El día anterior a la fiesta de la Epifanía del Señor es de ayuno estricto y según la tradición de la iglesia se suelen celebrar el Paramón o servicio de las Horas Reales, similares a las que se celebran en la víspera de Navidad. Sin embargo, cuando la fiesta de Epifanía ocurre en domingo o lunes este servicio se anticipa al viernes previo.
Tropario de la Vigilia de la Teofanía, tono 4
Antiguamente el Jordán* se detuvo y se partió, * por el manto de Eliseo, * cuando Elías ascendió; * las aguas se dividieron de ambos lados, * y se hizo seco el camino acuoso. * Fue en verdad una seña del bautismo, * por el cual trascendemos esta vida efímera. * ¡Se ha revelado Cristo en el Jordán * santificando las aguas!
Condaquio de la Prefiesta de la Epifanía, tono 4
El Señor de todo hoy * en el Jordán se presenta * y a Juan Bautista * le pide que deje el temor: * «No temas bautizarme, * pues vine a salvar a Adán, * el primer creado».
Santos Mártires Teopempto y Teonás:
El 23 de enero del 303, el emperador Diocleciano, firmó un decreto ordenando la persecución a los cristianos. En ese tiempo el primero que admitió su fe en Cristo Crucificado fue el obispo Teopempto, quien por supuesto, sabía lo que le esperaba, y, de hecho, fue sometido a una serie de torturas, pero estas estaban acompañadas simultáneamente por milagros. Primero lo pusieron en el horno encendido para quemarlo, pero milagrosamente sale vivo y sin un rasguño. Luego le sacan un ojo y le dan para beber un veneno letal, pero todo esto no basto para matarlo, y terminaron con su vida decapitándolo. El valor, su fe inquebrantable y el brillo moral que iluminaba al mártir, iluminó el corazón de Teonás, quien había preparado el veneno. Estando aun el cuerpo del mártir en el suelo, Teonás declaró su fe en Cristo, sorprendidos los idólatras por esta declaración lo detienen y lo entierran vivo; así Teonás encuentra la salvación de su alma, junto a Teopempto. Estos dos Mártires nos enseñaron cómo debemos, primero, ganar la gloria eterna y no esta provisoria vida terrenal.
Tropario tono 4, del común de Santos Mártires
Tus mártires, oh Señor, * han obtenido de ti * coronas de incorrupción * en su lucha, Dios nuestro. * Al tener, pues, tu fuerza, * han vencido a tiranos * y aplastado de los demonios * su abatida insolencia. * Por sus intercesiones, oh Cristo Dios, * salva nuestras almas.
Nuestra Justa Madre santa Sinclética
Santa Sinclética nació en Alejandría de Egipto, de una rica familia de Macedonia. Su gran fortuna y belleza le atrajeron numerosos pretendientes, pero Sinclética había consagrado su corazón al Esposo Celestial y para librarse de aquellos recurría a la fuga. Sin embargo, consideraba a su propio cuerpo como a su peor enemigo y se dedicó a domarlo con ayunos. Su mayor sufrimiento era verse obligada a comer más frecuentemente de lo que deseaba. Sus padres la constituyeron heredera de toda su fortuna, pues sus dos hermanos habían muerto y su única hermana era ciega y estaba confiada a su custodia.
Habiendo distribuido su fortuna entre los pobres. Sinclética se retiró con su hermana a una cámara sepulcral abandonada, que formaba parte de las posesiones de sus parientes. Ahí se cortó los cabellos, en presencia de un sacerdote, para mostrar su absoluto despego del mundo, y renovó su consagración a Dios. A partir de ese instante, la oración y las buenas obras constituyeron su principal ocupación.
Numerosas mujeres acudían a ella en busca de consejo. Si su humildad le hacía difícil instruir a otros, su caridad la impulsaba a hacerlo. Sus palabras tenían un acento tan profundo de humildad y de convencimiento, que impresionaban profundamente a sus oyentes. “¡Oh —exclamaba Sinclética —, cuan felices seríamos si trabajáramos por ganar el cielo y servir a Dios, como los mundanos trabajan por acumular riquezas y bienes perecederos! En tierra soportan a los bandidos y salteadores; en el mar se exponen a los vientos y a las olas y sufren naufragios y calamidades; todo lo intentan y a todo se atreven; en cambio nosotros, que servimos a un Señor tan grande y esperamos un premio inefable, tenemos miedo de la menor contradicción.”
A los ochenta años de edad, Sinclética contrajo una intensa fiebre que le atacó los pulmones, al mismo tiempo que una violenta gangrena le consumía los labios y las mandíbulas. Llevó su enfermedad con increíble paciencia y resignación, a pesar de que en los últimos tres meses el dolor no le dejaba reposo. Aunque la gangrena la había privado del uso de la palabra, su paciencia era un sermón más eficaz que cualquier predicación. Tres días antes de su muerte, tuvo una visión en la que le fue revelada la hora en que su alma abandonaría el cuerpo. Al llegar el momento previsto, Sinclética entregó su alma a Dios, a los ochenta y cuatro años de edad.
Tropario, tono 8, del común de Santas Justas
En ti fue conservada la imagen de Dios fielmente, oh justa Sinclética, * pues tomando la cruz seguiste a Cristo * y, practicando, enseñaste a despreocuparse de la carne, * que es efímera, * y a cuidar, en cambio, el alma inmortal. * Por eso hoy tu espíritu se regocija junto con los ángeles.