La ciudad de Cízico se encuentra en Asia Menor, a orillas de los Dardenelos (Helesponto). El cristianismo ya comenzaba a extenderse allí gracias a la predicación de San Pablo. Durante las persecuciones paganas, algunos cristianos huyeron de la ciudad, mientras que otros mantuvieron en secreto su fe en Cristo.

A finales del siglo III, Cízico seguía siendo una ciudad básicamente pagana, aunque contaba con una iglesia cristiana. La situación en la ciudad angustiaba a los cristianos, quienes buscaban defender el cristianismo. Los nueve santos mártires: Taumasio, Teogones, Rufo, Antípatro, Teóstico, Artemas, Magno, Teodoto y Filemón también eran de Cízico. Provenían de diversos lugares y eran de diferentes edades: jóvenes como san Antípatro y ancianos como san Rufo. Provenían de diversas posiciones sociales: algunos eran soldados, campesinos, habitantes de la ciudad y clérigos. Todos ellos declararon su fe en Cristo y oraron por la expansión del cristianismo. Los santos confesaron a Cristo con valentía y denunciaron sin temor la impiedad pagana. Fueron arrestados y llevados a juicio ante el gobernante de la ciudad. Durante varios días fueron torturados, encarcelados y liberados. Se les prometió la libertad si renunciaban a Cristo. Pero los valientes mártires de Cristo continuaron glorificando al Señor. Los nueve mártires fueron decapitados a espada (+ entre el 286-299) y sus cuerpos enterrados cerca de la ciudad.

En el año 324, cuando la mitad oriental del Imperio romano estaba gobernada por San Constantino el Grande (21 de mayo) y cesaron las persecuciones contra los cristianos, los cristianos de Cízico retiraron los cuerpos incorruptos de los mártires y los colocaron en una iglesia construida en su honor.

Se produjeron varios milagros gracias a las santas reliquias: los enfermos fueron sanados y los trastornados mentales recobraron la razón. La fe en Cristo creció en la ciudad gracias a la intercesión de los santos mártires, y muchos paganos se convirtieron al cristianismo.

Tono 4, del común de Santos Mártires

Tus mártires, oh Señor, * han obtenido de ti * coronas de incorrupción * en su lucha, Dios nuestro. * Al tener, pues, tu fuerza, * han vencido a tiranos * y aplastado de los demonios * su abatida insolencia. * Por sus intercesiones, oh Cristo Dios, * salva nuestras almas.

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