El Gran Lunes Santo; Santos Apóstoles Aristarco, Pudente y Trofimo de los Setenta.

 

Gran Lunes Santo

En Este día comienza la memoria anual de la Santa Pasión del Salvador, del cual José de excelsa belleza, es tomado como símbolo; José fue el undécimo hijo de Jacob y porque su padre lo amaba muchísimo, sus hermanos fueron celosos y lo vendieron a extranjeros, los cuales a su vez lo vendieron como esclavo en Egipto. Fue vituperado por su castidad y arrojado a la cárcel. Finalmente fue liberado recibiendo un alto rango y honores dignos de un rey, al ser gobernador de todo Egipto cuyo pueblo cuidó.

También conmemoramos hoy la parábola de la higuera que el Señor maldijo por no tener frutos y se secó (San Mateo 21: 18-20). La higuera es símbolo de la asamblea de los judíos que no mostró los frutos necesarios de virtud y justicia, y el Señor los despojó de toda gracia espiritual.

Por la intercesión de José el Bienaventurado, oh Cristo Dios, ten piedad de nosotros y sálvanos

Condaquio del Lunes Santo, tono 8

Mientras Jacob se lamentaba por la desaparición de José, este valiente estaba sobre el trono cual un rey honorable; porque, al no esclavizarse a los placeres de la egipcia, fue glorificado por Quien ve los corazones de los hombres y otorga corona incorruptible.

 

Santos Aristarco, Pudente, Trófimo de los Setenta (apóstoles)

 

San Aristarco, colaborador del santo apóstol Pablo, fue obispo de la ciudad siria de Apamea. Su nombre se menciona repetidamente en los Hechos de los Santos Apóstoles (Hch. 19:29, 20:4, 27:2) y en las Epístolas de San Pablo (Col. 4:10, Filemón 1:24).

San Pudente es mencionado en la segunda Epístola de San Pablo a Timoteo (2 Timoteo 4:21). Ocupó un alto cargo como miembro del Senado romano. El santo recibió a los apóstoles Pedro y Pablo en su casa, donde se reunían los cristianos creyentes. Su casa fue convertida en iglesia, recibiendo el nombre de «Pastorum». Según la tradición, el propio apóstol Pedro sirvió allí como sacerdote.

San Pudente sufrió el martirio en Roma bajo el emperador Nerón (54-68).

San Trófimo era originario de la ciudad de Edesa. Su nombre se menciona en los Hechos de los Santos Apóstoles (Hch. 20:4) y en la segunda Epístola de San Pablo a Timoteo (2 Tim. 4:20). Fue discípulo y compañero del apóstol Pablo, compartiendo con él todos los dolores y la persecución.

Tono 3, del común de Santos Apóstoles

Oh santos apóstoles, * interceded ante Dios misericordioso * para que otorgue el perdón de las transgresiones a nuestras almas.

Domingo de Ramos; San Martín el Confesor, Papa de Roma

Entrada de nuestro Señor, Dios y Salvador Jesucristo a Jerusalén

El domingo, cinco días antes de la Pascua Judía, el Señor vino de Betania a Jerusalén. Enviando a dos de sus discípulos para traerle un potro de asno, se sentó y entró en la ciudad. Cuando la multitud escuchó que Jesús venía, inmediatamente tomaron las ramas de las palmeras en sus manos y salieron a recibirlo. Otros esparcieron sus vestiduras en el suelo, y otros cortaron ramas de los árboles y los arrojaron por donde Jesús iba a pasar; y todos juntos, especialmente los niños, fueron delante y detrás de Él, gritando: “Hosanna: Bendito el que viene en el Nombre del Señor, el Rey de Israel” (Juan 12:13). Esta es la fiesta radiante y gloriosa de la entrada de nuestro Señor a Jerusalén que celebramos hoy.

Las ramas de las palmeras simbolizan la victoria de Cristo sobre el demonio y la muerte. La palabra Hosanna significa “Sálvanos, Te rogamos” o “sálvanos ahora”. El potro de un asno, y el hecho de que Jesús se sentara en el mismo, y el hecho de que este animal fuera indomable y se considerara impuro de acuerdo con la Ley, significaba la anterior impureza y locura de las naciones, y su posterior sujeción a la santa Ley del Evangelio.

Tropario, tono 1

¡Oh Cristo nuestro Dios! * Cuando resucitaste a Lázaro de entre los muertos * antes de tu pasión, * confirmaste la resurrección universal. * Por lo tanto, nosotros, como los niños, * llevamos los símbolos de la victoria y del triunfo * clamando a ti, oh vencedor de la muerte: * ¡Hosanna en las alturas! * ¡Bendito el que viene * en el nombre del Señor!

San Martín el Confesor, Papa de Roma

 

San Martín el Confesor nació en la región italiana de Toscana. Recibió una esmerada educación e ingresó en el clero de la Iglesia Romana. Y tras la muerte del Papa Teodoro I (642-649), Martín fue elegido para sucederlo.

En esa época, la paz de la Iglesia se vio perturbada por la herejía monotelita (la falsa doctrina de que en Cristo hay una sola voluntad, cuando en realidad tiene una voluntad divina y otra humana). Las interminables disputas entre los monotelitas y los ortodoxos se extendieron a todos los estratos de la población. Incluso el emperador Constante (641-668) y el patriarca Pablo de Constantinopla (641-654) eran partidarios de la herejía monotelita. El emperador Constante II publicó el herético “Modelo de Fe” (Typos), de carácter obligatorio para toda la población. En él se prohibían todas las demás disputas.

El herético “Modelo de Fe” fue recibido en Roma en el año 649. San Martín, firme defensor de la ortodoxia, convocó el Concilio de Letrán en Roma para condenar la herejía monotelita. Simultáneamente, san Martín envió una carta al patriarca Pablo, persuadiéndolo a volver a la confesión de fe ortodoxa. El emperador, enfurecido, ordenó al comandante militar Olimpio que llevara a juicio a san Martín. Pero Olimpio, temeroso del clero y del pueblo romano que habían atacado el Concilio, envió a un soldado para asesinar al santo jerarca. Cuando el asesino se acercó a san Martín, este quedó ciego. Aterrorizado, Olimpio huyó a Sicilia y pronto murió en batalla.

En 654, el emperador envió a Roma a otro comandante militar, Teodoro, quien acusó a san Martín de mantener correspondencia secreta con los enemigos del Imperio, los sarracenos, de blasfemar contra la Santísima Theotokos y de asumir el trono papal de forma no canónica.

A pesar de las pruebas ofrecidas por el clero y los laicos romanos sobre la inocencia de san Martín, el comandante militar Teodoro, con un destacamento de soldados, lo apresó de noche y lo llevó a Naxos, una de las islas Cícladas del mar Egeo. San Martín pasó un año entero en esta isla casi deshabitada, sufriendo privaciones y abusos por parte de los guardias. Luego enviaron al exhausto confesor a Constantinopla para ser juzgado.

Llevaron al enfermo en una camilla, pero los jueces, cruelmente, le ordenaron que se pusiera de pie y respondiera a sus preguntas. Los soldados sostuvieron al santo, debilitado por la enfermedad. Falsos testigos se presentaron para calumniarlo y acusarlo de relaciones traicioneras con los sarracenos. Los jueces, parciales, ni siquiera se molestaron en escuchar la defensa del santo. Con pesar, dijo: «El Señor sabe la gran bondad que me mostrarían si me entregaran rápidamente a la muerte».

Tras el juicio, sacaron al santo con ropas andrajosas ante una multitud que lo abucheaba. Gritaron: “¡Anatema al Papa Martín!”. Pero quienes sabían que el santo Papa sufría injustamente se retiraron entre lágrimas. Finalmente, se anunció la sentencia: San Martín sería depuesto de su rango y ejecutado. Ataron al santo semidesnudo con cadenas y lo arrastraron a la cárcel, donde lo encerraron con ladrones. Estos fueron más misericordiosos con el santo que los herejes.

En medio de todo esto, el emperador se dirigió al moribundo patriarca Pablo y le contó el juicio de san Martín. Este se apartó del emperador y dijo: “¡Ay de mí! Esta es otra razón para mi juicio”. Pidió que cesaran los tormentos de san Martín. El emperador envió de nuevo un notario y otras personas al santo en prisión para interrogarlo. El santo respondió: “Aunque me dejen lisiado, no tendré relaciones con la Iglesia de Constantinopla mientras permanezca en sus malvadas doctrinas”. Los torturadores, asombrados por la audacia del confesor, conmutaron su pena de muerte por el exilio en Quersón, Crimea.

San Martín partió hacia el Señor, exhausto por la enfermedad, el hambre y las privaciones, el 16 de septiembre de 655. Otros dos obispos, desterrados a Quersón, también fallecieron tras muchas penurias. El santo fue enterrado a las afueras de la ciudad de Quersón, en la iglesia de Blanquernas de la Santísima Theotokos. Grandes multitudes visitaron su tumba debido a los numerosos milagros que allí ocurrieron. Posteriormente, sus reliquias fueron trasladadas a Roma y colocadas en una iglesia dedicada a Martín de Tours (11 de noviembre).

Tono 4, del común de Santos Jerarcas

La verdad de tus obras * te ha mostrado a tu rebaño * cual regla de fe, icono de mansedumbre * y maestro de abstinencia. * Así que alcanzaste, por la humildad, alturas y por la pobreza, riquezas. * ¡Oh santo padre Martín, * in­tercede ante Cristo Dios, * para que salve nuestras almas!

Hieromártir Antipas, obispo de Pérgamo, discípulo de San Juan el Teólogo

El Hieromártir Antipas, discípulo del santo apóstol Juan el Teólogo (26 de septiembre), fue obispo de la Iglesia de Pérgamo durante el reinado del emperador Nerón (54-68).

En esa época, todo aquel que no ofreciera sacrificios a los ídolos vivía bajo la amenaza del exilio o de la ejecución por orden del emperador. En la isla de Patmos (en el mar Egeo) fue encarcelado el santo apóstol Juan el Teólogo, a quien el Señor reveló el futuro juicio del mundo y de la Santa Iglesia.

Con su ejemplo personal, su fe firme y su constante predicación sobre Cristo, san Antipas comenzó a apartar a la gente de Pérgamo de ofrecer sacrificios a los ídolos. Los sacerdotes paganos reprocharon al obispo que alejara al pueblo de sus dioses ancestrales y le exigieron que dejara de predicar sobre Cristo y que en su lugar ofreciera sacrificios a los ídolos.

San Antipas respondió con calma que no estaba dispuesto a servir a los demonios que huían de él, un simple mortal. Dijo que adoraba al Señor Todopoderoso y que continuaría adorando al Creador de todo, con su Hijo Unigénito y el Espíritu Santo. Los sacerdotes paganos replicaron que sus dioses existían desde la antigüedad, mientras que Cristo no existía desde la antigüedad, sino que fue crucificado bajo Poncio Pilato como un criminal. El santo respondió que los dioses paganos eran obra de manos humanas y que todo lo que se decía sobre ellos estaba lleno de iniquidades y vicios. Confesó firmemente su fe en el Hijo de Dios, encarnado en la Santísima Virgen.

Los sacerdotes paganos, enfurecidos, arrastraron al mártir Antipas hasta el templo de Artemisa y lo arrojaron a un toro de cobre al rojo vivo, donde normalmente se ofrecían los sacrificios a los ídolos. En el horno al rojo vivo, el mártir oró en voz alta a Dios, implorándole que recibiera su alma y fortaleciera la fe de los cristianos. Se dirigió al Señor en paz, como si fuera a dormir (+ ca. 68).

Por la noche, los cristianos recogieron el cuerpo del mártir Antipas, que no había sido tocado por el fuego, y lo enterraron en Pérgamo. La tumba del mártir se convirtió en una fuente de milagros y de curaciones de diversas enfermedades.

Tono 4, del común de Hieromártires

Al volverte sucesor de los apóstoles * y partícipe en sus modos de ser, * encontraste en la práctica * el ascenso a la contemplación, oh inspirado por Dios. * Por eso, seguiste la palabra de la verdad * y combatiste hasta la sangre por la fe. * Antipas, obispo mártir, intercede ante Cristo Dios * para que salve nuestras almas.

Mártires Terencio, Pompeyo, Africano, Máximo, Zenón, Alexander, Teodoro y otros 33, martirizados en Cartago

Durante la persecución de Decio, Fortunato gobernador de las provincias africanas, publicó el decreto imperial y anunció a la población de Cartago: “¡Sacrificad a los dioses o preparaos al suplicio!,” e hizo una demostración de los instrumentos de tortura. Muchos cristianos, atemorizados renunciaron a su fe, pero hubo cuarenta que se mantuvieron firmes. Fortunato los hizo comparecer ante su tribunal para echarles en cara su obstinación. Entonces habló en nombre de los cristianos un joven llamado Terencio, con estas palabras: “Jesucristo es el Hijo de Dios, que murió en la cruz para salvarnos, es a Él a quien adoramos.” El gobernador repuso: “¡Adorad a nuestros dioses o moriréis!” “Hablo por mí y por mis hermanos, repuso Terencio, ninguno de nosotros es tan cobarde para abandonar a Jesucristo y adorar a tus dioses de piedra. Haz lo que quieras.”

El gobernador ordenó que los cuarenta cristianos fueran conducidos desnudos a la explanada del templo de Hércules, donde reiteró sus amenazas, pero como los cristianos permanecieron firmes, mandó que Terencio, Pompeyo, Africano y Máximo fueran azotados hasta que invocaran el nombre de Hércules. Ante la firmeza de los cuatro, mandó que los arrojaran a la hoguera en presencia de sus compañeros. Entre las llamas los mártires de Cristo, entonaron el himno de los Macabeos. Terminado el suplicio, Fortunato, trató de hacer apostatar a los treinta y seis restantes sin mayor éxito; los envió a prisión cargados de cadenas y sucesivamente, uno por uno, alcanzaron la gloria del martirio, por la espada y por el fuego.

Los restos de estos mártires fueron recogidos por los cristianos y sepultados en Cartago hasta el siglo IV, cuando fueron trasladados a Constantinopla.

Tono 4, del común de santos Mártires

Tus mártires, oh Señor, * han obtenido de ti * coronas de incorrupción * en su lucha, Dios nuestro. * Al tener, pues, tu fuerza, * han vencido a tiranos * y aplastado de los demonios * su abatida insolencia. * Por sus intercesiones, oh Cristo Dios, * salva nuestras almas.

Santo Mártir Eupsiquio; Santos Mártires Rafael Nicolás e Irene

El santo mártir Eupsiquio nació en la ciudad de Cesarea, en Capadocia, y recibió una educación cristiana de sus ilustres padres.

Durante el reinado de Juliano el Apóstata (361-363), San Eupsiquio contrajo matrimonio cristiano. En Cesarea había un templo pagano dedicado a la diosa Fortuna, a la que Juliano el Apóstata veneraba. Mientras Eupsiquio se dirigía a su boda, los paganos ofrecían sacrificios a la diosa Fortuna.

San Eupsiquio estaba lleno de celo por el Señor y destruyó el templo. Sabía que esto inevitablemente resultaría en su castigo. Distribuyó todas sus posesiones entre los pobres y se preparó para el martirio.

El enfurecido emperador Juliano desató su ira no solo sobre el santo, sino contra todos los habitantes de esta ciudad. Algunos de los ciudadanos fueron ejecutados, mientras que los más respetables fueron enviados al exilio. El clero cristiano fue reclutado para el servicio militar y él saqueó las iglesias de todo lo valioso. La ciudad fue privada de su título de Cesarea [es decir, “Imperial”] y recuperó su nombre original de Maza. También impuso un severo impuesto a los habitantes. El emperador amenazó con aniquilar la ciudad por completo, si el pueblo no construía un nuevo templo pagano en lugar del destruido.

Juliano intentó obligar a san Eupsiquio a ofrecer sacrificios a los ídolos. Durante muchos días atormentaron al santo en un potro y también con garras de hierro. Pero su fe era firme y el juez condenó al mártir a ser decapitado con una espada.

Después de la muerte del emperador, los cristianos de la ciudad de Cesarea construyeron una espléndida iglesia sobre la tumba de San Eupsiquio, y de sus santas reliquias recibieron ayuda y curación.

Los santos Rafael, Nicolás e Irene, mártires de Lesbos

 

Estos santos fueron martirizados por los turcos el martes de la semana luminosa (9 de abril de 1463), diez años después de la caída de Constantinopla. Durante casi 500 años, los habitantes de Lesbos los olvidaron, pero “el Juez justo… abrió las cosas que estaban ocultas” (2 Mac. 12:41).

Durante siglos, los habitantes de Lesbos acudían el Martes Luminoso a las ruinas de un monasterio cerca de Termi, un pueblo al noroeste de la capital, Mitilene. Sin embargo, con el paso del tiempo, nadie podía recordar el motivo de la peregrinación anual. Había un vago recuerdo de que una vez hubo un monasterio en ese lugar y que los monjes habían sido asesinados por los turcos.

En 1959, un hombre piadoso llamado Angelos Rallis decidió construir una capilla cerca de las ruinas del monasterio. El 3 de julio de ese año, unos obreros descubrieron las reliquias de san Rafael mientras limpiaban el terreno. Pronto, los santos comenzaron a aparecerse a varios habitantes de Lesbos y les revelaron detalles de sus vidas y martirio. Estos relatos forman la base del libro de Photios Kontoglou de 1962 UNA GRAN SEÑAL (en griego).

San Rafael nació en la isla de Ítaca alrededor de 1410 y fue criado por padres piadosos. Su nombre de bautismo era Jorge, pero se le llamó Rafael cuando se hizo monje. Fue ordenado sacerdote y más tarde alcanzó los cargos de archimandrita y canciller.

En 1453, san Rafael vivía en Macedonia con su compañero monástico, el diácono Nicolás, nativo de Tesalónica. En 1454, los turcos invadieron Tracia, por lo que los dos monjes huyeron a la isla de Lesbos. Se establecieron en el Monasterio de la Natividad de la Theotokos cerca de Thermi, donde San Rafael se convirtió en el abad.

En la primavera de 1463, los turcos asaltaron el monasterio y capturaron a los monjes. Fueron torturados desde el Jueves Santo hasta el Martes Luminoso. San Rafael fue atado a un árbol y los feroces turcos le cortaron la mandíbula con una sierra, matándolo. San Nicolás también fue torturado y murió mientras presenciaba el martirio de su mayor. Se apareció a la gente y señaló el lugar donde se descubrieron sus reliquias el 13 de junio de 1960.

Santa Irene era la hija de doce años del alcalde del pueblo, Basilio. Ella y su familia habían llegado al monasterio para advertir a los monjes de la invasión. Los crueles agarenos le cortaron uno de los brazos y lo arrojaron delante de sus padres. Luego, la virgen pura fue colocada en un gran barril de barro y se encendió un fuego debajo de él, asfixiándola por dentro. Estos tormentos tuvieron lugar ante los ojos de sus padres, que también fueron condenados a muerte. Su tumba y el cántaro de barro fueron encontrados el 12 de mayo de 1961, después de que los santos Rafael, Nicolás e Irene se aparecieran a la gente y les indicaran dónde buscar.

Otros que también recibieron la corona del martirio ese día fueron los padres de Santa Irene, Basilio y María; Teodoro, el maestro del pueblo; y Eleni, la prima de quince años de Santa Irene.

Han ocurrido muchos milagros en Lesbos y en todo el mundo. Los santos se apresuran a ayudar a quienes los invocan, sanando a los enfermos, consolando a los afligidos, concediendo alivio del dolor y trayendo a muchos incrédulos e impíos de vuelta a la Iglesia.

Los santos Rafael, Nicolás e Irene (y quienes están con ellos) también son conmemorados el Martes Luminoso.

Tono 4 del común de Santos Mártires

Tus mártires, oh Señor, * han obtenido de ti * coronas de incorrupción * en su lucha, Dios nuestro. * Al tener, pues, tu fuerza, * han vencido a tiranos * y aplastado de los demonios * su abatida insolencia. * Por sus intercesiones, oh Cristo Dios, * salva nuestras almas.

Santos Apóstoles de los 70 Herodion, Agabo, Asíncrito, Rufo, Flegón, Hermes y compañeros

Los santos Herodión (Rodión), Agabo, Asíncrito, Rufo, Flegonte y Hermes se encontraban entre los Setenta Apóstoles, elegidos por Cristo y enviados por Él a predicar (Sinaxis de los Setenta Apóstoles: 4 de enero).

El santo apóstol Herodión era pariente de San Pablo y compañero suyo en muchos viajes. Cuando el cristianismo se había extendido a la península de los Balcanes, los apóstoles Pedro y Pablo establecieron a san Herodión como obispo de Patara. Predicó celosamente la Palabra de Dios y convirtió a muchos paganos griegos y judíos al cristianismo.

Enfurecidos por la predicación del discípulo, los adoradores de ídolos y los judíos, de común acuerdo, se abalanzaron sobre san Herodión y comenzaron a golpearlo con palos y a apedrearlo. Uno de la turba lo golpeó con un cuchillo y el santo cayó al suelo. Pero cuando los asesinos se fueron, el Señor lo devolvió sano y salvo.

San Herodión continuó acompañando al apóstol Pablo durante muchos años. Cuando el santo apóstol Pedro fue crucificado (+ c. 67), san Herodión y san Olimpo fueron decapitados a espada al mismo tiempo.

El santo apóstol Agabo estaba dotado del don de profecía. Predijo (Hechos 11:27-28) la hambruna durante el reinado del emperador Claudio (41-52), y predijo el sufrimiento del apóstol Pablo en Jerusalén (Hechos 21:11). San Agabo predicó en muchas tierras y convirtió a muchos paganos a Cristo.

San Rufo, a quien el santo apóstol Pablo menciona en la Epístola a los Romanos (Rom. 16:11-15), fue obispo de la ciudad griega de Tebas. San Asíncrito (Rom. 16:14) fue obispo de Hircania (Asia Menor). San Flegonte fue obispo de la ciudad de Maratón (Tracia). San Hermes fue obispo en Dalmacia (hay otro apóstol de los Setenta llamado Hermas, que fue obispo en la ciudad tracia de Filipópolis).

Todos estos discípulos, por su intrépido servicio a Cristo, sufrieron duros sufrimientos y fueron hallados dignos de la corona del martirio.

Tono 3, del común de los Santos Apóstoles

Oh santos apóstoles, * interceded ante Dios misericordioso * para que otorgue el perdón de las transgresiones a nuestras almas.

San Jorge el Confesor, obispo de Mitilene; Santo Mártir Calopio

San Jorge, metropolitano de Mitilene, llevó desde su juventud vida monástica y se destacó especialmente en la virtud de la humildad. En el reinado de León el Isaurico (716-741) el santo sufrió la persecución de los iconoclastas y se convirtió en confesor.

Durante el reinado del emperador Constantino Porfirogénito (780-797) San Jorge fue elevado a la cátedra arzobispal de la ciudad de Mitilene en la isla de Lesbos. Su vida resplandecía de prudencia y pureza y se asemejaba a la vida de los ángeles. Poseía el don de hacer milagros, expulsaba espíritus inmundos y curaba enfermedades incurables. El santo se distinguió por su compasión y ayudó a todos los necesitados. En el año 815, durante el reinado del iconoclasta León el Armenio (813-820), el santo obispo fue desterrado y enviado a Cherson, donde murió después del año 820.

Tono 4, del común de Santos Jerarcas

La verdad de tus obras * te ha mostrado a tu rebaño * cual regla de fe, icono de mansedumbre * y maestro de abstinencia. * Así que alcanzaste, por la humildad, alturas * y por la pobreza, riquezas. * ¡Oh santo padre Eutiquio, * intercede ante Cristo Dios, * para que salve nuestras almas!

Santo Mártir Calopio

 

El santo mártir Calopio nació en Perge, Panfilia, de la piadosa mujer Teoclia, esposa de un renombrado senador. Teoclia no tuvo hijos durante mucho tiempo. Rezó fervientemente para tener un hijo, jurando consagrarlo a Dios.

Poco después del nacimiento de su hijo, Teoclia enviudó. Cuando Calopio llegó a la adolescencia, comenzó una feroz persecución contra los cristianos. Teoclia, al enterarse de que su hijo sería denunciado como cristiano, lo envió a Cilicia en Asia Menor.

Cuando el santo llegó a Pompeiópolis, Paflagonia, se celebró una celebración en honor de los dioses paganos. Invitaron al joven a participar en los actos, pero él dijo que era cristiano y se negó. Informaron de ello al prefecto de la ciudad, Máximo. San Calopio fue llevado ante él para ser juzgado. Al principio, intentó persuadir a Calopio para que adorara a los dioses, prometiéndole darle a su propia hija en matrimonio. Después de que el joven rechazara esta oferta, Máximo lo sometió a terribles torturas. Ordenó que lo golpearan en la espalda con varas de hierro y en el estómago con correas de piel de buey. Finalmente, el prefecto lo hizo atar a una rueda de hierro y lo asaron a fuego lento. Después de estas torturas, arrojaron al mártir Calopio a la cárcel.

Cuando Teoclia se enteró de los sufrimientos de su hijo, escribió su último testamento, liberó a sus esclavos, distribuyó sus riquezas entre los pobres y se apresuró a ir a ver a san Calopio. La valiente madre dio dinero al guardia y entró en la prisión para ver a su hijo. Allí lo animó a soportar el sufrimiento hasta el final por Cristo.

Cuando al día siguiente el santo se negó a renunciar a Cristo, Máximo dio órdenes de crucificar al mártir. El día de la ejecución resultó ser el Jueves Santo, cuando se conmemora la última cena del Salvador con sus discípulos. Teoclia rogó al guardia que crucificara a su hijo cabeza abajo, ya que consideraba que no era digno de ser crucificado como el Señor. Su deseo fue concedido. El santo mártir colgó en la cruz durante la noche y murió el Viernes Santo del año 304.

Cuando el santo mártir fue bajado de la cruz, Teoclia dio gloria al Salvador. Abrazó el cuerpo sin vida de su hijo y entregó su propio espíritu a Dios. Los cristianos enterraron sus cuerpos en una sola tumba.

Tono 4, del común de Santos Mártires

Tu mártir, oh Señor, * ha obtenido de ti * corona de incorrupción * en su lucha, Dios nuestro. * Al tener, pues, tu fuerza, * ha vencido a tiranos * y aplastado de los demonios * su abatida insolencia. * Por sus intercesiones, oh Cristo Dios, * salva nuestras almas.

Domingo de santa María de Egipto; San Eutiquio, patriarca de Constantinopla

El quinto domingo, a las puertas de la última semana de la Gran Cuaresma la santa Iglesia pone ante nuestros ojos la memoria de nuestra madre santa María de Egipto, que hemos celebrado el 1 de abril, como modelo de verdadera conversión y penitencia, que nos anima con su ejemplo e intercesión en nuestra lucha cuaresmal contra las pasiones enemigas de nuestra alma. Por sus intercesiones, oh Señor Jesucristo, Dios nuestro, ten piedad de nosotros y sálvanos. Amén

Tropario, tono 8

En ti fue conservada la imagen de Dios fielmente, oh justa María, * pues tomando la cruz seguiste a Cristo * y, practicando, enseñaste a despreocuparse de la carne, * que es efímera, * y a cuidar, en cambio, el alma inmortal. * Por eso hoy tu espíritu se regocija junto con los ángeles.

San Eutiquio, patriarca de Constantinopla

 

San Eutiquio nació en un pueblo llamado “Divino” en la provincia de Frigia. Su padre, Alejandro, era militar y su madre, Sinesia, hija del sacerdote Hesiquio de Augustópolis de quien san Eutiquio recibió la educación primaria además de una formación cristiana.

Una vez, mientras jugaba a un juego infantil, el niño escribió su propio nombre junto al título de Patriarca. Con esto parecía predecir su futuro servicio. Fue enviado a Constantinopla a la edad de doce años para continuar su educación. El joven perseveró en el estudio de la ciencia y se dio cuenta de que la sabiduría humana no es nada en comparación con el estudio de la Revelación divina. Por lo tanto, decidió dedicarse a la vida monástica. San Eutiquio se retiró a uno de los monasterios de Amaseo y recibió el esquema angélico. Por su vida estricta fue nombrado archimandrita de todos los monasterios de Amaseo y en 552 fue designado para el trono patriarcal.

Cuando se preparaba el Quinto Concilio Ecuménico durante el reinado del santo emperador Justiniano (527-565), el Metropolitano de Amaseo estaba enfermo y envió a San Eutiquio en su lugar. En Constantinopla, el anciano Patriarca San Menas (25 de agosto) vio a san Eutiquio y predijo que él sería el próximo Patriarca. Después de la muerte del santo Patriarca Menas, el Apóstol Pedro se apareció en una visión al emperador Justiniano y, señalando con su mano a Eutiquio, dijo: “Que sea nombrado tu obispo”.

Al comienzo mismo de su servicio patriarcal, san Eutiquio convocó el Quinto Concilio Ecuménico (553), en el que los Padres condenaron las herejías que surgían y las anatematizaron. Sin embargo, después de varios años surgió en la Iglesia una nueva herejía: el Aftartodocetismo o “imperecebilidad”, que enseñaba que la carne de Cristo, antes de Su muerte en la Cruz y Resurrección, era imperecedera e incapaz de sufrir.

San Eutiquio denunció vigorosamente esta herejía, pero el propio emperador Justiniano se inclinó hacia ella y dirigió su ira contra el santo. Por orden del emperador, los soldados capturaron al santo en la iglesia, le quitaron sus vestimentas patriarcales y lo enviaron al exilio a un monasterio de Amaseo (565).

El santo soportó su destierro con mansedumbre y vivió en el monasterio en ayuno y oración, y realizó muchos milagros y curaciones.

Durante la invasión persa de Amase y su devastación generalizada, distribuyeron grano a los hambrientos de los graneros del monasterio por orden del santo, y por sus oraciones, las reservas de grano del monasterio no se agotaron.

Después de la muerte del santo patriarca Juan Escolástico, san Eutiquio regresó a la cátedra en 577 después de su exilio de doce años, y nuevamente gobernó sabiamente su rebaño.

Cuatro años y medio después de su regreso al trono patriarcal, en 582, san Eutiquio reunió a todo su clero el domingo de Tomás, los bendijo y durmió pacíficamente en el Señor.

Tono 4, del común de Santos Jerarcas

La verdad de tus obras * te ha mostrado a tu rebaño * cual regla de fe, icono de mansedumbre * y maestro de abstinencia. * Así que alcanzaste, por la humildad, alturas * y por la pobreza, riquezas. * ¡Oh santo padre Eutiquio, * intercede ante Cristo Dios, * para que salve nuestras almas!

 

Santos Mártires Claudio, Diódoro, Victor, Victorino y Nicéforo; Santa Teodora de Tesalónica

De estos mártires, san Claudio murió cuando sus brazos y piernas fueron cortados; San Diodoro fue quemado vivo; Los santos Víctor, Victorino y Nicéforo fueron aplastados por una gran roca; San Serapion fue quemado vivo; San Papías fue arrojado al mar. Según algunos relatos, disputaron en Corinto bajo Decio en 251; según otros, en Diospolis en Egipto bajo Numerian en 284.

Los nombres de estos santos mártires también son conmemorados el 31 de enero.

Tropario tono 4, del común de Santos Mártires

Tus mártires, oh Señor, * han obtenido de ti * coronas de incorrupción * en su lucha, Dios nuestro. * Al tener, pues, tu fuerza, * han vencido a tiranos * y aplastado de los demonios * su abatida insolencia. * Por sus intercesiones, oh Cristo Dios, * salva nuestras almas.

 

Santa Teodora de Tesalónica

Santa Teodora nació de padres cristianos, llamados Antonio y Crisánta, que vivían en la isla de Egina. Amando a Cristo desde joven, abandonó las ocupaciones mundanas. Al llegar a la mayoría de edad, santa Teodora se casó y pronto tuvo una hija. Durante una invasión sarracena (en 823), la joven pareja se trasladó a la ciudad de Tesalónica. Aquí, santa Teodora dedicó a su hija al servicio de Dios en un monasterio. Tras la muerte de su esposo, ella misma se convirtió en monja en el mismo monasterio.

Allí se dedicó a las competencias ascéticas y adornó su alma con virtudes. Considerando a las demás hermanas dignas de todo honor, era obediente a todas, especialmente a la abadesa. Por sus labores de obediencia, ayuno y oración, agradó tanto a Dios que recibió el don de obrar milagros, no solo en vida, sino también después de su muerte (+ 892). Incluso después de su fallecimiento, santa Teodora siguió siendo un modelo de vida pura e intachable para las monjas.

Años después del bendito descanso de la santa, la abadesa también partió a las moradas celestiales. Al cavar la tumba para enterrarla, descubrieron las reliquias de santa Teodora. Entonces, la monja, como si estuviera viva, se movió en la tumba para hacer espacio para su superiora, dando ejemplo de humildad incluso después de su muerte. Al presenciar este extraordinario acontecimiento, los presentes exclamaron: “¡Señor, ten piedad!”.

Las reliquias de santa Teodora, que exudaban mirra, obraron muchos milagros. Quienes acudieron a venerarla fueron sanados de diversas enfermedades o liberados del poder de los demonios. Por ello, los fieles continúan honrando su memoria.

Cuando los turcos capturaron Tesalónica en 1430, destrozaron las reliquias de Santa Teodora.

Esta Santa Teodora no debe confundirse con la otra Santa Teodora de Tesalónica que se conmemora el 29 de agosto.

Tropario, tono 8 del común de Santas Justas

En ti fue conservada la imagen de Dios fielmente, oh justa Teodora, * pues tomando la cruz seguiste a Cristo * y, practicando, enseñaste a despreocuparse de la carne, * que es efímera, * y a cuidar, en cambio, el alma inmortal. * Por eso hoy tu espíritu se regocija junto con los ángeles.

San Jorge el Venerable del Monte Maleo; San Zosimas

San Jorge vivió en el siglo IX. Sus padres le concertaron un matrimonio, pero él se negó a casarse con la mujer que habían elegido. Ingresó en el monasterio del monte Maleón, en el Peloponeso, y muchos discípulos se reunieron a su alrededor. Era capaz de ver el futuro y predijo su propia muerte tres años antes de que ocurriera.

Por su servicio, a San Jorge se le considera un ángel terrenal y hacedor de milagros.

Tropario, tono 8 del común de Santos Anacoretas

Con la efusión de tus lágrimas, * regaste el desierto estéril * y, por los suspiros profundos, * tus fatigas dieron frutos cien veces más, * volviéndote un astro del universo, * brillante con los milagros. ¡Oh nuestro justo padre Procopio, * intercede ante Cristo Dios * para que salve nuestras almas!

San Zósima

 

San Zósima nació a finales del siglo V y vivió en un monasterio junto al río Jordán.

Algunos aspectos de su vida así como su deseo ardiente de perfección los hemos podido conocer gracias al relato que san Sofronio, patriarca de Jerusalén hace al narrar la vida de santa María de Egipto, a quien el santo durante una cuaresma en el desierto conoció, le dio la Sagrada Comunión y enterró al año siguiente de su encuentro.

Según este relato, Zósima solía relatar cómo, tan pronto como fue retirado del pecho de su madre, fue entregado al Monasterio donde transcurrió su entrenamiento como un asceta hasta que llegó a la edad de cincuenta y tres años. Se adhería en todo a la regla que le habían dado sus ancianos sobre las labores ascéticas. Él también había agregado mucho por sí mismo mientras se afanaba en someter su carne a la voluntad del espíritu. Y no había fallado en su propósito. Era tan renombrado por su vida espiritual que muchos venían a él de monasterios vecinos y algunos desde lejos. Mientras hacía esto, nunca cesaba de estudiar las Divinas Escrituras. Ya fuera descansando, estando de pie, trabajando o comiendo (si los pedazos que mordisqueaba pueden llamarse comida), incesante y constantemente tenía un sólo propósito: cantar siempre a Dios y practicar las enseñanzas de las Divinas Escrituras.

Después de esto, empezó a ser atormentado con el pensamiento que él era perfecto en todo y no necesitaba instrucción de nadie, diciéndose mentalmente a sí mismo: “¿Habrá un monje en la tierra que pueda serme útil y mostrarme un tipo de ascetismo que yo no haya logrado? ¿Podrá encontrarse en el desierto un hombre que me haya sobrepasado?”.

Así pensaba el anciano, cuando súbitamente se le apareció un ángel y le dijo: “Zósima, has luchado valientemente, tanto como está dentro del poder del hombre, has recorrido el camino ascético con valentía, pero no hay hombre que haya alcanzado la perfección. Ante ti hay luchas mayores y desconocidas que las que ya has logrado. Para que conozcas otros muchos caminos que conducen a la salvación, deja tu tierra nativa como el famoso Patriarca Abraham y ve al Monasterio en el Río Jordán”.

Zósima hizo como se le indicó. Dejó el monasterio en el que había vivido desde su niñez y se fue al Río Jordán. Llegó al fin a la comunidad a la que Dios lo había enviado.

Al ser admitido ante la presencia del Abad, Zósima hizo la postración

y la oración monástica usual. Viendo que era un monje el Abad le preguntó:

-“¿De dónde vienes, hermano, y por qué has venido a nosotros pobres hombres?”. Zósima replicó: -“No es necesario hablar sobre de dónde vengo, pero he venido, Padre, buscando provecho espiritual, pues he escuchado grandes cosas sobre tu habilidad en conducir almas a Dios”.

-“Hermano”, le dijo el Abad, “sólo Dios puede curar la debilidad del alma. Que Él pueda enseñarte a ti y a nosotros Sus caminos divinos y guiarnos. Pero ya que ha sido el amor de Cristo el que te ha movido a visitarnos a nosotros pobres hombres, entonces quédate con nosotros, si es por esto que has venido. Que el Buen Pastor que dio Su vida por nuestra salvación nos llene a todos con la gracia del Espíritu Santo”.

Después de esto, Zósima se inclinó ante el Abad, le pidió su bendición y oraciones, y se quedó en el Monasterio. Allí vio ancianos expertos tanto en la acción como en la contemplación de Dios, encendidos en el espíritu, trabajando para el Señor. Cantaban incesantemente, en oración de pie toda la noche, siempre tenían trabajo en sus manos y salmos en los labios. Nunca se escuchaba una palabra vana, no sabían nada sobre la adquisición de bienes temporales o los cuidados de esta vida, y tenían un deseo: volverse como cadáveres en el cuerpo. Su alimento constante era la Palabra de Dios y sustentaban sus cuerpos con pan y agua, tanto como les permitía su amor por Dios. Viendo esto, Zósima se edificó y preparó grandemente para la lucha que estaba delante de él.

Es en medio de estas luchas y búsqueda de la perfección que en el desierto se da su encuentro con la santa María de Egipto quien con su ascetismo, humildad y verdadero espíritu de conversión tocaron y cambiaron el corazón del santo monje hasta el final de sus días.

San Zósima vivió cien años y durmió en el Señor alrededor del año 560.

Tropario, tono 8 del común de Justos

En ti fue conservada la imagen de Dios fielmente, oh justo Padre Zósima, * pues tomando la cruz seguiste a Cristo * y, practicando, enseñaste a despreocuparse de la carne, * que es efímera, * y a cuidar, en cambio, el alma inmortal. * Por eso hoy tu espíritu se regocija junto con los ángeles.

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