El artíclulo es tomado del libro “Guía pastoral para los Sacramentos“, Editado por nuestra Arquidiócesis
Institución del Sacramento
Cristo, por si mismo, instituyó el sacramento del Eucaristía en la última cena, pues, “tomando el pan, lo bendijo, lo partió y dándoselo a sus discípulos, dijo: Tomad, comed, éste es mi cuerpo. Tomó luego una copa, dadas las gracias, se la dio diciendo: Bebed todos de ella, éste es mi sangre la del nuevo testamento, que derramada por muchos para la remisión de los pecados.” (Mt.26:26-28), (Cf. Mc.14:22-24, Lc.22:19-20, 1Cor.11:23-25). Y les encomendó que este sacramento se levantara seguido “haced esto en recuerdo mío” (Lc.22-19) “Pues cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga.” (1Cor.11:26).
Los sentidos de la Eucaristía
- La Eucaristía es la mesa del Señor donde Cristo se nos ofrece a si mismo como verdadera comida y bebida, en una ofrenda incruenta; es continuación de la misma ofrenda de la Cruz, donde el Sumo Sacerdote se ofreció a si mismo, por una vez, como un cordero por cuya sangre salvó al mundo y rompió el acta de sus pecados.
- La comunión es participación en el cuerpo y sangre del Señor, pues, el pan y el vino se vuelven, por la epíclesis (invocación) del Espíritu Santo, en el purísimo cuerpo y la preciosa sangre “la copa de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?” (1Cor.10:16).
- La reunión litúrgica- eucarística es la expresión más clara del misterio de la Iglesia, el cuerpo de Cristo. Pues mientras la Iglesia es la que establece al Eucaristía, ésta forma a la Iglesia y une a sus miembros alimentándolos con la vida. Así la Eucaristía es el misterio de la reunión de la comunidad “porque aún siendo muchos, un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan” (1Cor.10:17), “Y a todos nosotros, que comulgamos de un mismo pan y un mismo cáliz, únenos los unos con los otros en la comunión de un sólo Espíritu Santo” (la liturgia de San Basilio).
- Por la comunión, se realizan la unión del hombre con Cristo y la permanencia en Él: “el que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él” (Jn.6:56). Esta unión y permanencia son las que otorgan al hombre la vida eterna “el que come mi cuerpo y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitó el último día” (Jn.6:54).
La importancia de comulgar con frecuencia
Los fieles tienen que practicar, frecuentemente, la comunión acompañándola con una preparación adecuada, especialmente en los Domingos y fiestas.
Así, los fieles de la Iglesia, como se describes en los Hechos de los apóstoles: “Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del Pan y a las oraciones.” (Hech.2:42) puesto que el Señor Jesucristo es “el pan de vida” y quien “lo coma no muera” sino “tiene vida eterna.” Él dijo: “si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros” (Jn.6:53).
No debe pensarse que la comunión es exclusiva de dos o tres veces al año. Antiguamente, se excomulgaba a quien se abstenía de la comunión tres domingos seguidos, o el domingo de la Pascua, sin pretexto.
La preparación para la Comunión
Es muy importante prepararse para la comunión: “Quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba de la copa. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo.” (1Cor.11:27-29).
- Reconciliación y comunión
La reconciliación con los hermanos es una condición principal para la participación de la Eucaristía. No es permitido participar en el precioso Cuerpo y Sangre del Señor a quien está en disputa con otro: “Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano.” (Mt.5:23-24). Por eso en la Liturgia el diácono nos llama exclamando: “amémonos los unos a los otros, para que confesemos de unánime acuerdo.” (La Divina Liturgia).
- Arrepentimiento y comunión
Comulga quien busca tener espíritu de humildad y arrepentimiento; así, hay que examinar la conciencia para que, quien ha resbalado o caído en un pecado grave, acuda al sacramento de la Confesión para que, con la disciplina y conducción paternal del sacerdote, y la divina Gracia que la otorga la Iglesia por este mismo, pueda seguir creciendo en el camino de la virtud alimentándose con el maná celestial.
El hombre se prepara a si mismo, también, por el ayuno eucarístico, la oración y la lectura espiritual.
El ayuno eucarístico es una tradición eclesiástica muy antigua, y se hace absteniéndose de comer o beber desde la medianoche del día anterior. En caso de que la Divina Liturgia se haga por la noche, hay que abstenerse seis horas antes de la misma.
Es muy importante que los fieles acudan a la Divina Liturgia desde su inicio.
Los fieles, mujeres y hombres, guardan la modestia en el vestido y apariencia; “que vuestro adorno no esté en el exterior, en peinados joyas y modas, sino en lo oculto del corazón, en la incorruptibilidad de una alma dulce y serena: esto es precioso ante Dios.” (1Ped.3:3-4).
El verdadero alimento del fiel
Los preciosos Cuerpo y Sangre del Señor son el alimento de quien se ha bautizado en el nombre de la Santísima Trinidad y sellado por el Espíritu Santo.
La Eucaristía no termina con la salida de la iglesia, sino es una realidad continúa. Así pues tomando el fiel su alimento espiritual en la iglesia, rompe el muro de su egoísmo y se abre al amor de su hermano: “el sacramento de la Eucaristía es el misterio del hermano; nuestro juicio será según conectemos al misterio del Cristo presente en la santa Eucaristía con el misterio de su propia presencia en los hombres, los hermanos.” (San Crisóstomo, 50° homilía sobre el evangelio de san Mateo).