La primera aparición de la Santa Cruz fue ante el emperador san Constantino el Grande, con un victorioso emblema escrito “Con este signo vencerás”. Luego hubo otra aparición que se realizó en Jerusalén alrededor del año 346, siendo Patriarca Kirilos y el Monarca Constantino, hijo de san Constantino el Grande. Esta visión se realizó el 7 de mayo, era la hora tercera, cuando en el cielo apareció repentinamente la señal de la Gloriosa Cruz, formada por una Luz brillante sobre el monte Gólgota que llegaba hasta el monte de los olivos. Esta aparición causo una gran admiración entre todos los que se encontraban en Jerusalén, corriendo todos, jóvenes, mujeres y niños, a la iglesia con mucha alegría a agradecer y glorificar a Dios, que los bendijo y dio la Cruz como arma y escudo protector contra el enemigo.
Tropario, tono 1
He aquí, la señal de tu cruz resplandeció por encima del sol, * abrazando el santo monte hasta el lugar de la calavera, * y anunciaste así, oh alvador, tu poder, que ésta tiene. * Por ella, ampáranos en todo tiempo en paz, * por las intercesiones de la Theotokos, oh Cristo Dios, y sálvanos.
Santo Mártir Acacio el Centurión
San Acacio, que vivió principalmente en el siglo III, nació en Capadocia y fue centurión del regimiento martesiano bajo el mando del oficial militar Firmo.
Cuando comenzó la persecución contra los cristianos por orden del emperador Maximiano Galerio (305-311), Firmo interrogó a sus soldados uno tras otro sobre su fe. San Acacio se confesó cristiano firme y abiertamente. Al ver la firmeza del santo, Firmo lo envió ante su oficial superior, llamado Viviano, quien sometió al santo a una feroz tortura.
Tras las torturas, lo encadenaron pesadamente y lo encerraron en prisión. Poco después, llevaron al mártir y a otros prisioneros a Bizancio, ante el prefecto. Los soldados marcharon rápidamente, sin piedad hacia los prisioneros. San Acacio se debilitó en el camino por las heridas, las cadenas, el hambre y la sed. Cuando finalmente se detuvieron para pasar la noche, san Acacio dio gracias a Dios por permitirle sufrir por su santo Nombre. Mientras oraba, el santo oyó una voz celestial: “¡Ánimo, Acacio, y sé fuerte!”. Esta voz también fue oída por los demás prisioneros, y muchos de ellos creyeron en Cristo y le pidieron al santo que los instruyera en la fe cristiana.
En Bizancio, encarcelaron al santo mártir, mientras que los demás prisioneros fueron recluidos en condiciones menos severas. Por la noche, los demás prisioneros vieron cómo jóvenes radiantes se le aparecieron a san Acacio y lo atendieron, lavando sus heridas y llevándole comida. Después de siete días, Viviano volvió a llamar a san Acacio ante él y quedó impresionado por su aspecto fresco. Suponiendo que el guardia de la prisión había sido sobornado para que le diera respiro y comida, lo mandó llamar para interrogarlo. Como no creyó sus respuestas, Viviano mandó azotar brutalmente al guardia. El propio san Acacio respondió entonces a Viviano: «Mi poder y mi fuerza me los da el Señor Jesucristo, quien ha curado mis heridas». Viviano ordenó golpear al mártir en la cara y romperle los dientes por sus palabras.
Decidido a intensificar y prolongar la tortura de san Acacio, Viviano lo envió al prefecto Flaccino con una carta. Al leer la carta, Flaccino se irritó de que Viviano hubiera torturado a un centurión durante tanto tiempo y con tanta crueldad, y ordenó decapitar al mártir sin más demora.
En el lugar de la ejecución, san Acacio alzó la vista al cielo, dando gracias a Dios por haberle concedido la muerte de mártir por su causa. Luego inclinó la cabeza bajo la espada. Esto ocurrió en el año 303.
Tropario, tono 4 del común de Santos Mártires
Tu mártir, oh Señor, * ha obtenido de ti * corona de incorrupción * en su lucha, Dios nuestro. * Al tener, pues, tu fuerza, * ha vencido a tiranos * y aplastado de los demonios * su abatida insolencia. * Por sus intercesiones, oh Cristo Dios, * salva nuestras almas.