres del Desierto
- Decía un anciano: «Nunca he deseado una cosa que fuese útil para mí si ello entraña algún perjuicio para mi hermano, porque espero que la ganancia de mi hermano es para mi aumento de fruto».
- Decían del abad Hor: «Nunca ha mentido, jamás hizo ningún juramento, nunca maldijo a nadie, jamás habló a nadie si no era necesario».
- Dijo el abad Pastor: «En el Evangelio está escrito: “El que no tenga espada que venda su manto y compre una” (Lc. 22,36). Esto significa: “El que tenga paz que la deje y se prepare para la lucha”». Se refería a la lucha contra el diablo.