San Jorge vivió en el siglo IX. Sus padres le concertaron un matrimonio, pero él se negó a casarse con la mujer que habían elegido. Ingresó en el monasterio del monte Maleón, en el Peloponeso, y muchos discípulos se reunieron a su alrededor. Era capaz de ver el futuro y predijo su propia muerte tres años antes de que ocurriera.

Por su servicio, a San Jorge se le considera un ángel terrenal y hacedor de milagros.

Tropario, tono 8 del común de Santos Anacoretas

Con la efusión de tus lágrimas, * regaste el desierto estéril * y, por los suspiros profundos, * tus fatigas dieron frutos cien veces más, * volviéndote un astro del universo, * brillante con los milagros. ¡Oh nuestro justo padre Procopio, * intercede ante Cristo Dios * para que salve nuestras almas!

San Zósima

 

San Zósima nació a finales del siglo V y vivió en un monasterio junto al río Jordán.

Algunos aspectos de su vida así como su deseo ardiente de perfección los hemos podido conocer gracias al relato que san Sofronio, patriarca de Jerusalén hace al narrar la vida de santa María de Egipto, a quien el santo durante una cuaresma en el desierto conoció, le dio la Sagrada Comunión y enterró al año siguiente de su encuentro.

Según este relato, Zósima solía relatar cómo, tan pronto como fue retirado del pecho de su madre, fue entregado al Monasterio donde transcurrió su entrenamiento como un asceta hasta que llegó a la edad de cincuenta y tres años. Se adhería en todo a la regla que le habían dado sus ancianos sobre las labores ascéticas. Él también había agregado mucho por sí mismo mientras se afanaba en someter su carne a la voluntad del espíritu. Y no había fallado en su propósito. Era tan renombrado por su vida espiritual que muchos venían a él de monasterios vecinos y algunos desde lejos. Mientras hacía esto, nunca cesaba de estudiar las Divinas Escrituras. Ya fuera descansando, estando de pie, trabajando o comiendo (si los pedazos que mordisqueaba pueden llamarse comida), incesante y constantemente tenía un sólo propósito: cantar siempre a Dios y practicar las enseñanzas de las Divinas Escrituras.

Después de esto, empezó a ser atormentado con el pensamiento que él era perfecto en todo y no necesitaba instrucción de nadie, diciéndose mentalmente a sí mismo: “¿Habrá un monje en la tierra que pueda serme útil y mostrarme un tipo de ascetismo que yo no haya logrado? ¿Podrá encontrarse en el desierto un hombre que me haya sobrepasado?”.

Así pensaba el anciano, cuando súbitamente se le apareció un ángel y le dijo: “Zósima, has luchado valientemente, tanto como está dentro del poder del hombre, has recorrido el camino ascético con valentía, pero no hay hombre que haya alcanzado la perfección. Ante ti hay luchas mayores y desconocidas que las que ya has logrado. Para que conozcas otros muchos caminos que conducen a la salvación, deja tu tierra nativa como el famoso Patriarca Abraham y ve al Monasterio en el Río Jordán”.

Zósima hizo como se le indicó. Dejó el monasterio en el que había vivido desde su niñez y se fue al Río Jordán. Llegó al fin a la comunidad a la que Dios lo había enviado.

Al ser admitido ante la presencia del Abad, Zósima hizo la postración

y la oración monástica usual. Viendo que era un monje el Abad le preguntó:

-“¿De dónde vienes, hermano, y por qué has venido a nosotros pobres hombres?”. Zósima replicó: -“No es necesario hablar sobre de dónde vengo, pero he venido, Padre, buscando provecho espiritual, pues he escuchado grandes cosas sobre tu habilidad en conducir almas a Dios”.

-“Hermano”, le dijo el Abad, “sólo Dios puede curar la debilidad del alma. Que Él pueda enseñarte a ti y a nosotros Sus caminos divinos y guiarnos. Pero ya que ha sido el amor de Cristo el que te ha movido a visitarnos a nosotros pobres hombres, entonces quédate con nosotros, si es por esto que has venido. Que el Buen Pastor que dio Su vida por nuestra salvación nos llene a todos con la gracia del Espíritu Santo”.

Después de esto, Zósima se inclinó ante el Abad, le pidió su bendición y oraciones, y se quedó en el Monasterio. Allí vio ancianos expertos tanto en la acción como en la contemplación de Dios, encendidos en el espíritu, trabajando para el Señor. Cantaban incesantemente, en oración de pie toda la noche, siempre tenían trabajo en sus manos y salmos en los labios. Nunca se escuchaba una palabra vana, no sabían nada sobre la adquisición de bienes temporales o los cuidados de esta vida, y tenían un deseo: volverse como cadáveres en el cuerpo. Su alimento constante era la Palabra de Dios y sustentaban sus cuerpos con pan y agua, tanto como les permitía su amor por Dios. Viendo esto, Zósima se edificó y preparó grandemente para la lucha que estaba delante de él.

Es en medio de estas luchas y búsqueda de la perfección que en el desierto se da su encuentro con la santa María de Egipto quien con su ascetismo, humildad y verdadero espíritu de conversión tocaron y cambiaron el corazón del santo monje hasta el final de sus días.

San Zósima vivió cien años y durmió en el Señor alrededor del año 560.

Tropario, tono 8 del común de Justos

En ti fue conservada la imagen de Dios fielmente, oh justo Padre Zósima, * pues tomando la cruz seguiste a Cristo * y, practicando, enseñaste a despreocuparse de la carne, * que es efímera, * y a cuidar, en cambio, el alma inmortal. * Por eso hoy tu espíritu se regocija junto con los ángeles.

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