Domingo de santa María de Egipto; San Eutiquio, patriarca de Constantinopla

El quinto domingo, a las puertas de la última semana de la Gran Cuaresma la santa Iglesia pone ante nuestros ojos la memoria de nuestra madre santa María de Egipto, que hemos celebrado el 1 de abril, como modelo de verdadera conversión y penitencia, que nos anima con su ejemplo e intercesión en nuestra lucha cuaresmal contra las pasiones enemigas de nuestra alma. Por sus intercesiones, oh Señor Jesucristo, Dios nuestro, ten piedad de nosotros y sálvanos. Amén

Tropario, tono 8

En ti fue conservada la imagen de Dios fielmente, oh justa María, * pues tomando la cruz seguiste a Cristo * y, practicando, enseñaste a despreocuparse de la carne, * que es efímera, * y a cuidar, en cambio, el alma inmortal. * Por eso hoy tu espíritu se regocija junto con los ángeles.

San Eutiquio, patriarca de Constantinopla

 

San Eutiquio nació en un pueblo llamado “Divino” en la provincia de Frigia. Su padre, Alejandro, era militar y su madre, Sinesia, hija del sacerdote Hesiquio de Augustópolis de quien san Eutiquio recibió la educación primaria además de una formación cristiana.

Una vez, mientras jugaba a un juego infantil, el niño escribió su propio nombre junto al título de Patriarca. Con esto parecía predecir su futuro servicio. Fue enviado a Constantinopla a la edad de doce años para continuar su educación. El joven perseveró en el estudio de la ciencia y se dio cuenta de que la sabiduría humana no es nada en comparación con el estudio de la Revelación divina. Por lo tanto, decidió dedicarse a la vida monástica. San Eutiquio se retiró a uno de los monasterios de Amaseo y recibió el esquema angélico. Por su vida estricta fue nombrado archimandrita de todos los monasterios de Amaseo y en 552 fue designado para el trono patriarcal.

Cuando se preparaba el Quinto Concilio Ecuménico durante el reinado del santo emperador Justiniano (527-565), el Metropolitano de Amaseo estaba enfermo y envió a San Eutiquio en su lugar. En Constantinopla, el anciano Patriarca San Menas (25 de agosto) vio a san Eutiquio y predijo que él sería el próximo Patriarca. Después de la muerte del santo Patriarca Menas, el Apóstol Pedro se apareció en una visión al emperador Justiniano y, señalando con su mano a Eutiquio, dijo: “Que sea nombrado tu obispo”.

Al comienzo mismo de su servicio patriarcal, san Eutiquio convocó el Quinto Concilio Ecuménico (553), en el que los Padres condenaron las herejías que surgían y las anatematizaron. Sin embargo, después de varios años surgió en la Iglesia una nueva herejía: el Aftartodocetismo o “imperecebilidad”, que enseñaba que la carne de Cristo, antes de Su muerte en la Cruz y Resurrección, era imperecedera e incapaz de sufrir.

San Eutiquio denunció vigorosamente esta herejía, pero el propio emperador Justiniano se inclinó hacia ella y dirigió su ira contra el santo. Por orden del emperador, los soldados capturaron al santo en la iglesia, le quitaron sus vestimentas patriarcales y lo enviaron al exilio a un monasterio de Amaseo (565).

El santo soportó su destierro con mansedumbre y vivió en el monasterio en ayuno y oración, y realizó muchos milagros y curaciones.

Durante la invasión persa de Amase y su devastación generalizada, distribuyeron grano a los hambrientos de los graneros del monasterio por orden del santo, y por sus oraciones, las reservas de grano del monasterio no se agotaron.

Después de la muerte del santo patriarca Juan Escolástico, san Eutiquio regresó a la cátedra en 577 después de su exilio de doce años, y nuevamente gobernó sabiamente su rebaño.

Cuatro años y medio después de su regreso al trono patriarcal, en 582, san Eutiquio reunió a todo su clero el domingo de Tomás, los bendijo y durmió pacíficamente en el Señor.

Tono 4, del común de Santos Jerarcas

La verdad de tus obras * te ha mostrado a tu rebaño * cual regla de fe, icono de mansedumbre * y maestro de abstinencia. * Así que alcanzaste, por la humildad, alturas * y por la pobreza, riquezas. * ¡Oh santo padre Eutiquio, * intercede ante Cristo Dios, * para que salve nuestras almas!

 

Santos Mártires Claudio, Diódoro, Victor, Victorino y Nicéforo; Santa Teodora de Tesalónica

De estos mártires, san Claudio murió cuando sus brazos y piernas fueron cortados; San Diodoro fue quemado vivo; Los santos Víctor, Victorino y Nicéforo fueron aplastados por una gran roca; San Serapion fue quemado vivo; San Papías fue arrojado al mar. Según algunos relatos, disputaron en Corinto bajo Decio en 251; según otros, en Diospolis en Egipto bajo Numerian en 284.

Los nombres de estos santos mártires también son conmemorados el 31 de enero.

Tropario tono 4, del común de Santos Mártires

Tus mártires, oh Señor, * han obtenido de ti * coronas de incorrupción * en su lucha, Dios nuestro. * Al tener, pues, tu fuerza, * han vencido a tiranos * y aplastado de los demonios * su abatida insolencia. * Por sus intercesiones, oh Cristo Dios, * salva nuestras almas.

 

Santa Teodora de Tesalónica

Santa Teodora nació de padres cristianos, llamados Antonio y Crisánta, que vivían en la isla de Egina. Amando a Cristo desde joven, abandonó las ocupaciones mundanas. Al llegar a la mayoría de edad, santa Teodora se casó y pronto tuvo una hija. Durante una invasión sarracena (en 823), la joven pareja se trasladó a la ciudad de Tesalónica. Aquí, santa Teodora dedicó a su hija al servicio de Dios en un monasterio. Tras la muerte de su esposo, ella misma se convirtió en monja en el mismo monasterio.

Allí se dedicó a las competencias ascéticas y adornó su alma con virtudes. Considerando a las demás hermanas dignas de todo honor, era obediente a todas, especialmente a la abadesa. Por sus labores de obediencia, ayuno y oración, agradó tanto a Dios que recibió el don de obrar milagros, no solo en vida, sino también después de su muerte (+ 892). Incluso después de su fallecimiento, santa Teodora siguió siendo un modelo de vida pura e intachable para las monjas.

Años después del bendito descanso de la santa, la abadesa también partió a las moradas celestiales. Al cavar la tumba para enterrarla, descubrieron las reliquias de santa Teodora. Entonces, la monja, como si estuviera viva, se movió en la tumba para hacer espacio para su superiora, dando ejemplo de humildad incluso después de su muerte. Al presenciar este extraordinario acontecimiento, los presentes exclamaron: “¡Señor, ten piedad!”.

Las reliquias de santa Teodora, que exudaban mirra, obraron muchos milagros. Quienes acudieron a venerarla fueron sanados de diversas enfermedades o liberados del poder de los demonios. Por ello, los fieles continúan honrando su memoria.

Cuando los turcos capturaron Tesalónica en 1430, destrozaron las reliquias de Santa Teodora.

Esta Santa Teodora no debe confundirse con la otra Santa Teodora de Tesalónica que se conmemora el 29 de agosto.

Tropario, tono 8 del común de Santas Justas

En ti fue conservada la imagen de Dios fielmente, oh justa Teodora, * pues tomando la cruz seguiste a Cristo * y, practicando, enseñaste a despreocuparse de la carne, * que es efímera, * y a cuidar, en cambio, el alma inmortal. * Por eso hoy tu espíritu se regocija junto con los ángeles.

San Jorge el Venerable del Monte Maleo; San Zosimas

San Jorge vivió en el siglo IX. Sus padres le concertaron un matrimonio, pero él se negó a casarse con la mujer que habían elegido. Ingresó en el monasterio del monte Maleón, en el Peloponeso, y muchos discípulos se reunieron a su alrededor. Era capaz de ver el futuro y predijo su propia muerte tres años antes de que ocurriera.

Por su servicio, a San Jorge se le considera un ángel terrenal y hacedor de milagros.

Tropario, tono 8 del común de Santos Anacoretas

Con la efusión de tus lágrimas, * regaste el desierto estéril * y, por los suspiros profundos, * tus fatigas dieron frutos cien veces más, * volviéndote un astro del universo, * brillante con los milagros. ¡Oh nuestro justo padre Procopio, * intercede ante Cristo Dios * para que salve nuestras almas!

San Zósima

 

San Zósima nació a finales del siglo V y vivió en un monasterio junto al río Jordán.

Algunos aspectos de su vida así como su deseo ardiente de perfección los hemos podido conocer gracias al relato que san Sofronio, patriarca de Jerusalén hace al narrar la vida de santa María de Egipto, a quien el santo durante una cuaresma en el desierto conoció, le dio la Sagrada Comunión y enterró al año siguiente de su encuentro.

Según este relato, Zósima solía relatar cómo, tan pronto como fue retirado del pecho de su madre, fue entregado al Monasterio donde transcurrió su entrenamiento como un asceta hasta que llegó a la edad de cincuenta y tres años. Se adhería en todo a la regla que le habían dado sus ancianos sobre las labores ascéticas. Él también había agregado mucho por sí mismo mientras se afanaba en someter su carne a la voluntad del espíritu. Y no había fallado en su propósito. Era tan renombrado por su vida espiritual que muchos venían a él de monasterios vecinos y algunos desde lejos. Mientras hacía esto, nunca cesaba de estudiar las Divinas Escrituras. Ya fuera descansando, estando de pie, trabajando o comiendo (si los pedazos que mordisqueaba pueden llamarse comida), incesante y constantemente tenía un sólo propósito: cantar siempre a Dios y practicar las enseñanzas de las Divinas Escrituras.

Después de esto, empezó a ser atormentado con el pensamiento que él era perfecto en todo y no necesitaba instrucción de nadie, diciéndose mentalmente a sí mismo: “¿Habrá un monje en la tierra que pueda serme útil y mostrarme un tipo de ascetismo que yo no haya logrado? ¿Podrá encontrarse en el desierto un hombre que me haya sobrepasado?”.

Así pensaba el anciano, cuando súbitamente se le apareció un ángel y le dijo: “Zósima, has luchado valientemente, tanto como está dentro del poder del hombre, has recorrido el camino ascético con valentía, pero no hay hombre que haya alcanzado la perfección. Ante ti hay luchas mayores y desconocidas que las que ya has logrado. Para que conozcas otros muchos caminos que conducen a la salvación, deja tu tierra nativa como el famoso Patriarca Abraham y ve al Monasterio en el Río Jordán”.

Zósima hizo como se le indicó. Dejó el monasterio en el que había vivido desde su niñez y se fue al Río Jordán. Llegó al fin a la comunidad a la que Dios lo había enviado.

Al ser admitido ante la presencia del Abad, Zósima hizo la postración

y la oración monástica usual. Viendo que era un monje el Abad le preguntó:

-“¿De dónde vienes, hermano, y por qué has venido a nosotros pobres hombres?”. Zósima replicó: -“No es necesario hablar sobre de dónde vengo, pero he venido, Padre, buscando provecho espiritual, pues he escuchado grandes cosas sobre tu habilidad en conducir almas a Dios”.

-“Hermano”, le dijo el Abad, “sólo Dios puede curar la debilidad del alma. Que Él pueda enseñarte a ti y a nosotros Sus caminos divinos y guiarnos. Pero ya que ha sido el amor de Cristo el que te ha movido a visitarnos a nosotros pobres hombres, entonces quédate con nosotros, si es por esto que has venido. Que el Buen Pastor que dio Su vida por nuestra salvación nos llene a todos con la gracia del Espíritu Santo”.

Después de esto, Zósima se inclinó ante el Abad, le pidió su bendición y oraciones, y se quedó en el Monasterio. Allí vio ancianos expertos tanto en la acción como en la contemplación de Dios, encendidos en el espíritu, trabajando para el Señor. Cantaban incesantemente, en oración de pie toda la noche, siempre tenían trabajo en sus manos y salmos en los labios. Nunca se escuchaba una palabra vana, no sabían nada sobre la adquisición de bienes temporales o los cuidados de esta vida, y tenían un deseo: volverse como cadáveres en el cuerpo. Su alimento constante era la Palabra de Dios y sustentaban sus cuerpos con pan y agua, tanto como les permitía su amor por Dios. Viendo esto, Zósima se edificó y preparó grandemente para la lucha que estaba delante de él.

Es en medio de estas luchas y búsqueda de la perfección que en el desierto se da su encuentro con la santa María de Egipto quien con su ascetismo, humildad y verdadero espíritu de conversión tocaron y cambiaron el corazón del santo monje hasta el final de sus días.

San Zósima vivió cien años y durmió en el Señor alrededor del año 560.

Tropario, tono 8 del común de Justos

En ti fue conservada la imagen de Dios fielmente, oh justo Padre Zósima, * pues tomando la cruz seguiste a Cristo * y, practicando, enseñaste a despreocuparse de la carne, * que es efímera, * y a cuidar, en cambio, el alma inmortal. * Por eso hoy tu espíritu se regocija junto con los ángeles.

San Nicetas el Confesor; San José el Himnógrafo

San Nicetas el Confesor nació en Cesarea de Bitinia (noroeste de Asia Menor) en una familia piadosa. Su madre murió ocho días después de su nacimiento y su padre Filareto se hizo monje. El niño quedó al cuidado de su abuela, quien lo educó en un verdadero espíritu cristiano.

Desde su juventud, San Nicetas asistió a la iglesia y fue discípulo del eremita Esteban. Con su bendición, san Nicetas partió hacia el monasterio de Mydicia, donde san Nicéforo (13 de marzo) era el igumeno.

Después de siete años de vida virtuosa en el monasterio, famoso por su estricta regla monástica, san Nicetas fue ordenado presbítero. San Nicéforo, conociendo la vida santa del joven monje, le confió la guía del monasterio cuando él mismo enfermó. Y más tarde cuando el santo abad falleció, los hermanos unánimemente eligieron a san Nicetas como su abad.

El Señor le concedió el don de hacer milagros. Por su oración, un niño sordomudo recibió el don de la palabra; dos mujeres endemoniadas fueron curadas; devolvió la razón a un que había perdido la razón, y muchos de los enfermos fueron curados de sus dolencias.

Durante estos años bajo el emperador León el Armenio (813-820), la herejía iconoclasta resurgió y la opresión aumentó. Los obispos ortodoxos fueron depuestos y desterrados. En Constantinopla se convocó un concilio de herejes en el año 815, en el que depusieron al santo patriarca Nicéforo (806-815), y en su lugar eligieron al laico herético Teodoto. También instalaron herejes en lugar de obispos ortodoxos exiliados y encarcelados.

El emperador convocó a todos los jefes de los monasterios e intentó atraerlos a la herejía iconoclasta. Entre los convocados estaba San Nicetas, que se mantuvo firme en la confesión ortodoxa. Siguiendo su ejemplo, todos los abades permanecieron fieles a la veneración de los iconos sagrados. Por eso lo encarcelaron. San Nicetas soportó valientemente todas las tribulaciones y alentó la firmeza de espíritu en los demás prisioneros.

Luego el emperador y el falso patriarca Teodoto intentaron engañar a los que permanecieron fieles a la enseñanza ortodoxa; les prometieron que el emperador les daría la libertad y les permitiría venerar los iconos con una condición: que recibieran la comunión del falso patriarca Teodoto.

Durante mucho tiempo el santo dudó de entrar en comunión con un hereje, pero otros prisioneros le rogaron que los acompañara. Accediendo a sus súplicas, san Nicetas entró en la iglesia, donde se habían colocado iconos para engañar a los confesores, y aceptó la comunión.

Pero cuando regresó a su monasterio y vio que la persecución contra los iconos continuaba, se arrepintió de su acto, regresó a Constantinopla y denunció sin miedo la herejía iconoclasta. Ignoró todas las amenazas del emperador, siendo nuevamente encerrado en prisión durante seis años hasta la muerte del emperador León el Armenio.

San Nicetas descansó en el Señor en 824. El cuerpo del santo fue enterrado en el monasterio con reverencia. Más tarde, sus reliquias se convirtieron en una fuente de curación para quienes acudían a venerar al santo confesor.

Tropario, tono 8 del común de Santos Anacoretas

Con la efusión de tus lágrimas, * regaste el desierto estéril * y, por los suspiros profundos, * tus fatigas dieron frutos cien veces más, * volviéndote un astro del universo, * brillante con los milagros. ¡Oh nuestro justo padre Nicetas, * intercede ante Cristo Dios * para que salve nuestras almas!

San José el Himnógrafo

 

Nació en Sicilia en el año 816 en una familia cristiana piadosa. Cuando tenía quince años, San José fue a Tesalónica y entró el monasterio de Latomos. Se distinguió por su piedad, su amor por el trabajo, su mansedumbre, y se ganó la buena voluntad de todos los hermanos del monasterio. Más tarde fue ordenado sacerdote. San Gregorio el Decapolitano (20 de noviembre), visitó el monasterio y se dio cuenta del joven monje, llevándolo con él a Constantinopla, Esto fue durante el reinado del emperador León el Armenio (813-820), tiempo de feroz persecución iconoclasta. Juntos defendieron valientemente la veneración de los iconos sagrados. Predicaban en las plazas de la ciudad y visitaban los hogares de los ortodoxos, animándolos contra los herejes. San Gregorio lo bendijo para viajar a Roma y para informar al Papa sobre la situación de la Iglesia de Constantinopla, las atrocidades de los iconoclastas, y los peligros que amenazaban a la ortodoxia. Durante el viaje, San José fue capturado por bandidos musulmanes que habían sido sobornados por los iconoclastas. Lo llevaron a la isla de Creta, donde lo encerraron en la cárcel por seis años. En la noche de la Natividad de Cristo en el año 820 se le concedió una visión de san Nicolás de Mira, quien le dijo sobre la muerte del iconoclasta León el Armenio, y el final de la persecución. San Nicolás, le dio un rollo de papel y dijo: “Toma este rollo y cómelo”. En él estaba escrito: “Apresúrate, oh Bondadoso, y ven para ayudarnos si es posible, porque tú eres el Misericordioso”. El monje lo comió y dijo: “¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras!” (Sal 118/119: 103). San Nicolás le pidió que cantara estas palabras. Después de esto las cadenas cayeron del santo, las puertas de la prisión se abrieron, y salió de ahí. Cuando llegó a Constantinopla, se enteró que san Gregorio el Decapolitano ya no estaba entre los vivos, dejando atrás a su discípulo Juan (18 de abril), quien pronto murió. San José construyó un monasterio y muy cerca una iglesia dedicada a San Nicolás y trasladó las reliquias de san Gregorio y san Juan.

San José recibió una parte de las reliquias del apóstol Bartolomé de un hombre virtuoso. Él construyó una iglesia en memoria del santo apóstol. A quien amaba y honraba, lamentándose porque no había Canon glorificando al Santo Apóstol. Por cuarenta días con lágrimas, preparándose para la fiesta del Santo Apóstol. En la víspera el Apóstol Bartolomé se le apareció en el altar. Oprimió el santo Evangelio al pecho de José, y lo bendijo para escribir los himnos para la iglesia con las palabras: “Que la mano derecha del Dios Todopoderoso te bendiga, que tu lengua derrame aguas de sabiduría celestial, que tu corazón sea un templo del Espíritu Santo, y que tus himnos deleiten a todo el mundo”. Después de esta milagrosa aparición, san José, compuso un Canon para el Apóstol Bartolomé, y desde ese momento empezó a componer himnos y Cánones en honor de la Madre de Dios, de los santos, y en honor de San Nicolás, que lo liberó de la cárcel. Estos cánones e himnos son utilizados hasta nuestros días en la mayoría de los oficios diarios de la Iglesia.

Habiendo llegado a la vejez, San José enfermó. En el Gran y Santo Viernes, el Señor le informó en un sueño sobre su inminente muerte. El santo hizo un inventario de los artículos de la iglesia de Santa Sofía, que estaban bajo su custodia, y los envió al Patriarca Focio. Habiendo recibido los Santos Misterios de Cristo, bendijo a todos los que vinieron a él, y con alegría se durmió en el Señor (+ 863). Los coros de ángeles y los santos, a quienes había glorificado en sus himnos, llevaron su alma triunfante al Cielo.

Tropario, tono 2

Venid, aclamemos a José, divinamente inspirado, / instrumento de doce cuerdas de la Palabra, / arpa armoniosa de la gracia y laúd de las virtudes celestiales, / que alabó y ensalzó a la asamblea de los santos. / Y ahora es glorificado con ellos.

San Tito el Milagroso

Poco se sabe de la vida de este santo, excepto que abrazó la vida monástica desde muy joven, llegando a ser abad de un monasterio.

Desde su juventud, mostró celo por la vida monástica. Trabajó en el ascetismo en el siglo IX en el Monasterio de Studion, cerca de Constantinopla. Por su ayuno y su disposición mansa, se ganó el amor de los hermanos, y a petición de ellos fue ordenado como Hieromonje.

Su alma estaba llena de un ferviente amor por Dios y por su prójimo, y debido a la pureza de su alma y su vida virtuosa, Dios lo recompensó con el don de hacer milagros. Así, se convirtió en el Padre Espiritual de muchos laicos y monjes que se beneficiaron de sus consejos.

San Tito defendió la veneración ortodoxa de los Santos Iconos durante la persecución iconoclasta, permaneciendo firme en la Fe hasta el final de su vida, luego partió hacia el Señor.

Tropario, tono 8 del común de Santos Justos

En ti fue conservada la imagen de Dios fielmente, oh justo Padre Tito, * pues tomando la cruz seguiste a Cristo * y, practicando, enseñaste a despreocuparse de la carne, * que es efímera, * y a cuidar, en cambio, el alma inmortal. * Por eso hoy tu espíritu se regocija junto con los ángeles.

Santa María de Egipto

Según san Sofronio Patriarca de Jerusalén que escribió la vida de la santa, María nació en Egipto, en el siglo IV. A los doce años se escapó de su casa paterna, movida por un desmedido deseo de libertad, estableciéndose en Alejandría. Durante los diecisiete años siguientes, vivió con desenfreno, llevándola a escandalizar y corromper a numerosas personas.

Por su afán de aventuras, se unió a un grupo de peregrinos que iban de Egipto a Jerusalén para Adorar la Santa Cruz. Consiguió el dinero para su viaje ofreciendo su cuerpo a otros peregrinos y, por un corto período de tiempo, continuó su habitual estilo de vida en Jerusalén.

El día de la Exaltación de la Cruz, quiso entrar en la iglesia del Santo Sepulcro, pero una mano invisible se lo impidió. Por tres veces intentó acceder, pero esa fuerza la detenía en el pórtico del templo. Entonces una voz le dijo: “Tú no eres digna de entrar en ese sitio sagrado, porque vives esclavizada por el pecado”. Santa María comenzó a llorar, lamentarse y a suspirar desde las profundidades de su corazón; y entonces se produjo el gran milagro que le hizo arrepentirse de sus faltas. Levantando los ojos vio cerda de la entrada la imagen de la Madre de Dios que parecía mirarla con gran bondad, compasión y amor que siempre había buscado; llena de una inmensa emoción, se arrodilló y le dijo: “Madre, si me es permitido entrar en el templo santo, yo te prometo que dejaré esta vida de pecado y me dedicaré a una vida de oración y penitencia”. Intentó entrar de nuevo en la iglesia, y esta vez le fue permitido. Después de venerar la reliquia de la Cruz, lloró amargamente por sus pecados durante muchas horas. Regresó para dar las gracias a la Virgen Santísima y escuchó una voz que le dijo: “Si cruzas el Jordán, encontrarás en el desierto el descanso más glorioso”

Sin pensarlo acudió a la ribera del río Jordán y en el monasterio de san Juan Bautista, recibió la comunión. Con tres monedas que antes había recibido, compró tres panes y a la mañana siguiente cruzó el Jordán y se retiró al desierto para vivir en el desierto rezando, meditando y haciendo penitencia, sin relacionarse con ningún ser humano durante cuarenta y siete años.

Un santo Sacerdote llamado Zósimo, después de haber pasado muchos años de monje en Palestina, vino al desierto junto al Jordán. Un día vio una figura humana; se le acercó y al pedirle que se identificara le dijo: “Soy una mujer que he venido al desierto a hacer penitencia por mis pecados”. Después de relatarle su historia, pidió al Padre que le trajera la santa Eucaristía. Después de recibir la Comunión el Jueves Santo, la penitente le pidió que el año siguiente regresara al mismo lugar donde se habían encontrado trayéndole el Cuerpo del Señor.

Al año siguiente, Zósimo fue nuevamente a la cita, pero encontró muerta a María envuelta en una manta. Zósimo tomó el cuerpo de la santa y se dispuso a darle sepultura, pero no teniendo ningún utensilio para cavar, se llevó una sorpresa al ver que llegaba un león, y con sus garras abría una sepultura en la arena. El monje cubrió con tierra el cuerpo de María y regresó a su monasterio donde contó la historia a los otros monjes. Y muy pronto junto a aquella tumba, empezaron a obrarse milagros y prodigios extendiendo la fama de la santa Penitente.

Su memoria se celebra este día 1 de abril y el quinto domingo de la Gran Cuaresma.

Tropario, tono 8

En ti fue conservada la imagen de Dios fielmente, oh justa María, * pues tomando la cruz seguiste a Cristo * y, practicando, enseñaste a despreocuparse de la carne, * que es efímera, * y a cuidar, en cambio, el alma inmortal. * Por eso hoy tu espíritu se regocija junto con los ángeles.

San Hipacio el Milagroso, obispo de Gangra; san Inocencio metropolita de Moscú e iluminador de los aleutianos.

San Hipacio, que era de Cilicia de Asia Menor, se convirtió en obispo de Gangra, la capital de la Paflagonia. Estuvo presente en el Primer Concilio Ecuménico. Debido a su confesión de la fe ortodoxa, fue asesinado por los novacianos, una secta que negaba que los pecados cometidos después del bautismo pudieran ser perdonados.

Tropario tono 4, del común de Hieromártires

Al volverte sucesor de los apóstoles * y partícipe en sus modos de ser, * encontraste en la práctica * el ascenso a la contemplación, oh inspirado por Dios. * Por eso, seguiste la palabra de la verdad * y combatiste hasta la sangre por la fe. * Hipacio, obispo mártir, intercede ante Cristo Dios * para que salve nuestras almas.

 

San Inocencio de Alaska

 

San Inocencio (Veniaminov), metropolitano de Moscú y Kolómensk (26 de agosto de 1797 – 31 de marzo de 1879). Nació en el pueblo de Anginsk, en la diócesis de Irkutsk. El Apóstol de América y Siberia proclamó el Evangelio “hasta los confines de la tierra”: en las islas Aleutianas desde 1823; en los seis dialectos de las tribus locales de la isla de Sitka desde 1834, entre los kolosh (tlingit); en los asentamientos más remotos de la extensa diócesis de Kamchatka desde 1853; entre los koryaks, chukcheos y tungus en la región de Yakutsk desde 1853 y en América del Norte en 1857; en la región de Amur y Usuriisk desde 1860.

Habiendo pasado gran parte de su vida en viajes, San Inocencio tradujo un Catecismo y el Evangelio al idioma aleutiano. En 1833 escribió en este idioma una de las mejores obras de la actividad misionera ortodoxa: Indicación del camino hacia el Reino de los Cielos.

En 1859, los yakutos escucharon por primera vez la Palabra de Dios y los servicios divinos en su lengua materna. Dos veces (en 1860 y 1861) an Inocencio se encontró con san Nicolás el Apóstol en Japón (3 de febrero), compartiendo con él su experiencia espiritual.

Habiendo comenzado su trabajo apostólico como párroco, San Inocencio lo completó como Metropolitano de Moscú (5 de enero de 1868 – 31 de marzo de 1879). Durante toda su vida obedeció la voluntad de Dios y dejó como lema del sermón que se predicaría en su funeral: “Por el Señor están ordenados los pasos del hombre” (Sal 36/37,23).

San Inocencio también es conmemorado el 5 de octubre (Sinaxis de los Jerarcas de Moscú) y el 6 de octubre (su glorificación).

Tropario, Tono 4

Has obedecido la voluntad del Señor, * te has sometido a peligros terribles por Dios, * jerarca Inocencio, * pre­dicando a los pueblos * la sapiencia divina * y mostrando el camino * a tu grey en Alaska. * Ahora, por tus plegarias, * condúcenos al Reino.

San Juan Climaco

En este día que es el Cuarto Domingo de la Cuaresma, celebramos la conmemoración de nuestro Piadoso Padre Juan, el autor de la Escala de las Virtudes y cuya vida presentamos a continuación al coincidir además con la fecha de su memoria anual.

San Juan Climaco, vino de Siria al Monte Sinaí como joven de dieciséis años y allí quedó, primero como novicio, después como ermitaño y finalmente como el abad de Sinaí hasta sus ochenta años, cuando murió alrededor del año 563. Su biógrafo, el monje Daniel, dijo sobre él: “Se levantó con el cuerpo al Monte Sinaí y con el espíritu al Monte del Cielo”.

Junto a su padre espiritual Martirio, pasó en la obediencia diecinueve años. Anastasio de Sinaí, viendo una vez al joven Juan, profetizó sobre él, que sería el abad de Sinaí. Tras la muerte de su padre espiritual, Juan se retiró a una cueva donde pasó veinte años en la difícil vida ascética. Una vez, su discípulo Moisés dormía bajo la sombra de una gran piedra, Juan estando en oración en su celda, vio que su discípulo estaba en peligro, y comenzó a rezar a Dios por él. Cuando más tarde vino Moisés, cayó de rodillas y le agradeció a su padre espiritual, porque lo salvó de la muerte segura. Y contó como en el sueño oyó que Juan le gritaba y él saltó, y en ese momento aquella piedra cayó. Si no se hubiera apartado de la piedra lo habría matado.

Por la insistencia de los hermanos, Juan llegó a ser el abad y dirigió las almas de la gente hacia la salvación, con celo y amor. Oyó una vez la crítica de algunos, de que él hablaba mucho; sin enfadarse ni un poco, Juan calló y todo el año no habló ni una palabra, hasta que los hermanos le rogaron que hablara y siguiera enseñándoles con la sabiduría que Dios le había dado.

Mientras practicaba el silencio en la cueva, Juan escribió muchos libros útiles, de los cuales el más famoso, y hoy en día el más leído, es “La Escala de las Virtudes”, en el que describe el método de la elevación del alma a Dios como el subir por una escalera.

Antes de su muerte, Juan, designó como abad a su hermano de sangre, Jorge; pero viendo que este lloraba mucho por su separación, le dijo que. si se hacía digno de la cercanía de Dios en el otro mundo, rogaría que él, Jorge, ese mismo año fuera tomado del mundo al cielo. Así sucedió, y solo diez meses después Jorge también reposó y habitó entre los ciudadanos del cielo como su gran y santo hermano Juan.

Por las oraciones de san Juan Climaco, oh Cristo Dios nuestro, ten piedad de nosotros y sálvanos. Amén

Tropario, tono 8

Con la efusión de tus lágrimas, * regaste el desierto estéril * y, por los suspiros profundos, * tus fatigas dieron frutos cien veces más, * volviéndote un astro del universo, * brillante con los milagros. ¡Oh nuestro justo padre Juan Clímaco, * intercede ante Cristo Dios * para que salve nuestras almas!

San Marcos el Confesor, obispo de Aretusa en Siria; Cirilo el Diácono, Jonás y Baraquesio (mártires).

Sobre su sufrimiento informan san Gregorio el Teólogo y el bienaventurado Teodoreto.  Según estos informes, Marcos, en tiempos del emperador Constantino, destruyó un templo pagano y convirtió a muchos a la fe cristiana. Pero cuando el emperador Juliano llegó al trono y pronto se convirtió en apóstata de la fe cristiana, algunos ciudadanos de Aretusa rechazaron a Cristo y se volvieron al paganismo. Y entonces ellos se levantaron contra Marcos porque les destruyó el templo, exigiéndole que construyera un nuevo templo o que pague una gran suma de dinero. Como el anciano Marcos se negó a cumplir con cualquiera de estas dos pretensiones, fue azotado, burlado y arrastrado por las calles.  Entonces le cortaron las orejas con delgados y fuertes hilos, lo desnudaron y lo untaron con miel dejándolo bajo el calor del verano, para que las avispas, mosquitos y abejones lo mordieran. Pero el mártir de Cristo resistió todo sin lamentos. Era muy anciano, pero su rostro era brillante como un ángel de Dios. Los paganos bajaban cada vez más el precio de su templo, pidiendo, al final, de Marcos una insignificante suma, que él podía dar fácilmente. Pero él se rehusó a dar una sola moneda para ese objetivo. Su paciencia impresionó enormemente a los ciudadanos, que comenzaron a admirarle y a quejarse para que bajaran el precio del templo hasta casi nada, solo para que él permaneciera con vida. Finalmente lo dejaron en libertad y otra vez todos, uno por uno, recibieron de él la instrucción y regresaron a la fe de Cristo.

San Cirilo el Diácono

 

El diácono Cirilo de la ciudad de Heliópolis, al pie del monte Líbano, sufrió en esos tiempos por causas semejantes. Él había destruido unos ídolos en tiempos de la libertad del cristianismo, y por eso bajo Juliano fue torturado horriblemente. Tan enfadados estaban con él los paganos, que cuando lo mataron, con sus dientes lo rasgaron y abrieron su interior. El mismo día, además de san Cirilo, sufrieron también muchos otros.

 Los malvados paganos cortaron sus cuerpos en pequeñas partes, las mezclaron con la cebada y se los dieron como comida a los cerdos. Pero les llegó el castigo muy pronto, a todos se les cayeron los dientes y un insoportable hedor salía de sus bocas.

Los Mártires Baraquisio y su hermano Jonás

San Baraquisio era hermano de san Jonás. Eran cristianos que vivían en el pueblo de Yasa en Persia durante la época del emperador Sapor (310-331), un feroz perseguidor de los cristianos.

Al enterarse de que los cristianos estaban siendo torturados en la ciudad de Baravokh, fueron a la prisión donde estaban detenidos los santos Zanithas, Lázaro, Maruthas, Narsés, Elías, Marinus, Habib, Sembeeth (Sivsithina) y Sava. Los santos hermanos fueron arrestados y llevados a juicio ante los príncipes persas Masdrath, Siroth y Marmis, quienes los instaron a adorar al sol, al fuego y al agua. Los santos mártires confesaron firmemente su fe en Cristo y no aceptaron las demandas de los paganos. Por lo tanto, fueron sometidos a feroces tormentos y a la muerte.

San Jonás sufrió primero. Ataron al santo mártir a un árbol y lo golpearon durante mucho tiempo, luego lo arrastraron sobre el hielo de un lago helado. También le cortaron los dedos de las manos y los pies, y le cortaron la lengua. Luego le desollaron la cabeza y, finalmente, cortaron su cuerpo por la mitad y lo arrojaron a una zanja.

Colocaron grilletes al rojo vivo en las muñecas de san Baraquisio, vertieron estaño fundido en su nariz, orejas y boca, y lo rastrillaron con instrumentos afilados, después de atarlo a una rueda giratoria. El santo mártir entregó su alma a Dios después de que le vertieron alquitrán hirviendo en la boca.

Los cuerpos de los santos mártires Jonás, Baraquisio y los otros mártires fueron enterrados por un piadoso cristiano llamado Habdisotes.

Tropario tono 4, del común de Santos Mártires

Tus mártires, oh Señor, * han obtenido de ti * coronas de incorrupción * en su lucha, Dios nuestro. * Al tener, pues, tu fuerza, * han vencido a tiranos * y aplastado de los demonios * su abatida insolencia. * Por sus intercesiones, oh Cristo Dios, * salva nuestras almas.

San Hilarión el Nuevo, abad de Pelecete; Madre Gabriela Papayiani, monja

San Hilarión adoptó la vida monástica desde su juventud y vivió en reclusión. Más tarde, como abad del Monasterio de Pelecete en Asia Menor (que se cree que está en Bitinia, no lejos de Triglia), sufrió mucho de los iconoclastas, y reposó en el año 754.San Hilarión adoptó la vida monástica desde su juventud y vivió en reclusión. Más tarde, como abad del Monasterio de Pelecete en Asia Menor (que se cree que está en Bitinia, no lejos de Triglia), sufrió mucho a causa de los iconoclastas, y reposó en el año 754.

Tropario tono 8, del común de los Justos

En ti fue conservada la imagen de Dios fielmente, oh justo Hilarión, * pues tomando la cruz seguiste a Cristo * y, practicando, enseñaste a despreocuparse de la carne, * que es efímera, * y a cuidar, en cambio, el alma inmortal. * Por eso hoy tu espíritu se regocija junto con los ángeles.

Madre Gabriela Papayiani

 

 

 La Madre Gabriela Papagianni nació el 2 de octubre de 1897 en Turquia y le pusieron  por nombre Aurelia. Su padre era un rico comerciante de madera y vivía en un ambiente con muchas comodidades en la ciudad, en el Fanar.

Era la cuarta y última hija de la familia. De sus hermanos, Vasiliki, la mayor, fue la primera que le habló de Dios. Junto con las historias que le leía, le contaba historias del Evangelio y del Antiguo Testamento.

Pasaron los años y la pequeña Aurelia amaba a todo el mundo y todo el mundo la amaba a ella. Después del bachillerato, se fue a continuar sus estudios en Suiza en la Escuela de Agricultura de Estavayer-Le-Lace. Amaba especialmente las plantas y hasta el final de su vida “habló” con ellas, como si pudiera ver su reacción cada vez.

En 1923 se encontraba con su familia en Tesalónica. Allí ingresó en la Facultad de Filosofía de la Universidad Aristóteles.

Al finalizar sus estudios llegó a Atenas y su primera preocupación fue conseguir un trabajo. Así que consiguió un empleo en una clínica psiquiátrica donde permaneció solo un año. Luego llegó a Inglaterra, sola con su única posesión: una libra de papel de Inglaterra. Allí encontró diversos trabajos mientras ayudaba a muchos necesitados y desempleados, y cuidaba gratuitamente a muchos pobres.

En 1954, habiendo fallecido su madre, fue a la India donde permaneció durante 5 años. Allí ayudó incesantemente a una multitud de leprosos y enfermos y les mostró un amor sin límites.

Todos la querían y la llamaban Hermana Leela. En su apretada agenda diaria, dos horas de lectura de la Biblia y muchas horas de oración eran esenciales. Tenía plena confianza en Dios y por eso nunca llevaba dinero encima.

Todo le había sido dado por Él, decía. Todo lo que hacía era ponerse en Sus manos. Los billetes de avión, la comida, el alojamiento y todo lo que necesitaba le fueron dados por Dios. Ayudó a multitud de personas y fue la causa de que muchas personas se bautizaran en la Iglesia Ortodoxa. Nunca habló de Cristo a nadie, a menos que se lo pidieran.

Hizo contactos importantes (Madre Teresa de Calcuta, Sivananda, Baba Amte). Fue invitada a varios países para hablar sobre el cristianismo ortodoxo y realmente dejó a la multitud sin palabras.

Después de la India, estuvo un año en el Himalaya con una dieta pobre, sola “a solas con Dios”, en horas de oración interminable. Más tarde diría que durante ese año experimentó el monacato contemplativo sin siquiera saberlo.

Ahora creía que estaba haciendo la voluntad de Dios cuando de repente le llegó el mensaje de los ángeles que le decía: “Ahora puedes ir a ser monja”. Entonces comprendió que el monacato es una forma de vida especial y superior. Dejó el asunto abierto y creyó que Dios la guiaría una vez más.

Entonces conoció a un caballero que le pidió que la acompañara a Betania, a un monasterio. Milagrosamente, volvió a encontrar el pasaje y se fue a Betania, a los 62 años, donde se destacó por su amor y paciencia.

Y justo cuando pensaba que esa sería su vida, comenzó a viajar de nuevo para ayudar, para hablar de Cristo y para ser amada por todo el mundo.

Después, Atenas, donde fue operada para curar la ceguera total de su ojo izquierdo. Permaneció en Atenas en el Santo Monasterio de Evangelistria, la Nueva Jerusalén, como solía decir. A través del monasterio, mantuvo correspondencia y ayudó a muchas personas.

Después vino África, Atenas, donde permaneció en la casa de los ángeles, como la llamaban sus hijos espirituales, donde recibía y ayudaba a diario a las personas que sufrían de Egina y Leros, donde falleció a los 95 años, el 28 de marzo de 1992, levantando las manos al cielo. En ese momento sus hijos espirituales oyeron claramente una voz joven que cantaba una melodía desconocida, alegre, angelical. Esto duró sólo unos segundos y luego un silencio llenó su celda.

Todas las campanas de Leros sonaron tristemente. Se cantó el funeral y mientras las monjas la escoltaban hasta la tumba, el obispo quiso ver su rostro por última vez. Quienes lo vieron se persignaron y dijeron que no hay palabras para describir el rostro divino de la persona que vieron.

Madre Gabriela era una persona poco común con un amor sin límites por el prójimo. También merecía adquirir el don de la intuición. Ella dijo que los ángeles una vez le dijeron que lo que más importa es la cantidad y calidad del amor que das a los demás sin discriminación.

Todos le preguntaban cómo era posible que ella amara tanto incluso a extraños y cómo era posible que ella fuera obediente al mundo entero y viajara constantemente para ayudar incluso a una persona. ¡Así que su vida es descrita correctamente como la vida ascética del amor!

Una vez un misionero extranjero la describió como una “mala cristiana” porque a diferencia de los otros misioneros en la India de otras religiones que conocían muchos dialectos nativos, ella no sabía ninguno y solo hablaba inglés. Respondió que conocía cinco idiomas: el primero es la sonrisa, el segundo son las lágrimas, el tercero es el tacto, el cuarto es la oración y el quinto es el amor. Con estos cinco idiomas, viajó alrededor del mundo.

Tropario tono 5

Decorosa asceta de amor enérgico, * terapeuta piadosa y amparo digno sagaz * de los oprimidos, faltos y huérfanos, * madre Gabriela, gran modelo del amor en el Señor * y sobria misionera, * que atrae de Dios clemencia * para los que la honran con fe.

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