El mártir Andrés Strateleta fue un comandante militar del ejército romano durante el reinado del emperador Maximiano (284-305). En el ejército romano lo amaban por su valentía, invencibilidad y sentido de justicia. Cuando un gran ejército persa invadió los territorios sirios, el gobernador Antíoco confió a San Andrés el mando del ejército romano, otorgándole el título de “Strateleta” (“Comandante”). San Andrés seleccionó un pequeño destacamento de valientes soldados y procedió contra el adversario.
Sus soldados eran paganos y el propio San Andrés aún no había aceptado el bautismo, pero creía en Jesucristo. Antes del conflicto, persuadió a los soldados de que los dioses paganos eran demonios y no podían ayudarlos en la batalla. Les proclamó a Jesucristo, Dios omnipotente del cielo y de la tierra, dando ayuda a todos los que creen en él.
Los soldados fueron a la batalla pidiendo la ayuda del Salvador. El pequeño destacamento derrotó a las numerosas huestes persas. San Andrés regresó glorioso de la campaña, habiendo obtenido una victoria total. Pero unos hombres envidiosos lo denunciaron ante el gobernador Antíoco, diciendo que era un cristiano que había convertido a su fe a los soldados bajo su mando.
San Andrés fue citado a juicio, y allí declaró su fe en Cristo. Por ello lo sometieron a torturas. Fue colocado sobre un lecho de cobre candente, pero tan pronto como buscó la ayuda del Señor, el lecho se enfrió. Crucificaron a sus soldados en los árboles, pero ninguno de ellos renunció a Cristo. Antíoco encerró a los santos en prisión y envió el informe de los cargos al emperador, incapaz de decidir si imponía la pena de muerte al aclamado campeón. El emperador sabía cuánto amaba el ejército a san Andrés y, temiendo una rebelión, dio orden de liberar a los mártires. Sin embargo, en secreto ordenó que cada uno fuera ejecutado con algún pretexto.
Después de ser liberado, san Andrés se dirigió a la ciudad de Tarso con sus compañeros de armas. Allí los bautizaron el obispo local Pedro y el obispo Nonos de Beroea. Luego los soldados se dirigieron a las cercanías de Taxanata. Antíoco escribió una carta a Seleuco, gobernador de la región de Cilicia, ordenándole que alcanzara a la compañía de san Andrés y los matara, con el pretexto de que habían abandonado sus estandartes militares.
Seleuco se encontró con los mártires en los pasos del monte Tauros, donde evidentemente pronto sufrirían. San Andrés, llamando a los soldados sus hermanos e hijos, les instó a no temer a la muerte. Oró por todos los que honrarían su memoria y pidió al Señor que creara un manantial curativo en el lugar donde se derramaría su sangre.
En el momento de esta oración, los mártires inquebrantables fueron decapitados con espadas. Durante este tiempo, un manantial de agua brotó del suelo. Los obispos Pedro y Nonos, con su clero, siguieron en secreto a la compañía de san Andrés y enterraron sus cuerpos. Uno de los clérigos, que padecía durante mucho tiempo un espíritu maligno, bebió agua del manantial y al instante quedó sano. Los informes de esto se difundieron entre la población local y comenzaron a llegar al manantial. A través de las oraciones de san Andrés y de los 2593 mártires que sufrieron con él, recibieron la ayuda misericordiosa de Dios.
Tropario, tono 4 del común de mártires
Tus mártires, oh Señor, * han obtenido de ti * coronas de incorrupción * en su lucha, Dios nuestro. * Al tener, pues, tu fuerza, * han vencido a tiranos * y aplastado de los demonios * su abatida insolencia. * Por sus intercesiones, oh Cristo Dios, * salva nuestras almas.