La fiesta del Encuentro del Señor se celebra de el 2 al 9 de febrero.
Tropario, tono 1
Regocíjate, oh Llena de Gracia, Virgen Madre de Dios; * porque por ti hoy resplandece el Sol de Justicia, * Cristo nuestro Dios, * quien ilumina a los que han estado en las tinieblas. * Alégrate también tú, oh justo anciano, *que recibiste en tus brazos al redentor de nuestras almas, * quien nos otorga la resurrección.
Condaquio, tono 1
Por tu nacimiento santificaste las entrañas de la Virgen, oh Cristo Dios, * las manos de Simeón bendijiste debidamente, * y a nosotros nos alcanzaste y salvaste. * Conserva a tus fieles en la paz * y auxilia a los que amas * porque Tú eres el único que amas a la humanidad.
Santa Ágata (Águeda) de Palermo
Santa Ágata, nació en Palermo, Sicilia en época de Decio (251). De una buena posición económica, sus padres eran cristianos, la niña creció y la educaron con piedad en su corazón. Desde niña, consciente de su belleza física, tomó la resolución de hacer voto de virginidad y de no tener otro esposo más que Nuestro Señor Jesucristo.
Pretendieron su mano unos cuantos caballeros nobles que se admiraron de su hermosura. Encontrándose Ágata en Catania, cuando Quinciano, gobernador de Sicilia, oyó hablar de su gran mérito y de las raras prendas que adoraban a la tierna sierva de Cristo. Quiso verla y resolvió tomarla por esposa, al punto que envió por ella.
Quinciano sintiéndose despreciado, ordenó que se la entregaran a Afrodisia, una mujer perversa que con sus seis hijas tenía una casa de mala fama. En este lugar espantoso sufrió Ágata asaltos y asechanzas contra su honra, más terribles para ella que el tormento o la muerte, pero se mantuvo firme. Después de un mes, Quiniciano trató de asustarla con amenazas, pero ella permaneció inconmovible y declaró que ser sierva de Cristo era ser en verdad libre. El juez disgustado con sus firmes respuestas, mandó que fuera azotada y llevada a la prisión. Al día siguiente, le hicieron otro interrogatorio. “¿Cómo,” replicó Quinciano,” habiendo nacido libre y de casa tan ilustre, te has querido abajar a la miserable condición de los esclavos?” “Si el ser sierva de Dios es ser esclava,” respondió la santa doncella, “desde luego hago gloriosa vanidad esta noble esclavitud, porque no conozco ni mayor, ni aún verdadera nobleza, sino la de servir a este Señor.” Entonces insistió el gobernador a que sacrificase a los dioses del imperio, amenazándola que, si no la hacía espontáneamente, sabría obligarla con el rigor de los tormentos; pero nada logró ni con promesas ni con amenazas, pues le manifestó ella la nada de esos dioses.
Entonces Quinciano ordenó que la estiraran en el potro, tormento que generalmente iba acompañados de azotes, desgarramientos de los costados con gancho de fierro, y aplicación de antorchas ardiendo. El gobernador, enfurecido que sufría todo esto con alegría, ordenó que le oprimieran brutalmente los pechos y que después se los cortaran. Luego ordenó que la mandaran de nuevo a la prisión y que no le dieran alimento, ni atención médica. Pero Dios la conforto; se le apareció san Pedro en una visión que llenó su calabozo de una luz celestial, la consoló y la curó. Cuatro días después, Quinciano hizo que la rodaran desnuda sobre brasas ardiendo.
Fue Ágata devuelta a la cárcel, y apenas entró en ella cuando hizo al Señor la oración siguiente”: Dios Poderoso, Dios Eterno, que por tu puro efecto de tu misericordia infinita quisiste tomar bajo tu protección a esta tu humilde sierva desde que se hallaba en la cuna, preservándola del amor del mundo, para que mi corazón ardiese únicamente en tu amor: Salvador mío Jesucristo, que has querido conservarme en medio de tantos tormentos para mayor gloria de tu nombre, y para la confusión del poder de las tinieblas; dígnate recibir mi alma en la eterna morada de los bienaventurados; ésta es la última gracia que pido, y que espero de tu infinita bondad. Sucedió su preciosa muerte el día 5 de febrero de 251, y le dieron sepultura en la ciudad de Catania con toda la veneración que correspondía a tan ilustre mártir.
Tropario tono 4, del común de Vírgenes Mártires
Tu oveja, oh Jesús, exclama con gran voz: * «Te extraño, Novio mío, y lucho buscándote; * me crucifico y me entierro contigo por el bautismo; * sufro por ti para contigo reinar * y muero por ti para que viva en ti». * Acepta, como ofrenda inmaculada, * a Ágata, sacrificada con anhelo por ti. * Por sus intercesiones, oh Compasivo, * salva nuestras almas.