9°. Domingo de san Lucas

Theotokos

 

“Alabemos con fe a María, la doncella de Dios, a quien los profetas, antiguamente, llamaron: jarra, tabla de la ley, vara y monte intocable; pues hoy es presentada en el Santo de los Santos para ser educada para el Señor.”

(Exapostelario)

Tropario de Resurrección

Tono 7

Destruiste la muerte con tu Cruz y abriste al ladrón el Paraíso; a las Mirróforas los lamentos trocaste y a tus Apóstoles ordenaste predicar que resucitaste, oh Cristo Dios, otorgando al mundo la gran misericordia.

Tropario de la Presentación de la Virgen en el Templo

Tono 4

Hoy es el preludio de la complacencia de Dios, el anuncio de la Salvación para los hombres: la Virgen se presenta en el Templo de Dios y preanuncia a Cristo a todos. Exclamémosle con gran voz diciendo: «¡Alégrate, oh cumplimiento del Plan salvífico del Creador!»

Condaquio de la Presentación de la Virgen en el Templo

Tono 4

Sagrado Templo del Señor y purísimo, preciosa cá­mara nupcial y santísima, cofre venerable de la Gloria de Dios: en la casa del Señor, la Virgen hoy es presentada y con ella la gracia del Espíritu Divino. Alábenle los ángeles de Dios porque ella es la tienda celestial.

Carta del Apóstol San Pablo a los efesios (5: 8-13)                              

Hermanos: Vivan como hijos de la luz (pues el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad) discerniendo lo que es agradable al Señor. Y no participen en las obras infructuosas de las tinieblas, antes bien, refútenlas. Cierto que ya sólo el mencionar las cosas que ellos hacen ocultamente da vergüenza; pero todo, al ser refutado, se manifiesta por la luz, y todo lo que queda manifiesto es luz. Por eso dice: Despierta tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo.

Así pues, miren atentamente cómo viven; que no sea como imprudentes sino como prudentes, redimiendo el tiempo porque los días son malos. Por tanto, no sean insensatos, sino comprendan cuál es la voluntad del Señor. No se embriaguen con vino, que es causa de libertinaje; llénense más bien del Espíritu, recitando entre ustedes salmos, himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en su corazón.

Evangelio según san Lucas  (12:16-21)

Dijo el Señor esta parábola: «Los campos de cierto hombre rico dieron mucho fruto; y pensaba para sí diciendo: “¿Qué haré, pues no tengo dónde reunir mi cosecha?” Y dijo: “Voy a hacer esto: Demoleré mis graneros y edificaré otros más grandes, y reuniré allí todo mi trigo y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, goza.” Pero Dios le dijo: “¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?” Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios.»

Necedades

Nos enseña el Apóstol, “No os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cual es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto.”  (Rom 12,2). Que gran daño espiritual se ocasiona a sí mismo el hombre que apega demasiado su corazón a los bienes terrenales y se deja absorber por los cuidados, propósitos. Su ambición lo ciega y no lo deja ver su propia indigencia interior. Bien dice el dicho que las necedades de los ricos pasan por sentencias en el mundo. No es cosa fácil, por otra parte, refrenar por sí mismo los deseos y apetitos corporales, desprenderse de la vanagloria, calmar la violencia de la soberbia y arrojar de sí los placeres del mundo, volverse al camino estrecho y áspero de una vida recta y justa. En verdad, la auto-complacencia y satisfacción que genera la abundancia de bienes, empuja con vehemencia a sumergirse en los deleites materiales, predispone a la arrogancia, induce a sentir seguridad y confianza en las riquezas y a creer que se puede prescindir de Dios. Aman su riqueza más que su propia vida. Por eso la pierden. No dejan, no obstante, de impresionar o conmocionar las duras palabras que el Señor le lanza a aquél rico insensato: ¡Necio, esta misma noche te reclamarán el alma.

Absortos como estamos en las cosas del mundo, neciamente acomodándonos con gran beneplácito a las circunstancias y manera de vivir mundanas, vivimos en riesgo constante de perder nuestra ciudadanía celestial, y de ser entregados a los desvaríos de nuestra mente insensata. Porque debiendo y aún pudiendo guardar el verdadero conocimiento de Dios nos portamos como olvidadizos, de los bienes celestiales y de la gracia divina con que nos ha obsequiado nuestro Señor Jesucristo. Él nos ha dado todo, Amor, Vida, Reino, Sabiduría, el don del Espíritu Santo e incluso la añadidura de las cosas terrenales; y ¿cómo obramos nosotros? Codiciando solo los bienes materiales y desdeñando aquella verdadera abundancia de riqueza espiritual.

No es entonces justo que él no consienta nuestro proceder insensato que nos lleva a la perdición y repudie enérgicamente nuestra necia codicia que nos hace preferir aquellos grotescos y vulgares deleites mundanos al majestuoso, santo y purísimo banquete que Él mismo dispone sobre Su Mesa para que, arrepentidos y limpios de corazón, nos llenemos y vivamos de Él, por Él y para Él.

Pese a nuestras necedades, Dios quiere salvarnos y hacernos herederos de su Reino. Por eso nos llama constantemente a la conversión. Pero somos nosotros los que tenemos que decidir volvernos a Él y recibir la gracia salvadora del Espíritu Santo. Renunciar a los placeres del pecado. Solo Dios nos puede cambiar radicalmente en nuestros deseos, pensamientos, costumbres hábitos, actitudes. Nuestro esfuerzo en esto, y no es poco, consiste en disponer todas las potencias interiores a conseguirlo. Es la acción Divina, que requiere de nuestra participación, la que transforma paulatinamente nuestro corazón haciéndolo más sensible, receptivo y cálido a la acción del Espíritu Santo, limpia el alma de impurezas e idolatrías y nos introduce una nueva disposición, mansa humilde y amorosa, hacia los cosas celestiales.

No es Dios quien nos ha privado de la capacidad espiritual, cada uno hemos renunciado a ella, conciente o inconscientemente, permitiendo la extinción de nuestra relación con Él. Pidamos a Nuestro Señor y Salvador Jesucristo se apiade de nosotros, perdone nuestros pecados y envíe su Santo Espíritu a habitar en nuestros corazones.

Los templos de Dios

La segunda gran fiesta de la Virgen María es la celebración de su presentación en el Templo de Jerusalén, que se festeja el día 21 de noviembre.

Los textos de la celebración cuentan cómo María de pequeña fue llevada al templo por sus padres a fin de continuar allí su educación con las vírgenes consagradas al servicio del Señor hasta que fuera desposada en matrimonio. La Virgen fue recibida solemnemente por el sacerdote Zacarías, quien más adelante sería el padre de San Juan Bautista. Fue luego conducida al “Santo de los Santos” para ser alimentada allí por los ángeles, y volverse santa y bendita entre todas por Dios, para llegar a ser el santuario y templo vivo del Divino Niño que habría de nacer de ella.

El tema se repite varias veces en esta fiesta: ella entra al Templo para llegar a ser ella misma el templo viviente de Dios.  De esta manera se inaugura el Nuevo Testamento en que se cumplen las profecías antiguas de que “la morada de Dios está con el hombre” y que el ser humano es la única morada posible de la Presencia Divina. (Ez 37: 27, Jn 14: 15-23, Hch 7: 47, II Cor 6: 11, Ef 2: 18-22; I Pe 2: 4, Ap 22: 1-4)

En el oficio de Vísperas, se lee el libro del Éxodo acerca de la edificación del templo, junto con  pasajes del Primer Libro de Reyes y del Profeta Ezequiel. Cada una de estas lecturas finaliza con las mismas palabras: “pues la gloria del Señor ha llenado la morada del Señor Dios Todopoderoso.”

Esta Gloria del Señor  es lo que llena a la Madre de Dios y a todos aquellos que “oyen la palabra de Dios y la guardan”, como proclaman el Evangelio y la Epístola de la Divina Liturgia de la fiesta.

 San Gregorio Palamás dice:  Todos los que conocen a Dios sabrán que la Virgen sirvió de lugar a Quien lugar alguno no podía albergar, y todos los que alaben a Dios la alabarán después de Dios.  

 Lo que Dios realiza en María de una manera única y perfecta, lo realiza para todos los hombres. Es decir que cada fiel está llamado a ser templo de Dios  guardando su Palabra. 

Así, la fiesta de la Presentación de la Madre de Dios en el Templo es la que celebra el fin del Templo de Jerusalén como morada de Dios. Cuando la niña María entra al Templo, la época del Templo llega a su fin, es la primicia del anuncio de la salvación. En este día celebramos, en la persona de la Madre de Cristo Dios, que nosotros también somos templo y morada del Señor.

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Padre Juan R. Méndez ()

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