Boletín del 13 /05/2018
Domingo de la curación del ciego
“Oh Señor, ilumina mis ojos espirituales oscurecidos con las tinieblas del pecado; úntalos con la humildad, oh Misericordioso, y lávalos con las lágrimas del arrepentimiento.” Exapostelario
Himnos de la Liturgia
Tropario de la Resurrección
Tono 5
Al coeterno Verbo, con el Padre y el Espíritu, Al Nacido de la Virgen para nuestra salvación, alabemos, oh fieles, y prosternémonos. Porque se complació en ser elevado en el cuerpo sobre la Cruz y soportar la muerte, y levantar a los muertos por su Resurrección gloriosa.Condaquio de Pascua
Tono 8
Cuando descendiste al Sepulcro, oh Inmortal, destruiste el poder del hades; y al resucitar vencedor, oh Cristo Dios, dijiste a las mujeres Mirróforas: “¡Regocíjense!” y a tus discípulos otorgaste la paz, ¡Oh Tú que concedes a los caídos la resurrección!Lecturas Bíblicas
Hechos de los Apóstoles (16: 16-34)
En aquellos días: sucedió que mientras íbamos a la oración, nos vino al encuentro una muchacha esclava poseída de un espíritu adivino, que pronunciando oráculos producía mucho dinero a sus amos. Nos seguía a Pablo y a nosotros gritando: «Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, que les anuncian un camino de salvación.» Venía haciendo esto durante muchos días. Cansado Pablo, se volvió y dijo al espíritu: «En nombre de Jesucristo te mando que salgas de ella.» Y en el mismo instante salió.
Al ver sus amos que se les había ido su esperanza de ganancia, prendieron a Pablo y a Silas y los arrastraron hasta el ágora, ante los magistrados; los presentaron a los pretores y dijeron: «Estos hombres alborotan nuestra ciudad; son judíos y predican unas costumbres que nosotros, por ser romanos, no podemos aceptar ni practicar.» La gente se amotinó contra ellos; los pretores les hicieron arrancar los vestidos y mandaron azotarles con varas. Después de haberles dado muchos azotes, los echaron a la cárcel y mandaron al carcelero que los guardase con todo cuidado. Éste, al recibir tal orden, los metió en el calabozo interior y sujetó sus pies en el cepo.
Hacia la media noche Pablo y Silas estaban en oración cantando himnos a Dios; los presos les escuchaban. De repente se produjo un terremoto tan fuerte que los mismos cimientos de la cárcel se conmovieron. Al momento quedaron abiertas todas las puertas y se soltaron las cadenas de todos. Despertó el carcelero y al ver las puertas de la cárcel abiertas,sacó la espada e iba a matarse, creyendo que los presos habían huido. Pero Pablo le gritó: «No te hagas ningún mal, que estamos todos aquí.»
El carcelero pidió luz, entró de un salto y tembloroso se arrojó a los pies de Pablo y Silas, los sacó fuera y les dijo: «Señores, ¿qué tengo que hacer para salvarme?» Le respondieron: «Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu casa.» Y le anunciaron la Palabra del Señor a él y a todos los de su casa. En aquella misma hora de la noche el carcelero los tomó consigo y les lavó las heridas; inmediatamente recibió el bautismo él y todos los suyos. Les hizo entonces subir a su casa, les preparó la mesa y se alegró con toda su familia por haber creído en Dios.
Evangelio según San Juan (9: 1-38)
En aquel tiempo, Jesús al pasar, vio a un hombre ciego de nacimiento; sus discípulos le preguntaron: «Maestro, ¿quién pecó, éste o sus padres?» Jesús respondió: «Ni él pecó ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él. Conviene que Yo haga las obras del que me ha enviado mientras es de día; viene la noche cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, Yo soy la Luz del mundo.» Dicho esto, escupió en la tierra e hizo lodo con la saliva, y untó con el lodo los ojos del ciego, y le dijo: «Vete y lávate en la piscina de Siloé» (palabra que significa “el enviado”). Él fue y se lavó allí, y cuando volvió veía claramente.
Sus vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna decían: «¿No es éste el que se sentaba aquí y pedía limosna?» Unos decían: «Es él», otros en cambio: «No, es uno que se le parece.» Pero él afirmaba: «Sí, soy yo.» Le preguntaban, pues: «¿Cómo se te han abierto los ojos?» Contestó: «Aquel hombre que se llama Jesús hizo un poquito de lodo, me untó los ojos, y me dijo: “Vete a la piscina de Siloé y lávate allí.” Fui, me lavé, y ahora veo.» Le preguntaron: «¿Dónde está ése?» Respondió: «No lo sé.» Lo llevaron, pues, ante los fariseos al que había sido ciego. Pero es de advertir que ese día en que Jesús hizo el lodo y le abrió los ojos al ciego era sábado. Nuevamente, pues, los fariseos le preguntaban también cómo había recobrado la vista. El les respondió: «Puso lodo sobre mis ojos, me lavé, y veo.» Sobre lo que decían algunos de los fariseos: «No viene de Dios este hombre, pues no guarda el sábado.» Otros decían: «¿Cómo un hombre pecador puede realizar tales señales?» Y había desacuerdo entre ellos. Entonces volvieron a decirle al ciego: «Y tú ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?» Respondió: «Que es un profeta.» Pero, por lo mismo, no creyeron los judíos que hubiese sido ciego, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron: «¿Es éste su hijo, de quien dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?» Sus padres les respondieron: «Sabemos que éste es hijo nuestro, y que nació ciego, pero cómo ahora ve, no lo sabemos, ni tampoco sabemos quién le ha abierto los ojos; pregúntenle a él, edad tiene y puede responder por sí mismo.»
Esto dijeron sus padres por miedo a los judíos, porque los judíos se habían puesto de acuerdo en echar de la sinagoga a cualquiera que reconociese a Jesús por el Cristo. Por eso dijeron: «Edad tiene: pregúntenle.» Llamaron, pues, otra vez al hombre que había sido ciego, y le dijeron: «¡Da gloria a Dios! Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador.» Él respondió: «Si es pecador, yo no lo sé; sólo sé que yo antes era ciego y ahora veo.»
Le replicaron: «¿Qué hizo él contigo? ¿Cómo te abrió los ojos?» Les respondió: «Ya se lo he dicho y no me han oído, ¿por qué quieren oírlo otra vez? ¿Acaso será que también ustedes quieren hacerse discípulos suyos?» Entonces comenzaron a insultarlo. Y le dijeron: «Tú eres discípulo de ése; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, mas éste no sabemos de dónde es.»
Respondió aquel hombre y les dijo: «Aquí está lo extraño: me ha abierto los ojos y ustedes no saben de donde viene… Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino que al que teme a Dios y hace su voluntad, a éste le escucha. Desde que el mundo es mundo no se ha oído jamás que alguien haya abierto los ojos de un ciego de nacimiento. Si este hombre no fuese de Dios, no podría hacer nada de lo que hace.» Le respondieron: «Saliste del vientre de tu madre envuelto en pecado, ¿y nos das lecciones?» Y lo echaron fuera. Oyó Jesús que lo habían echado fuera, y encontrándolo, le dijo: «¿Crees en el Hijo de Dios?» Respondió él y dijo: «¿Y quién es, Señor, para que crea en Él?» Le dijo Jesús: «Lo has visto; es el mismo que está hablando contigo.» Él entonces dijo: «Creo, Señor.» Y se postró ante Él.
Mensaje Pastoral
Luz que ilumina a todos
Al pasaje evangélico de hoy, lo podemos llamar «de la Luz». En general, el Evangelio según san Juan sugiere la Luz como sinónimo de la Vida. En este sentido, Cristo dijo: «Yo soy la Luz de mundo», y cuando los fariseos se indignaron de su comentario (Jn 8:12-13), lo mostró con la acción que no deja duda alguna:
Escupió en la tierra e hizo lodo con la saliva, y untó con el lodo los ojos del ciego», acción que trae a la memoria el relato bíblico sobre la Creación del hombre. Así como Dios con su aliento dio vida al polvo de la tierra y de la nada trajo al hombre a la existencia, de la misma manera Cristo, al ciego cuyos ojos jamás habían conocido la luz (ciego de nacimiento), se la otorgó en abundancia. (La señal era tan maravillosa que dio lugar al comentario de los presentes en el pésame de Lázaro: «Éste, que abrió los ojos del ciego, ¿no podía haber hecho que Lázaro no muriera?» [Jn 11:37]). Cristo no le devuelve al ciego una capacidad que había perdido previamente sino que le otorga lo que le era inexistente.
«Vete y lávate en la piscina de Siloé», le dijo el Señor; él fue y se lavó allí, y cuando volvió veía claramente. En este recorrido de ir y venir, sin lugar a duda, mucha gente lo vio y así la obra del Señor fue predicada y verificada. Pero ante la veracidad de este milagro –ya que el ciego era conocido por todos por ser un limosnero– hubo varias reacciones:
• Fariseísmo: reglas que cercan a Dios y no le permiten penetrar en la oscuridad de uno mismo; leyes que determinan al hombre y a Dios sus derechos y deberes; círculos viciosos de planteamientos y cerrazón que rechazan la intervención de Dios en su creación; y vanidad mezquina que deduce lo siguiente: «Nosotros sabemos que ese hombre (Jesús) es un pecador.»
• Apatía: padres del ciego que resultaron los verdaderos ciegos. Su apatía, ingratitud y miedo a que sean echados fuera del concepto común les impidió participar de la luz del milagro. Prefirieron la seguridad de la tibieza a la aventura de estar en la verdad. Se retiraron del gozo con cobardía acudiendo a la apatía enfermiza: «Edad tiene: pregúntenle.»
• Agradecimiento: una reacción profunda que implica sinceridad y valentía. El ciego iletrado tuvo que enfrentar a los fariseos que se le amontonaron; refutó, con lo que había vivido, sus argumentos y leyes: «Yo les daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos sus adversarios» (Lc 21: 15). Esta gratitud implica también sacrificio (lo echaron fuera), pero paulatinamente lleva al agradecido al conocimiento de Cristo, Luz verdadera: Curador, hombre de Dios, Profeta y, sobre todo, Hijo de Dios y Dios (y se postró ante Él).
La Luz de Cristo ilumina a todos: ¿Cómo reaccionas, oh alma?
Nuestra Fe y Tradición
El Icono Ortodoxo, oración en colores
El arte eclesiástico, en el oriente, se ha desarrollado dentro de la matriz de la vida sacramental y espiritual en Cristo, y siempre ha aspirado, en sus diferentes ramas, ofrecer lo mismo: “Lo que hemos visto y oído –dice san Juan, el Evangelista,- os lo anunciamos.” (1Jn.1, 3). Por eso, la memoria cristiana ha conservado el término griego ικών, icono, para distinguir las santas imágenes, de las del mundo.
Si la pintura naturalista pretende transmitir las cosas tal como nuestros sentidos las perciben, el icono que usamos en nuestro culto procura ilustrar el mundo transfigurado en Cristo, es la imagen del hombre “espiritual y celestial” y no del “carnal y terrenal” (1Cor.15). El icono ofrece una belleza religiosa que supera las reglas de la visión: pues el origen de la luz no es un centro supuesto por el pintor, sino que la luz (color dorado) llena todo el espacio del icono y penetra en los rostros y vestimentas anunciando la Presencia de Dios: “ni la misma tiniebla es tenebrosa para Ti, y la noche es luminosa como el día” (Sal.139, 12); aquí se ausenta la luz natural con sus reflexiones: no hay sombra ya que la divina luz anula toda oscuridad.
El icono no es un retrato personal que nos comunique la facha de algún santo o del mismo Cristo, sino es la descripción de la gloria, de la que somos convocados a participar. Eso justifica la similitud entre los santos en el arte bizantino: los ojos grandes, con una mirada fija y penetrante, nunca cerrados, “sueño a mis ojos no he de conceder ni quietud a mis párpados, hasta encontrar un lugar para el Señor” (Sal.132, 4-5); los labios callados: “la boca silenciosa comunica los misterios de Dios” (San Isaac el Sirio); los oídos pequeños, ya que los sentidos mueren para el mundo a fin de entrar en la verdadera oración; y los mechones forman olas harmoniosas que rodean el rostro con un marco solemne que profundiza su firmeza y sublimidad. La ternura e inocencia del rostro se acompañan con la seriedad y prudencia.
Ante el realismo del arte medieval, la feligresía esperaba que la leche bendita emanase del seno de la figura de la Virgen, o la bendición milagrosa de la mano de Cristo, mientras el icono ortodoxo, reemplaza la tercera dimensión con una de luz que hace penetrar al orante en la gloria celestial: “Al pararnos en el templo de tu santidad, creemos que estamos parados en el cielo…”
Vida de Santos
San Cirilo Patriarca de Alejandría
9 de junio
Cirilo era de noble nacimiento y familiar cercano de Teófilo, patriarca de Alejandría, después de la muerte del cual fue consagrado Patriarca. Durante su vida lucho tres feroces batallas: contra los herejes novacianos, contra el hereje Nestorio y contra los judíos de Alejandría. Los novacianos tuvieron su origen en Roma y tomaron su nombre del presbítero hereje Novaciano. Estos se gloriaban de sus virtudes, andaban en público vestidos de blanco, prohibían las segundas nupcias, sostenían que no podía orarse por aquellos que habían cometido pecado mortal, y que no podía recibirse en la Iglesia a aquellos que, en otro tiempo, habían apostatado de ella, sin importar cuán profundamente se arrepintiesen. Cirilo los venció y los echó de Alejandría junto con su obispo. La lucha con los judíos fue más difícil y sangrienta. Los judíos tuvieron gran influencia en Alejandría desde que Alejandro Magno fundó esa ciudad. Su odio contra los cristianos era vicioso y desaforado. Asesinaban cristianos mediante traición, envenenamiento y crucifixión. Tras una larga y difícil lucha, Cirilo logró que el emperador Teodosio el Joven los expulsara de Alejandría. Su lucha contra Nestorio, patriarca de Constantinopla, fue resuelta por el Tercer Concilio Ecuménico en Éfeso (431 d. C.). Cirilo mismo presidió este Concilio y, al mismo tiempo, representó al Papa Celestino de Roma a petición suya, pues este no pudo asistir al Concilio a causa de su avanzada edad. Nestorio fue condenado, anatematizado, y fue exiliado por el Emperador a la frontera oriental del Imperio. Después del final de esta lucha, Cirilo vivió en paz y cuidó celosamente del rebaño de Cristo. Se presentó a sí mismo al Señor en el año 444 d. C. Se dice que fue él quien escribió la oración «Alégrate, oh Virgen Madre de Dios».
Sentencias de los Padres del Desierto
- Se decía del abad Agatón que durante tres años se había metido una piedra en la boca, hasta que consiguió guardar silencio.
- Decía también: «Que tu boca no pronuncie palabras malas, pues la viña no tiene espinas».
- El abad Sisoés decía: «Nuestra verdadera vocación es dominar la lengua»