Entrada de nuestro Señor, Dios y Salvador Jesucristo a Jerusalén

El domingo, cinco días antes de la Pascua Judía, el Señor vino de Betania a Jerusalén. Enviando a dos de sus discípulos para traerle un potro de asno, se sentó y entró en la ciudad. Cuando la multitud escuchó que Jesús venía, inmediatamente tomaron las ramas de las palmeras en sus manos y salieron a recibirlo. Otros esparcieron sus vestiduras en el suelo, y otros cortaron ramas de los árboles y los arrojaron por donde Jesús iba a pasar; y todos juntos, especialmente los niños, fueron delante y detrás de Él, gritando: “Hosanna: Bendito el que viene en el Nombre del Señor, el Rey de Israel” (Juan 12:13). Esta es la fiesta radiante y gloriosa de la entrada de nuestro Señor a Jerusalén que celebramos hoy.

Las ramas de las palmeras simbolizan la victoria de Cristo sobre el demonio y la muerte. La palabra Hosanna significa “Sálvanos, Te rogamos” o “sálvanos ahora”. El potro de un asno, y el hecho de que Jesús se sentara en el mismo, y el hecho de que este animal fuera indomable y se considerara impuro de acuerdo con la Ley, significaba la anterior impureza y locura de las naciones, y su posterior sujeción a la santa Ley del Evangelio.

Tropario, tono 1

¡Oh Cristo nuestro Dios! * Cuando resucitaste a Lázaro de entre los muertos * antes de tu pasión, * confirmaste la resurrección universal. * Por lo tanto, nosotros, como los niños, * llevamos los símbolos de la victoria y del triunfo * clamando a ti, oh vencedor de la muerte: * ¡Hosanna en las alturas! * ¡Bendito el que viene * en el nombre del Señor!

San Martín el Confesor, Papa de Roma

 

San Martín el Confesor nació en la región italiana de Toscana. Recibió una esmerada educación e ingresó en el clero de la Iglesia Romana. Y tras la muerte del Papa Teodoro I (642-649), Martín fue elegido para sucederlo.

En esa época, la paz de la Iglesia se vio perturbada por la herejía monotelita (la falsa doctrina de que en Cristo hay una sola voluntad, cuando en realidad tiene una voluntad divina y otra humana). Las interminables disputas entre los monotelitas y los ortodoxos se extendieron a todos los estratos de la población. Incluso el emperador Constante (641-668) y el patriarca Pablo de Constantinopla (641-654) eran partidarios de la herejía monotelita. El emperador Constante II publicó el herético “Modelo de Fe” (Typos), de carácter obligatorio para toda la población. En él se prohibían todas las demás disputas.

El herético “Modelo de Fe” fue recibido en Roma en el año 649. San Martín, firme defensor de la ortodoxia, convocó el Concilio de Letrán en Roma para condenar la herejía monotelita. Simultáneamente, san Martín envió una carta al patriarca Pablo, persuadiéndolo a volver a la confesión de fe ortodoxa. El emperador, enfurecido, ordenó al comandante militar Olimpio que llevara a juicio a san Martín. Pero Olimpio, temeroso del clero y del pueblo romano que habían atacado el Concilio, envió a un soldado para asesinar al santo jerarca. Cuando el asesino se acercó a san Martín, este quedó ciego. Aterrorizado, Olimpio huyó a Sicilia y pronto murió en batalla.

En 654, el emperador envió a Roma a otro comandante militar, Teodoro, quien acusó a san Martín de mantener correspondencia secreta con los enemigos del Imperio, los sarracenos, de blasfemar contra la Santísima Theotokos y de asumir el trono papal de forma no canónica.

A pesar de las pruebas ofrecidas por el clero y los laicos romanos sobre la inocencia de san Martín, el comandante militar Teodoro, con un destacamento de soldados, lo apresó de noche y lo llevó a Naxos, una de las islas Cícladas del mar Egeo. San Martín pasó un año entero en esta isla casi deshabitada, sufriendo privaciones y abusos por parte de los guardias. Luego enviaron al exhausto confesor a Constantinopla para ser juzgado.

Llevaron al enfermo en una camilla, pero los jueces, cruelmente, le ordenaron que se pusiera de pie y respondiera a sus preguntas. Los soldados sostuvieron al santo, debilitado por la enfermedad. Falsos testigos se presentaron para calumniarlo y acusarlo de relaciones traicioneras con los sarracenos. Los jueces, parciales, ni siquiera se molestaron en escuchar la defensa del santo. Con pesar, dijo: «El Señor sabe la gran bondad que me mostrarían si me entregaran rápidamente a la muerte».

Tras el juicio, sacaron al santo con ropas andrajosas ante una multitud que lo abucheaba. Gritaron: “¡Anatema al Papa Martín!”. Pero quienes sabían que el santo Papa sufría injustamente se retiraron entre lágrimas. Finalmente, se anunció la sentencia: San Martín sería depuesto de su rango y ejecutado. Ataron al santo semidesnudo con cadenas y lo arrastraron a la cárcel, donde lo encerraron con ladrones. Estos fueron más misericordiosos con el santo que los herejes.

En medio de todo esto, el emperador se dirigió al moribundo patriarca Pablo y le contó el juicio de san Martín. Este se apartó del emperador y dijo: “¡Ay de mí! Esta es otra razón para mi juicio”. Pidió que cesaran los tormentos de san Martín. El emperador envió de nuevo un notario y otras personas al santo en prisión para interrogarlo. El santo respondió: “Aunque me dejen lisiado, no tendré relaciones con la Iglesia de Constantinopla mientras permanezca en sus malvadas doctrinas”. Los torturadores, asombrados por la audacia del confesor, conmutaron su pena de muerte por el exilio en Quersón, Crimea.

San Martín partió hacia el Señor, exhausto por la enfermedad, el hambre y las privaciones, el 16 de septiembre de 655. Otros dos obispos, desterrados a Quersón, también fallecieron tras muchas penurias. El santo fue enterrado a las afueras de la ciudad de Quersón, en la iglesia de Blanquernas de la Santísima Theotokos. Grandes multitudes visitaron su tumba debido a los numerosos milagros que allí ocurrieron. Posteriormente, sus reliquias fueron trasladadas a Roma y colocadas en una iglesia dedicada a Martín de Tours (11 de noviembre).

Tono 4, del común de Santos Jerarcas

La verdad de tus obras * te ha mostrado a tu rebaño * cual regla de fe, icono de mansedumbre * y maestro de abstinencia. * Así que alcanzaste, por la humildad, alturas y por la pobreza, riquezas. * ¡Oh santo padre Martín, * in­tercede ante Cristo Dios, * para que salve nuestras almas!

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