30/03

san_juan_climacoA partir del siglo VI, el célebre monasterio de Santa Catalina, fundado por Justiniano en el monte Sinaí, se convierte en el más importante centro de difusión e irradiación de espiritualidad.

Uno de los hombres más notables entre los grandes doctores sinaítas fue indudablemente Juan, Abad del monasterio de Santa Catalina entre los años 580 y 650, de cuya vida, a pesar de haber sido uno de los ascetas orientales de mayor renombre, no se tiene mayores datos, a no ser un corto escrito del monje Daniel de Raitu, algunos fragmentos de los “Relatos” del monje Anastasio y algunos indicios que el mismo Juan desliza en su obra. En cuanto a sus primeros años, la carencia de noticias es total, sólo podemos deducir que recibió una sólida formación intelectual.

A los dieciséis años ingresa al Monasterio de Santa Catalina y se somete a la dirección de un cierto abad Martyrius, quien le conferirá la tonsura monástica a la edad de veinte años.

Tras la muerte de su padre espiritual, Juan, que en aquel entonces tendría alrededor de treinta y cinco años, decide entregarse a la vida solitaria en un sitio llamado Thola (Wadi el Tlah), donde se establece en una gruta algo alejada del grupo de anacoretas que vivía en los alrededores. Pasado un tiempo se le acercaría su primer discípulo, un monje llamado Moisés, y más tarde, atraídos por la aureola que había comenzado a desarrollarse a su alrededor, acuden los monjes en gran cantidad procurando su consejo.

Con el tiempo, Juan se transformaría en un eminente padre espiritual.

Finalmente es elegido abad del Monasterio de Santa Catalina del Monte Sinaí. Se supone que durante esta época fue redactada, a petición del abad Juan de Raitu, su Santa Escala, a la que le debe su nombre de “Clímaco”.

Llegado a una edad muy avanzada, abdica a favor de su hermano carnal Jorge y retorna a la vida solitaria hasta su muerte, que se cree ocurrida entre los años 650 y 680.

San Juan Clímaco nos ha dejado una “Escala” compuesta por treinta escalones, número de la edad de Cristo cuando comenzó su predicación, ya que el objeto de “la Escala”, como dice el mismo Clímaco, es “llegar a la madurez de la plenitud de Cristo.” Son escalones de virtudes que cada cristiano tiene que subir mirando siempre al escalón treinta, donde mora el Amor que es el mismo Cristo quien bendice nuestro ascenso.

“Con la efusión de tus lágrimas,
regaste el desierto estéril;
y por los profundos suspiros,
tus fatigas dieron frutos cien veces más,
volviéndote un astro del universo,
brillante con los milagros.
¡Oh nuestro justo padre Juan,
suplícale a Cristo Dios que salve nuestras almas!”
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Padre Juan R. Méndez ()

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