San Jorge gran Mártir

23/04

san_jorgeLa Iglesia Ortodoxa ha enfatizado siempre que el reconocimiento de un santo, antes de ser confirmado como tal por las Autoridades Eclesiásticas, surge de la conciencia del pueblo de Dios que venera, aún en vida, a una persona por su santidad, y aun más después de su muerte.

En este sentido el pueblo ortodoxo, a lo largo de la historia, ha venerado a San Jorge y agradecido su eficaz intercesión, a tal grado que es impresionante el número de iglesias construidas, desde el siglo IV hasta la fecha, dedicadas a este Gran Mártir de Cristo y puestas bajo su patrocino; y todavía más, que casi no haya familia en la que alguno de sus miembros no lleve su nombre.

Jorge nació en la ciudad de Al-Led, Palestina, de una familia distinguida por su posición social, en el año 280. Al cumplir los 17 años, se incorporó al ejército; su notable entrega y valor impresionó de tal manera al emperador Diocleciano que rápidamente lo ingresó a su guardia real.

Poco después, Diocleciano emprendió su encarnizada persecución en contra de los cristianos, y los ríos de sangre desbordaron como nunca antes. Sin embargo, la fe de Jorge, antes que nada, soldado de Cristo, ni siquiera se tambaleó, sino que fortalecida, se enfrentó con toda valentía al emperador, proclamó su cristianismo y defendió su fe, la fe en Jesucristo, Dios verdadero.

Diocleciano, encolerizado, ordenó torturar a Jorge, pero todos los dolores no pudieron vencer la Gracia de Dios que apoyó al Mártir en su testimonio. Entonces, el emperador, frustrado por su impotencia de hacer vacilar la sólida fe de Jorge, mandó decapitarlo. El soldado de Cristo lleno de alegría, con esa valentía que lo caracterizaba y con la luz de la Gracia Divina resplandeciendo en su rostro, inclinó la cabeza ante el verdugo. Su cabeza cayó, su alma se elevó al Cielo, su fama se difundió por todo el imperio, y su amor conquistó los corazones de los fieles que han gozado y gozan de su intercesión, manifestada en milagros, curaciones, consuelos y fortalecimiento de su fe hasta el día de hoy.

Este cariño del pueblo de Dios hacia San Jorge le hizo aplicar al Soldado de Cristo, un antiguo mito referente a un guerrero que, defendiendo a su pueblo, mata al dragón que quiere devorar a la bellísima princesa. La Iglesia aceptó esta asimilación y pintó a San Jorge como el soldado que con la lanza de su intercesión ha vencido al demonio y rescatado a la Iglesia, la Novia Inmaculada de Cristo, de cuantiosos peligros que la han rodeado. Que sus intercesiones sean para con todos nosotros. Amén.

Cual liberador de los cautivos
y protector de los necesitados,
sanador de los enfermos
y defensor de los creyentes:
oh victorioso y gran mártir Jorge,
intercede a Cristo Dios
por la salvación de nuestras almas.
 
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Santa María Egipciaca

01/04

santa_maria_ejipciacaApenas tenía doce años cuando huyó a Alejandría, donde vivió en prostitución y pecado durante 17 años. Fue entonces, en plena madurez, cuando vino a su mente la idea de viajar a Jerusalén para asistir, con otros visitantes, a la fiesta de la Elevación de la Santa Cruz; ciertamente no por motivos religiosos sino por mera curiosidad. Estando allí, participó en toda forma de corrupción arrastrando a muchos a los abismos del pecado.

En el día de la festividad quiso entrar a la Iglesia pero en las tres o cuatro veces que lo intentó, una fuerza invisible se lo impedía, en tanto que toda la gente entraba sin ningún obstáculo. Ella sintió entonces dolor y tristeza en su corazón y, atrayendo la compasión de Dios por el arrepentimiento, logró cambiar el curso de su vida. Así, habiendo tomado esta decisión, entró a la iglesia fácilmente y se postró ante el honorable madero de la Cruz.

Poco después, el mismo día, se dirigió a Jerusalén y atravesando el río Jordán se adentró en las profundidades del desierto. Aquí pasó aproximadamente 47 años, en una vida dura e insoportable. Oraba en soledad absoluta al Único Dios.

Hacia el final de su vida se encontró en el desierto con un asceta sacerdote de nombre Zócimo a quien le confesó toda su historia, desde el principio hasta ese momento, pidiéndole que le trajera los santos dones para comulgar. El día de su comunión fue el Gran Jueves Santo. Un Año mas tarde al volver nuevamente Zocimo, la encontró tendida en el suelo, muerta, y cerca de ella estas palabras grabadas en la arena:

“Padre Zocimo, entierra el cuerpo de María miserable aquí. Morí el mismo día en que comulgué los dones místicos. Ora por mí.”

Su muerte se ubica hacia finales del cuarto siglo.

La Iglesia recuerda, en el quinto domingo de la Gran Cuaresma, a la Santa, precisamente cuando se acerca el fin de la Cuaresma, para alentar a los pecadores y negligentes al arrepentimiento, para que sea la Santa festejada un ejemplo a seguir.

“En ti fue conserada la imagen de Dios fielmente, oh Justa María,
pues tomando la cruz seguiste a Cristo
y, practicando, enseñaste a despreocuparse de la carne, que es efímera
y a cuidar, en cambio, el alma inmortal.
Por eso hoy tu espíritu se alegra junto con los ángeles”
 

San Juan Clímaco

30/03

san_juan_climacoA partir del siglo VI, el célebre monasterio de Santa Catalina, fundado por Justiniano en el monte Sinaí, se convierte en el más importante centro de difusión e irradiación de espiritualidad.

Uno de los hombres más notables entre los grandes doctores sinaítas fue indudablemente Juan, Abad del monasterio de Santa Catalina entre los años 580 y 650, de cuya vida, a pesar de haber sido uno de los ascetas orientales de mayor renombre, no se tiene mayores datos, a no ser un corto escrito del monje Daniel de Raitu, algunos fragmentos de los “Relatos” del monje Anastasio y algunos indicios que el mismo Juan desliza en su obra. En cuanto a sus primeros años, la carencia de noticias es total, sólo podemos deducir que recibió una sólida formación intelectual.

A los dieciséis años ingresa al Monasterio de Santa Catalina y se somete a la dirección de un cierto abad Martyrius, quien le conferirá la tonsura monástica a la edad de veinte años.

Tras la muerte de su padre espiritual, Juan, que en aquel entonces tendría alrededor de treinta y cinco años, decide entregarse a la vida solitaria en un sitio llamado Thola (Wadi el Tlah), donde se establece en una gruta algo alejada del grupo de anacoretas que vivía en los alrededores. Pasado un tiempo se le acercaría su primer discípulo, un monje llamado Moisés, y más tarde, atraídos por la aureola que había comenzado a desarrollarse a su alrededor, acuden los monjes en gran cantidad procurando su consejo.

Con el tiempo, Juan se transformaría en un eminente padre espiritual.

Finalmente es elegido abad del Monasterio de Santa Catalina del Monte Sinaí. Se supone que durante esta época fue redactada, a petición del abad Juan de Raitu, su Santa Escala, a la que le debe su nombre de “Clímaco”.

Llegado a una edad muy avanzada, abdica a favor de su hermano carnal Jorge y retorna a la vida solitaria hasta su muerte, que se cree ocurrida entre los años 650 y 680.

San Juan Clímaco nos ha dejado una “Escala” compuesta por treinta escalones, número de la edad de Cristo cuando comenzó su predicación, ya que el objeto de “la Escala”, como dice el mismo Clímaco, es “llegar a la madurez de la plenitud de Cristo.” Son escalones de virtudes que cada cristiano tiene que subir mirando siempre al escalón treinta, donde mora el Amor que es el mismo Cristo quien bendice nuestro ascenso.

“Con la efusión de tus lágrimas,
regaste el desierto estéril;
y por los profundos suspiros,
tus fatigas dieron frutos cien veces más,
volviéndote un astro del universo,
brillante con los milagros.
¡Oh nuestro justo padre Juan,
suplícale a Cristo Dios que salve nuestras almas!”
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San Juan Casiano (Confesor)

29/02

febrero29-Juan_CasianoSan Juan  Casiano el Romano nació alrededor del 360. Sus padres, piadosos cristianos le dieron una excelente educación clásica. Lo introdujeron e instruyeron  en las Sagradas Escrituras y en la vida espiritual.

San Juan entró en un monasterio en la diócesis de Tomis, donde su amigo y pariente  san Germán, trabajó como un asceta. Después de cinco años, en el 380, Juan viajó para  venerar  los Santos Lugares de Jerusalén con su hermana y su amigo san Germán. Los dos monjes se quedaron  en un monasterio de Belén, no lejos de donde nació el Salvador. La experiencia fue tan enriquecedora que siguió viajando durante siete años más basándose en la experiencia espiritual de los ascetas incontables. Los monjes egipcios le enseñaron muchas cosas útiles sobre las luchas espirituales, la oración y la humildad.

Las notas que San Juan fue escribiendo, formaron la base de su libro llamado conferencias con los padres en veinticuatro capítulos.

Tiempo después de escribir su libro, volvió a  Belén por un breve tiempo, y posteriormente se fue a Egipto y vivió allí hasta el 399. Debido a los disturbios causados por el arzobispo Teófilo de Alejandría dentro de los monasterios a lo largo del Nilo, decidió ir a Constantinopla. Allí conoció a San Juan Crisóstomo y se quedó con él por cinco años, aprendiendo muchas cosas provechosas.

Cuando Crisóstomo fue exiliado de Constantinopla en 404, el  santo Juan Casiano se fue a Roma para defender su caso ante Inocencio I. Casiano fue ordenado al sacerdocio santo en Roma. Después de la muerte de Crisóstomo en 407, San Juan Casiano se fue a Marsella en la Galia (actual Francia) y fundó dos monasterios. Uno para hombres y otro para mujeres.

A  petición del obispo Castor de Aptia Julia (en el sur de la Galia), Casiano escribió los institutos de vida cenobítica en doce libros, que describen la vida de los monjes de Palestina y Egipto, el volumen incluye cuatro  libros que describen la vestimenta de los monjes de Palestina y Egipto, sus horarios de oración y de servicios. Los siete libros tienen como tema base los pecados capitales y cómo superarlos.

San Juan Casiano escribió también 24 libros en forma de conversaciones con los padres acerca de la perfección del amor, de la pureza, de la ayuda de Dios; sobre la importancia de la  comprensión de las Escrituras. Acerca de los dones de Dios, sobre la amistad, sobre el uso del lenguaje, sobre los cuatro niveles de la vida monástica, sobre la vida solitaria y la vida cenobítica, sobre el arrepentimiento, sobre el ayuno, meditaciones sobre todas las noches, y sobre la mortificación espiritual. Esta última tiene el título  “Yo hago lo que no quiero hacer”.

En 431 San Juan Casiano escribió su trabajo final sobre la encarnación del Señor, escrita en siete libros que se oponen a la herejía, citando a muchos maestros de Oriente y del Occidente para apoyar sus argumentos.

Sus intercesiones sean por nosotros. Amén.

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San Basilio Confesor

28/02

San Basilio el Confesor fue un monje que sufrió durante el reinado del emperador iconoclasta León Isauro (717-741).

Cuando comenzó una persecución contra los que veneran los santos iconos, san Basilio y su compañero de san Procopio de Decápolis (27 de febrero) fueron sometidos brutalmente a diversas  torturas y encerrados en la cárcel popr mucho tiempo, sin embargo su fe nunca desfalleció.

Cuando los santos confesores Basilio y Procopio fueron puestos en libertad junto con otros veneradores de los iconos sagrados, siguieron su lucha monástica, instruyendo a muchos en la fe ortodoxa y la vida virtuosa. San Basilio murió en paz en el año 750.

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San Procopio de Decápolis (Confesor)

27/02

febrero27-San_ProcopioVivió en el siglo VIII, en la época del emperador León III (717-741). Se caracterizó por su nobleza y valentía para defender la fe.

El Santo no se aisló en la soledad de su celda sino lo contrario: inspirado por las frases  “Sé fuerte y ten buen ánimo! ¡No temas ni desmayes!” (1 Crónicas 22:13)  vivía motivado y avanzaba con mucha determinación y valentía luchando en pro de la fe ortodoxa.

Procopio sobresalió en su posición contra los heréticos monofisistas y también apoyó la veneración de los iconos. El emperador León era un salvaje iconoclasta que persiguió y torturó a muchos que tenían la posición del Santo. Procopio vivió siempre perseguido luchando para extender la fe ortodoxa hasta el final de sus días.

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San Porfirio (Obispo de Gaza)

26/02

febrero26-San_Porfirio_de_GazaSan Porfirio, Arzobispo de Gaza, nació alrededor del año 346 en Tesalónica. Sus padres eran de familia noble  y esto permitió a San Porfirio recibir una buena educación.

La familia de Porfirio era originaria de Tesalónica. Volviendo las espaldas al mundo, abandonó a sus amigos y a su país a los veinticinco años. Se dirigió a Egipto, donde se consagró a Dios en un monasterio del desierto de Esquela.

Cinco años más tarde, pasó a Palestina y estableció su morada en una cueva cerca del Río Jordán; pero pasados  cinco años, las enfermedades le obligaron a volver a Jerusalén. Ahí visitaba diariamente los Santos Lugares, apoyándose en un bastón, pues estaba sumamente débil. Por aquella época, llegó a Jerusalén un peregrino llamado Marcos (que un día sería el biógrafo de San Porfirio). Marcos, admirado por la devoción con que Porfirio visitaba el sitio de la Resurrección del Señor y otras estaciones le ofreció compañía y apoyo, pues Porfirio casi no podía caminar por tanto dolor que sentía en sus piernas (y sin embargo nunca faltaba a la iglesia a recibir la comunión).

Estaba esperando recibir una herencia de sus padres que no llegaba y que de hecho ya había tardado. La quería para ayudar a los pobres por lo que Marcos se ofreció a partir por ella  y se fue con rumbo a Tesalónica para regresar tres meses después, cargado de dinero y objetos de gran valor.

Marcos apenas pudo reconocer a Porfirio, porque, entretanto, se había mejorado prodigiosamente. Su rostro, antes pálido estaba ahora fresco y rosado. Al ver el asombro de su amigo, Porfirio le dijo: “No te sorprendas de verme en perfecto estado de salud, pero admira en cambio la inefable bondad de Cristo, quien cura las enfermedades que los hombres no pueden aliviar.” Marcos le preguntó cómo se había efectuado la curación, a lo que Porfirio replicó: “Hace cuarenta días, en un momento de grandes dolores, me desmayé al subir al Calvario. Me parecía ver al Señor, crucificado junto al buen ladrón. Entonces dije a Jesucristo: “Señor, acuérdate de mi cuando vengas en tu Reino. En respuesta, el Señor ordenó al buen ladrón que viniese en mi ayuda. El buen ladrón me ayudó a levantarme y me ordenó ir a Cristo. Yo corrí hacia Él, y el Señor descendió de la cruz y me dijo: “Encárgate de cuidar mi cruz”. “Obedeciendo a sus órdenes, a lo que me parece, me eché la cruz sobre los hombros y la transporté algo más lejos. Poco después me desperté; el dolor había desaparecido, y desde entonces no he vuelto a sufrir de ninguna de mis antiguas enfermedades”.

Porfirio continuó su vida de trabajo y penitencia hasta los cuarenta años de edad. Entonces el obispo de Jerusalén lo ordenó sacerdote y confió a su cuidado la reliquia de la cruz. Años más tarde, fue relevado del cargo y nombrado obispo de Gaza. El siervo de Dios sufrió mucho al verse elevado a una dignidad a la que no se sentía llamado. Los ciudadanos de Gaza le consolaron y le pidieron su apoyo para poder formar una ciudad digna, pues Gaza era una ciudad llena de idólatras paganos.

En Gaza, sólo habían tres iglesias cristianas, y muchos templos paganos e ídolos. Durante este tiempo había habido una larga temporada sin lluvia causando una grave sequía. Los sacerdotes paganos llevaban ofrendas a sus ídolos, pero los problemas no cesaban. San Porfirio pidió al Señor que lloviera y cumplió una vigilia que duró toda la noche seguida de una procesión a la iglesia de la ciudad. Inmediatamente comenzó a llover.

Al ver este milagro, muchos paganos gritaron: “Cristo es ciertamente el único Dios verdadero!”  Como resultado de esto, 127 hombres, treinta y cinco mujeres y catorce niños se unieron a la Iglesia por el Santo Bautismo, y otros 110 hombres poco después de esto.

El trabajo básico de San Porfirio fue terminar con la idolatría y en sustitución de los lugares paganos construir iglesias para los cristianos.

Durante su vida  distribuyó grandes limosnas a los pobres, cosa en la que se mostraba siempre muy generoso.

Porfirio se presentó a la emperatriz Eudoxia, que estaba esperando un hijo en ese momento y le dijo: “El Señor te  enviará un hijo, que reinará durante su vida”. Eudoxia deseaba un hijo pues solo tenía hijas. A través de la oración de los santos nació un heredero para la familia imperial. Como resultado de esto, el emperador emitió un edicto en el año 401 en el que ordenó la destrucción de templos paganos en Gaza y la restauración de los privilegios a los cristianos. Por otra parte, el emperador le dio dinero al santo para la construcción de una nueva iglesia.

El santo obispo pasó el resto de su vida en el celoso cumplimiento de sus deberes pastorales  y, a su muerte, la idolatría había desaparecido casi completamente de la ciudad.

Sus intercesiones sean por nosotros. Amén.

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San Tarasio Confesor (Patriarca de Constantinoplo)

25/02

febrero25-San_Tarasio_patriarca_ConstantinoplaSan Tarasio ejercía el cargo de secretario del joven emperador Constantino IV y de su madre Irene. A pesar de ser laico, Paulo IV, patriarca de Constantinopla, le propuso a Tarasio ser su sucesor, cuando llegara  el momento de retirarse a un monasterio.

La corte, el clero y el pueblo confirmaron la elección de Tarasio. El santo había recibido una educación esmerada. Vivía entre lujos por el puesto que desempeñaba en la corte y sin embargo, su vida personal de desenvolvía en un ambiente de sencillez. Había sabido llevar una vida casi monacal. Se resistió mucho a aceptar el nombramiento de patriarca, en parte porque no era sacerdote y en parte también, por la difícil situación que había creado la política de los emperadores contra la veneración de las imágenes sagradas a partir de León III, en 726.

Cuando Tarasio  fue elegido patriarca, la emperatriz Irene ejercía la regencia, pues su hijo, Constantino IV, sólo tenía diez años. Irene era una mujer ambiciosa y a veces  cruel, pero a pesar de eso, no se oponía a la veneración de las imágenes. Esto facilitó la reunión del séptimo Concilio Ecuménico que se reunió en Nicea el año 787. Presidido por los legados del Papa Adriano I, las discusiones llevaron a la conclusión de que la Iglesia podía permitir que se tributara a las imágenes un culto relativo, no el culto de adoración que sólo se debe a Dios como lo hizo notar el Concilio: “ quien reverencia a una imagen, reverencia a la persona que ésta representa”.

Obedeciendo a las decisiones conciliares, Tarasio restituyó en su patriarcado el culto de las imágenes e igualmente trabajó por desarraigar la simonía. Su vida fue un modelo de perfecto desinterés para el clero y el pueblo. En su casa y en su mesa no había nada ostentoso. Vivía consagrado al servicio del prójimo, Tarasio apenas permitía que sus criados le sirviesen. Dormía muy poco y en sus ratos de ocio se entregaba a la oración y a la lectura espiritual. Prohibió al clero el uso de vestidos preciosos.  Con frecuencia repartía personalmente alimentos a los pobres para que nadie se sintiera abandonado. Visitaba todos los hospitales y hacía obras de beneficencia en Constantinopla.

Algunos años más tarde, el emperador se enamoró de una de las sirvientas de su esposa (con quien había sido obligado a contraer matrimonio) así que decidió acusar a su esposa de tratar de envenenarlo para poder divorciarse y volverse a casar. Pero el patriarca no se dejó engañar y replicó que estaba cierto de que Constantino quería divorciarse de la emperatriz porque estaba enamorado de la sirvienta; además le manifestó que, “aun en el caso de que la emperatriz María fuese realmente culpable, el nuevo matrimonio constituiría un adulterio. El emperador, enojado echó a la emperatriz María fuera del palacio y la obligó a tomar el velo. Como Tarasio se negó a casarlo con Teódota, (la servienta) el matrimonio se llevó a cabo ante el abad José. En adelante Tarasio tuvo que soportar el resentimiento de Constantino, quien le persiguió durante el resto de su reinado. San Tarasio entregó su alma a Dios en medio de una gran paz, después de haber gobernado al patriarcado durante veintiún años. Sus Santas reliquias se encuentran en el monasterio del Bósforo que él había construido.

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San Policarpo (Obipso de Esmirna)

 23/02

febrero23-San_PolicarpoSan Policarpo fue uno de los más famosos entre aquellos obispos de la Iglesia primitiva a quienes se les da el nombre de “Padres Apostólicos”, por haber sido discípulos de los Apóstoles y directamente instruidos por ellos. Policarpo fue discípulo de San Juan Evangelista, y los fieles le profesaban una gran veneración. Entre sus muchos discípulos y seguidores se encontraban San Ireneo y Papías. Cuando Florino, que había visitado con frecuencia a San Policarpo, empezó a profesar ciertas herejías, San Ireneo le escribió: “Esto no era lo que enseñaban los obispos, nuestros predecesores. Yo te puedo mostrar el sitio en el que el bienaventurado Policarpo acostumbraba a sentarse a predicar. […] Pues bien, puedo jurar ante Dios que si el santo obispo hubiese oído tus errores, se habría tapado las orejas y habría exclamado, según su costumbre: ¡Dios mío!, ¿por qué me has hecho vivir hasta hoy para oír semejantes cosas?”.

La tradición cuenta que, habiéndose encontrado San Policarpo con Marción en las calles de Roma, el hereje le increpó, al ver que no parecía advertirle: ‘¿Qué, no me-conoces?” “Sí, –le respondió Policarpo–, se que eres el primogénito de Satanás”. El santo obispo había heredado este aborrecimiento hacia las herejías de su maestro San Juan, quien salió huyendo de los baños, al ver a Cerinto. Ellos comprendían el gran daño que hace la herejía. 

San Policarpo besó las cadenas de San Ignacio, cuando éste pasó por Esmirna, camino del martirio, e Ignacio a su vez, le recomendó que velara por su lejana Iglesia de Antioquía y le pidió que escribiera en su nombre a las Iglesias de Asia, a las que él no había podido escribir. San Policarpo escribió poco después a los Filipenses una carta que se conserva todavía  y que merece toda admiración por la excelencia de sus consejos y la claridad de su estilo.

El año sexto de Marco Aurelio, según la narración de Eusebio, estalló una grave persecución en Asia, en la que los cristianos dieron pruebas de un valor heroico. Germánico, quien había sido llevado a Esmirna con otros once o doce cristianos se señaló entre todos, y animó a los pusilánimes a soportar el Martirio. En el anfiteatro, el procónsul le exhortó a no entregarse a la muerte en plena juventud, cuando la vida tenía tantas cosas que ofrecerle, pero Germánico provocó a las fieras para que le arrebataran cuanto antes la vida perecedera. Pero también hubo cobardes: un frigio, llamado Quinto, consintió en hacer sacrificios a los dioses antes que morir. 

La multitud no se saciaba de la sangre derramada y gritaba: “¡Mueran los enemigos de los dioses! ¡Muera Policarpo!” Los amigos del santo le habían persuadido que se escondiera, durante la persecución, en un pueblo vecino. Tres días antes de su martirio tuvo una visión en la que aparecía su almohada envuelta en llamas; esto fue para él una señal de que moriría quemado vivo como lo predijo a sus compañeros. Cuando los perseguidores fueron a buscarle, cambió de refugio, pero un esclavo, a quien habían amenazado si no le delataba, acabó por entregarle.

Los autores de la carta de la que tomamos estos datos, condenan justamente la presunción de los que se ofrecían espontáneamente al martirio y explican que el martirio de San Policarpo fue realmente evangélico, porque el santo no se entregó, sino que esperó a que le arrestaran los perseguidores, siguiendo el ejemplo de Cristo. 

Herodes, el jefe de la policía, mandó por la noche a un piquete de caballería a que rodeara la casa en que estaba escondido Policarpo; éste se hallaba en la cama, y rehusó escapar, diciendo: “Hágase la voluntad de Dios”. Descendió, pues, hasta la puerta, ofreció de cenar a los soldados y les pidió únicamente que le dejasen orar unos momentos. Habiéndosele concedido esta gracia, Policarpo oró de pie durante dos horas, por sus propios cristianos y por toda la Iglesia. Hizo esto con tal devoción, que algunos de los que habían venido a aprehenderle se arrepintieron de haberlo hecho. Montado en un asno fue conducido a la ciudad. En el camino se cruzó con Herodes y el padre de éste, Nicetas, quienes le hicieron venir a su carruaje y trataron de persuadirle de que no “exagerase” su cristianismo: “¿Qué mal hay –le decían– en decir Señor al César, o en ofrecer un poco de incienso para escapar a la muerte?” Hay que notar que la palabra “Señor” implicaba en aquellas circunstancias el reconocimiento de la divinidad del César. El obispo permaneció callado al principio; pero, como sus interlocutores le instaran a hablar, respondió firmemente: “Estoy decidido a no hacer lo que me aconsejan”. Al oír esto, Herodes y Nicetas le arrojaron del carruaje con tal violencia, que se fracturó una pierna.

El santo se arrastró calladamente hasta el sitio en que se hallaba reunido el pueblo. A la llegada de Policarpo, muchos oyeron una voz que decía: “Sé fuerte, Policarpo, y muestra que eres hombre”. El procónsul le exhortó a tener compasión de su avanzada edad, a jurar por el César y a gritar: “¡Mueran los enemigos de los dioses!” El santo, volviéndose hacia la multitud de paganos reunida en el estadio, gritó: “¡Mueran los enemigos de Dios!” El procónsul repitió: “Jura por el César y te dejaré libre; reniega de Cristo”. “Durante ochenta y seis años he servido a Cristo, y nunca me ha hecho ningún mal. ¿Cómo quieres que reniegue de mi Dios y Salvador? Si lo que deseas es que jure por el César, he aquí mi respuesta: Soy cristiano. Y si quieres saber lo que significa ser cristiano, dame tiempo y escúchame”. El procónsul dijo: “Convence al pueblo”. El mártir replicó: “Me estoy dirigiendo a ti, porque mi religión enseña a respetar a las autoridades si ese respeto no quebranta la ley de Dios. Pero esta muchedumbre no es capaz de oír mi defensa”. En efecto, la rabia que consumía a la multitud le impedía prestar oídos al santo.

El procónsul le amenazó: “Tengo fieras salvajes”. “Hazlas venir –respondió Policarpo–, porque estoy absolutamente resuelto a no convertirme del bien al mal, pues sólo es justo convertirse del mal al bien”. El precónsul replicó: “Puesto desprecias a las fieras te mandaré quemar vivo”. Policarpo le dijo: “Me amenazas con fuego que dura un momento y después se extingue; eso demuestra ignoras el juicio que nos espera y qué clase de fuego inextinguible aguarda a los malvados. ¿Qué esperas? Dicta la sentencia que quieras”.

Durante estos discursos, el rostro del santo reflejaba tal gozo y confianza y actitud tenía tal gracia, que el mismo procónsul se sintió impresionado. Sin embargo, ordenó que un heraldo gritara tres veces desde el centro del estadio: Policarpo se ha confesado cristiano”. Al oír esto, la multitud exclamó: “¡Este es el maestro de Asia, el padre de los cristianos, el enemigo de nuestros dioses que enseña al pueblo a no sacrificarles ni adorarles!” Como la multitud pidiera al procónsul que condenara a Policarpo a los leones, aquél respondió que no podía hacerlo, porque los juegos habían sido ya clausurados. Entonces gentiles y judíos pidieron que Policarpo fuera quemado vivo.

En cuanto el procónsul accedió a su petición, todos se precipitaron a traer leña de los hornos, de los baños y de los talleres. Al ver la hoguera prendida, Policarpo se quitó los vestidos y las sandalias, cosa que no había hecho antes porque los fieles se disputaban el privilegio de tocarle. Los verdugos querían atarle, pero él les dijo: “Permitidme morir así. Aquél que me da su gracia para soportar el fuego me la dará también para soportarlo inmóvil”. Los verdugos se contentaron pues, con atarle las manos a la espalda. Alzando los ojos al cielo, Policarpo hizo la siguiente oración: “¡Señor Dios Todopoderoso, Padre de tu amado y bienaventurado Hijo, Jesucristo, por quien hemos venido en conocimiento de Ti, Dios de los ángeles, de todas las fuerzas de la creación y de toda la familia de los justos que viven en tu presencia! ¡Yo te bendigo porque te has complacido en hacerme vivir estos momentos en que voy a ocupar un sitio entre tus mártires y a participar del cáliz de tu Cristo, antes de resucitar en alma y cuerpo para siempre en la inmortalidad del Espíritu Santo! ¡Concédeme que sea yo recibido hoy entre tus mártires, y que el sacrificio que me has preparado Tú, Dios fiel y verdadero, te sea laudable! ¡Yo te alabo y te bendigo y te glorifico por todo ello, por medio del Sacerdote Eterno, Jesucristo, tu amado Hijo, con quien a Ti y al Espíritu sea dada toda gloria ahora y siempre! ¡Amén!”

No bien había acabado de decir la última palabra, cuando la hoguera fue encendida. “Pero he aquí que entonces aconteció un milagro ante nosotros, que fuimos preservados para dar testimonio de ello –escriben los autores de esta carta–:  las llamas, encorvándose como las velas de un navío empujadas por el viento, rodearon suavemente el cuerpo del mártir, que entre ellas parecía no tanto un cuerpo devorado por el fuego, cuanto un pan o un metal precioso en el horno; y un olor como de incienso perfumó el ambiente”. Los verdugos, recibieron la orden de atravesar a Policarpo con una lanza; al hacerlo, brotó de su cuerpo una paloma y tal cantidad de sangre, que la hoguera se apagó.

Nicetas aconsejó al procónsul que no entregara el cuerpo a los cristianos, no fuera que estos, abandonando al Crucificado, adorasen a Policarpo. Los judíos habían sugerido esto a Nicetas, “sin saber –dicen los autores de la carta– que nosotros no podemos abandonar a Jesucristo ni adorar a nadie porque a Él le adoramos como Hijo de Dios, y a los mártires les amamos simplemente como discípulos e imitadores suyos, por el amor que muestran a su Rey y Maestro”. Viendo la discusión provocada por los judíos, el centurión redujo a cenizas el cuerpo del mártir. “Más tarde -explican los autores de la carta- recogimos nosotros los huesos, más preciosos que las más ricas joyas de oro, y los depositamos en un sitio dónde Dios nos concedió reunirnos, gozosamente, para celebrar el nacimiento de este mártir”. Esto escribieron los discípulos y testigos. Policarpo recibió el premio de sus trabajos, a las dos de la tarde del 23 de febrero de 155, o 166, u otro año.

Sus intercesiones sean por nosotros. Amén.

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El encuentro de las Reliquias de los Mártires en Constantinopla

22/02

Durante las persecuciones contra los cristianos, las reliquias de los santos mártires solían ser enterradas por los creyentes en lugares ocultos. Así que en Constantinopla, cerca de las puertas y la torre en el barrio de Eugenio, se encontraron los cuerpos de varios mártires. Sus nombres permanecen desconocidos por la Iglesia.

Cuando los milagros de curación comenzaron a ocurrir en este lugar, las reliquias de los santos fueron descubiertas y trasladadas a una iglesia con gran honor. Se sabe que entre las reliquias descubiertas en Eugenio estaban también las del  Santo Apóstol Andrónico de los Setenta y su ayudante Junia (17 de mayo), a quien el apóstol Pablo menciona en la Epístola a los romanos (Romanos 16:7). En el siglo XII, una gran cúpula de la iglesia fue construida en el lugar donde se descubrieron las reliquias de los santos mártires. Este trabajo fue realizado por el emperador Andrónico (1183-1185).

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