Esta fiesta, conocida en Occidente como la Presentación de Cristo en Templo o la Purificación de la Bienaventurada Virgen María, lleva en Oriente el título de «Encuentro» (griego, Hypapantē; eslavo, Srétenie) – esto es, el encuentro de Cristo con su pueblo.
Es una de las doce grandes fiestas del año y celebra como nuestro Señor, traído al Templo por su Madre Santísima y por el justo José, cuarenta días después de su nacimiento, ahora encuentra a su pueblo escogido representado en las personas del anciano Simeón y la profetisa Ana.
Con esta fiesta concluye la secuencia de la Natividad, que comenzó unos ochenta días antes con el inicio del ayuno de la Natividad.
En el Encuentro, como en la Natividad y en la Teofanía, la Iglesia medita sobre la kenosis, el completo vaciarse a sí mismo del Verbo encarnado. «Aquel que una vez dio la Ley se somete hoy a las ordenanzas de la Ley, en su compasión haciéndose como nosotros por nuestra causa» (Lytia de las Vísperas). Los textos para este día están basados en parte en el cántico de Simeón, Ahora Señor puedes dejar a tu siervo… (cfr. San Lucas 2:29-32): hablan de la salvación que Cristo ha venido a otorgar; de la gloria y luz de la revelación que han sido concedidas mediante su Encarnación.
La fiesta se extiende hasta el 9 de febrero inclusive
Tropario, tono 1
Regocíjate, oh Llena de Gracia, Virgen Madre de Dios; * porque por ti hoy resplandece el Sol de Justicia, * Cristo nuestro Dios, * quien ilumina a los que han estado en las tinieblas. * Alégrate también tú, oh justo anciano, *que recibiste en tus brazos al redentor de nuestras almas, * quien nos otorga la resurrección.
Condaquio, tono 1
Por tu nacimiento santificaste las entrañas de la Virgen, oh Cristo Dios, * las manos de Simeón bendijiste debidamente, * y a nosotros nos alcanzaste y salvaste. * Conserva a tus fieles en la paz * y auxilia a los que amas * porque Tú eres el único que amas a la humanidad.