Santa Irene, vivió en la segunda mitad del primer siglo. Era hija de Licinio gobernante de la ciudad de Magedón en Macedonia. Ya en su juventud creyó en Jesucristo, al comprender la futilidad de la vida pagana.

De acuerdo a la tradición fue bautizada por el Apóstol Timoteo, discípulo del Apóstol San Pablo.

Deseando dedicar su vida al Señor, renunció al matrimonio y, al conocer más profundamente la fe cristiana, santa Irene empezó a convencer a sus padres para que se conviertan al cristianismo. El padre de Irene en principio comenzó a escuchar sus palabras con benevolencia; luego se enojó con ella, y cuando ella renunció a adorar a los ídolos, la arrojó bajo las patas de los caballos salvajes. Sin tocar a la mártir, los caballos se tiraron sobre el padre y lo aplastaron hasta matarlo. Cuando, por sus oraciones, él fue devuelto a la vida, él, toda su familia, y 3000 personas más se hicieron creyentes.

Después de esto, santa Irene comenzó con decisión a profetizar sobre Jesucristo entre los habitantes de Macedonia, por lo cual muchas veces fue sometida a sufrimientos y humillaciones. Por orden del gobernante de Sedeka, a santa Irene la tiraron en un pozo con víboras, luego trataron de serrucharla, finalmente la ataron a la rueda del molino. Los sufrimientos de Irene eran acompañados por señales milagrosas, atrayendo a muchos a creer en Cristo. Así las víboras no tocaban a la mártir, los serruchos no lastimaban su piel, la rueda del molino no giraba. El mismo atormentador Vavodón creyó en Jesucristo y se bautizó. En total, gracias a Irene se convirtieron alrededor de 10.000 paganos.

Cuando el Señor comunicó a Irene el día de su deceso, se fue a una gruta dentro de una montaña en las cercanías de la ciudad de Éfeso, y a pedido de ella la entrada fue cerrada con piedras. Al 4° día, sus conocidos volvieron a la gruta, y, al abrirla, no encontraron en ella el cuerpo de la Santa. Todos comprendieron que ella fue llevada por el Señor al Cielo.

En el antiguo Bizancio era muy venerada la conmemoración de santa Irene y, en Constantinopla, se construyeron varios templos magníficos en su memoria.

Tropario, tono 4 del común de Vírgenes Mártires

Tu oveja, oh Jesús, exclama con gran voz: * «Te extraño, Novio mío, y lucho buscándote; * me crucifico y me entierro contigo por el bautismo; * sufro por ti para contigo reinar * y muero por ti para que viva en ti.» * Acepta, como ofrenda inmaculada, * a Irene, sacrificada con anhelo por ti. * Por sus intercesiones, oh Compasivo, * salva nuestras almas.

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Santoral Santoral ()

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