Santa Agripina de Roma, Virgen y Mártir

La Santa Mártir Agripina, era romana de nacimiento. Ella no quiso contraer matrimonio y dedicó totalmente su vida a Dios. Durante la época de persecución contra los cristianos bajo el emperador Valeriano (253-259), la santa compareció ante el tribunal y confesó valientemente su fe en Cristo, por lo que fue entregada a la tortura. Golpearon a la santa virgen con palos tan brutalmente que le rompieron los huesos. Después encadenaron a Santa Agripina, pero un ángel la liberó de sus ataduras.

La santa confesora murió a causa de las torturas que soportó. Los cristianos Bassa, Paula y Agatónico tomaron en secreto el cuerpo de la santa mártir y lo transportaron a Sicilia, donde se obraron muchos milagros junto a su tumba. En el siglo XI las reliquias de la santa mártir Agripina fueron trasladadas a Constantinopla.

Tropario, tono 4

Tu oveja, oh Jesús, exclama con gran voz: * «Te extraño, Novio mío, y lucho buscándote; * me crucifico y me entierro contigo por el bautismo; * sufro por ti para contigo reinar * y muero por ti para que viva en ti.» * Acepta, como ofrenda inmaculada, * a Agripina, sacrificada con anhelo por ti. * Por sus

Hieromártir Eusebio, obispo de Samosata

No se sabe nada sobre el origen y la primera parte de la vida de San Eusebio. La historia le menciona por primera vez hacia el año 361, cuando ya era obispo de Samosata y como tal asistió al sínodo convocado en Antioquía para elegir al sucesor del obispo Eudoxio. Precisamente por los esfuerzos del obispo Eusebio, la elección recayó sobre San Melecio, antiguo obispo de Sebaste y un hombre muy venerado por su piedad y sabiduría. Gran parte de los electores eran arrianos y tenían la esperanza de que, si votaban en favor de Melecio, éste favorecería sus doctrinas, por lo menos tácitamente. Pero los arrianos quedaron decepcionados. En el primer discurso que pronunció el nuevo obispo de Antioquía, en presencia del emperador Constancio, que también era arriano, reafirmó la doctrina Ortodoxa de la Encarnación, tal como había sido expuesta en el Credo de Nicea. A raíz de aquel sermón, los arrianos, enfurecidos, buscaron la manera de deshacerse del obispo y el emperador Constancio envió a uno de sus funcionarios a entrevistar a San Eusebio para pedirle que entregase las actas sinodales de la elección que habían sido confiadas a su cuidado. San Eusebio respondió que no las entregaría sin el previo consentimiento y autorización de todos y cada uno de los signatarios. Se le amenazó con mandar que le cortaran la mano derecha si persistía en su actitud, y entonces el santo extendió sus dos manos y dijo que estaba dispuesto a perderlas, antes que faltar a la confianza que se había depositado en él. El emperador quedó muy impresionado por el valor del obispo y ya no insistió.

Durante algún tiempo más, después de aquel incidente, San Eusebio tomó parte en los concilios y conferencias de los arrianos y semi arrianos, a fin de sostener la verdad y con la esperanza de obtener la unidad; pero, a partir del Concilio de Antioquía, en 363, San Eusebio dejó de aparecer en las reuniones, porque comprendió que su actitud escandalizaba a los ortodoxos. Nueve años después, urgentemente solicitada su presencia por el anciano Gregorio de Nazianzo, fue a Capadocia para ejercer su influencia y su experiencia en favor de San Basilio, en la elección para ocupar la sede vacante de Cesárea. Tan notables fueron los servicios que prestó en aquella ocasión, que el joven Gregorio (el Teólogo), en una carta escrita por aquel entonces, se refiere a Eusebio como “columna de la verdad, luz del mundo, instrumento de los favores de Dios hacia su pueblo, apoyo y gloria de toda la ortodoxia.” Entre San Basilio y San Eusebio se estableció una sincera amistad que, más tarde, se mantuvo a través de las cartas.

Al estallar la persecución de Valente, San Eusebio, no contento con proteger a sus propios fieles de la herejía, hizo, de incógnito, varias expediciones a Siria y Palestina para fortalecer la fe de los fieles, para ordenar sacerdotes y para ayudar a los obispos ortodoxos a nombrar verdaderos y meritorios pastores que ocuparan las sedes que quedaban vacantes. Su celo extraordinario despertó la animosidad de los arrianos y, en 374, el emperador Valente promulgó la orden que lo condenaba al destierro en Tracia. Cuando el oficial encargado de hacer cumplir el decreto se presentó ante Eusebio, el obispo le rogó que procediera con discreción, porque si el pueblo veía que le arrestaban, se lanzaría sobre los captores para matarlos. Por consiguiente, aquella noche, después de rezar el oficio como de costumbre, salió tranquilamente de su casa cuando todos dormían y, en compañía de uno de sus servidores, partió hacia el Eufrates y se embarcó. A la mañana siguiente, cuando las gentes se dieron cuenta de que había partido, se emprendió su búsqueda; algunos de sus fieles le dieron alcance y le suplicaron, con lágrimas en los ojos, que no los abandonara. Él también lloró ante las muestras de afecto de aquellas gentes, pero les explicó que era necesario obedecer las órdenes del emperador y los exhortó a confiar en Dios para que todo llegara a arreglarse satisfactoriamente. La grey del obispo Eusebio demostró su fidelidad y, mientras duró el exilio, se negó a tener cualquier trato con los dos prelados arrianos que ocupaban la sede.

A la muerte de Valente, en 378, terminó la persecución, y San Eusebio regresó a su sede y a su rebaño. Su celo y su piedad no habían sufrido menoscabo por los sufrimientos del destierro. Gracias a sus esfuerzos, se restableció en toda su diócesis la unidad Ortodoxa, y las sedes vecinas fueron ocupadas con prelados ortodoxos. San Eusebio se hallaba de visita en la ciudad de Dolikha, para instalar ahí un obispo, cuando una mujer arriana, oculta en la azotea de una casa, le arrojó una pesada piedra sobre la cabeza. El golpe que recibió fue fatal, puesto que, a consecuencias del mismo murió algunos días más tarde, tras de obtener la promesa de sus amigos de que no perseguirían ni castigarían a su atacante.

Tono 4

Al volverte sucesor de los apóstoles * y partícipe en sus odos de ser, * encontraste en la práctica * el ascenso a la contemplación, oh inspirado por Dios. * Por eso, seguiste la palabra de la verdad * y combatiste hasta la sangre por la fe. * Eusebio, obispo mártir, intercede ante Cristo Dios * para que salve nuestras almas.

Mártir Julián de Tarso

El Santo Mártir Julián de Tarso nació en Diocesarea, en la provincia de Cilicia. Era hijo de un senador pagano, pero su madre era cristiana. Después de la muerte de su padre, se mudaron a Tarso, donde fue bautizado y criado en la piedad cristiana. Cuando Juliano cumplió dieciocho años, el emperador Diocleciano (284-305) comenzó a perseguir a los cristianos, emitiendo un decreto según el cual todos debían ofrecer sacrificios a los ídolos. Si se negaban, serían torturados. Entre los detenidos se encontraba San Julián. Lo llevaron ante el eparca Marciano para ser juzgado y durante mucho tiempo lo instaron a renunciar a Cristo. Ni los tormentos, ni las amenazas, ni las promesas de regalos u honores pudieron convencer al devoto joven de sacrificar a los ídolos y negar a Cristo, por lo que el santo confesor se mantuvo firme en su fe.

Durante todo un año condujeron al mártir por las ciudades de Cilicia, sometiéndolo por todas partes a interrogatorios y torturas, tras lo cual lo encarcelaron. La madre de San Julián siguió a su hijo y oró para que el Señor lo fortaleciera. En la ciudad de Egea, suplicó al eparca que le permitiera visitar la prisión, aparentemente para persuadir a su hijo de que ofreciera sacrificios a los ídolos. Cuando lo vio, hizo todo lo contrario. Pasó tres días en prisión con San Julián, exhortándolo a permanecer fuerte hasta el final.

Una vez más, San Julián fue llevado ante el eparca. Pensando que su madre había persuadido a su hijo a obedecer el decreto imperial, Marciano trató de convencerla de que ofreciera sacrificios, pero ella continuó confesando a Jesucristo y denunció audazmente el politeísmo. Marciano ordenó entonces que le cortaran los pies, ya que había seguido a su hijo desde Tarso.

Luego metieron a San Julián en un saco lleno de arena y serpientes venenosas y lo arrojaron al mar. El cuerpo del mártir fue llevado por las olas hasta las costas de Alejandría. Allí su cuerpo fue enterrado por cierto cristiano piadoso. La muerte de San Julián se produjo hacia el año 305. Posteriormente, sus reliquias fueron trasladadas a Antioquía.
La gente piados, reza a San Julián para que proteja los jardines y campos de los reptiles, las serpientes y los insectos dañinos.

Tropario, tono 4

Tu mártir, oh Señor, * ha obtenido de ti * corona de incorrupción * en su lucha, Dios nuestro. * Al tener, pues, tu fuerza, * ha vencido a tiranos * y aplastado de los demonios * su abatida insolencia. * Por sus intercesiones, oh Cristo Dios, * salva nuestras almas.

Hieromártir Metodio de Pátara; San Nicolás Cabasilas

Hieromártir Metodio de Pátara

 

El Hieromártir Metodio, obispo de Patara (Licia en Asia Menor), se distinguió por su genuina humildad monástica. Con calma y apacibilidad instruyó a su rebaño, pero defendió firmemente la pureza de la ortodoxia y luchó enérgicamente contra las herejías, especialmente la extendida herejía de los origenistas. Dejó tras de sí un rico legado literario: obras en defensa del cristianismo contra el paganismo, explicaciones de los dogmas ortodoxos contra la herejía de Orígenes, discursos morales y explicaciones de la Sagrada Escritura.

San Metodio fue arrestado por los paganos, confesó firmemente ante ellos su fe en Cristo y fue condenado a muerte por decapitación en el año 312.

Tropario, tono 4

Al volverte sucesor de los apóstoles * y partícipe en sus modos de ser, * encontraste en la práctica * el ascenso a la contemplación, oh inspirado por Dios. * Por eso, seguiste la palabra de la verdad * y combatiste hasta la sangre por la fe. * Metodio, obispo mártir, intercede ante Cristo Dios * para que salve nuestras almas.

 

San Nicolás Cabasilas

San Nicolás Cabasilas nació en Salónica en 1322 y era sobrino de Neilos Cabasilas, quien era el arzobispo de Salónica. Recibió una excelente educación, tanto en Salónica como en Constantinopla, estudiando retórica, teología, filosofía, etc. Durante un tiempo sirvió como asesor del emperador Juan VI Cantacuzeno (reinó entre 1347 y 1354), quien le encomendó varias misiones importantes. en esta época de guerra civil (1341-1347) y luchas religiosas. En el último año de su vida, el Emperador abdicó y fue tonsurado como monje con el nombre de Joasaph. Permaneció en el renombrado Monasterio de Manganon hasta su muerte. San Nicolás parece haberse convertido en monje en Manganon al mismo tiempo, y es posible que fuera ordenado hieromonje.

Fue discípulo de San Gregorio del Sinaí (8 de agosto) y partidario de San Gregorio Palamás (14 de noviembre), defensores del hesicasmo (quietud), que implica la oración incesante del corazón, que puede conducir a una visión de la Luz Increada del Tabor. San Nicolás participó en las controversias hesicastas de su época, que terminaron cuando el Concilio de 1351 proclamó como ortodoxas las enseñanzas de San Gregorio Palamas.

La fama de San Nicolás se basa principalmente en sus dos libros: Explicación de la Divina Liturgia y Sobre la vida en Cristo, que describe los Santos Misterios, la gracia divina y la perfección de la Iglesia. en las virtudes divinas.

San Nicolás expone en sus escritos la enseñanza hesicástica (y patrística) de que la vida en Cristo, que comienza en esta vida, se perfecciona en el Reino. La santificación viene sólo de Cristo, pero la santidad se logra cuando nuestra voluntad está en armonía con la voluntad de Cristo.

El libro 6 de De la vida en Cristo contiene algunos comentarios muy instructivos sobre las Bienaventuranzas. San Nicolás señala que quien estudie y medite estas palabras de Cristo será verdaderamente feliz. Compara las Bienaventuranzas con “una escalera por la cual podemos ascender (a la vida de bienaventuranza)”.

La fecha del bendito reposo de San Nicolás es incierta, pero probablemente ocurrió antes de 1391. Si eso es cierto, entonces debe haber estado al tanto de la caída de Tesalónica ante los turcos en 1387. Fue glorificado como santo el 19 de julio de 1983.

Tropario, tono 4

Divino maestro, intérprete perspicaz * del credo de fe y de todas las santas virtudes, oh justo Nicolás, * has brillado en el mundo, * en palabra y obra; * toda Tesalónica * se gloría en tu gloria * y con ansia celebra * tu solemne memoria.

Apóstol Judas (Tadeo); San Paisio el Grande

Santo Apóstol Judas (Tadeo)

 

El santo apóstol Judas, uno de los doce apóstoles de Cristo, desciende del rey David, y era (según algunas tradiciones) hijo del justo José con su primera esposa.

Judas llegó a creer en Cristo Salvador como el Mesías esperado, lo siguió y fue elegido como uno de los doce Apóstoles. Consciente de su pecado, el apóstol Judas se consideró indigno de ser llamado hermano del Señor, y en su Epístola se llama simplemente hermano de Santiago.

El santo apóstol Judas también tuvo otros nombres: el evangelista Mateo lo llama “Lebeo, cuyo sobrenombre era Tadeo” (Mt. 10,3). El santo evangelista Marcos también lo llama Tadeo (Marcos 3:18), y en los Hechos de los Santos Apóstoles se le llama Barsabas (Hechos 15:22). Esto era costumbre en aquella época.

Después de la Ascensión del Señor Jesucristo, San Judas viajó predicando el Evangelio. Propagó la fe en Cristo primero en Judea, Galilea, Samaria e Idumea, y luego en tierras de Arabia, Siria y Mesopotamia. Finalmente, se dirigió a la ciudad de Edesa. Aquí terminó la obra que no completó su predecesor, San Tadeo, Apóstol de los Setenta (21 de agosto). Existe la tradición de que San Judas fue a Persia, donde escribió su epístola católica en griego.

La Epístola de San Judas habla de la Santísima Trinidad, de la Encarnación del Señor Jesucristo, de los ángeles buenos y malos y del terrible Juicio Final. El Apóstol insta a los creyentes a protegerse de la impureza carnal, a ser diligentes en la oración, la fe y el amor, a convertir a los perdidos al camino de la salvación y a protegerse de las enseñanzas de los herejes.

El Santo Apóstol Judas murió mártir alrededor del año 80 cerca del monte Ararat en Armenia, donde fue crucificado y atravesado por flechas.

Tropario, tono 1

De Cristo familiar, mártir firme valiente, * pisaste el extravío y la fe conservaste. * Sabiendo tu mérito, celebramos, oh Judas, hoy, * tu memoria santa, y así recibimos* el perdón de los pecados, gratamente, * por tus santas súplicas.

 

San Paisio el Grande

 

San Paisio el Grande vivió en Egipto. Sus padres, cristianos, repartieron generosas limosnas a todos los necesitados.

Después de la muerte de su marido, su madre, por sugerencia de un ángel, entregó a su pequeño hijo Paisio al cuidado de la iglesia.

El joven Paisio amaba la vida monástica y pasaba su tiempo en uno de los sketes egipcios. Renunciando a su propia voluntad, vivió bajo la guía espiritual de San Pambo (18 de julio), terminando todas las tareas que le fueron asignadas. El anciano dijo que un nuevo monje en particular necesita preservar la vista para proteger sus sentidos de la tentación. Paisio, siguiendo las instrucciones, estuvo tres años con la mirada baja. El santo asceta leía libros espirituales y era conocido por su ayuno y oración. Al principio no comió nada durante una semana, luego dos semanas. A veces, después de participar de los Santos Misterios de Cristo, sobrevivía sin comer durante setenta días.

San Paisio se adentró en el desierto de Nitria en busca de soledad. Allí vivió en una cueva excavada por sus propias manos. Al santo se le concedió una visión maravillosa: el Señor Jesucristo le reveló que a través de sus trabajos el desierto de Nitria sería habitado por ascetas. Con el tiempo, varios monjes y laicos se reunieron en torno a San Paisio y se estableció un monasterio. La regla más importante de San Paisio era que nadie haría nada por su propia voluntad, sino que cumpliría en todo la voluntad de sus mayores.

Como tanta gente perturbaba su tranquilidad, el santo se retiró a otra cueva más alejada.

San Paisio se distinguió por su gran humildad y realizó actos ascéticos de ayuno y oración, pero los ocultó a los demás en la medida de lo posible. Cuando los monjes preguntaron cuál es la virtud más elevada de todas, el santo respondió: “Las que se practican en secreto y de las que nadie sabe”.

San Paisio murió en el siglo V a una edad muy avanzada y fue enterrado por los monjes. Después de algún tiempo, sus reliquias fueron trasladadas por San Isidoro de Pelusium (4 de febrero) a su propio monasterio y colocadas junto a las reliquias de su amigo San Pablo, con quien San Paisio estuvo particularmente cercano durante su vida.

Tropario, tono 4

Honor de los monjes, varón piadoso espiritual, * un ángel con cuerpo, digno ciudadano del Cielo, el justo Paísio, * goza con nosotros, hoy, * su memoria y brinda * gracia a los agobiados, * por sus intercesiones. * Por ello, atentos y prestos, * con fe lo honramos.

Los Santos Mártires Manuel, Sabel e Ismael

Los Santos Mártires Manuel, Sabel e Ismael, hermanos de nacimiento, descendían de una ilustre familia persa. Su padre era pagano, pero su madre era cristiana, quien bautizó a los niños y los crió con una fe firme en Cristo Salvador.
Cuando llegaron a la edad adulta, los hermanos ingresaron al servicio militar. En representación del rey persa Alamundar, fueron sus emisarios para concluir un tratado de paz con el emperador Juliano el Apóstata (361-363). Julián los recibió con los debidos honores y les mostró su favor. Sin embargo, cuando los hermanos se negaron a participar en un sacrificio pagano, Julián se enojó. Anuló el tratado y encarceló a los embajadores de un país extranjero como delincuentes comunes.
Durante el interrogatorio, les dijo que si despreciaban a los “dioses” que él adoraba, sería imposible alcanzar paz o acuerdo entre las dos partes. Los santos hermanos respondieron que fueron enviados como emisarios de su Rey para asuntos de estado, y no para discutir sobre “dioses”. Al ver su firmeza de fe, el Emperador ordenó torturar a los hermanos.
Las manos y los pies de los Santos Mártires fueron clavados en los árboles. Más tarde, les clavaron púas de hierro en la cabeza y les clavaron astillas afiladas debajo de las uñas de las manos y los pies. Durante sus tormentos, los santos glorificaron a Dios y oraron como si no sintieran las torturas.
Finalmente, los Santos Mártires fueron decapitados y Julián ordenó quemar sus cuerpos. De repente, hubo un terremoto. El suelo se abrió y los cuerpos de los santos desaparecieron en el abismo. Después de que los cristianos oraron fervientemente durante dos días, la tierra entregó los cuerpos de los santos hermanos, de los cuales emanaba una dulce fragancia. Muchos de los paganos que habían presenciado el milagro creyeron en Cristo y fueron bautizados. Esto fue en el año 362.
Los cristianos enterraron con reverencia los cuerpos de los Santos Mártires Manuel, Sabel e Ismael. Desde entonces las reliquias de los Portadores de la Santa Pasión han sido glorificadas con milagros.
La conmemoración solemne de estos santos es muy antigua. En 395, treinta y tres años después de su muerte, el emperador Teodosio el Grande construyó una iglesia en honor de los Santos Mártires en Constantinopla, y el Hieromonje Germanos (12 de mayo), que más tarde se convirtió en Patriarca de Constantinopla, compuso un Canon en honor de los santos hermanos.

Tropario, tono 4
Tus mártires, oh Señor, * han obtenido de ti * coronas de incorrupción * en su lucha, Dios nuestro. * Al tener, pues, tu fuerza, * han vencido a tiranos * y aplastado de los demonios * su abatida insolencia. * Por sus intercesiones, oh Cristo Dios, * salva nuestras almas.

Mártir Aquilina de Biblos en Líbano

En las primeras épocas del cristianismo los fieles de oriente profesaron gran veneración a Santa Aquilina, y su nombre aparece en casi todos los martirologios. San José el Himnógrafo compuso un oficio especial en su honor, con un himno en acróstico, es decir que la letra inicial de cada verso forma, en sucesión vertical, una loa a la santa, a la que el autor llama su madre espiritual. Aquilina era natural de Biblos, en Fenicia, hija de padres cristianos y bautizada por Eutalio, el obispo de aquella diócesis. Al cumplir los doce años, estalló la persecución de Diocleciano y la niña fue detenida y conducida ante el magistrado Volusiano. Ahí confesó abiertamente su fe y, cuando los halagos y las amenazas resultaron inútiles para doblegar su constancia, fue abofeteada por los soldados, azotada con látigos y, al fin, decapitada. La cabeza y el cuerpo de la pequeña mártir fueron arrojados a unos campos, lejos de la ciudad, y entonces apareció un ángel que volvió a reunirlos y devolvió la vida a Aquilina quien regresó a la ciudad y, al día siguiente, se presentó ante el juez Volusiano. Este, al ver viva a su víctima, se quedó paralizado y mundo de asombro, pero en cuanto se repuso de la sorpresa, mandó que metieran en prisión a la niña y volviesen a decapitarla. Sin embargo, al otro día, cuando los soldados entraron a la celda para cumplir con la sentencia, encontraron a Aquilina muerta. El juez insistió en que se llevase a cabo la ejecución y, cuando cortaron la cabeza al cadáver, de la herida salió leche en vez de sangre.

Tropario, tono 4
Tu oveja, oh Jesús, exclama con gran voz: * «Te extraño, Novio mío, y lucho buscándote; * me crucifico y me entierro contigo por el bautismo; * sufro por ti para contigo reinar * y muero por ti para que viva en ti.» * Acepta, como ofrenda inmaculada, * a Aquilina, sacrificada con anhelo por ti. * Por sus intercesiones, oh Compasivo, * salva nuestras almas.

San Onofre el Grande; San Pedro de Athos

Entre los muchos ermitaños que vivieron en los desiertos de Egipto durante los siglos cuarto y quinto, hubo un santo varón llamado Onofre. Lo poco que sabemos sobre él procede de un relato, atribuido a cierto abad Pafnucio, sobre las visitas que hizo a los ermitaños de la Tebaida. Al parecer, varios de los ascetas que conocieron a Pafnucio le pidieron que escribiera esa relación de la que circularon varias versiones, sin que por ello se desvirtuara la esencia de la historia.

Pafnucio emprendió la peregrinación con el fin de estudiar la vida eremítica y descubrir si él mismo sentía verdadera inclinación a ella. Con este propósito dejó su monasterio y, durante dieciséis días, recorrió el desierto y tuvo algunos encuentros edificantes y algunas aventuras extrañas; pero en el día décimo séptimo quedó asombrado a la vista de un ser al que se habría tomado por animal, pero era un hombre: ¡Era un hombre anciano, con la cabellera y las barbas tan largas, que le llegaban al suelo! ¡Tenía el cuerpo cubierto por un vello espeso como la piel de una fiera y de sus hombros colgaba un manto de hojas!… La aparición de semejante criatura fue tan espantosa, que Pafnucio emprendió la huida. Sin embargo, el extraño ser le llamó para detenerle y le aseguró que también él era un hombre y un siervo de Dios. Con cierto recelo al principio, Pafnucio se acercó al desconocido, pero muy pronto ambos entablaron conversación y se enteró de que aquel extraño ser se llamaba Onofre, que había sido monje en un monasterio donde vivían con él muchos otros hermanos y que, al seguir su inclinación hacia la vida de soledad, se retiró al desierto, donde había pasado setenta años. En respuesta a las preguntas de Pafnucio, el ermitaño admitió que en innumerables ocasiones había sufrido de hambre y de sed, de los rigores del clima y de la violencia de las tentaciones; sin embargo, Dios le había dado también consuelos innumerables y le había alimentado con los dátiles de una palmera que crecía cerca de su celda. Más adelante, Onofre condujo al peregrino hasta la cueva donde moraba y ahí pasaron el resto del día en amable plática sobre cosas santas. De repente, al caer la tarde, aparecieron ante ellos una torta de pan y un cántaro de agua y, tras de compartir la comida, ambos se sintieron extraordinariamente reconfortados. Durante toda aquella noche Onofre y Pafnucio oraron juntos.

Al despuntar el sol del día siguiente, Pafnucio advirtió alarmado que se había operado un cambio en el ermitaño, quien evidentemente se hallaba a punto de morir. En cuanto se acercó a él para ayudarle, Onofre comenzó a hablar: “Nada temas, hermano Pafnucio, dijo; el Señor, en su infinita misericordia, te envió aquí para que me sepultaras.” El viajero sugirió al agonizante ermitaño que él mismo ocuparía la celda del desierto cuando la abandonase, pero Onofre repuso que no era esa la voluntad de Dios. Instantes después suplicó que encomendase su alma a las oraciones de los fieles, por quienes prometía interceder y, tras de haber dado la bendición a Pafnucio, se dejó caer en el suelo y entregó el espíritu. El visitante le hizo una mortaja con la mitad de su túnica, depositó el cadáver en el hueco de una roca y lo sepultó con piedras. Tan pronto como terminó su faena, vio cómo se derrumbaba la cueva donde había vivido el santo y cómo desaparecía la palmera que le había alimentado. Con esto comprendió Pafnucio que no debía permanecer por más tiempo en aquel lugar y se alejó al punto.

Tropario, tono 1
Al morar en desierto cual un ángel en cuerpo, * has realizado milagros, Onofre, padre teóforo. * Con ayuno, pues, vigilia y oración, * has tomado celestes dádivas, * ya que curas los malestares de las almas * que a ti acuden con fervor: * ¡Gloria al que te ha fortificado! * ¡Gloria, que la corona te ha dado! * ¡Gloria, que, por tu medio, * ha brindado curación a todos!

San Pedro del Monte Athos, griego de nacimiento, sirvió como soldado en los ejércitos imperiales y vivió en Constantinopla. En el año 667, durante una guerra con los sirios, San Pedro fue capturado y encerrado en una fortaleza en la ciudad de Samara cercana al río Eufrates.
Por mucho tiempo fatigado en la prisión y reflexionaba sobre cuál de sus pecados habían traído el castigo de Dios sobre él, san Pedro se acordó que una vez tenía la intención de dejar el mundo e ir a un monasterio, pero él no lo había hecho. Él comenzó a respetar un estricto ayuno en la cárcel y a orar con fervor, y le rogó a San Nicolás el Taumaturgo que interceda ante Dios por él. San Nicolás le apareció en un sueño a Pedro y le aconsejó hacer una súplica a san Simeón el recibidor de Dios (3 de febrero) para obtener ayuda. San Nicolás se le apareció una vez más en un sueño, dando coraje al prisionero en la paciencia y la esperanza. La tercera vez que se apareció no estaba soñando, pero estaba con San Simeón el recibidor de Dios. San Simeón tocó con su bastón las cadenas de san Pedro, y las cadenas se derritieron como la cera. Las puertas de la prisión se abrieron y san Pedro quedo libre. San Pedro luego viajó a Roma para recibir la tonsura monástica frente a la tumba del Apóstol Pedro. Incluso en este caso San Nicolás no le dejo sin su ayuda. Él apareció en un sueño al Papa de Roma y le informó de las circunstancias de la liberación de san Pedro de cautividad, y le encomendó al Papa a tonsurar el ex prisionero en el monaquismo.
Al día siguiente, en medio de una multitud de personas que se habían reunido para los servicios divinos, el Papa exclamó con fuerza: “Pedro, tú que eres de las tierras griegas, y al que San Nicolás ha liberado de la prisión en Samara, ven aquí a mí.” San Pedro se puso delante del Papa, quien le tonsuro en el monaquismo enfrente la tumba del Apóstol Pedro. El Papa enseñó a San Pedro las reglas de la vida monástica y mantuvo el monje con él. Luego, con una bendición, envió a San Pedro a donde Dios le había apuntado para el viaje.
San Pedro entro un barco que navegaba hacia el Este. Los propietarios del barco, después de llegar a la tierra, suplicaron a San Pedro venir y rezar en cierta casa, donde el dueño del hogar y todos de la casa estaban enfermos. San Pedro los sanó a través de su oración.
La Santísima Virgen se apareció en un sueño a San Pedro y señaló el lugar donde debe vivir hasta el final de sus días: el Monte Athos. Cuando el barco llegó a Athos, se detuvo por si mismo. San Pedro se dio cuenta que este era el lugar donde estaba destinado ir, y así se fue a la tierra. Esto fue en el año 681. Pedro entonces habitaba en unos lugares solitarios del santo monte, sin ver a otra persona por cincuenta y tres años. Su ropa se había convertido en harapos, pero su pelo y su barba habían crecido y cubrieron su cuerpo en lugar de ropa.
San Pedro fue en varias ocasiones objeto de agresiones demoníacas. Trataron de forzar al santo que abandone su cueva, los demonios a veces tomaban la forma de soldados armados, y en otros momentos de bestias feroces y víboras que parecían estar a punto de rasgar al ermitaño en pedazos. Alguna vez también el enemigo intentó engañándolo haciéndose pasar por un joven que le rogaba que volviera a su casa con los suyos, pero san Pedro superó los ataques demoníacos a través de la oración ferviente a Dios y a su Santa Madre y siempre respondía: “Aquí el Señor y la Santísima Virgen me trajeron. No voy a salir de aquí sin el permiso de Ella.” Al oír el nombre de la Madre de Dios, el demonio se desvanecía.
San Pedro una vez vio a la Madre de Dios en una visión, y le habló de su dominio terrenal, el Monte Athos: “He escogido esta montaña… y la he recibido de Mi Hijo y Dios como una herencia, para aquellos que deseen renunciar a las preocupaciones mundanas y las luchas… Amo este lugar en extremo. Ayudaré a aquellos que vienen a vivir aquí y que obran para Dios… y guardan sus mandamientos… Yo aliviaré sus aflicciones y obras, y seré un aliado invencible para los monjes, invisible guía y protectora…” Varias generaciones de monjes ortodoxos pueden testimoniar sobre la verdad de estas palabras. La Madre de Dios se considera como la Abadesa del Santo Monte, no solo en nombre, sino en la realidad. Por esta razón el Monte Athos se conoce como el “Jardín de la Madre de Dios.”
San Pedro murió en el año 734. Sus reliquias se encontraban en Athos en el monasterio de San Clemente. Durante el período iconoclasta las reliquias fueron escondidas, y en el año 969 fueron trasladados a la aldea de Tracia, Photokami.

Tropario, Tono 4
Oh Dios de nuestros padres, * que siempre nos tratas de acuerdo con tu bondad: * no retires de nosotros tu misericordia, * sino que, por la intercesión de tus santos, * dirige nuestras vidas en paz.

18. Mártir Leoncio y compañeros mártires en Trípoli de Siria

Los santos mártires Leoncio, Hipacio, y Teódulo, durante el imperio de Vespasiano (año 70-79) padecieron en la ciudad de Trípoli, en Fenicia. San Leoncio era griego de nacimiento, y militar de alto grado del ejercito romano, inteligente y listo por naturaleza, conocedor de sabiduría literaria, virtuoso, compasivo con los pobres, y hospitalario. Denunciaron al gobernador que Leoncio, pedía a la gente que no veneren ni ofrezcan sacrificios a los dioses paganos. El gobernante mando al Tribuno Hipacio con una escuadrilla de soldados para que detengan a Leoncio. Hipacio por el camino se enfermó y se encontró ante la muerte. Entonces se le apareció un ángel y le dijo “Si quieres sanarte, ruega tres veces al cielo junto con tus soldados “¡Dios, al que venera Leoncio, ayúdame!” Todos así lo hicieron, y el tribuno se sanó. En la ciudad, Hipacio y el soldado Teódulo, encontraron una persona que los invitó a su casa. Este era el mismo Leoncio, él, los educó en la fe cristiana, y los bautizó. Más tarde el gobernador se presentó en la ciudad. Al enterarse de lo sucedido, entregó al martirio a Leoncio, a Hipacio y a Teódulo. A los santos Hipacio y Teódulo les cortaron la cabeza, San Leoncio falleció mientras lo apaleaban. Los cristianos dieron santa sepultura a los mártires cerca del puerto de Trípoli.

Tropario tono 4
Tu mártir, oh Señor, * ha obtenido de ti * corona de incorrupción * en su lucha, Dios nuestro. * Al tener, pues, tu fuerza, * ha vencido a tiranos * y aplastado de los demonios * su abatida insolencia. * Por sus intercesiones, oh Cristo Dios, * salva nuestras almas.

16. San Ticón, obispo de Amato en Chipre

San Ticón, nació en la ciudad de Amato en la isla de Chipre. Sus padres criaron a su hijo en la piedad cristiana y le enseñaron a leer libros sagrados. Se dice que el don de hacer milagros le fue concedido desde muy joven.
Aceptaron al joven piadoso en el clero de la iglesia y lo convirtieron en lector. Más tarde, el obispo de Amato, lo ordenó diácono. Después de la muerte del obispo Mnemonio, San Ticón por acuerdo general fue elegido obispo de Amato. San Epifanio, obispo de Chipre (12 de mayo), presidió el servicio.
San Ticón trabajó con celo para erradicar los restos del paganismo en Chipre; destruyó un templo pagano y difundió la fe cristiana. El santo obispo fue generoso, sus puertas estaban abiertas a todos, escuchaba y atendía con amor el pedido de cada persona que acudía a él. Sin temer amenazas ni torturas, confesó firme y valientemente su fe ante los paganos.
En el servicio a San Ticón se afirma que él previó el momento de su muerte, que ocurrió en el año 425.

Tropario, tono 1
Al morar en desierto cual un ángel en cuerpo, * has realizado milagros, Ticón, padre teóforo. * Con ayuno, pues, vigilia y oración, * has tomado celestes dádivas, * ya que curas los malestares de las almas, * que a ti acuden con fervor: * ¡Gloria al que te ha fortificado! * ¡Gloria, que la corona te ha dado! * ¡Gloria, que, por tu medio, * ha brindado curación a todos!

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