12/02
Melecio nació en Melitene alrededor del año 310. Pertenecía a una de las familias más distinguidas de Asia Menor y se se le reconocía por ser muy inteligente y piadoso. En el año 357 fue ordenado obispo de Sebastes. Durante todo el tiempo que fungió como obispo luchó contra los arrianos para defender la Ortodoxia. Enfrentó a mucha gente que le tendió trampas, que se opuso a su cargo, que le mandó exiliar y finalmente, cansado, abandonó su cargo y se retiró a Siria.
Aún en Siria, enfrentó a muchos enemigos de la Ortodoxia. Realizó grandes escritos y vivió en oración.
En 381, se reunió en Constantinopla el segundo Concilio Ecuménico y San Melecio lo presidió. Estando el Concilio en sesiones, murió.
Melecio se había hecho querer por todos los que lo conocieron. San Juan Crisóstomo nos dice que su nombre era tan venerado, que la gente en Antioquía escogía este nombre para sus hijos; grababan su imagen en sus sellos y en su vajilla y lo esculpían sobre sus casas. Todos los Padres del Concilio y los fieles de la ciudad asistieron a sus funerales en Constantinopla. Uno de los prelados más eminentes, San Gregorio de Nissa, pronunció la oración fúnebre; en ella hizo referencia a “la dulce y tranquila mirada, radiante sonrisa y bondadosa mano que secundaba a su apacible voz”; y terminó con las palabras: “Ahora Dios lo eleva cara a cara. Ruega por nosotros y por la ignorancia del pueblo.” Cinco años más tarde, San Juan Crisóstomo, a quien San Melecio había ordenado diácono, pronunció un panegírico el 12 de febrero, el día de su muerte o de su traslación a Antioquia.
Sus intercesiones sean por nosotros. Amén.
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