Aunque no se sabe mucho sobre la vida de la abuela del Señor, santa Ana, la Iglesia la recuerda con mucho fervor en diversas fechas del año, como también pide sus intercesiones en todas las conclusiones de los oficios litúrgicos.
Su padre era sacerdote, se llamaba Matán y su madre se llamaba María. Santa Ana tenía dos hermanas: María y Sovín. María (la hermana de Ana) tenía una hija: Salomé. Sovín tenía una hija que se llamaba Isabel, quien fue la madre de Juan el Bautista.
Según la misma tradición, santa Ana la abuela de Cristo Dios según la carne, vivió por sesenta y nueve años y luego se durmió en Señor; y su esposo el Justo Joaquín vivió hasta los ochenta años. La Madre de Dios quedó huérfana de sus dos padres cuando tenía cerca de once años y luego de haber dejado el templo donde vivió desde los tres años.
Santa Ana es conmemorada junto a su esposo san Joaquín también el 9 de septiembre y es invocada para la concepción de niños y por ayuda en dificultades en el parto.
Tropario, tono 4
Cargaste en tu vientre a la que a nuestra Vida engendró, * la Madre de Dios, Siempre Virgen purísima, * Ana santísima, * por lo que, en alegría, * a los cielos pasaste, * morada de los felices, * donde en gloria suplicas * perdón por los que te honramos, * dichosa por siempre.
Santa Olimpia, Dianisa de Constantinopla
Santa Olimpia, era hija del senador Anicio Segundo y, por parte de su madre, nieta del célebre eparca Eulalio (mencionado en la vida de San Nicolás). Antes de casarse con Anicio Segundo, su madre había estado casada con el emperador armenio Arsak y enviudó. Siendo muy joven, sus padres la comprometieron con un noble. El matrimonio debía celebrarse cuando Olimpia alcanzara la madurez. Sin embargo, el novio falleció pronto, y Olimpia no quiso contraer otro matrimonio, prefiriendo una vida de virginidad.
Tras la muerte de sus padres, heredó una gran riqueza, que comenzó a distribuir entre los necesitados: pobres, huérfanos y viudas. También donó generosamente a iglesias, monasterios, hospicios y albergues para personas desfavorecidas y sin hogar.
El Santo Patriarca Nectario (381-397) nombró a santa Olimpia diaconisa. La santa cumplió su servicio con honor e intachable.
Santa Olimpia prestó gran ayuda a los jerarcas que llegaban a Constantinopla: Anfiloquio, obispo de Iconio; Onésimo del Ponto; Gregorio el Teólogo; Pedro de Sebaste, hermano de San Basilio el Grande; y Epifanio de Chipre. A todos los atendía con gran amor. No consideraba sus riquezas como suyas, sino de Dios, y las distribuía no solo entre las personas buenas, sino también entre sus enemigos.
San Juan Crisóstomo tenía en alta estima a santa Olimpia y le mostró buena voluntad y amor espiritual. Cuando este santo jerarca fue injustamente desterrado, santa Olimpia y las demás diaconisas se sintieron profundamente conmovidas. Al salir de la iglesia por última vez, san Juan Crisóstomo llamó a santa Olimpia y a las demás diaconisas Pentadia, Proclia y Salbina. Dijo que los asuntos incitados contra él llegarían a su fin, pero que apenas lo verían. Les pidió que no abandonaran la Iglesia, sino que continuaran sirviéndola bajo su sucesor. Las santas mujeres, derramando lágrimas, se postraron ante el santo.
El patriarca Teófilo de Alejandría (385-412) se había beneficiado repetidamente de la generosidad de santa Olimpia, pero se volvió contra ella por su devoción a san Juan Crisóstomo. Ella también había acogido y alimentado a monjes que llegaban a Constantinopla, a quienes el patriarca Teófilo había desterrado del desierto egipcio. Él la acusó injustamente e intentó poner en duda su vida santa.
Tras el destierro de san Juan Crisóstomo, alguien prendió fuego a una gran iglesia, y después de esto, gran parte de la ciudad se quemó.
Todos los partidarios de san Juan Crisóstomo fueron sospechosos del incendio provocado y fueron citados a interrogatorio. Citaron a santa Olimpia a juicio, interrogándola rigurosamente. La multaron con una cuantiosa suma de dinero por el delito de incendio provocado, a pesar de su inocencia y la falta de pruebas en su contra. Tras esto, la santa abandonó Constantinopla y partió hacia Kyzikos (a orillas del mar de Mármara). Pero sus enemigos no cesaron en la persecución. En el año 405 la condenaron a prisión en Nicomedia, donde sufrió mucho dolor y privaciones. San Juan Crisóstomo le escribió desde su exilio, consolándola en su dolor. En el año 409, santa Olimpia entró en el descanso eterno.
Santa Olimpia se apareció en sueños al obispo de Nicomedia y ordenó que su cuerpo fuera colocado en un ataúd de madera y arrojado al mar. «Dondequiera que las olas lleven el ataúd, allí sea enterrado mi cuerpo», dijo la santa. El ataúd fue llevado por las olas a un lugar llamado Brokthoi, cerca de Constantinopla. Los habitantes, informados por Dios, tomaron las santas reliquias de santa Olimpia y las depositaron en la iglesia del santo apóstol Tomás.
Posteriormente, durante una invasión enemiga, la iglesia fue incendiada, pero las reliquias se conservaron. Bajo el patriarca Sergio (610-638), fueron trasladadas a Constantinopla y depositadas en el monasterio femenino fundado por santa Olimpia. Se produjeron milagros y curaciones gracias a sus santas reliquias.
Tropario tono 4, del común de Santas Justas
En ti fue conservada la imagen de Dios fielmente, oh justa Olimpia, * pues tomando la cruz seguiste a Cristo * y, practicando, enseñaste a despreocuparse de la carne, * que es efímera, * y a cuidar, en cambio, el alma inmortal. * Por eso hoy tu espíritu se regocija junto con los ángeles.