La encarnación de Dios: voluntaria y sin causa

 

El misterio de la encarnación del hijo de Dios, nos lleva a la divinización del hombre. Los santos padres de la iglesia insisten en que Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciere dios. El ser humano no puede llegar a la divinización si no es por medio del Hijo de Dios, del Verbo encarnado. Los teólogos discuten si la encarnación del Verbo era independiente de la caída de Adán o si había sido una de sus consecuencias. Esta discusión se basa en varios textos patrísticos sobre la caída del género humano.

Primero, debemos señalar que los santos padres de la Iglesia no responden a esta pregunta virtualmente de una manera escolástica, porque ellos no piensan si Cristo hubiese encarnado o no, en caso de que Adán no hubiese caído. Esta pregunta demuestra el uso excesivo de la mente para entender los misterios divinos; y eso sería algo de origen escolástico y no, una teología ortodoxa.

A la teología de la iglesia ortodoxa le interesan los hechos que han sucedido, mismos que se tratan por medio de la sanación de la naturaleza humana y de la salvación de los hombres; es decir, que esta teología  pone mucha atención en la naturaleza humana caída y en cómo sanarla para llegar a la divinización que sería posible a través de la encarnación de Dios.

En las enseñanzas patrísticas vemos que en la encarnación se unió el Hijo de Dios con la naturaleza humana en una unión hipostática.  Por lo tanto, esta naturaleza humana se divinizó,  siendo éste  el medicamento verdadero y único para la salvación y la divinización del hombre. Por medio del santo bautizo, el hombre puede ser miembro del cuerpo de Cristo; y a través de la sagrada comunión él puede participar  en el cuerpo divino del Señor, ese cuerpo que tomó  de la santísima madre de Dios. Si no hubiera pasado esta unión hipostática de las dos naturalezas divina y humana, no sería posible la divinización del hombre. Así que la encarnación era el fin de crear el género humano. La pasión de Cristo y su cruz son las cosas adicionales que surgieron por la caída de Adán. Dice San Máximo el confesor, que la encarnación fue para la salvación de la naturaleza humana, y la pasión, para liberar a todos los que, por el pecado, eran cautivos de la muerte.

San Atanasio el Grande enseña que era necesario que el Hijo de Dios se encarnara por dos motivos: primero, para convertir al corruptible en incorruptible, y al mortal en inmortal;  esto, no era posible con el simple arrepentimiento, sino tomando Dios el cuerpo humano mortal y cambiante. Y por otra parte, para que se renovara el género humano en Cristo, porque el Hijo y el Verbo son el primer prototipo del hombre.

Esta opinión teológica de San Atanasio, no está en contra de las enseñanzas de los otros padres de la Iglesia, quienes  nos dicen que la encarnación de Dios no exige de la caída del hombre como una causa absoluta, y esto es por lo siguiente:

Primero: porque en sus análisis que presenta San Atanasio, le interesa en especial el hombre caído, por eso habla sobre su caída y su renovación. Su teología se enfoca a la sanación y a la restauración del género humano que se vistió de mortalidad y tiene la posibilidad de ser tentado.

Segundo: Porque San Atanasio habla sobre el misterio de la encarnación y de la providencia de Dios tal y como las conocemos hoy, pues cuando menciona la encarnación y la divinización, él habla del nacimiento de Cristo, su pasión, su Cruz y su resurrección.  Mientras que los padres que enseñan que la  encarnación  es independiente de la caída, nos hablan de la finalidad de la creación como “la divinización a través de la encarnación”.

San Nicodemo de Athos, en su análisis de las enseñanzas patrísticas, llega a una conclusión donde dice que la encarnación del Hijo de Dios no fue el resultado  de la caída del hombre, sino que  el primer propósito de crearlo, fue para que pudiera alcanzar la divinización. Eso nos permite ver que era correcto, cuando pensamos que la caída de Adán no pudo haber obligado a Dios a que fuera  hombre, ni a  que  Cristo tomara para siempre la naturaleza humana.

San Nicodemo da referencias de la Biblia y de las enseñanzas de los santos padres de la Iglesia; en el libro de proverbios (8:22) dice: “El Señor me creó como primicia de sus caminos, antes de sus obras, desde siempre”; y en la carta de san Pablo a los Colosenses (1:15) se  llama Cristo  “el Primogénito de toda la creación”; y de la misma manera se le llama en la carta a los Romanos (8:29) “En efecto, a los que Dios conoció de antemano, los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que él fuera el Primogénito entre muchos hermanos”

En su explicación de estos textos de la Biblia, San Nicodemo, en base a las enseñanzas patrísticas, enseña que estas frases no se refieren a la divinidad del Verbo de Dios, porque Él jamás fue creado, ni siquiera fue la primera criatura de Dios Padre, como enseñaba Arios; sino que estas frases están hablando de la humanidad de Cristo, es decir, que la providencia divina y el misterio de la encarnación del Hijo de Dios, es el inicio de todos los caminos de Dios y de la primacía de toda la creación.

San Máximo enseña que la encarnación de Cristo es un gran  y muy profundo misterio por el cual la Santísima Trinidad creó el mundo entero y lo trajo de la nada a la existencia. Nos dice: “Es el motivo del inicio de la creación que prevé  Dios principalmente.  Es el propósito por el cual fueron hechas todas las cosas y este mismo propósito nunca fue hecho por algo”; es decir que la decisión de la encarnación fue antes de crear al mundo poniendo en nuestra mente que para Dios no existe tiempo. Entonces la encarnación es la finalidad  de la providencia divina y de la restauración de la creación.

San Gregorio Palamás explica que cuando Dios Padre dijo en el bautizo de Cristo: “Este es mi Hijo amado”  esta voz  muestra que todo lo que había en el antiguo testamento, la ley, las promesas y la filiación estaban incompletas y que la finalidad de la encarnación de Su Hijo era para que se cumpliera todo. Por lo mismo, al crear al mundo y a los hombres, todo  estaba dirigido hacia Cristo; porque la creación tenía como propósito la encarnación. Hasta  el género humano fue creado a  imagen de Dios para que pudiera un día recibir el prototipo original. Por eso la encarnación del Verbo de Dios es la voluntad divina que  ya había sido planeada independientemente de la caída del hombre.

San Andrés de Creta dice que la Madre de Dios es la persona que sirvió al misterio de la encarnación en dar cuerpo de lo suyo para esta unión hipostática entre las dos naturalezas: divina y humana. Por lo tanto dice: “la Madre de Dios es el propósito de la alianza de Dios con nosotros, es el medio propuesto para todas las generaciones, es la corona de las profecías divinas, es la voluntad divina que supera toda descripción  que existe desde el principio para proteger el hombre”

Tenemos que repetir que los santos padres de la Iglesia no trataron  este tema de una manera virtual como lo es en la mentalidad escolástica.  Nosotros estamos usando estas frases tan virtuales, sólo para poner  énfasis en la verdad positiva que dice que a través de Cristo llegó la divinización a los hombres y la salvación a todo el mundo.

Estas enseñanzas patrísticas no son teóricas, sino como todos los dogmas, tienen su consecuencia en la vida espiritual del cristiano. Porque como hemos visto que el Hijo de Dios se hizo hombre no para apaciguar un enojo divino ni para agradar la bondad divina, sino para divinizar nuestra naturaleza humana con amor y compasión. Por lo mismo nuestra vida espiritual no es para calmar a Dios enojado, porque Dios no necesita sanar, sino nosotros mismos.  Nuestra lucha espiritual no será en vano porque la unión con Dios nos está dada gracias a la unión hipostática de las dos naturalezas en Cristo. La muerte de Cristo no fue entonces por nuestra culpa, sino  para librarnos del sufrimiento. Para que esté  Dios con nosotros en todo momento difícil. La muerte de Cristo fue para destapar la muerte y vencerla. Cristo tomó con su encarnación toda nuestra naturaleza humana cambiante, mortal y pasional para sanarnos de la muerte del pecado.

Rev. Archimandrita Andres Marcos

Diferencias entre la Iglesia Católica Ortodoxa y La Iglesia Católica Romana

En los primeros 1000 años de Cristianismo, la Iglesia Católica Ortodoxa y la Iglesia Católica Romana eran una sola Iglesia, debido a esto ambas iglesias comparten muchas cosas en común, son “Católicas” (entiéndase Universales) y “Apostólicas” (tienen “sucesión apostólica”, son herederas de las comunidades cristianas fundadas por los mismos apóstoles) – pero existen diferencias notables entre ellas, las cuales han ido aumentando con los años:

Diferencias Dogmáticas

La Procedencia del Espiritu Santo

El Filioque. La Profesión de Fe o el Credo como tal fue redactada en los Concilios Ecuménicos de Nicea y Constantinopla en el texto del Credo se expresan las verdades fundamentales de la Fe Cristiana. Una de las clausulas del Credo que habla sobre la procedencia del Espíritu Santo la cual decía “Creo en el Espíritu Santo que procede del Padre” fue modificada en un Concilio que solo se celebró en Occidente en la ciudad de Toledo agregando a la cláusula las palabras “y del Hijo” de tal manera que la frase completa dice “Creo en el Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo”. Cabe mencionar que dicho Concilio no contó con la presencia de los patriarcados de Oriente lo cual tendría que haber sido necesario para que tuviera validez la añadidura.

Dijo el Señor: “Pero cuando venga el Paráclito (el que trae el consuelo), a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de Verdad el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mi” (Jn, 15:26).

El credo dice: “…y en el Espíritu Santo que procede del Padre”.

Este credo fue confirmado por los Concilios Ecuménicos, los cuales prohibieron cualquier adición o cambio. Este Credo sigue siendo respetado por todas las Iglesias Orientales y Occidentales antes del cisma y en él está resumida toda la verdad de la doctrina cristiana.

La Iglesia Ortodoxa ha conservado el credo original sin alteración.

La Iglesia Católica Romana aumentó al artículo octavo las palabras “…y del Hijo” quedando así este artículo: “…que procede del Padre y del Hijo”. Esta adición al Símbolo de la Fe, comenzó en España en el siglo VI, trasladándose posteriormente a Francia, siendo rechazado por las demás Iglesias. El mismo Papa la rechazó. El Papa León III, el Grande, mandó imprimir este Credo en dos láminas de Plata, en griego y en latín, sin la palabra: “y del Hijo” colocándolas en las puertas de la Catedral de San Pedro en Roma, declarando que lo hacía para conservar el Símbolo de la Fe intacto, como lo declararon los dos primeros concilios Ecuménicos.

Pocos años después, ascendió el Papa Nicolás, quien oponiéndose a su antecesor, permitió que fueran agregadas las palabras “…y del Hijo” en el Credo.

El gran Patriarca Focio protestó por esta añadidura. El Papa Juan VIII prometió corregir el error, pero los Papas sucesores de él lo conservaron, aceptándolo hasta la actualidad la Iglesia de Roma.

El Purgatorio

La iglesia Católica Romana enseña que las almas, después de la muerte terrenal, van a dar a un lugar que llamado “Purgatorio“, donde se limpian (“purgan” de ahí el nombre) de sus pecados leves sufriendo algunos tormentos, y que después de este “lavado espiritual” entran al Paraíso.

La Iglesia Ortodoxa cree que las almas después de la muerte esperan el Juicio Final, en un lugar que no es el Paraíso ni tampoco el Hades.

Cuando el Buen Ladrón dijo a Jesús, que estaba sobre la Cruz: “Acuérdate de mi, Señor, cuando vengas en tu Reino”, oyó la respuesta de Cristo:

“Hoy estarás conmigo en el Paraíso”

No le dijo “Espérate en el purgatorio y después de tu purificación llegarás al Paraíso”, ni nada semejante.

En la Iglesia Romana se cree que el Papa y los Obispos, según su jurisdicción, tienen potestad para conceder Indulgencias por realizar determinadas acciones o por orar con específicas preces, cumpliendo con las condiciones necesarias.

Las Indulgencias no son para perdonar los pecados, antes bien presuponen como condición necesaria para ganarlas la remisión de ellos. Ellas son una remisión de las penas temporales en las que se ha incurrido por los pecados.

Estas Indulgencias son aplicables a uno mismo o a las almas que están en el Purgatorio como un sufragio, para disminuir o terminar con sus sufrimientos.

La Iglesia Ortodoxa no acepta tal doctrina y facultad, y tampoco el Purgatorio, como ya mencionamos.

El “Pecado Original”

El Pecado original – a grandes rasgos – es el pecado cometido por Adán y Eva, (los primeros padres de la humanidad) al desobedecer el mandato divino de no comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, siendo castigados con la expulsión del Paraíso. Por esta razón se condena al pecado a cada uno de los nacidos – es decir, a la naturaleza humana como tal- tras la expulsión del Edén.

La doctrina romana a este respecto se fijó en el concilio de Cartago (397), en el concilio de Orange (529) y el concilio de Trento (1545). Ninguno de éstos es considerado “Concilio ecuménico válido” por la Iglesia Ortodoxa.

En la iglesia ortodoxa no existe el “pecado original”, lo que existe es el “pecado ancestral”. Dios dotó al ser humano de “libre albedrío”, le dió el poder de elegir y tomar sus propias decisiones; Por ende puede elegir entre hacer lo bueno (vivir en el amor de Dios) o hacer lo malo (alejarse del amor de Dios). De esto ya nos advertía en Apóstol San Pablo:

«Todo está permitido», pero no todo es provechoso. «Todo está permitido», pero no todo es constructivo (1 Cor. 10-23).

La inclinación natural de hacer el mal – a separarse de Dios – es lo que llamamos el “pecado ancestral”. No existe antecedente bíblico contundente ni en los escritos de los Santos Padres de la Iglesia para sostener una “Doctrina del Pecado Original”.

Creemos que no es posible heredar la transgresión cometida por Adán y Eva (ellos ya pagaron con su expulsión del Paraíso). Nadie puede cargar con culpas ni errores ajenos, Si caemos en pecado, cada uno de nosotros tenemos que comparecer y responder ante el tribunal de Cristo por nuestras faltas. La responsabilidad no es hereditaria sino que individual.

La importancia de la creencia o no en el pecado original tiene consecuencias en lo que viene.

La Inmaculada Concepción de la Virgen María

La Iglesia de Roma cree que Santa Ana concibió a la Virgen de forma espermática (sin esperma, sin mancha de pecado original que ahí que se ocupe la fórmula “Ave María Purísima sin pecado concebida“). Esta creencia, con todo, es bastante reciente respecto de la historia de la cristiandad; En efecto en 1854 el Papa Pío IX, – sin tener a la mano para ello dato alguno ni en las Sagradas Escrituras, ni en las enseñanzas de los Santos Padres de la Iglesia, sólo en una distorsionada devoción mariana – elevó a “Dogma de Fe”.

La Iglesia Ortodoxa cree y enseña que la Santísima, Purísima, Bendita Señora Madre de Dios y Siempre Virgen María fue concebida en la carne de manera natural como cualesquier ser humano (coito), sólo considera como inmaculado el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, ya que Él fue dado a luz milagrosamente — del Espíritu Santo y la Virgen María. Según las palabras de San Ambrosio de Milán

“De todas los nacidos por mujeres, es completamente Santo solo nuestro Señor Jesucristo, Quien por un especial, nuevo modo de inmaculado nacimiento, no experimentó la corrupción terrenal.”

Así como por medio una mujer entró el perdición al mundo (Eva) también por medio de una mujer (María) debía entrar la salvación al mundo. Si bien María fue electa por Dios para dar cumplimento a las profesías acerca de la llegada del Mesías, tenía la naturaleza dañada por el pecado original – como cualquiera de nosotros – por lo cual ella misma necesitaba ser redimida, redención que comenzó desde los tres años de edad con su presentación en el Templo y que culminó completamente en el día de la Anunciación.

En resumen, María no nació santa sino que se hizo santa, y si ella pudo… nosotros también, voilá.

La Infalibilidad Papal

En el año de 1870 decidió el Concilio Vaticano I – encabezado por el Papa Pío IX – un nuevo dogma, el cual no tiene ningún antecedente en toda la historia de la Iglesia: “La infalibilidad Papal”, lo cual significa que el Papa “no se equivoca” cuando habla “Ex Cathedra” sobre materia de fe o de costumbres.

Este nuevo dogma contradice lo dicho por el Señor quien no aceptó que lo llamaran: “Maestro bueno” cuando le preguntó el joven: “…Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna? Le contestó Jesús: …¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino sólo Dios”. (Lc. 18:18-19).

Muchos de los cristianos occidentales protestaron por esta decisión contraria al Evangelio, separándose de la Iglesia de Roma por medio de la llamada Unión de Utrecht y auto llamándose “Viejos Católicos” o “Véterocatólicos”.

Las Órdenes y Congregaciones

La Iglesia de Roma, a lo largo de su historia y hasta el día de hoy, ha dado pie a la proliferación de numerosas instituciones (Agustinos, Benedictinos, Dominicos, Franciscanos, Jesuitas, Maristas, Mercedarios, Pasionistas, Schoënstatt …… etc) que han traído, a lo largo de la historia, varios dolores de cabeza al Obispado de Roma.

La Iglesia ortodoxa no tiene y nunca ha admitido órdenes, ni congregaciones religiosas. La razón es bastante sencilla y práctica: porque estas asociaciones incuban intrínsicamente el peligro de convertirse en SECTA, esto es “Conjunto de seguidores de una parcialidad religiosa o ideológica” como lo define la Real Academia. Y las sectas buscan influir con su cosmovisión en su entorno, es decir, buscan PODER.

Y no hay nada mas alejado del mensaje universal del cristianismo que un sinnúmero de grupos que tienen visiones bastante particulares del mensaje de Cristo, peleándose entre sí y poniendo mas énfasis y devoción en algún Santo, o en la de su fundador que en la sacra figura de Cristo.

En la iglesia ortodoxa, sólo hay cristianos ortodoxos sin acepción de edad, sexo, estirpe o condición. La forma de que un feligrés piadoso desee hacer votos de vida consagrada es por medio de la vida monástica.

Diferencias Litúrgicas

Una parte de las diferencias litúrgicas es producto de tradiciones étnicas, y la otra se formó después de la separación de las Iglesias Oriental y Occidental. Aquí mostraremos algunas:

El uso del pan ácimo en la Eucaristía

La Iglesia Ortodoxa consagra el pan natural con levadura, en tanto que la Occidental, el pan ácimo. La Iglesia Ortodoxa basa su punto de vista, primero, sobre lo que el Señor comió en la Ultima Cena: Pan con levadura. “Antes de la fiesta de la pascua…” (Jn. 13:1). “Dos días después era la pascua y la fiesta de los panes sin levadura…” (Mc. 14:1). “Llegó el día de los panes sin levadura, en el cual era necesario sacrificar el cordero de la pascua” (Lc. 22:7).

La palabra griega “Artos” (Áρτος) que aparece en el Evangelio – para quienes no lo sabían los Evangelios se escribieron en griego – significa el pan natural con levadura y no el ácimo.

Los Apóstoles usaron el pan natural con levadura en cumplimiento del Sacramento de la Eucaristía, “…en el partimiento del pan…” (Hch. 20L:7).

San Juan Crisóstomo explicando la palabra griega “artos”, dijo que esto se traducía como “pan con levadura” (Sermón 81 sobre el Evangelio de Mateo).

Los primeros cristianos llevaban consigo pan y vino, y terminando la Eucaristía repartían lo sobrante a los pobres. Sin duda usaban el pan con levadura y no el ácimo. “Porque al comer, cada uno se adelanta a tomar su propia cena; …” (1a. Cor. 11:21).

El bautismo y la Confirmación

La Iglesia Ortodoxa bautiza metiendo al niño en el agua, mientras que la Iglesia Romana bautiza por infusión. En griego “baptizo” y “baptisma” significan sumersión y no aspersión o infusión. El Evangelio dice: ” Y Jesús después que fue bautizado, subió luego del agua;…” (Mt. 3:16. Mc. 1:10). La palabra subió, supone que antes bajó al agua.

En Roma se descubrió, en la Catacumba de San Calixto, un icono del siglo II que representa a Cristo inmerso en el agua, saliendo con la ayuda de Juan. En el convento Dafne, cerca de Atenas, existe un antiguo icono hecho con mosaicos que presenta a Cristo metido en el agua al ser bautizado por Juan. San Basilio el Grande, en su artículo sobre el Espíritu Santo, dice: “El sacramento del bautismo se tiene que celebrar con tres inmersiones”.

La Iglesia en sus primeros tiempos no permitía el bautismo por aspersión, sino en los casos de sumo peligro. En caso de que llegara a vivir el bautizado por aspersión en caso extremo, se le prohibía recibir el Sacramento del Sacerdocio.

La Iglesia Occidental misma bautizaba en los primeros siglos del Cristianismo por inmersión, como es de notarse en los antiguos manuales litúrgicos que se conservan. La aspersión e infusión sólo fue permitida después del siglo XVI. El Sacramento de la confirmación, en la Iglesia Romana, lo confieren exclusivamente los Obispos y no se celebra inmediatamente después del bautismo, sino cuando llega el niño a la adolescencia. Se le unge con el Santo Crisma, y se le imponen las manos.

Sabemos, sin embargo, que estos dos Sacramentos: El Bautismo y el Mirron ( la confirmación ) nunca se dieron separados en la Iglesia Primitiva. Tanto los Sacerdotes como los Obispos lo administraban como se hace en la Iglesia Ortodoxa hasta la actualidad.

Dice el escritor eclesiástico occidental, Tertuliano, en su libor sobre el Bautismo, lo siguiente: “Después de salir de la pila del bautismo recibiremos el Santo Myron conforme a la antigua tradición”.

El Celibato del Clero

La Iglesia Romana exige insoslayablemente el celibato a su clero

Sin embargo, la Iglesia Primitiva nunca prohibió el matrimonio del Clero ni de los Obispos, el gran teólogo de la Iglesia, San Gregorio, fue hijo de un Obispo, como lo fueron otros grandes santos, pero la Iglesia, posteriormente y por razones sociales que no hay necesidad de comentar, determinó que los Obispos no fueran casados para que se alejaran de las obligaciones mundanas pudiendo así dedicarse a lo espiritual.

Mas es preciso aclarar este punto: Se aceptan desde el diaconado (y por ende en el sacerdocio) hombres solteros o casados. Si se trata de un hombre soltero una vez adquirido el estatus de diácono – y con mayor razón el de sacerdote – no puede contraer matrimonio durante su ministerio.

En efecto en muchas parroquias ortodoxas (sobretodo aquellas eslavas) la feligresía exige que el párroco sea un hombre casado, la fundamentación de esto es bastante lógica: Si un hombre casado puede mantener su hogar, puede mantener una parroquia.

Las Estatuas

Entre las diferencias de culto existe el de las estatuas. El Occidente Romano colocó estatuas en las iglesias. El Oriente Ortodoxo las rechazó y sigue rechazándolas dentro de los templos, basándose en la Palabra del Señor: “Dios es espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que le adoren” (Jn. 4:24). Y también: “…Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás” (Mt. 4:10). San Pablo nos dice: “El Dios que hizo el mundo… siendo Señor del cielo… no habita en templos hechos por manos humanas…” (Hch. 17:24)

La Santa Unción

La Iglesia Ortodoxa ora sobre el aceite para la curación de las enfermedades y remisión de los pecados. La Iglesia Romana considera que el aceite es para los moribundos y para los enfermos graves (de ahí el nombre de “Extrema-unción“), esto a pesar de que la Santa Biblia enseña que el óleo se da a los enfermos para su sanación espiritual y corporal,no existiendo esa disociación cuerpo-alma tan frecuente en la cultura occidental.

“Está alguno enfermo entre vosotros, llame a los ancianos de la iglesia, que oren por él ungiéndole con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo y el Señor lo levantará;…” Stg. 5:14-15).

La Eucaristía a los niños

En Occidente sólo se da la Comunión a los niños que han llegado al uso de la razón; si un infante muere, muere sin Comunión.

En Oriente se puede impartir la comunión desde que se es bautizado.

Los fieles de la Iglesia Occidental, de ordinario, sólo reciben el Pan Eucarístico, que no es fragmento de un solo Pan sino una Hostia; últimamente se permitió que en ocasiones especiales se recibiera el Pan y el Vino. Y San Pablo dice: “Siendo uno solo el pan, … pues todos participamos de aquel mismo pan”. “Por tanto… coma cada uno así del pan, y beba de la copa” (1a. Cor. 10:17, 11:28).

En la Iglesia Ortodoxa la comunión es con pan y vino, los fieles reciben del sacerdote o el Obispo un trocito de pan y vino mezclado en una cucharada que se reparte desde el cáliz eucarístico.

Las fórmulas Sacramentales

Por desgracia, los católicos romanos creen que la acción de los Santísimos Sacramentos reside en la persona del Sacerdote. Dice el Sacerdote: “Yo te bautizo”, “Yo te uno en matrimonio”, “Yo te unjo”, “Yo te perdono”.

El sacerdote Ortodoxo dice: “Se bautiza el siervo de Dios”, “Se unge el siervo de Dios”, “Se perdona el siervo de Dios”, porque la Iglesia Ortodoxa está segura que el medio principal en los Sacramentos es la Gracia Divina y no el Sacerdote que sólo es su instrumento. En otras palabras, la Iglesia Ortodoxa enseña que la acción de los Sacramentos está basada en la Gracia Divina y no en el Sacerdote, independientemente de su cualidad humana.

Conviene aquí mencionar que uno de los grandes doctores de la Iglesia Occidental, San Agustín, Obispo de Hipona, hablando sobre los Sacramentos dice: “Cuando el Señor perdonó a la mujer pecadora, no le dice “yo te perdono tus pecados”, sino, “…tus pecados te son perdonados” (Lc. 7:48).

Diferencias Administrativas

La Autoridad Máxima

La iglesia Ortodoxa considera al Concilio Ecuménico como Autoridad Máxima de todas las Iglesias. En tanto que la Iglesia Romana considera al Papa como la Autoridad Máxima de todas las Iglesias “Por encima de los Concilios Ecumenicos”. La Iglesia Ortodoxa basa su doctrina en lo siguiente:

Los Santos Apóstoles se reunieron en Jerusalén para estudiar las diferencias surgidas entre sí sobre los que vinieron al Cristianismo de los judíos y los que llegaron de los gentiles. Algunos de los Apóstoles consideraban que los gentiles tenían que integrarse al Cristianismo. Otros opinaban que adoptar primero la religión judía antes de integrarse al Cristianismo. Otros opinaban que estos deberían aceptarse directamente a la fe Cristiana. Sobre eso ninguno de los Apóstoles en particular tomó la decisión.

Se congregaron para que en conjunto se decidiera, lo que implica que todos Apóstoles tendrían que estar reunidos para hacerlo (Hch. 15). Y el Concilio decidió aceptar a los gentiles en el Cristianismo directamente, sin pasar por la circuncisión, puesto que el Cristianismo no es parte del Judaísmo sino una Religión independiente. Las Iglesias Cristianas en Oriente y Occidente, antes del cisma, se administraban de una manera conjunta y democrática y no con dictadura. Cuando había algunas diferencias o asuntos a nivel superior de una Iglesia, se reunía el Concilio Ecuménico, constituido por todos los Patriarcas y los Jefes de las Iglesias Autocéfalas, para estudiar todos los asuntos y tomar sus decisiones, siendo éstas Obligarorias para todos. El mejor testimonio de ello son los Siete Concilios Ecuménicos, cuyas resoluciones están reconocidas en Oriente y Occidente hasta la actualidad.

La Sucesión de Pedro

Occidente basa la Primacía del Obispo de Roma o Papa en que es el sucesor de Pedro y que Pedro fue el superior de los Apóstoles, apoyándose en Mateo 16:13, 16-18:

“Pregutó Jesús a sus discípulos deciendo: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?… Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le respondió Jesús: “Bienaventurado eres, Simón, Hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Yo también te digo, que tú eres Pedro y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella”.

Este pasaje no significa lo que Roma trata de interpretar, la roca no es Pedro, sino la confesión de Pedro de que Cristo es el Hijo de Dios. La Iglesia esta construida sobre la Divinidad de Cristo viviente y no sobre Pedro, el hombre muerto. No puede ser la base de la Iglesia un ser humano sino Dios mismo, para que se cumplan las palabras de Cristo, que las puertas del Hades no prevalecerían contra ella, conforme a su promesa: “Permaneceré con vosotros hasta el fin”. San Pablo dice en su Primera Carta a los Corintios: “Y la roca era Cristo” (10:4).

El mismísimo San Agustín explicó este versículo en su artículo 270, con lo siguiente: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra que es tu confesión, que Cristo es el Hijo de Dios viviente, edificaré mi iglesia”. En su artículo 76 también dice: “Los que edifican sobre humanos dicen, yo soy de Pablo, yo soy de Apolos, yo soy de Pedro. Pero los que edifican sobre la confesión de Pedro y la Divinidad de Cristo, dicen: Yo soy de Cristo. Porque la Iglesia está edificada sobre Cristo y no sobre Pedro”.

El Escritor francés Andre Boreau hizo referencia a la explicación de San Agustín con lo siguente:

“Cuarenta padres de la Iglesia y grandes escritores explicaron el mencionado versículo igual que San Agustín, lo que quiere decir que la roca no es Pedro sino la confesión de Pedro de la divinidad de Cristo. Entre estos cuarenta se cuentan diez Papas. “.

Los mismos Apóstoles no aceptaron la superioridad de Pedro sobre ellos. San Pablo dice:

“El hombre es cabeza de la mujer como Cristo es cabeza de la iglesia” (Ef. 5:23).

Pablo no dijo que Pedro es la cabeza de la iglesia. Así también los Concilios Ecuménicos no aceptaron la superioridad papal. En el Credo se recita “Creo en una Sola, Santa, Católica y Apóstolica Iglesia”. La palabra Iglesia significa el conjunto, lo mismo que la palabra Católica, y no se refieren a una sola persona. Si los concilios Ecuménicos hubieran aceptado la superioridad del Papa, lo hubieran incluido en el Símbolo de la Fe, mas no fue así. Este Credo es aceptado por todas las Iglesias Cristianas hasta la actualidad.

El Derecho a la Primacía

El ceder el derecho, al Obispo de Roma, de la Primacía sobre los Obispos de Occidente, así como al de Constantinopla sobre los Obispos de Oriente, fue algo temporal y político, era privilegio de la Capital del Imperio.

Cuando Roma fue la capital del Imperio Romano, su Obispo tenía asiento a la derecha del Emperador, por lo que este lugar temporal le dio el privilegio de la Primacía sobre los demás Obispos de Occidente. Cuando Constantinopla se convirtió en la Capital del Oriente, su Obispo se sentaba a la derecha del Emperador o del Rey, por lo que, por este mismo privilegio temporal, alcanzó los mismos privilegios sobre todos los Obispos de Oriente.

Si hubiera sido motivo religioso, el Obispo de Antioquía hubiera tenido la Primacía sobre todos los Obispos de Oriente y Occidente, por ser el sucesor directo de los Apóstoles Pedro y Pablo, quienes fundaron la Iglesia de Antioquía antes que la de Roma. Hasta la actualidad, algunos de los Patriarcas de la Sede Apostólica de Antioquía, además de su nombre llevan el nombre de Pedro, por considerarse sus sucesores. Siguiendo con el aspecto religioso, la Primacía sería un derecho inequívoco del Obispo de Jerusalén sobre todos los Obispos del mundo, puesto que es él el sucesor de Nuestro Señor Jesucristo que es el Gran Fundador, legítimamente el Primero, de toda la Iglesia Cristiana, quien es inmensamente mayor que Pedro, que Pablo y que todos los Apóstoles juntos.

Nuestra Fe

El Credo o Símbolo de nuestra Fe es una oración en la cual están presentadas, con breves pero exactas palabras, las verdades fundamentales de la fe ortodoxa. El hombre sin fe es comparable a un ciego. La fe le permite al hombre obtener el conocimiento espiritual, que le ayuda a ver y comprender la esencia de lo que pasa a su alrededor, la razón de la creación, la finalidad de la existencia, lo que es correcto y lo que no lo es, hacia donde debe orientarse, etc.

Desde los tiempos apostólicos, los cristianos utilizaban los llamados “símbolos de la fe” (o credos) para recordar las mas importantes verdades de la fe cristiana. En la antigua Iglesia existían varios símbolos de fe sucintos. En el siglo IV, cuando aparecieron las falsas doctrinas acerca de Dios Hijo y el Espíritu Santo, se suscitó la necesidad de completar los símbolos de antaño.

El Símbolo de la fe que estamos tratando fue compuesto por los Padres del Primer y Segundo Concilio Ecuménico (universal). En el Primer Concilio Ecuménico fueron redactados los siete primeros artículos de este Símbolo, y en el segundo, los cinco restantes. El Primer Concilio Ecuménico tuvo lugar en Nicea en el año 325 de la era cristiana, con el fin de afirmar la verdadera doctrina acerca del Hijo de Dios en contraposición a la falsa doctrina de Arrio, que sostenía que el Hijo de Dios fue creado por Dios Padre. El Segundo Concilio Ecuménico fue celebrado en el año 381 en Constantinopla para afirmar la doctrina verdadera del Espíritu Santo en contraposición a la falsa doctrina de Macedonio, que había rechazado la divina dignidad del Espíritu Santo. De acuerdo con los nombres de las dos ciudades en las cuales se reunieron los Padres del Primer y Segundo Concilio Ecuménico, el Símbolo lleva en nombre de Niceo-Constantinopolitano.

El Símbolo de la fe se divide en 12 artículos. En el primer artículo se habla de Dios Padre; desde el segundo hasta el séptimo artículo se habla de Dios Hijo; en el octavo artículo, de Dios Espíritu Santo; en el noveno, de la Iglesia; en el décimo, del bautismo y finalmente, los artículos undécimo y duodécimo expresan la resurrección de los muertos y la vida eterna.

En la teología cristiana la cláusula filioque, o controversia filioque, hace referencia a la disputa entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa por la inclusión en el Credo del término latino filioque que significa: «y del Hijo».

La Iglesia Católica Ortodoxa (Iglesia Oriental) difiere de la Iglesia Católica Romana (Iglesia Occidental) en lo que expone el Credo Niceno acerca del Espíritu Santo. En la forma Ortodoxa (Oriental) se dice: el Espíritu Santo «procede del Padre». En la forma Católica Romana (Occidental) se añaden las palabras: «y del Hijo» (escrito en latín: filioque). La Iglesia Católica Romana confiesa una doble procedencia del Espíritu Santo: «que procede del Padre y del Hijo». La Iglesia Ortodoxa confiesa una sola procedencia «que procede del Padre».

Creo en Un solo Dios, Padre Omnipotente, Creador del cielo y de la tierra, y de todas las cosas visibles e invisibles.

Y en un solo Señor, Jesucristo, Hijo Unigénito de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos; Luz de Luz, verdadero Dios de Dios verdadero, engendrado, no creado, consubstancial al Padre, por quien fueron hechas todas las cosas.

Quien por nosotros, los hombres, y para nuestra salvación, bajó de los cielos, encarnó del Espíritu Santo y de María la Virgen, y se hizo Hombre.

Fue crucificado también para nosotros, bajo Poncio Pilatos; padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las Escrituras; subió a los cielos y está sentado a la diestra del Padre, y vendrá segunda vez, lleno de gloria, a juzgar a los vivos y a los muertos, y su Reino no tendrá fin.

Y en el Espíritu Santo, Señor y Vivificador, que procede del Padre, que con el Padre y el Hijo es juntamente adorado y glorificado, y que habló por los profetas.

Y en la Iglesia que es Una, Santa, Católica y Apostólica. Confieso un solo bautismo para la remisión de los pecados. Espero la resurrección de los muertos y la vida del siglo venidero.

Amén.

El Ayuno en la Iglesia Ortodoxa

Los siguientes son días y períodos de ayuno:

• Todos los Miércoles y Viernes, excepto por aquellos anotados abajo;

• El día anterior a la Fiesta de Teofanía (5 de Enero);

• Semana del Queso (la última semana antes de Cuaresma, donde la carne y el pescado están prohibidos, pero productos lácteos son permitidos incluso los Miércoles y Viernes);

• Gran Cuaresma (Desde el Lunes de Inicio de la Cuaresma hasta el Viernes antes del Sábado de Lázaro, aceite de oliva y vino están permitidos los fines de semana);

• Gran Cuaresma y Semana Santa (Note que la Gran Cuaresma y Sábado Santo es un período de estricto ayuno, durante el cual los fieles se abstienen de aceite de oliva y vino).

• Ayuno de los Santos Apóstoles (desde el Lunes después del Día de Todos los Santos hasta el 28 de Junio, inclusivo);

• Fiesta de la Dormición de la Theotokos (Del 1 al 14 de Agosto, excluyendo el 6 de Agosto, donde pescado, vino y aceite de oliva son permitidos);

• La decapitación de San Juan Bautista (29 de Agosto),

• Exaltación de la Santa Cruz (14 de Septiembre); y

• Cuaresma de Navidad (15 de Noviembre al 24 de Diciembre, aunque pescado, vino y aceite de oliva son permitidos, se exceptúan los Miércoles y Viernes, hasta el 17 de Diciembre).

Los siguientes son días de ayuno en los cuales pescado, vino y aceite de oliva son permitidos:

• La fiesta de la Anunciación de la Theotokos (25 de Marzo, a menos que caiga fuera de la Gran Cuaresma, en la que toda comida esta permitida);

• Domingo de Palmas;

• La Fiesta de la Transfiguración (6 de Agosto); y

• La fiesta de La Entrada de la Theotokos en el Templo (21 de Noviembre).

En los siguientes días, todas las comidas son permitidas:

• La primera semana del Triodion, desde el Domingo del Publicano y el Fariseo hasta el Domingo del Hijo Pródigo, incluyendo Miércoles y viernes;

• Semana Diakainisimos (o Radiante), la siguiente del Domingo de Pascua,

• La semana siguiente de Pentecostés; y

• Desde la Fiesta de la Natividad del Señor (25 de Diciembre) hasta el 4 de Enero.

La Iglesia Ortodoxa: Esencia y misión

Obispo_Ignacio_SamaanPor Obispo Ignacio Samaán

«Ortodoxia»

El término griego ορθοδοξία «ortodoxia» es derivado de dos palabras: ορθή (orthy) que significa «recto», y δοξα (doxa) que tiene los siguientes sentidos: dirección, doctrina, enseñanza, concepto común y gloria. Dicho término fue usado en el lenguaje eclesiástico a partir del siglo IV para indicar la fe recta frente a la herética. El primer Concilio Ecuménico, celebrado en el año 325, determinó la doctrina «ortodoxa» sobre la divinidad de Cristo. En los siguientes seis Concilios Ecuménicos siempre se acudió a este término para significar la única y misma fe cristiana preservada de cualquier desviación. Entonces la palabra «ortodoxo» se referiría a lo mismo que la palabra «católico» καθολικός (κατά όλον) que significa «según todos», lo que indica la fe acordada y confirmada por todos. Por eso, ambos vocablos, durante el primer milenio, no formaban nombres propios de diferentes confesiones –como lo son hoy– sino, más bien, calificativos de autenticidad de la fe.

Occidente y Oriente

La separación eclesiástica entre Oriente y Occidente sucedió oficialmente en el año 1054. En realidad, había iniciado paulatinamente mucho tiempo atrás (desde el Siglo IX). El distanciamiento político, cultural y religioso pavimentó esta separación, cuyas causas inmediatas fueron las dos siguientes:

1. El «Filioque»: frase latina que significa «y del Hijo». Fue añadida en España, en el siglo VI, al Credo Niceno-Constantinopolitano, determinado en los Concilios primero y segundo, «Creo en el Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo.» Esta añadidura, adoptada por Roma, fue rechazada por los otros cuatro patriarcados que estaban en el Oriente (Constantinopla, Alejandría, Antioquía y Jerusalén).

2. La autoridad Papal:  el Papa tenía autoridad espiritual y eclesiástica directa sobre las iglesias del Occidente –y además autoridad política– siendo la única cátedra de origen apostólico en Occidente; mientras en el Oriente, varias ciudades gozaban de tal privilegio, así que nadie tenía autoridad sobre el otro. En realidad, la autoridad únicamente la tuvo el concilio de los obispos, conforme a la Tradición apostólica1. En el Oriente, hasta el día de hoy, ha dominado el concepto de «primus inter pares»: el Patriarca en el sínodo local es primero entre iguales, que preside pero no manda, y el Obispo de Roma, para el Oriente, debía ser un primero entre iguales2. La cabeza de la Iglesia es Cristo Dios, Él es la única Piedra inmortal sobre la cual la Iglesia está edificada.

Profundizaron la separación, aún más, las Cruzadas con las que el latinismo hirió al ya entonces hermano pobre y quiso esclavizarlo, mas lo único que consiguió fue odio y resentimiento. Y los orientales miraban las tradiciones del occidente con mucho rechazo, tal como el celibato obligatorio de los sacerdotes, la celebración de la Eucaristía con pan ácimo, el bautismo con la aspersión en lugar de la inmersión, entre otras.

Énfasis en la espiritualidad ortodoxa

Causa y resultado, a la par, del gran Cisma ha sido el distanciamiento en la visión religiosa y espiritual de la creación en su relación con Dios; un proceso que tuvo origen en los diferentes enfoques de las dos escuelas de Teología, Alejandría y Antioquía. Mientras en aquella se acudió a las interpretaciones alegóricas enfatizando la sublimidad de Dios, en Antioquía la cercanía a Tierra Santa –es decir, a la certeza de los acontecimientos salvíficos realizados– conservó cierta adhesión a la teología de la Encarnación. Por lo que la Iglesia en el Oriente, siguiendo los métodos de la escuela de Antioquía, permaneció lejos de la tendencia platónica y dualista de la escuela de Alejandría, y guardó a la creación material su porción en la obra redentora, deferencia que podemos observar en las siguientes definiciones:

a) Filosofía y teología: La filosofía ha sido una pluma con la que los Padres de la Iglesia determinaron en fórmulas las categorías de la fe. Pero nunca será el medio para alcanzar el conocimiento de Dios. «Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios.»3 Entonces, es alcanzado por la purificación y no por la filosofía. El iluminado quizás filosofa para expresar su fe, pero no es su única expresión. Por eso, en la formación ortodoxa, las clases de filosofía no son anteriores a las de Teología sino incluidas: la teología usa la filosofía, pero la segunda no sondea la primera, pues la teología es sondeada por la oración y el ayuno, por la lectura sagrada y la virtud. Todo estudio teológico procura encauzarse en este «camino».Tres jóvenes, al haber recibido la maestría en Teología, visitaron al padre Paísio en el Monte Athos4. En medio de la charla, él les preguntó lo que hacían. Contestaron: «Somos teólogos.» El padre Paísio comentó con un humor constructivo: «Sabía que los Teólogos son tres –se referiría a los santos Juan evangelista, Gregorio y Simeón el Nuevo Teólogo–, pero he aquí que ya son seis.»

b) Lo material y lo espiritual: lejos del dualismo platónico, la teología ortodoxa ha conservado la línea bíblica de la transfiguración de la materia: «¿No sabéis que vuestro cuerpo es Templo del Espíritu Santo?»5 Dios se ha encarnado para santificar al mundo y a su materia, o sea, para espiritualizarlo; entonces no hay dualismo entre cuerpo y alma, el hombre está destinado a la santidad con todo su ser. La materia en sí es neutral, pero su uso la califica como espiritual (según el Espíritu de Dios) o carnal (según la concupiscencia); el uso es el que clasifica las cosas entre sagradas o profanas. Un monje de la congregación de San Juan, me platicó esta anécdota personal: estaba yo –dice– en la isla de Patmos visitando la cueva donde moraba el santo patrono de la congregación, san Juan el Teólogo; me concentraba en la oración al Santo cuando un ruido inoportuno la interrumpió: he aquí un monje ortodoxo que realiza una actividad ruidosa innecesaria y perturba mi silencio. Traté de ignorarlo y concentrarme más en la oración; al instante, el hombre, vestido todo de negro, me llama y me regala un pedazo de piedra que estaba cortando de la cueva del santo, como una bendición que pudiera yo llevar conmigo. Lo que pensé fuera ruido y desafinación a mi silencio era un gesto de veneración, de amor y de oración.

c) Sacramentos: Los sacramentos (misterios) son puertas por las que el cristiano entra a la vida celestial6, ventanas hacia el Reino de Dios. Lo misterioso de los sacramentos no consiste en que comunican a los iniciados con lo que no a los demás, sino en que permiten al hombre participar, por gracia, de lo que le es incompatible por esencia. En este sentido, el icono es un misterio, así como el canto sagrado, el agua bendita, etc. Pero el misterio de los misterios es la Divina Liturgia, en la que la Iglesia se realiza como el Reino de Dios donde Él es el sentido verdadero de la vida. Cuando Vladimir, príncipe de Kiev, envió a unos embajadores para buscar y conocer la religión verdadera, ellos durante su gira pasaron a Constantinopla y se presentaron en la Liturgia en la Catedral de la Divina Sabiduría, y al regresar le describían su experiencia: «No sabíamos si estábamos en la tierra o en el cielo, porque sobre la tierra no ha de haber belleza semejante a lo que vimos, ¡es imposible describirlo! Lo que sí sabemos es que Dios mora aquí entre los hombres, y que su adoración en este lugar supera cualquier otro. Somos incapaces de ignorar esta belleza, y estamos seguros de que no podremos, después de hoy, seguir viviendo en Rusia de forma distinta.»

d) Arte eclesiástico y Tradición: El arte, entonces, es parte de la índole sacramental. El hombre de Dios cuando escribe, pinta, compone o canta, refleja la luz del Espíritu Santo. Por eso, la Iglesia Ortodoxa no está, como suele pensarse, en contra de la renovación, pero ésta surge de adentro: la renovación no es aplicada según lo que la era demanda, sino según el «Espíritu dice a las iglesias»7. El arte ortodoxo, con sus colores y expresiones, con sus reglas y cánones, procura escribir la única verdad: la santidad que transfigura al mundo en el Reino de Dios, en el lugar de su complacencia. La Iglesia Ortodoxa predica la fe «trasmitida a los santos de una vez para siempre»8 en Dios que se reveló a sí mismo y «puso su morada entre nosotros»9. El día de Pentecostés, el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles, y Él –como el mismo Jesús había dicho– «os guiará hasta la verdad completa»10. Esta misma verdad, revelada y trasmitida de una vez para siempre, ha sido expresada a lo largo y ancho de la historia con sufrimientos y martirios, con fórmulas dogmáticas determinadas por los siete Concilios Ecuménicos, y con homilías y experiencias de hombres de Dios que supieron cómo hacer del Evangelio la ley de su vida. Todas estas «revelaciones del Espíritu» en la Asamblea de los apóstoles, es decir, en la Iglesia, forman lo que es denominado «Tradición». En este sentido, la misma Biblia es parte de ella o, más bien, su piedra angular. Y ser ortodoxo es guardar y asimilar esta Tradición con el fin de transformarse en morada del Espíritu, en testimonio vivo de la Resurrección: en Tradición.

Oriente ortodoxo y misión

La Iglesia Ortodoxa llegó a Europa Occidental y a las Américas con los emigrantes que dejaron sus tierras en búsqueda de una vida digna o huyendo de las persecuciones, como la de los otomanos o del comunismo. La riqueza espiritual del Oriente cristiano se enfrentó con una tarea que, quizá por mucho tiempo y por varios impedimentos, había descuidado: esto es la misión.

La llegada de los ortodoxos al «Occidente» ha despertado muchos anhelos, y ha construido puentes con la cultura occidental. Es impresionante la iniciativa de editoriales católicas romanas en difundir y traducir la literatura ortodoxa contemporánea para darla a conocer en el Occidente; la Iglesia Romana, después de cientos de años de alejamiento, añora un regreso hacia la profunda teología de los Padres Griegos, teología fundada en las mismas Santas Escrituras.

Hay que apreciar y aprovechar los valores que el mundo occidental ofrece, de los cuales la mayoría de los regímenes en el Oriente carece: tolerancia, apertura hacia los demás y libertad de creencia,una visión profundamente cristiana hacia las relaciones humanas. Concluyo con las palabras de un teólogo ortodoxo de origen ruso en Estados Unidos, el padre Alexander Shmeman, aplicándolas a toda misión ortodoxa en el Occidente: «Hay en la cultura americana un elemento básico que hace posible que la Ortodoxia no nada más exista simplemente en América, sino que verdaderamente esté dentro de la cultura americana, en una correlación creativa con ella.»

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1 Véase Hch 15:6-29

2 Cabe mencionar que la primacía de Roma, otorgada en el Primer concilio 325, se originó en razones políticas y administrativas y no religiosas; si no, la primacía hubiera sido de Jerusalén. Véase los siguientes cánones: 6°. Canon del 1er. Concilio Ecuménico (325) / 3°. Canon de 2°. Concilio Ecuménico (381) / 28°. Canon del Cuarto Concilio Ecuménico (451)

3 Mt 5: 8

4 El monte Athos es la cuna más grande del monaquismo en la Iglesia Ortodoxa. Es una península en el norte de Grecia, cuyos casi 10 mil habitantes son exclusivamente monjes, de origen griego, ruso, rumano, chipriota, serbio y de todo el mundo ortodoxo. Oficialmente, el monaquismo en el monte Athos empezó en el siglo IX, y no ha cesado hasta el día de hoy. Se pueden observar en Athos los tres métodos monásticos: la vida cenobítica, en los 20 principales monasterios; la vida eremítica, donde el asceta vive solo; la vida esquítica, ermitas cercanas en cada una de las cuales viven de 2 a 10 monjes con su padre espiritual, y todos los ermitaños se reúnen el día del Señor en el templo que está en el centro del conjunto monástico para celebrar la Divina Liturgia. (Nota del Traductor) (N.T.)

5 1 Cor 6: 17

6 Consúltese Cabasilas, Nicolás, La Vida en Cristo, Madrid, Editorial Rialp Ediciones,

7 Ap 2: 17

8 Jds: 3

9 Jn 1: 14

10 Jn 16: 13

 

El ayuno y el perdón

 
Arch BoulosPor Monseñor Pablo Yazigi
Metropolita de Alepo (Siria)
Texto extraido de:
El Libro de la Palabra, Volumen I, Período del Triodion y Pentecostario, Edición de la Arquidiócesis de Alepo, 2006, pp. 43-45.

“Porque si ustedes perdonan a los hombres sus ofensas, también su Padre celestial les perdonará a ustedes” (Mt 6:14)

Este es el cuarto y último domingo de la temporada preparativa a la Gran Cuaresma, y mañana iniciamos el período bendito de la Gran Cuaresma.

ayuno0En el domingo “del fariseo y del publicano”, Cristo abre las puertas del arrepentimiento e inicia el camino que conduce a la Gran Cuaresma, que es la humildad. En el domingo “del hijo pródigo”, se fija la mirada hacia el Padre, la meta de la Gran Cuaresma. En el domingo “del Día Juicio y de la abstinencia de la carne”, se medita sobre la importancia del prójimo, porque con él se realizarán los “actos de amor”. Y hoy, en el domingo “del perdón”, se da al prójimo el beso de amor para iniciar el ayuno con alegría, reconciliándose con Dios y con el prójimo, y por consiguiente consigo mismo.

* * *

En los oficios y oraciones de este domingo, como así también en el pasaje del Evangelio (Mt 6:14-21), dos temáticas sobresalen. La primera temática se trata de la conmemoración de la expulsión de Adán del Paraíso, quien se había quedado allí llorando. Los himnos y las lecturas bíblicas comparan entre la situación paradisíaca y la situación posterior a la caída, la cual merece realmente el llanto y el arrepentimiento, algo que los himnos reiteran a menudo.

La segunda temática se trata del perdón, o sea pedir perdón a Dios y perdonar al prójimo. Sobre eso nos habla el pasaje del Evangelio, – sobre el perdón de Dios a nosotros, y nuestro perdón a los demás -, justo antes de tratar el tema del ayuno. A través de esta celebración, la Iglesia termina, con el perdón, este período de preparación e inicia la Gran Cuaresma.

Así ambas temáticas, la del llanto por la expulsión de Adán del Paraíso, y la de pedir el perdón de Dios y perdonar al prójimo, se reúnen en un solo tema, que es el ayuno.

¿Acaso no es el hecho de no haber obedecido a Dios y de haber transgredido el mandamiento de ayunar (N.T.: o sea no comer del árbol prohibido) que era la razón que causó la expulsión de Adán del Paraíso? Ahora, el ayuno es la herramienta que va a permitir la reconciliación entre los seres humanos y Dios: el ayuno nos brindará el perdón de Dios a cambio de nuestra transgresión.

* * *

Este domingo nos hace recordar dos eventos. El primero es la expulsión de Adán del Paraíso: es el momento de la separación entre Dios y el hombre, cuya imagen en la Biblia es dura, pues Dios ha puesto un ángel para vigilar la puerta del Paraíso con una espada de fuego en su mano. Es una imagen que deja a entender que la puerta está cerrada ante cualquier intento de reconciliación con Dios, después de que Adán y Eva se descuidaron de “ayunar”. El segundo evento es un anuncio y anticipo del perdón de Dios, otorgado con la esperanza de que los hombres se perdonaran para que se cumpliera completa y definitivamente el perdón divino, como menciona la Biblia claramente. Este será el momento de la “reconciliación” con Dios.

Nos reconciliaremos con Dios por medio del ayuno, el cual hemos de empezar perdonando al prójimo y reconciliándonos con él. Puede ser que sea más fácil ayudar a un pobre o compadecer con un extranjero. Pero lo más difícil es perdonar a nuestro prójimo, – el perdón entre fieles y prójimo -, pues la reconciliación ocurre cuando el amor llega realmente a superar nuestro amor a nosotros mismos y a toda dignidad personal. Es la prueba de que hemos puesto al prójimo no sólo por encima de algunas de nuestras posesiones, sino también por encima de nuestra dignidad, porque, al reconciliarnos con nuestro prójimo, logramos complacer al corazón divino y sentir la paz.

Por ello, la Iglesia estableció en su culto, – y el culto es la forma visible y práctica de vivir la fe -, que todos los cristianos se reunieran en el oficio de las Vísperas del domingo “del perdón”, para que los fieles intercambiaran, al final del oficio, el beso fraterno entre ellos y se abrazaran los unos a los otros, signo de reconciliación y de amor verdadero. Es que la tradición en las Iglesias Ortodoxas prevea que el obispo junto a todos los sacerdotes y fieles se congregaran, en la tarde de aquel día, para celebrar el oficio de las Vísperas, y que se pidieran mutuamente los unos a otros el perdón a fin de iniciar la Gran Cuaresma con alegría y fuerza.

* * *

Después de tratar la necesidad de perdonar al prójimo para obtener el perdón de Dios, el texto bíblico trata el ayuno, el cual debe estar acompañado con señales de alegría y no poner “cara triste” para parecer a la gente que estamos ayunando.

Sí, la Cuaresma no es un período en el que nos torturamos, ni que nos castigamos, tampoco se trata de “pagar” nuestras deudas a Dios. La Cuaresma es el período en el que predomina el amor fraterno, y el sentido de amor a Dios y la luz recibida de Él. El ayuno es el período en el cual nos llenamos de la gracia divina derramada en nuestros corazones y nos alegramos de la presencia de la Gracia en nosotros, a tal punto que “olvidamos de comer nuestro pan” (Salmos 102:4). La Cuaresma es el período en el cual no vivimos compitiendo por un pedazo de pan; es un período en el que nuestro “pan de cada día” se convierte en el pan de los ángeles – es decir la alabanza -, y también en dar a comer al prójimo – es decir el amor.

* * *

Así nos exhorta el oficio de las vísperas celebrado aquel domingo a la tarde: “Empecemos el período del ayuno con gozo, dejándonos libremente a nosotros mismos correr en el sendero de la lucha espiritual; purifiquemos nuestra alma; purifiquemos nuestro cuerpo ayunando de las pasiones tal como ayunaríamos de los alimentos. Gocemos, pues, de las virtudes del Espíritu”.

He aquí un tiempo propicio, he aquí el período del arrepentimiento, el cual podemos empezar con una palabra – “¡Perdóname, hermano mío!” -, e iniciar, con nuestro prójimo, la Gran Cuaresma con el beso de paz. Amén.

 

Purificación Espiritual por el Ayuno y la Misericordia

 

st_leo_I_papaDel sermón 6,1-2 sobre la Cuaresma,
de san León Magno (+461)

Siempre, hermanos, la misericordia del Señor llena la tierra, y la misma creación natural es, para cada fiel, verdadero adoctrinamiento que lo lleva a la adoración de Dios, ya que el cielo y la tierra, el mar y cuanto en ellos hay manifiestan la bondad y omnipotencia de su autor, y la admirable belleza de todos los elementos que le sirven está pidiendo a la criatura inteligente una acción de gracias.

Pero cuando se avecinan estos días, consagrados más especialmente a los misterios de la redención de la humanidad, estos días que preceden a la fiesta pascual, se nos exige, con más urgencia, una preparación y una purificación del espíritu.

Porque es propio de la festividad pascual que toda la Iglesia goce del perdón de los pecados, no sólo aquellos que nacen en el sagrado bautismo, sino también aquellos que, desde hace tiempo, se cuentan ya en el número de los hijos adoptivos.

Pues si bien los hombres renacen a la vida nueva principalmente por el bautismo, como a todos nos es necesario renovarnos cada día de las manchas de nuestra condición pecadora, y no hay nadie que no tenga que ser cada vez mejor en la escala de la perfección, debemos esforzarnos para que nadie se encuentre bajo el efecto de los viejos vicios el día de la redención.

Por ello, en estos días, hay que poner especial solicitud y devoción en cumplir aquellas cosas que los cristianos deben realizar en todo tiempo; así viviremos, en santos ayunos, esta Cuaresma de institución apostólica, y precisamente no sólo por el uso menguado de los alimentos, sino sobre todo ayunando de nuestros vicios.

Y no hay cosa más útil que unir los ayunos santos y razonables con la limosna, que, bajo la única denominación de misericordia, contiene muchas y laudables acciones de piedad, de modo que, aun en medio de situaciones de fortuna desiguales, puedan ser iguales las disposiciones de ánimo de todos los fieles.

Porque el amor, que debemos tanto a Dios como a los hombres, no se ve nunca impedido hasta tal punto que no pueda querer lo que es bueno. Pues, de acuerdo con lo que cantaron los ángeles: Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor, el que se compadece caritativamente de quienes sufren cualquier calamidad es bienaventurado no sólo en virtud de su benevolencia, sino por el bien de la paz.

Las realizaciones del amor pueden ser muy diversas y, así, en razón de esta misma diversidad, todos los buenos cristianos pueden ejercitarse en ellas, no sólo los ricos y pudientes, sino incluso los de posición media y aun los pobres; de este modo, quienes son desiguales por su capacidad de hacer limosna son semejantes en el amor y afecto con que la hacen.

Sobre la Muerte y la Resurrección de Cristo

Alexander_SchmemannProtopresbitero Alexander Schmemann

La Iglesia antigua sabia, y lo sabia aun antes de poder explicar y expresar su conocimiento bajo forma de teorías racionales y coherentes, que en el bautismo nosotros realmente morimos y resucitamos con el Cristo, porque tal era su experiencia intima del misterio bautismal. Actualmente, si queremos que el bautismo reencuentre en el seno de la Iglesia el lugar y la función que tenia en su origen, debemos volver a este conocimiento sacramental que iluminaba toda la vida de la Iglesia antigua con un gozo inefable y la tornaba pascual y bautismal.

Y entonces, surgen algunas preguntas, preguntas capitales: ¿como hacemos para morir a semejanza del Cristo? ¿Como hacemos para resucitar a la manera de Su Resurrección? ¿Y por que eso y solo eso nos permite entrar en la vida nueva en El y con El?

 La respuesta a estas preguntas nos la provee esta revelación esencial que con-cierne a la propia muerte del Cristo, muerte voluntaria. “…Yo pongo mi vida para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar” (Jn 10:17-18) La Iglesia nos enseña que en Su humanidad sin pecado, el Cristo no estaba naturalmente sujeto a la muerte, que El estaba enteramente liberado de la mortalidad humana, que es nuestro destino común e inevitable. El no tenia que morir, si murió es simplemente porque El quería morir, había elegido morir, había decidido morir. Es el carácter voluntario de esta muerte, la muerte del Inmortal, lo que hace de ella una muerte redentora que logra nuestra salvación, la llena de poder redentor. Pero antes de responder a la pregunta relativa a la relación entre la muerte del Cristo y nuestra propia muerte bautismal debemos volver a reencontrar la significación real del deseo de morir del Cristo.

Resurrección

Digo volver a encontrar porque, por extraño que parezca, la gran herejía de nuestro tiempo trata justamente sobre la muerte. Es allí, en esa preocupación tan evidentemente esencial para la fe y la piedad, que una metamorfosis paradojal, aunque casi inconsciente, parece haberse producido y que prácticamente ha ocultado a nuestros ojos la noción y la experiencia esencialmente cristianas de la muerte. Para hablar en términos simples, y tal vez demasiado simples, esta herejía reside en el abandono progresivo por los cristianos del sentido y del contenido espirituales de la muerte – de la muerte en cuanto realidad esencialmente espiritual y no solamente biológica; para una mayoría impresionante de cristianos la muerte significa únicamente la muerte física, el fin de esta vida.

Entonces mas allá de este fin, postulamos y afirmamos otra vida puramente espiri-tual y sin fin – la vida del alma inmortal, y así la muerte es un pasaje natural de una a la otra. En esta concepción que no es de hecho para nada diferente de toda la tradición platónica e idealista y espiritualista, lo que se torna cada vez menos comprensible, cada vez menos existencial y que impregna cada vez menos la fe, la piedad y la vida, es la afirmación cristiana inicial de la destrucción de la muerte por el Cristo “Él ha vencido la muerte por la muerte,” el gozo propiamente cristiano tan manifiesto en la Iglesia antigua ante la abolición de la muerte (“…La muerte ha sido sorbida en victoria. Sepulcro, donde esta tu victoria? Muerte, ¿donde esta tu aguijón?” 1 Co 15:54-55), tan manifiesta todavía en nuestra tradición litúrgica (“El Cristo ha resucitado y nadie mas permanece en la tum-ba”) Es como si la Muerte y la Resurrección del Cristo fueran acontecimientos en si mis-mos que deben ser recordados, celebrados, festejados sobre todo el Viernes Santo y en Pascua, pero sin ninguna relación realmente existencial con nuestra propia muerte y después de la muerte a la cual nosotros nos acercamos, y que concebimos en una perspectiva completamente distinta de la muerte natural o biológica, y de una inmortalidad igualmente natural, aunque espiritual. La muerte concierne al cuerpo, la in-mortalidad al alma y el cristiano al no rechazar abiertamente la fe inicial y al encomendarse a ella, no sabe en realidad qué hacer con la destrucción de la muerte y con la resurrección del cuerpo; no sabe cómo relacionar estas nociones con su propia experiencia de vida y su universo mental, que a menudo combina (como sucede en los movimientos pseudo-espirituales de nuestro tiempo) el positivismo y el espiritualismo, pero que es casi totalmente cerrado a la experiencia cósmica y escatológica de la Iglesia primitiva.

Las razones de estas divergencias, de esta herejía tan general, aunque casi in-consciente, son bastante evidentes. Son para emplear un termino moderno, semánticas, aunque a un nivel profundamente psicológico y espiritual. El hombre moderno, aun cristiano, para quien la muerte es un fenómeno puramente biológico, no entiende la afirmación del Evangelio sobre el tema de la destrucción y la abolición de la muerte, porque en este nivel biológico la muerte del Cristo no cambio la muerte. La muerte no ha sido ni destruida ni abolida, sigue siendo la misma ley inevitable tanto para los santos como para los pecadores, para los creyentes como para los ateos, el mismo principio orgánico de la existencia misma del mundo. El Evangelio cristiano no parece aplicar la muerte tal como la comprende el hombre moderno, de manera que este ultimo deja tranquilamente el Evangelio de lado y vuelve a la antigua dicotomía que el juzga mucho mas aceptable: mortalidad del cuerpo, inmortalidad del alma.

Lo que el hombre moderno no comprende, a lo que se ha vuelto sordo y ciego, es a la visión cristiana fundamental de la muerte según la cual la muerte biológica o física no es toda la muerte, ni siquiera su esencia ultima. En esta visión cristiana, en efecto, la muerte es ante todo una realidad espiritual que podemos conocer mientras que estamos en esta vida y de la cual podemos liberarnos cuando estamos acostados en la tumba. La muerte, aquí, es el hecho de separarse de la vida, lo que significa separarse de Dios, quien es el único Donador de vida, ya que El mismo es la Vida. La muerte es lo contrario no de la inmortalidad – ya que así como el hombre no se creo a si mismo, el hombre no tiene el poder de aniquilarse a si mismo, de volver a esa nada de la cual el ha sido traído a la existencia por Dios y en este sentido es inmortal, sino de la verdadera vida “que era la luz de los hombres” (Jn 1:4) Esta verdadera vida, el hombre tiene el poder de rechazarla y así morir de manera de que su inmortalidad misma se vuelve muerte eterna. Y esta vida, él la ha rechazado: allí esta el pecado original, la catástrofe cósmica inicial que conocemos no en el plano de la historia, no racionalmente, sino por medio del sentido religioso, de esta misteriosa certeza interior en el hombre de que ningún pecado podrá jamas destruir, que lo empuja siempre y en todas partes a buscar la salvación.

De esta manera la muerte total no es el fenómeno biológico de la muerte, sino la realidad espiritual cuyo “aguijón de la muetre es el pecado” (1 Co 15:56) – el rechazo por el hombre de la única vida verdadera que le ha sido dada por Dios. “El pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte” (Rm 5:12) No hay otra vida que la vida en Dios, aquel que la rechaza muere porque la vida sin Dios es muerte. Eso es la muerte espiritual, la que llena toda la vida del sentimiento de la muerte y que, al ser separación de Dios, transforma la vida del hombre en soledad, sufrimiento, temor e ilusión, servidumbre del pecado y odio, sin sentido, avidez y vacío. Es esta muerte la que hace que el hombre muerto físicamente este verdaderamente muerto, consecuencia ultima de una vida cargada de muerte, horror de el más allá (scheol) bíblico o la sobrevida en si misma, la inmortalidad en si misma no son mas que “presencia de la ausencia,” separación total, soledad total, tinieblas totales. Y en tanto nosotros no volvamos a encontrar esta visión y este sentido cristianos de la muerte, de la muerte en tanto que ley y poseedores horribles de nuestra “vida muerta” (y no solamente de nuestra muerte), de la muerte “que reina en este mundo” (Rm 5:14), no estaremos en situación de comprender el significado de la Muerte del Cristo para nosotros y para el mundo, ya que el Cristo vino para destruir y suprimir esta muerte espiritual, para salvarnos de esta muerte espiritual.

Recién ahora que hemos comprendido esto es que podemos percibir el significado crucial de la muerte voluntaria de Cristo, de su deseo de morir. El hombre muere porque ha querido la vida por ella misma y en si misma, dicho de otra manera, porque se amo a si mismo y ha amado a su vida mas de lo que ha amado a Dios. Esta voluntad es el objeto mismo de su pecado y entonces es la razón profunda de su muerte espiritual, su aguijón. La vida del Cristo, al contrario, esta hecha enteramente, totalmente, exclusivamente, de su deseo de salvar al hombre, de liberarlo de esta muerte en la cual él ha transformado su vida, de devolverle esta vida que él ha perdido por el pecado. Su voluntad de salvar es la fuerza misma de este amor perfecto por Dios y por el hombre, de la total obediencia a la Voluntad de Dios, cuyo rechazo ha arrastrado al hombre al pecado y a la muerte. Entonces Su vida es realmente ejemplo de muerte. No hay muerte en ella porque ella esta enteramente llena del único deseo de Dios, porque ella es toda entera en Dios y en el amor de Dios. Y como Su deseo de morir no es mas que la expresión y la realización ultima de este amor y de esta obediencia, como Su muerte no es otra cosa que amor, nada mas que voluntad de destruir la soledad, la separación de la vida, las tinieblas y la desesperanza de la muerte, nada mas que amor por aquellos que están muertos, no hay “muerte” en la muerte del Cristo al ser Su muerte la manifestación ultima del amor en tanto que vida, y de vida en tanto que amor, retira de la muerte el aguijón del pecado y destruye verdaderamente la muerte en tanto que poder de Satán y del pecado sobre el mundo.

El Cristo no suprime, no destruye la muerte física, porque El no suprime este mundo cuya muerte física es no solo una parte, sino el principio mismo de vida y de crecimiento. Pero El hace mucho mas: al retirar de la muerte el aguijón del pecado, al abolir la muerte en tanto que realidad espiritual, al llenarla de Si mismo, de Su amor, y de Su vida, El hace de la muerte, que era realmente separación de la vida y perversión de la vida – un gozoso y resplandeciente pasaje – la Pascua hacia una vida mas plena, una comunión mas total, un amor mas absoluto “Para mí, dice S. Pablo, el vivir es Cristo y el morir es ganancia” (Flp 1:21) El no habla de la inmortalidad de su alma, sino del sentido nuevo, totalmente nuevo de la muerte – de la muerte en el sentido de ser con el Cristo, de la muerte en el sentido en que ella se transforma en nuestro mundo mortal en la manifestación de la victoria del Cristo. Para aquellos que creen en Cristo y viven en El, no hay ya muerte, “Sorbida es la muerte en victoria” (1 Co 15:54) y cada tumba contiene no a la muerte sino a la vida.

Volvamos ahora al bautismo y a la cuestión que nos hemos planteado sobre su asimilación a la muerte y a la resurrección del Cristo y sobre la significación real de esta asimilación. Porque recién ahora podemos comprender que esta asimilación – antes de ser cumplida por el rito – esta en nosotros, en nuestra fe en Cristo, en nuestro amor por El y en consecuencia en nuestro deseo de aquello que El ha deseado. Creer en Cristo significa y siempre ha significado no solo confesarlo, no solo recibirlo, sino ante todo darse a El. Tal es el sentido de Su mandamiento según el cual debemos seguirlo. Y no hay otra manera de creer en El, que la de aceptar Su fe como nuestra fe, Su amor como nuestro amor, Su deseo como nuestro deseo, ya que no hay un Cristo fuera de esta fe, de este amor, de este deseo; solo al compartirlo con El podemos conocerlo, a El que es esta fe y esta obediencia, este amor y este deseo. Creer en El y no creer en aquello en lo que El ha creído, no amar lo que El amo y no desear lo que El deseo, es no creer en El. Separarlo del contenido de Su vida, esperar de El milagros y una ayuda sin hacer lo que El hace y finalmente llamarlo “Señor” y adorarlo sin hacer la voluntad de Su Padre no es creer en El. Nosotros estamos salvados, no porque creemos en Su poder “sobrenatural” –¡tal fe El no la desea! – sino, porque aceptamos con todo nuestro ser y hacemos Suyo el deseo que llena Su vida, que es Su vida y que al fin de cuentas lo lleva a descender a la muerte y a suprimirla.

El deseo de cumplir, de realizar la fe de tal manera que pueda ser realmente califi-cada y sentida como muerte y resurrección, es entonces el primer fruto, el primer efecto de la fe en si misma, de la asimilación a la fe del Cristo: en efecto, es imposible conocer al Cristo sin desear estar completamente liberados de este mundo, que el Cristo nos revelo como esclavizado por el pecado y la muerte y al cual El mismo al vivir en el, ha estado realmente muerto, suficientemente muerto a “los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida” (1 Jn 2:16) que llenan y determinan este mundo y a la muerte espiritual que reina en el. Es imposible conocer al Cristo sin desear estar con El donde El esta. Y El no esta en este mundo que pasa, este mundo no le pertenece. El subió a los cielos – no a algún otro mundo ya que el cielo, en la fe cristiana, no es en otro lugar, sino la realidad misma de la vida en Dios, de la vida totalmente liberada del estado que conduce a la muerte, de ese estado de separación de Dios, que es el pecado de este mundo. Estar con Cristo es tener esta nueva vida – con Dios y en Dios, que no es de este mundo y seria imposible al menos como lo dice San Pablo – en términos tan sencillos y sin embargo tan incomprensibles para el cristiano moderno, “habeis muerto y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Col 3:3) Para terminar, es imposible conocer al Cristo sin desear beber de la copa de la que El bebió y ser bautizado con el bautismo que fue el Suyo (Mt. 20:22), sin desear en otros términos este ultimo encuentro y este ultimo combate con el pecado y la muerte que lo hizo dar Su vida para la salvación del mundo.

De esta manera, la fe en si misma no solo nos impulsa a querer morir con Cristo, sino que es ella misma este deseo. Sin este deseo la fe no es mas la fe sino una simple ideología tan sujeta a caución, tan aleatoria como cualquier otra. Es la fe que llama al bautismo, es la fe que sabe que el bautismo es realmente la muerte y la resurrección con el Cristo.

P. Alexander Schmemann

Extraído del libro De agua y de Espíritu: Estudio litúrgico del bautismo.

 

A cerca del “Evangelio de Judas”

A CERCA DEL “EVANGELIO DE JUDAS”
EL ABUSO DE LAS VERDADES DEL EVANGELIO PARA CREAR UN EVENTO MEDIÁTICO

Por Dr. Daniel Ayuch
Profesor Asociado de Sagradas Escrituras
Instituto de Teología San Juan Damasceno
Universidad del Balamand
www.danielayuch.com

 

Traicion_de_JudasDurante el mes de Abril de 2006 el canal de televisión National Geographic emite asiduamente (dos veces por semana) un documental titulado “El evangelio de Judas.” El tema de este programa ha sido ampliamente difundido en las revistas y diarios nacionales e internacionales y pone en tela de juicio la historicidad del Nuevo Testamento y la credibilidad de la doctrina de la Iglesia. En el período en que los cristianos del Oriente y Occidente festejan la fiesta más importante del año, la Pascua de Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, una vez más los medios de comunicación se interponen para distraer la atención hacia temas que intentan poner en duda el valor de los tesoros tradicionales del Cristianismo. Esta vez, a diferencia del best seller de Dan Brown o del taquillero film de Mel Gibson, la atención recae sobre la persona de Judas y lo que se dio a llamar como “El evangelio de Judas.” Cuál es el origen de este documento, cuándo y dónde fue escrito, qué contiene y qué relevancia tiene para el Cristianismo y para la comunidad científica, son algunas de las preguntas que trataremos en este artículo. Por otra parte discutiremos algunas de las especulaciones más defendidas por el programa televisivo.

La única copia del “evangelio de Judas” que conocemos hasta ahora fue encontrada en una gruta cercana a la ciudad de Minia (Egipto) en los años setenta del siglo pasado. Un anticuario de Zurich la compró en el año 2000. El manuscrito se compone de 31 páginas escritas en copto, que es una lengua egipcia antigua del tiempo del imperio romano y con grandes influencias del griego clásico. Un equipo de investigadores bajo la dirección del profesor Rudolf Kasser, profesor de copto y emérito de la Universidad de Ginebra, trabajaron en la restauración y traducción del mismo. A través de la prueba del Carbono 14 pudieron ubicar el manuscrito en el período que va de la segunda mitad del siglo tres hasta la primera mitad del siglo cuatro después de Cristo. Existe un número importante de manuscritos descubiertos en Egipto, tales como el evangelio de Tomás, el evangelio de los egipcios, el evangelio de Felipe, el evangelio de María Magdalena, el evangelio de la verdad. Estos documentos que se dieron a llamar “evangelios” forman parte de la famosa biblioteca de Nag Hammadi que fue descubierta en 1945 y cuyos textos fueron publicados en traducciones completas por primera vez a partir de 1978.

Todos estos escritos coptos descubiertos en la modernidad pertenecen a las comunidades gnósticas que eran particularmente importantes en Egipto antiguo. El término gnóstico proviene del griego gnosis que significa conocimiento. Los gnósticos creían en la existencia de una fuente superior de la bondad llamada la Mente Divina. Cada ser humano lleva consigo una chispa de esta mente divina pero el mundo material le imposibilita reconocerla. Para los gnósticos no era suficiente afirmar que el mundo material es inferior, tal como enseñaban la mayoría de los sistemas filosóficos griegos, sino que iban mas allá y señalaban que este mundo material es malo, sea cual fuera la causa de su existencia: Satanás, un dios creador, un demiurgo o un dios malo. Todas las cosas en relación con la materia, tales como el cuerpo, el matrimonio y las relaciones sexuales, son intrínsicamente malas.

Una de las mayores diferencias entre el Cristianismo y el gnosticismo radica en la doctrina del origen del mal en el mundo. Los cristianos creen que Dios es bueno y que creó un mundo bueno. El hombre ha abusado de la libertad otorgada y ha introducido el pecado y la corrupción al mundo; lo que causó el sufrimiento y el desorden. Los gnósticos, sin embargo, atribuían la existencia del mal al dios creador, quien tuvo la intención de establecer un mundo corrupto. Así, éstos entendían que algunos de los personajes del Antiguo Testamento eran realmente modelos a pesar de los malos actos que cometieron en sus vidas. Mencionemos por ejemplo a Caín que mató a su hermano Abel y a Esaú que cambio su primogenitura por un plato de lentejas y persiguió por años a Jacob. Por lo tanto, la persona de Judas y su rol desfavorable en contra de Jesús cuadra perfectamente en el pensamiento gnóstico que enseña el consentimiento divino a la existencia del mal en el mundo. Esto explica porqué la iglesia primitiva rechazó estas doctrinas que disienten por completo con la visión cristiana de la creación. Cualquier conclusión que intente explicar este rechazo de otra manera es muy probablemente una lectura ficticia y tendenciosa de los hechos.

Las agrupaciones gnósticas eran de carácter elitista, cerradas al mundo y sólo dispuestas a adoctrinar a sus iniciados. Se consideraban elegidos y diferentes de cualquier otro tipo de grupo religioso. Ésa es la razón principal por la que la literatura gnóstica permaneció secreta y oculta. Resultaría impreciso clasificar a los documentos gnósticos como escritos meramente “cristianos” puesto que el gnosticismo era un movimiento sincretista, es decir que combinaba las creencias de diferentes religiones y escuelas filosóficas tales como el Cristianismo, el Judaísmo, las religiones romanas y la filosofía griega. El “evangelio de Judas” pertenece a esta categoría de documentos y tiene un gran valor histórico para aquellos que investigan las creencias gnósticas pero no suponen ningún desafío para el cristianismo tal como lo enseña la iglesia.

Lo que el documental anteriormente mencionado afirma a cerca del “evangelio de Judas” es más que afín a las creencias del gnosticismo. En este escrito, Judas es el único que sabe y conoce. Por ello, es él quien recibe de Cristo la orden de “sacrificarás el hombre que me reviste.” Efectivamente, este texto gnóstico muestra un Jesús que está lejos de ser un verdadero hombre, sino que más bien se reviste de un cuerpo humano del cual Judas habrá de liberarlo. Además, Judas sabe que toda la humanidad lo rechazará para siempre, a excepción de los gnósticos que lo conocen y saben el contenido de su evangelio.

San Ireneo de Lyon (mártir en el 200 d.C.) mencionó la existencia de las agrupaciones gnósticas en su libro “contra las herejías.” Allí escribió a cerca de una secta llamada de los cainitas. En el libro 1, capítulo 31 San Ireneo menciona que los cainitas insistían en el conocimiento especial de Judas y que este último cumplió una misión secreta cuando entregó a Jesús a las autoridades judías y que todo esto estaría mencionado en un relato ficticio que ellos dieron el nombre de evangelio de Judas. Sin embargo, nosotros no podemos afirmar con certeza que “el evangelio de Judas” mencionado por Ireneo sea el mismo documento que tenemos ahora y que es estudiado por el documental de la National Geographic. Todavía se desconoce la fuente de este documento: ¿fue escrito en griego primeramente y luego traducido al copto o es que se trata de un texto copto auténtico?

¿Qué veracidad histórica tendría entonces “el evangelio de Judas”? Si consultamos los Evangelios canónicos veremos que los mismos están en desacuerdo respecto a la causa que llevó a Judas a entregar a Jesús. Mateo relata que Judas entregó a Cristo por dinero (Mt 26:14-15), mientras que Marcos no menciona la razón. Lucas y Juan afirman que Satanás entró en él y lo llevó a entregar a Cristo (Lc 22:3; Jn 13:27). Tampoco encontramos un relato unificado a cerca de la muerte de Judas. Según el Evangelio de Mateo, Judas se ahorcó (Mt 27:5). Por otra parte, Hechos de los Apóstoles menciona que Judas “adquirió un terreno, y cayendo de cabeza se reventó por el medio, y todas sus entrañas se derramaron” (Hch 1:18). Las diferencias de detalle en estos relatos se deben sobre todo al hecho de que el Nuevo Testamento no se preocupa tanto por demostrar la veracidad histórica de lo que narra, sino que más bien le interesa remarcar su sentido teológico. En los relatos es común denominador que fue Judas quien lo entregó y que Judas después se separó del grupo de los 12 apóstoles. Estos dos puntos toman aún mayor veracidad histórica gracias al contenido de las divergencias del detalle porque confirman tradiciones diferentes que dan un testimonio común. Esto es lo que la historiografía moderna llama el principio del testimonio múltiple. Finalmente, los autores del Nuevo Testamento presentan en todos los casos una lectura “creyente” más que meramente histórica. Esta lectura creyente se completa en la totalidad del canon bíblico y no en una lectura tendenciosa de un solo pasaje.

Aquí llegamos a un punto delicado en las deducciones del documental publicado: el Nuevo Testamento y especialmente el Evangelio de San Juan serían responsables de las diferentes acciones antisemitas cometidas contra el pueblo judío a lo largo de la historia. Y se deduce que el Evangelio de Judas podría ahora aportar un cambio puesto que este personaje (cuyo nombre en hebreo es muy similar al de “judío”) rescataría su rol positivo entre los discípulos. Este tipo de análisis está completamente fuera de contexto y se entiende solamente si se aplica un método de interpretación literal a las Escrituras. Además, si aplicásemos el mismo método exegético literal en el Antiguo Testamento, se podría llegar a deducir que el Antiguo Testamento enseña el odio contra las naciones no judías, o que justifica matar para conseguir una tierra supuestamente otorgada por derecho divino. Es por ello que los textos de la Biblia no pueden ser leídos sino dentro de su contexto canónico según lo ha dispuesto la Tradición de la Iglesia y haciendo uso de la razón y el espíritu crítico. Ni el Nuevo Testamento ni ningún texto bíblico permiten el odio contra el ser humano, ni enseñan el racismo ni la discriminación. Basta con decir la síntesis de la interpretación de las Escrituras que Jesús nos presenta en Mateo:

Pero al oír los fariseos que Jesús había dejado callados a los saduceos, se agruparon; y uno de ellos, intérprete de la ley, para ponerle a prueba le preguntó: Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento de la ley? Y Él le dijo: AMARÁS AL SEÑOR TU DIOS CON TODO TU CORAZÓN, Y CON TODA TU ALMA, Y CON TODA TU MENTE. Éste es el grande y el primer mandamiento. Y el segundo es semejante a éste: AMARÁS A TU PRÓJIMO COMO A TI MISMO. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas. (Mt 22:34-40)

Aquí vemos un Jesús que enseña que la relación del ser humano con Dios y con el prójimo está basada principalmente en el amor tal como lo entienden las Sagradas Escrituras. Sin duda, el Evangelio de Judas presenta una interpretación muy diferente de Jesús. Una interpretación que el evento mediático de hoy intenta llamar “auténtica”. Sobre todo el documental del que todo el mundo habla hoy, se vale de la polisemia de la palabra “auténtico” para confundir más y más al espectador. ¿Que significado tiene decir que el manuscrito sea auténtico? ¿Es que acaso se insinúa que fue Judas quien lo escribió? ¿O que el relato a cerca de quién es Jesús es auténtico? ¿O simplemente significa que el manuscrito es auténticamente un escrito gnóstico de la antigüedad, y mas precisamente de los siglos III o IV d.C.? Los especialistas saben que es éste el único grado de autenticidad que se le puede otorgar al manuscrito y que pensar en una autoría auténtica o en un relato auténtico de la persona de Jesucristo o de los apóstoles está muy lejos de ser probable.

Sin duda alguna, los resultados de la investigación a cera del “evangelio de Judas” contribuirán con su grano de arena para una mejor comprensión de los movimientos religiosos y filosóficos del imperio romano contemporáneos al Cristianismo antiguo. Por otra parte, el manuscrito difícilmente contribuirá al conocimiento que ya tenemos de Judas Iscariote, puesto que no se fundamenta en hechos históricos creíbles. Además, este documento no afecta en lo más mínimo la esencia de la fe cristiana a pesar de lo sostenido por la propaganda del programa televisivo.

La insistencia permanente de los productores del programa a cerca de una probable conspiración por parte de la Iglesia para impedir la revelación de algunos hechos privados de Jesús y sus discípulos y cuyo iniciador habría sido el mismo San Ireneo, carece por supuesto de todo fundamento científico e histórico; aún cuando las teorías de conspiración resulten tan atractivas para las casas editoriales y para los grandes productores cinematográficos. En realidad, cualquier ciudadano puede comprar una copia de los evangelios gnósticos en una buena librería.

Las teorías de conspiración han resultado ser muy remunerativas en los años noventa cuando el aparato mediático internacional insistió en revelar los “secretos” de los manuscritos de Qumrán, también llamados los manuscritos del Mar Muerto. También el libro de Dan Brown que pretendió revelar “los secretos” de Jesús y la Iglesia, resultó ser un suceso sin precedentes en el mercado. No es casualidad que la fecha elegida para revelar los textos del “evangelio de Judas” coincida con las celebraciones de Pascua y poco antes del lanzamiento mundial de la película “El código Da Vinci” programado para el 19 de Mayo de 2006. Esta estrategia de marketing conduce a la gente a la fiebre del consumo colectivo, lo cual trae consigo grandes ganancias para la industria mediática aún cuando todo esto sea a expensas del Evangelio y la Fe Cristiana.

Cabe agregar finalmente, que este tipo de teorías a cerca de Judas no son nuevas. Son muchas las variantes de Judas que han ido surgiendo en la modernidad ya cansada de la clásica idea de un Judas traidor que fue tan desgastada por las artes y la literatura. Así por ejemplo, tenemos el musical Jesucristo Superstar de 1973 en el que Judas está representado por un hombre negro que dice al entregar a Jesús: “En verdad, no he venido aquí por mi voluntad” insinuado su desacuerdo a la entrega. También se puede mencionar la novela de Nikos Kazantzakis “La última tentación de Cristo” de 1951 que fue llevada al cine por Martin Scorsese en 1988. En ambas obras, Judas es un poco la conciencia de Cristo y le insta a llevar a cabo su misión mesiánica, es decir, organizar una revuelta con el pueblo a partir de Jerusalén. En este contexto podemos mencionar también la famosa novela de Taylor Caldwell titulada “Yo, Judas” de 1977.

Desde hace mucho tiempo que las acusaciones en contra de la Biblia se han ido incrementando. Mas aún, desde fines del siglo pasado los textos que ponen en duda algunos aspectos de la persona de Jesucristo también se han multiplicado. Sin embargo, la Biblia permanecerá siempre inmutable frente a estos desafíos puesto que su mensaje es consistente y coherente en todos sus componentes. El objetivo principal de la Biblia es proclamar el amor divino y las obras que Dios hizo por el hombre a través de Jesucristo y el Espíritu Santo en la Iglesia. Quien haya estudiado científicamente la Biblia sabe muy bien que es imposible considerarla como un libro que falte a la verdad o que lleve a la confusión; muy por el contrario, la Biblia es un libro genuino y auténtico que se dirige a toda la humanidad y que llama a contemplar las buenas cosas que Dios puso en el corazón de los hombres y en toda la Creación.

Dr. Daniel Ayuch

18 Abril 2006

Penitencia y Confesión

El artíclulo, escrito por el Archimandrita Ignacio Samaán, es tomado del libro “Atrios del Señor”, Editado por nuestra Arquidiócesis

confesion

 

Misterio

La palabra misterio, en el sentido sacramental, indica la entidad o realidad que está oculta a los no creyentes, y que es concebida y asimilada en la comunión de la Iglesia. San Nicolás Cabasilas describe los Sacramentos como canales celestiales por medio de los cuales el Señor introduce a los fieles en su Reino, una puerta que se nos abre a la Presencia del Señor.

El Misterio, a fin de cuentas, es la providencia salvífica de Dios, es Cristo (Col 2: 3), «el misterio mantenido en secreto durante siglos eternos» (Rom 16: 25. Véase también Ef 1: 9-10; Ef 3: 5, 6, 9), es el misterio del amor infinito de Dios. Toda obra efectuada en el Espíritu Santo por la edificación de la comunidad es un misterio en la concepción ortodoxa.

Penitencia

El vocablo griego μετάνεια (metania), que significa «penitencia», está compuesto por dos palabras: μετα cuyo significado es «cambio», y νοός que indica «el ojo espiritual del alma», por lo que la penitencia es el cambio de mentalidad, actitud y curso de vida. Es un cambio existencial realizado no por fuerzas humanas, sino por el poder divino. Esta penitencia verdadera es un retorno del ser humano hacia su estado natural. Cuando el hombre vuelve a su propia naturaleza, la comunión con Dios se hace posible y se efectúa la reconciliación.

Los Padres aseguran que ella ha de ser constante hasta la muerte. Dice san Isaac el Sirio: «La penitencia es necesaria para cualquiera que procura la Salvación, sea pecador o justo; porque la perfección no conoce límites. Aún la perfección de los adelantados espiritualmente mengua. Por eso la penitencia no cesa sino hasta la muerte.» La literatura monástica nos platica de san Sisoe: cuando estaba por apartarse de este siglo, su rostro radiaba como el sol. Los padres lo cercaban y él les dijo: «He aquí que veo a los ángeles acercándose para llevarme, y yo les suplico me dejen un rato más para arrepentirme.» Los ancianos le decían: «Tú no necesitas de arrepentimiento, padre nuestro.» Les contestó: «En verdad, dudo si lo he iniciado.» Entonces todos comprendieron qué sublime estatura de santidad había alcanzado.

Y para comprender la constancia de la penitencia, hay que deshacerse de la concepción superficial que la identifica con mera culpabilidad por cierta actitud dañina, o con un dolor o temor ante heridas que nos podemos haber provocado a nosotros mismos o al prójimo. Si bien estos sentimientos son elementos necesarios, no son en sí la penitencia total, ni siquiera su dimensión más esencial. La penitencia no necesariamente es una crisis emocional, sino es la centralización de nuestra vida con base en un eje nuevo: la Santa Trinidad. San Teófano el Recluso dice: «Mientras la habitación esté inmersa en la oscuridad, jamás advertiremos su inmundicia; pero en cuanto sea iluminada con una luz vigorosa, podremos ver hasta el grano de polvo más minúsculo. Lo mismo pasa en la habitación de nuestra vida, pues el orden de las cosas no consiste en arrepentirse para luego comprender a Cristo sino, más bien, la luz de Cristo que penetra en nuestra vida nos hace percibir de un modo verdadero nuestro pecado personal.» Da testimonio de este orden espiritual la visión del profeta Isaías: primero observa al Señor sentado en el Trono y escucha a los Serafines decir: «¡Santo, Santo, Santo!», luego se lamenta diciendo: «¡Hay de mí, que estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros!» (Is 6: 1-5) El inicio de la penitencia es observar la belleza y gloria de Dios, no la fealdad y miseria mía. San Pablo dice: «La tristeza que es según Dios produce un irreversible arrepentimiento para la Salvación» (2Cor 7: 10). Entonces, no se trata de una tristeza melancólica que mira hacia nuestros defectos sino arriba, hacia el amor de Dios; no atrás con remordimiento y culpabilidad sino adelante con confianza y gratitud; no observamos lo que no hemos podido cumplir, más bien, lo que podremos realizar por la Gracia de Cristo.

La vida cristiana no consiste en acatar ciertos mandamientos, porque la ley antigua se transformó en ley espiritual escrita sobre las tablas de nuestro corazón. Obedecemos, pues, a Dios no por temor ni buscando recompensas, sino porque lo amamos. Nos arrepentimos no porque hemos trasgredido cierta ley sino porque buscamos constantemente a Dios. Pecamos no al desobedecer algún mandamiento sino al empobrecernos en amor y al vivir lejos de su Gracia. El padre confesor ayuda al creyente para descubrir lo negativo que ha hecho, pero además lo positivo que ha dejado de practicar. Este paso primero, que es el más difícil, consiste en que el hombre reconozca interiormente su pecado. Dice san Isaac el Sirio: «El que reconoce su pecado es más importante que el que resucita a un muerto.»

Confesión

La confesión es la expresión de la penitencia efectuada de antemano en el alma. El hombre se arrepiente en lo profundo de su ser, y esto lo estimula hacia la confesión total. Dice san Juan el Evangelista: «Si decimos: “No tenemos pecado”, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, fiel y justo es Él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia» (1Jn 1: 8-9).

En la Iglesia primitiva, la confesión se practicaba ante toda la asamblea; pero, posteriormente y por razones de índole pastoral, a partir de una orden del patriarca de Constantinopla Nectario, la práctica comunitaria de la confesión fue disminuida en dicha ciudad, y paulatinamente en los demás patriarcados; y se concluyó definitivamente que la confesión de los pecados se realizara ante el sacerdote de una manera individual, debido a que el presbítero, además de escuchar la Confesión, guía e instruye de una forma que hace de la confesión una renovación o prolongación del santo Bautismo. «Me atrevo a decir que el manantial de lágrimas que surge después del Bautismo es aún más importante que el mismo: nosotros, que recibimos el Bautismo desde infantes, volvemos a mancillarlo; sin embargo, por medio de las lágrimas lo devolvemos a su pureza original», dice san Juan Clímaco.

San Siluán de Athos dice: «¿Cómo sabes que Dios te ha perdonado los pecados? Si odias el pecado, si tienes compasión del pecador, si te alegras con el que se arrepiente por sus faltas, si perdonas a tus deudores, todo ello indica que Dios te ha perdonado. Si amas significa que el amor de Dios mora en ti. El penitente es quien padece con todos los hombres y, especialmente, con los que no conocen a Dios.»

¿No es suficiente confesarse ante Dios?

Dice Santiago, hermano del Señor: «Confesaos, pues, mutuamente vuestros pecados y orad los unos por los otros para que seáis curados» (Sant 5: 16). San Doroteo de Gaza (Siglo VII) enfatiza que quien no tiene un guía en su vida espiritual asemeja a una hoja en el otoño que, al ser privada del alimento del árbol, se seca y cae de la rama, y en consecuencia es pisoteada y menospreciada. «Al que encubre sus faltas, no le saldrá bien; el que las confiesa y abandona, obtendrá piedad», dice el libro de los Proverbios (Prov 28: 13).

El cristiano se arrepiente ante Dios y los hermanos, y su arrepentimiento procura reconciliación. El sacerdote, como representante de la comunidad de los fieles, es testigo, guía y ministro del Misterio: «A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos» (Jn 20: 23). Esta sentencia no se debe entender desde una perspectiva legal o protocolaria, más bien, como un don espiritual que ha sido otorgado a los discípulos para guiar las almas hacia la penitencia. El sacerdote no es el dueño del perdón sino el servidor del Misterio. Dios es quien perdona las transgresiones de los hombres, y el sacerdote pide por ello en el Nombre de Cristo Jesús: «Hijo espiritual mío, que a mi indignidad te confiesas: no puedo yo, indigno y pecador, perdonar ningún pecado sobre la tierra, sino Dios es Quien te los perdona. Mas, fiándome en aquella voz divina que recibieron los Discípulos después de la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo de entre los muertos, y que decía: “A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos”, digo que todo lo que tú has confesado a mi humilde persona y todo lo que no has dicho por ignorancia u olvido, y cualquiera que fuese, que te lo perdone Dios en el presente tiempo y en el venidero» (Eucologio, Sacramento de la Confesión).

La confesión no se debe observar desde la perspectiva del castigo y de la justificación sino, más bien, como alivio y curación. El hombre solo es incapaz de conseguir la salvación (justificación) por un esfuerzo propio –llámese «confesión» u cualquier otro nombre–, por lo que la penitencia jamás será un medio de expiación sino una medicina, y la confesión una operación quirúrgica que procura llevar al enfermo hacia la plena sanidad. Se trata, entonces, de actitudes positivas y no negativas: no  de quebrantar el muro que separa al pecador de Dios, sino de construir puente que lo comunique con Él.

¿Por qué llamamos «padre» al sacerdote, si sabemos que Dios únicamente es el Padre (Mt 23: 9)?

En su carta, san Pablo dice a los corintios: «No os escribo estas cosas para avergonzaros, sino más bien para amonestaros como a hijos míos queridos. Pues hayáis tenido diez mil pedagogos en Cristo, no habéis tenido muchos padres. He sido yo quien, por el Evangelio, os engendré en Cristo Jesús. Os ruego, pues, que seáis mis imitadores» (1Cor 4: 14-16). San Juan Crisóstomo, comentando estas palabras de san Pablo, enfatiza que la diferencia entre el pedagogo y el padre está en que éste se encarga de su hijo, lo cuida constantemente y da su vida por él. Y en otra ocasión, él mismo dice: «Es cierto que Dios es el único Padre, el único Santo, como fuente de paternidad y de santidad. El padre espiritual –o el santo– de esta fuente obtiene su paternidad, habiendo recibido el don del Espíritu Santo.» La Tradición eclesiástica consiste en trasmitir la fe a través de la paternidad, por lo que el sacramento de la Confesión es el misterio de la renovación del nacimiento espiritual.

La práctica ortodoxa de la Confesión

Como ocurre en todos los Sacramentos, así también en el de la Confesión, el sacerdote jamás emplearía la fórmula: «Yo te absuelvo de tus pecados», sino que pide humildemente que el Señor acepte la confesión de los fieles: «Oh Señor, Dios nuestro, quien has concedido a Pedro y a la adúltera el perdón de los pecados por medio de las lágrimas, y has justificado al publicano cuando reconoció sus culpas, acepta la confesión de tu siervo (N…) […] pues a Ti sólo pertenece el poder de remitir los pecados […]» (Eucologio, Sacramento de la Confesión). La confesión es dirigida a Dios: «Cristo está presente invisiblemente para escuchar tu confesión.» Y Dios es quien perdona y otorga en abundancia su misericordia.

El padre confesor es hombre de oración que tiene paz interior y procura encaminar a los fieles en las sendas del Señor. Por eso, la Confesión es concebida como un contacto personal, una relación viva entre padre e hijo, en la que no hay necesidad de separadores ni de confesonarios; basta tener en esta reunión el icono de nuestro Señor Jesucristo que confirma su Presencia. Es bueno, pues, darnos vergüenza por el estado pecaminoso y el comportamiento indebido que tenemos, pero aún es mucho más importante tener la humildad para confesarlo, y el deseo y la esperanza para corregir el camino: «Dad frutos dignos de conversión» (Lc 3: 8).

La oración de la absolución es otorgada al confesado como un sello de alegría de la Gracia de Dios que lo acompañará en su lucha espiritual, y no es, por tanto, un arma mágica de justificación. Entonces, la costumbre de pedir absolución antes de la Comunión sin confesarse propiamente es ajena a la Tradición de la Iglesia. El sacerdote recita en una oración del Oficio: «[…] no te preocupes en cuanto a los pecados que has confesado, sino que vete en paz.» La absolución es el sello de la Confesión sacramental y no un protocolo preparatorio antes de la Comunión. Ni una sola vez el hombre puede aproximarse a la santa Comunión con una sensación de estar «justificado»; y todas las oraciones y plegarias, personales y comunitarias, piden por «el perdón y la remisión de nuestros pecados y ofensas», como decimos en la Letanía. Entonces la frecuente Comunión no implica frecuente «absolución» sino constante penitencia y «espíritu contrito»; sin embargo, en ciertos momentos de pesadez en el corazón y de gravedad en la conciencia, el hombre necesita acudir a la medicina de la confesión; es entonces cuando el padre confesor ora sobre la cabeza del penitente la absolución confirmando la reconciliación con la Iglesia y la reincorporación en el Cuerpo del Señor. Únicamente en ocasiones de enfermedades graves o mentales se otorga la absolución sin confesión previa.

Conclusión

La Iglesia nos estimula a practicar asiduamente la Confesión para descubrir la profunda alegría de la penitencia; en cambio, la negligencia en frecuentar el Sacramento nos hace perder la armonía de nuestra marcha espiritual. Por la Confesión, las ventanas del alma se abren para recibir con humildad y agradecimiento la luz de Cristo que penetra e ilumina cualquier oscuridad.

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