Domingo del “Hijo pródigo”
La riqueza de la gracia que me has dado, oh Salvador, la he derrochado vanamente, yo miserable, en mi pésima partida. Pues, viviendo en el despilfarro con los demonios, la dilapidé en la malicia. Por eso a Ti regreso, oh Padre compasivo: acéptame como al hijo pródigo y sálvame.Exapostelario
Tropario de Resurrección
Tono 1
Cuando la piedra fue sellada por los judíos y tu purísimo cuerpo fue custodiado por los guardias, resucitaste al tercer día, oh Salvador, concediendo al mundo la vida. Por lo tanto, los poderes celestiales clamaron a Ti, oh Dador de Vida: Gloria a tu Resurrección, oh Cristo, gloria a tu Reino, gloria a tu plan de salvación, oh único Amante de la humanidad.Condaquio de la Presentación del Señor en el Templo
Tono 1
Por Tu nacimiento, oh Cristo Dios, santificaste las entrañas de la Virgen, las manos de Simeón bendijiste debidamente y a nosotros, hoy, nos rescataste y salvaste. Protege a Tus fieles con la paz en las guerras y ayuda a aquellos que amas, porque Tú eres el único Amante de la humanidad.Primera Carta del Apóstol San Pablo a los corintios (6:12-20)
Hermanos: Todo me es lícito, mas no todo me conviene. Todo me es lícito, mas no me dejaré dominar por nada. La comida para el vientre y el vientre para la comida, mas Dios destruirá aquél y ésta. Pero el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo. Y Dios, que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros mediante su poder.
¿No saben que sus cuerpos son miembros de Cristo? Y ¿había de tomar yo los miembros de Cristo para hacerlos miembros de prostituta? ¡De ningún modo! ¿O no saben que quien se une a la prostituta se hace un solo cuerpo con ella? Pues está dicho: Los dos se harán una sola carne. Mas el que se une al Señor, se hace un solo espíritu con Él.
¡Huyan de la fornicación! Todo pecado que comete el hombre queda fuera de su cuerpo; mas el que fornica, peca contra su propio cuerpo.
¿O no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en ustedes y han recibido de Dios, y que no se pertenecen, pues han sido comprados? Glorifiquen, por tanto, a Dios en su cuerpo y en su espíritu que pertenecen a Dios.
Evangelio según San Lucas (15:11-32)
Dijo el Señor esta parábola: «Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre: “Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde.” Y él les repartió la hacienda. Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino.
Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que lo envió a sus fincas a apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba. Y volviendo en sí mismo, dijo: “¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti, ya no merezco ser llamado hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros.”
Y, levantándose, partió hacia su padre. Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. El hijo le dijo: “Padre pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo.” Pero el padre dijo a sus siervos: “Traigan aprisa el mejor vestido y vístanlo, pónganle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traigan el novillo cebado, mátenlo, comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido hallado.” Y comenzaron la fiesta.
Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; llamó a uno de los criados y le preguntó qué era aquello. Él le dijo: “Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano.” Él se irritó y no quería entrar. Salió su padre y le suplicaba. Pero él replicó: “Hace tantos años que te sirvo y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!” Pero él le dijo: “Hijo, tu siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido hallado”.»
Ejemplo de penitencia
«Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde.»
¡Cómo se parece la mentalidad del hijo menor a la nuestra! Pues, ¡cuántas veces nos expresamos rebeldemente –«Es mi vida, la paso a mi modo; haré lo que yo quiera y cuando quiera», etc.– y rechazamos ser obedientes en cualquier cosa como si la obediencia limitara y lastimara nuestro ser! También, respecto a la ética y la doctrina cristianas, a menudo se escuchan objeciones insubordinadas: «Y, ¿quiénes son los Santos Padres para que me expliquen la Biblia? Yo también tengo el Espíritu Santo que me enseña directamente.» Es la «libertad» que el joven de la parábola pide y que Dios nunca se niega a dar: porque el amor paterno es incapaz de forzarnos y de impedirnos la partida a un «país lejano»; se queda siempre a la espera de nuestra permanencia y regreso a la sombra del cuidado paterno.
La Iglesia, estando a los umbrales de la Cuaresma, nos plantea esta parábola como un ejemplo de arrepentimiento de tal rebeldía. Pues el arrepentimiento no consiste en contar pocas o muchas faltas que se han cometido –aunque éste es un ejercicio necesario en nuestra vida espiritual– sino en cambiar el criterio o la filosofía de vivir, y obtener lo que san Pablo denomina «el pensamiento de Cristo» (1Cor 2:16). De hecho, la palabra griega «μετανοία» Metania –traducida como arrepentimiento o penitencia– significa literalmente cambiar la mente y la vida.
Este cambio lo podemos observar, en la parábola del Hijo Pródigo, en la transformación de la filosofía de quien «se marchó a un país lejano» en una actitud penitencial: «me levantaré, iré a mi padre».
«Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió…» Pues aunque el hijo se marchó, estaba «todavía lejos»: el encuentro se hizo porque el padre «corrió»; si el arrepentimiento es algo que comienza con una reacción nuestra «volviendo en sí mismo», no obstante es una Gracia de Dios, un rayo de luz que penetra en nuestro corazón deleitándolo con gozo infinito, siempre y cuando lo busquemos.
Los tres Santos Jerarcas (30 de enero)
La historia de esta fiesta se remonta a los tiempos del Emperador Alexio I Comnino (1081-1118) en Constantinopla. En aquel tiempo se manifestó en los medios eclesiásticos una disputa entre los teólogos de la ciudad sobre los santos Padres Basilio Magno, Gregorio el Teólogo y Juan Crisóstomo, respecto a quién de los tres santos era el más sobresaliente.
El primer grupo optó por san Basilio ya que, para ellos, él era el mejor entre los oradores, superior en palabra y obra, un hombre que por poco alcanzaba a los ángeles, moderado, no perdonaba la negligencia, y ajeno a todo lo terreno; organizador del monaquismo y columna de la Iglesia en su lucha ante la herejía de Arrio; pastor ideal y asceta diligente.
El segundo grupo elevó la posición de San Crisóstomo considerando que él era el mas cariñoso, por su comprensión de la debilidad de la naturaleza humana; con sus homilías inspiradas por Dios dirigió a la grey hacia el arrepentimiento; explicó la palabra divina aplicándola hábilmente a la vida cotidiana como ninguno de los otros dos Santos; además su nombre da testimonio de su habilidad retórica y teológica “boca de oro”.
El tercer grupo engrandeció a San Gregorio el Teólogo por la profundidad y la pureza de sus palabras; él obtuvo la sabiduría y la retórica de los griegos bautizándolas y dirigiéndolas a la contemplación de Dios; así ninguno expresó el dogma de la Santísima Trinidad tal como él lo hizo.
Esta diferencia no se excluyó a los maestros e intelectuales sino que se divulgó entre el pueblo: éste era basilista, aquél juanista y el otro gregorianista, y día tras día la discusión se agrandaba. Pero los Santos no permitirían esta discordia. En un sueño, los tres santos se le aparecieron al obispo Juan Morobo y le dijeron: “Como ves: somos iguales ante Dios; ni división ni contradicción. Cada uno de nosotros aprendió, en su tiempo, del Espíritu Santo, y escribió y habló lo que convenía por la salvación de los hombres. Entre nosotros no hay ni primero ni segundo; si citas a uno, los otros estarán de acuerdo con él. Así que ordena a los que están exagerando en la discusión detener las deferencias entre sí; como estábamos en la vida terranal así seguimos después de la muerte, interesados en realizar la paz y la armonía en toda la Iglesia. Por eso celébrennos en un día común… y enseña a los fieles que nsotros somos iguales ante Dios.” Al decirlo, los tres padres se pusieron a subir al cielo brillando con una luz inefable y llamándose el uno al otro por su propio nombre.
Inmediatamente, el obispo Juan reunió a los que discutían para detener la deferencia, y fijó a los tres Santos, como se lo habían pedido, el 30 de enero como día del recuerdo común, día antes del cual habremos celebrado a los tres individualmente (1enero, a San Basilio; 25 enero, a San Gregorio; y 27, a San Crisóstomo).
Dios no permitió que la santidad de los tres Jerarcas formara causa de división en la Iglesia. Pidamos que las intercesiones de los tres santos Jerarcas y Maestros del universo sean con nosotros. Amén.