5° Domingo de la Cuaresma

Domingo de Santa María Egipcíaca

María de Egipto 2

 Puesto que te tenemos como ejemplo del arrepen­timiento, oh piadosa María,
suplica a Cristo que nos lo otorgue en este tiempo de ayuno,
para que con anhelo y fe, con himnos, te alabemos.
Exapostelario

Tropario de la Resurrección

Tono 5

icono_audioAl coeterno Verbo, con el Padre y el Espíritu,
al Nacido de la Virgen para nuestra salvación,
alabemos, oh fieles, y prosternémonos.
Porque se complació en ser elevado en el cuerpo sobre la Cruz
y soportar la muerte,
y levantar a los muertos por su Resurrección gloriosa.

Tropario de Santa María Egipcíaca

Tono 8

icono_audioEn ti fue conservada la imagen de Dios fielmente, oh justa María,
pues tomando la cruz seguiste a Cristo
y, practicando, enseñaste a despreocuparse de la carne que es efímera
y a cuidar, en cambio, el alma inmortal.
Por eso hoy tu espíritu se alegra junto con los ángeles.

Condaquio de la Cuaresma

Tono 8

icono_audioA ti, María, te cantamos como victoriosa;
 tu pueblo ofrece alabanzas de agradecimiento,
pues de los apuros, Theotokos, nos has salvado.
Tú, que tienes invencible y excelsa fuerza,
de los múltiples peligros libéranos.
Para que exclamemos a ti: ¡Alégrate oh Novia y Virgen!

Carta del Apóstol San Pablo a los Hebreos (9: 11-14)

Hermanos: Cristo, habiéndose presentado como Sumo Sacerdote de los bienes futuros, a través del Tabernáculo óptimo y más perfecto, no fabricado por mano de hombre —es decir, que no pertenece a esta creación—, y no con sangre de machos cabríos ni de novillos, sino con su propia sangre: penetró en el santuario una vez para siempre, habiendo obtenido una redención eterna. Pues si la sangre de machos cabríos y de toros y la ceniza de vaca santifica con su aspersión a los contaminados, en orden a la purificación de la carne, ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto a Dios vivo!

Evangelio según San Marcos (10: 32-45)

En aquel tiempo, Jesús Tomó a los Doce aparte y comenzó a decirles lo que le iba a suceder: «He aquí que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas; lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, y se burlarán de Él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán, y a los tres días resucitará.»

Se acercaron a Él Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, y le dijeron: «Maestro, queremos que nos concedas lo que te pidamos.» Él les dijo: «¿Qué quieren que les conceda?» Ellos le respondieron: «Concédenos que nos sentemos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda.» Jesús les dijo: «No saben lo que piden. ¿Pueden beber la copa que Yo voy a beber, o ser bautizados con el bautismo con que Yo voy a ser bautizado?» Ellos dijeron: «Sí, podemos.» Jesús les dijo: «La copa que Yo voy a beber, sí, la beberán y también serán bautizados con el bautismo con el que Yo voy a ser bautizado; pero sentarse a mi diestra o a mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado.»

Al oír esto los otros diez, empezaron a indignarse contra Santiago y Juan. Jesús, llamándolos, les dijo: «Saben que los jefes de las naciones las señorean, y los grandes avasallan sobre ellas. Pero no ha de ser así entre ustedes, sino que el que quiera llegar a ser grande entre ustedes, será su servidor, y el que quiera ser primero entre ustedes, será esclavo de todos, porque tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida como rescate por muchos.»

Jesús anuncia su muerte

 Durante la presente cuaresma, hemos seguido paso a paso la preparación del sacrificio expiatorio de nuestro Señor Jesucristo. Sacrificio sin el cual nuestra salvación hubiera sido imposible. Como la vida está en la sangre, según leemos en Levítico 17:11. Fue necesario que Cristo hubiese derramado su preciosa sangre, para devolver la vida a la caída humanidad. En el Antiguo Testamento abundan las figuras del sacrificio de Cristo; por ejemplo el sacrificio de Isaac, pero es en ritual del tabernáculo donde todas las formas del culto señalaban al sacrificio del Mesías. En el tabernáculo se derramaba la sangre de las víctimas ofrecidas en sacrificio, y el gran sacerdote entraba una vez al año al lugar santísimo a ofrecer la sangre de las víctimas para el perdón de pecados; “porque sin derramamiento de sangre no hay remisión de pecados” ( Heb 9:22). 

Por lo tanto, tenía que derramarse la sangre de Cristo para que pudiera efectuarse un perfecto perdón de pecados; una perfecta expiación. Todas las profecías mesiánicas se cumplen con exactitud en Jesús, el hijo de la Virgen María, luego Él es el Mesías prometido por Dios. En el Salmo 22 se encuentra profetizada en gran parte la Pasión de nuestro Señor Jesucristo, y el profeta Daniel profetiza con muchos años de anticipación el sacrificio del Mesías y la destrucción de Jerusalén por los romanos; por no haber aceptado los judíos al enviado de Dios (Dn 9: 23-27).

Y el beneficio de la salvación es a todos por igual, tanto a judíos como a gentiles, sin que sea más benéfico a unos que a otros. Entre los mismos apóstoles se discutía quién podía ser el mayor (Lc 22: 24-27). Cristo nos dice que el que quiera ser el mayor debe empezar a servir a los demás, porque ante Dios todos somos iguales, “pues para Dios no hay acepción de personas” (Hch 10:34). Así pues, su Sangre preciosa derramada en la Cruz del calvario es vida para todos por igual. Porque el gran sacerdote de los judíos entraba constantemente cada año al lugar santísimo, para ofrecer la sangre de los sacrificados; Cristo se ofreció una sóla vez y para siempre, como está escrito: “porque con una sóla ofrenda hizo perfectos a los santificados” (Heb 10:14).

Mientras los hombres del mundo toman estos días santos como pretexto para alagar sus sentidos, nosotros, pueblo de Dios,  en estos días nuestro espíritu se regocija en gran manera; porque celebramos el triunfo de Cristo sobre la muerte y el pecado, porque su misión no termina con su muerte, sino que continúa con su gloriosa Resurrección, destruyendo con este hecho el poder de la muerte y el sepulcro (1 Cor 15: 54-57), y preparando nuestra resurrección para estar con Él por toda la eternidad (Jn 14:2-3).

Rev. Padre Mario Lara
Catedral de San Jorge
México, D.F.

Sobre la oración

Preguntaron a san Basilio: ¿cómo los apóstoles oraban sin cesar? Y les contestó que ellos en todas sus acciones se concebían en Él y vivían en una entrega permanente a Él. Esta vida espiritual era su constante oración.

San Teófano el Recluso

Ya seas científico o alumno, empleado o militar, investigador o trabajador: recuerda que lo más importante a aprender en tu vida consiste en conocer la salvación en Cristo, tener fe en la Santísima Trinidad, orar con Dios diariamente, acudir a los servicios de la Iglesia y conservar el Nombre de Jesucristo en tu corazón, porque en él radica la fuerza de Dios para la Salvación.

San Juan Cronstadt

 Santa María Egipcíaca

María era cristiana de nacimiento; huyó de su familia y fue a Alejandría para vivir según sus deseos inmundos. Su biografía muestra que no se había separado totalmente de la Iglesia y de la religión ya que, un día, se le ocurrió la idea de peregrinar a Jerusalén. Su alma, entonces, era una mezcla de descendencia cristiana y conducta miserable y pagana.

Mientras estaba en Alejandría, en una de sus locuras, decidió peregrinar a la Tierra Santa, y planeaba que, vendiendo su cuerpo en el barco, pagaría el boleto y los gastos. ¡Qué esquizofrenia tan grande!

En la Ciudad Santa, María marchó con las multitudes hacia la iglesia de la Resurrección. Al llegar al umbral, cierta fuerza le impidió entrar; trató una y otra vez pero no podía tener acceso. En aquel momento, se dio cuenta de que la impureza de su vida era lo que le obstruía el paso para abrazar la Santa Cruz. A la sazón, la pecadora oraba con mucho llanto a la Virgen y dio la promesa de que, si lograba entrar, abandonaría el mundo y sus deseos. Y así se hizo.

Saliendo de aquella iglesia, se dirigió hacia el Río Jordán, se lavó en él y más tarde comulgó. Al día siguiente cruzó el Río y vivió en el desierto durante 47 años sin ver a ninguna persona. Soportaba el calor del día y el frío de la noche; comía de lo que encontraba de las hierbas silvestres. María cambió el fuego de los deseos carnales por el rocío del amor divino. Se volvió una estatua de luz.

Muchos años después, un anciano, Zósimo, salió al desierto para pasar la gran Cuaresma, conforme a la costumbre monástica. Mientras estaba caminando, le pareció ver de lejos un fantasma de cuerpo quemado por el sol, de cabello blanco. Al darse cuenta de que era un asceta, lo siguió y cuando lo alcanzó, descubrió que se trataba de una mujer. 

María le confesó al monje toda su historia, le pidió comulgar. El Jueves Santo, el padre Zósimo le trajo la Comunión. Un Año después, al volver nuevamente Zósimo, la encontró tendida en el suelo, con el rostro hacia el Oriente, y cerca de ella estas palabras grabadas en la arena: «Padre Zósimo, entierra aquí el cuerpo de María, la miserable. Morí el mismo día en que comulgué los Dones místicos. Ora por mí.»

Desde que su corazón había quedado extasiado por el Señor en la iglesia de la Resurrección, no volvió a ver el rostro de sus pecados, y sus ojos ya pertenecían nada más a Jesús.

La Iglesia recuerda, en el quinto domingo de la Gran Cuaresma, a la Santa, precisamente cuando se acerca el fin de la Cuaresma, para alentar a los pecadores y negligentes al arrepentimiento, para que sea la Santa festejada un ejemplo a seguir.

About the Author

Padre Juan R. Méndez ()

Compartir
Compartir