15° Domingo de Lucas

Memoria de la Presentación del Señor en el Templo 

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Cuando las Mirróforas vieron la piedra removida,
se alegraron porque vieron a un joven sentado
en el sepulcro que les dijo: Cristo resucitó;
decid a los Apóstoles y a Pedro: Corran al monte de Galilea,
allá donde se les aparecerá a vosotros,
oh amados, tal como antes lo había dicho.
                                                                                            Exapostelario

Himnos de la Liturgia

Tropario de la Resurrección

Tono 2

audio1Cuando descendiste a la muerte, oh Vida Inmortal,
mataste al Hades con el rayo de tu divinidad,
y cuando levantaste a los muertos del fondo de la tierra,
todos los poderes Celestiales clamaron:
¡Oh Dador de vida, Cristo Dios, gloria a Ti!

Tropario de la Presentación del Señor

Tono 1

Regocíjate, oh Llena de gracia, Virgen Madre de Dios;
porque por ti resplandece el Sol de Justicia,
Cristo nuestro Dios, Quien ilumina a los que han
estado en las tinieblas. Alégrate también tú,
oh justo Anciano, que recibiste en tus brazos
al Redentor de nuestras almas, Quien nos otorga la Resurrección.

Condaquio de la Presentación del Señor en el Templo

Tono 4

Por tu nacimiento santificaste las entrañas de la Virgen,
oh Cristo Dios, las manos de Simeón bendijiste debidamente,
y a nosotros nos alcanzaste y salvaste.
Conserva a tus fieles en la paz y auxilia a los que amas
porque Tú eres el único Amante de la humanidad.

Lecturas Bíblicas

Carta del Apóstol San Pablo a los Hebreos (7:7-17)

Hermanos: No cabe duda que el inferior recibe la bendición del superior. Y mientras aquí reciben el  diezmo hombres mortales, allí, uno de quien se atestigua que  vive (Melquisadec). Y, por decirlo así, hasta el mismo Leví, que  recibe los diezmos, los pagó en la persona de Abraham, pues  ya estaba en las entrañas de su padre cuando Melquisedec le  salió al encuentro.

Pues bien, si la perfección estuviera en poder del sacerdocio  levítico —bajo cuyo ministerio el pueblo recibió la ley—, ¿qué  necesidad había ya de que surgiera otro sacerdote a semejanza  de Melquisedec, y no dice «a semejanza de Aarón»? Pues,  cambiado el sacerdocio, necesariamente se cambia la ley. Y el  hecho es que aquél de quien se dice estas cosas, pertenecía a  otra tribu, de la cual nadie sirvió al altar. Y es bien manifiesto  que nuestro Señor procedía de Judá, y a esa tribu para nada se  refirió Moisés al hablar del sacerdocio.

Todo esto es mucho más evidente aún si surge otro sacerdote  a semejanza de Melquisedec, que lo sea, no por ley de  prescripción carnal, sino según la fuerza de una vida  indestructible. De hecho, está atestiguado: Tú eres sacerdote  para siempre, a semejanza de Melquisadec.

Evangelio según San Lucas (Lc. 19: 1-10)

En aquel tiempo, Jesús  atravesaba Jericó; Había un  hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico. Trataba  de ver quién era Jesús, pero no  podía a causa de la gente, porque  era de pequeña estatura. Se adelantó  corriendo y se subió a un sicómoro  para verlo, pues iba a pasar por ahí.  Y cuando Jesús llegó a aquel sitio,  alzó la vista y lo vio, y dijo: «Zaqueo,  baja pronto; porque conviene que hoy  me quede Yo en tu casa.» Se  apresuró a bajar y le recibió con  alegría. Al verlo, todos murmuraban  diciendo: «Ha ido a hospedarse a  casa de un hombre pecador.»  Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: «Daré, Señor, la mitad de mis bienes  a los pobres; y si en algo defraudé a  alguien, le devolveré el cuádruplo.»  Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la  salvación a esta casa, porque  también éste es hijo de Abraham,  pues el Hijo del hombre ha venido a  buscar y salvar lo que estaba  perdido.»

Mensaje Pastoral

Elementos de conversión

En el icono del pasaje que leemos hoy del evangelio según san Lucas, contemplamos cuatro componentes:

Zaqueo: un hombre pecador que tiene el anhelo para ver a Jesús, para contemplar a Aquél cuya Presencia ha de reprochar su vida; unimages anhelo de lo que jamás ha experimentado; una curiosidad para ver al que cura las dolencias, al que se digna convivir con los pecadores y conoce lo oculto del corazón. Sin lugar a duda, este publicano huía siempre de las multitudes para evitar que sus actos saliesen a la luz; sin embargo, he aquí que comparece por su propia iniciativa y, más aún, sobresale su presencia, atraído por el anhelo que venció su orgullo y sus defectos, que era de pequeña estatura.

El sicómoro: o podemos decir «el santo sicómoro», ya que «santo» es un calificativo que indica un modo de usar las cosas de nuestro mundo: todo lo que nos induce en la Presencia del Señor y nos une a Él es santo. Santa lectura, santos iconos, santa palabra, santa oración, santo templo… todos no son sino sicómoros que transforman el anhelo de Zaqueo en certeza de la Presencia del Señor, y en contemplación de su Rostro.

Jesús: mientras que Zaqueo sube al sicómoro para conocer a Jesús, resulta que el Señor lo conoce a él y le llama por su nombre: «Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy Yo me quede en tu casa.» Como si lo estuviera esperando desde antes. El esfuerzo necesario que Zaqueo ofrece, le permite recibir la Gracia del Señor siempre otorgada. No es que cuando subió al árbol vio a Jesús nada más, sino que también palpó y apreció que era conocido por Él desde siempre. La penitencia de Zaqueo consiste en reconocer que, con todo lo pecaminoso que su vida es, el Señor lo conoce y pide estar en su casa.

La muchedumbre: estaba presente y murmuraban en su corazón en torno a Jesús: «Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador.» Ellos, aunque estaban en contacto físico con Cristo, sin embargo, en sus juicios y pensamientos andaban lejos de Él. Y como no han querido tener el contacto personal que Zaqueo tuvo, seguirán murmurando a Dios, criticando sus decisiones, y excluyéndose ellos mismos, de la salvación.

Separémonos de esta muchedumbre, y busquemos los propios sicómoros que nos posibiliten ver, como Zaqueo, que «Dios con nosotros está.»

Nuestra Fe y Tradición

La procedencia del Espíritu Santo

img2[1]“En un único Dios, son tres Personas y un solo ser. Estas tres Personas tienen asimismo algo en común y algo particular. Lo que tienen en común es la esencia; lo que tiene cada una en particular es lo personal. El atributo personal y particular del Padre es que Él es padre u origen; el atributo personal y particular del Hijo es que Él es hijo o nace; el atributo personal y particular del Espíritu Santo es que Él procede o proviene. ¿De quién procede? San Juan, en su Evangelio, dice que “Él procede del Padre” (Juan 15:26). Él no podría, ciertamente, proceder del Hijo, sin que éste fuera también origen como el Padre. Si el Hijo fuera origen en cualquier medida, sería partícipe del atributo personal y distintivo del Padre; Su persona se asemejaría al Padre y el dogma trinitario no existiría más, porque éste subsiste sólo cuando cada atributo personal permanece diferenciado y propio para cada una de las partes de la Trinidad…”

Vida de Santos

Presentación del Señor al Templo.

2 de febrero

La ley de Moisés disponía que todo niño primogénito de sexo masculino fuera llevado al templo en el día 40 después del nacimiento IC090073para ser presentado y ofrecer por él el rescate que estaba establecido. En cumplimiento de esta ley, la Santa Familia, al día 40 desde el nacimiento del Divino Niño, se dirigió al templo de Jerusalén. La Madre de Dios, por causa de su pobreza, solo pudo traer dos jóvenes tórtolas. En este tiempo, por la inspiración del Espíritu Santo, vino al templo cierto piadoso anciano, de nombre Simón. A él le había sido prometido por el Espíritu Santo, que no iba a morir hasta que no viera a Cristo Salvador.

Acercándose a la Virgen María, Quien sostenía al Divino Niño, el Justo Simón Lo tomó en sus brazos y en la abundancia de su alegría agradeció a Dios con las siguientes palabras: “Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra; porque han visto mis ojos Tu salvación, la cual has preparado en presencia de todos los pueblos; Luz para revelación a los gentiles y gloria de Tu pueblo Israel.” Luego, dirigiéndose a la Madre, dijo: “He aquí, éste está puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel y para señal, que será contradicha,… para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones.” Con estas palabras Simón profetizó que el Divino Niño traerá a muchos a la salvación, pero también habrá no pocos, tales, que se endurecerán y abandonarán por completo a Dios. Y que según cual sea la actitud de los hombres para con el Salvador del mundo y Su enseñanza, en los hechos revelarán su propia disposición espiritual. El que se apesadumbra por sus pecados y ansía la Verdad Divina, ese encontrará en Él al guía y sanador de su alma, pero el que ama este mundo con sus deleites pecaminosos, el que está contento consigo mismo, o que a semejanza de los letrados hebreos, transformó a la religión en una fuente de prosperidad, para ese las enseñanzas de Jesucristo le serán inadmisibles. Para tales personas, que rechazan conscientemente el llamado a la salvación, la palabra de Cristo solo les servirá para mayor condena.

Previendo los muchos sufrimientos que debía padecer el Salvador, el justo Simón predice también los sufrimientos de Su Madre: “¡Y una espada traspasará tu misma alma!” — es decir, Tus dolores maternales, a semejanza de una espada traspasarán Tu corazón, pues Sus padecimientos recibirás como Tuyos propios.

Al finalizar el diálogo del Justo Simón con la Madre de Dios, se les acercó la anciana Anna-profetiza, quien durante muchos años vivía y trabajaba en el templo, y con sus oraciones y ayunos alcanzó gran virtuosidad. También ella, por la intuición del Espíritu Santo, reconoció en el Niño Divino al Mesías tan largamente esperado, y en un arrebato de alegría comenzó a glorificar en alta voz a Dios. Después de esto comenzó a anunciar a los habitantes de Jerusalén, que el esperado Salvador ya había nacido. Esto llegó también a los oídos de Herodes, quien entonces dispuso que se matara a todos los niños nacidos en Belén y sus alrededores.

Habiendo cumplido todo lo ordenado por la ley acerca del Primogénito recién nacido, la Santa Familia regresó a Nazaret.

Sentencia de los Padres del Desierto

  • El anciano Porfirio decía: “La vida sin Cristo no es vida. Si no lo ves a Él en todos tus pensamientos y en todos tus hechos, es que estás viviendo sin Él “.
  • Antimo, anciano de Chios (Grecia), decía: “Sin la voluntad de Dios, ninguna piedra puede moverse, ninguna hoja se desprende para caer al suelo”.
  • San Efrén el Sirio “El signo de un espíritu humilde es satisfacer a manos llenas las necesidades del hermano, como si fueras tú mismo quien recibiera ayuda”.

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Padre Juan R. Méndez ()

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