Las circunstancias de la Dormición de la Madre de Dios eran conocidas en la Iglesia Ortodoxa desde los tiempos apostólicos. Ya en el siglo I, el Hieromártir Dionisio el Areopagita escribió sobre Su “Quedarse Dormida”. En el siglo II, el relato de la asunsión corporal de la Santísima Virgen María al Cielo se encuentra en las obras de Melitón, obispo de Sardes. En el siglo IV, San Epifanio de Chipre hace referencia nuevamente a la tradición sobre el “Quedarse Dormida” de la Madre de Dios. En el siglo V, San Juvenal, Patriarca de Jerusalén, dijo a la santa emperatriz bizantina Pulqueria: “Aunque no hay relato de las circunstancias de Su muerte en la Sagrada Escritura, las conocemos por la Tradición más antigua y creíble”.
La Santísima Theotokos en una visita al Gólgota, a donde acudía para orar, recibió la visita del Arcángel Gabriel quien le anunció su próxima partida de esta vida a la vida eterna. En prenda de ello, el Arcángel le entregó una rama de palma. Con estas nuevas celestiales la Madre de Dios regresó a Belén con tres muchachas que la asistían (Séfora, Abigail y Jael). Llamó al justo José de Arimatea y a otros discípulos del Señor y les habló de Su inminente Reposo.
La Santísima Virgen oró también para que el Señor hiciera venir a Ella el apóstol Juan. El Espíritu Santo lo transportó desde Éfeso, colocándolo en el mismo lugar donde yacía la Madre de Dios. Después de la oración, la Santísima Virgen ofreció incienso y Juan escuchó una voz del Cielo, cerrando Su oración con la palabra “Amén”. La Madre de Dios entendió que la voz significaba la pronta llegada de los Apóstoles, los Discípulos y los santos Poderes Incorpóreos.
Los fieles, cuyo número entonces era imposible contar, se reunieron, dice San Juan Damasceno, como nubes y águilas, para escuchar a la Madre de Dios. Al verse unos a otros, los discípulos se alegraron, pero en su confusión se preguntaban unos a otros por qué el Señor los había reunido en un solo lugar. San Juan Teólogo, saludándolos con lágrimas de alegría, dijo que estaba cerca el tiempo del reposo de la Virgen.
Al acercarse a la Madre de Dios, la vieron acostada en la cama y llena de gozo espiritual. Los discípulos la saludaron y luego le contaron cómo habían sido sacados milagrosamente de sus lugares de predicación. La Santísima Virgen María glorificó a Dios, porque había escuchado Su oración y cumplido el deseo de Su corazón, y comenzó a hablar de Su fin inminente.
Durante esta conversación también apareció de manera milagrosa el apóstol Pablo junto con sus discípulos Dionisio Areopagita, san Hieroteo, san Timoteo y otros de los Setenta Apóstoles. El Espíritu Santo los había reunido a todos para que pudieran recibir la bendición de la Purísima Virgen María y, más apropiadamente, velar por el entierro de la Madre del Señor. Llamó a cada uno de ellos por su nombre, los bendijo y los ensalzó por su fe y por las dificultades que soportaron en la predicación del Evangelio de Cristo. A cada uno deseó la bienaventuranza eterna y oró con ellos por la paz y el bienestar del mundo entero.
Llegada la hora tercera (9 a.m.), cuando debía ocurrir la Dormición de la Madre de Dios. Los santos discípulos rodearon su lecho bellamente adornado, ofreciendo alabanzas a Dios. Ella oró anticipando Su fallecimiento y la llegada de Su anhelado Hijo y Señor. De repente, brilló la Luz inexpresable de la Gloria Divina, ante la cual las velas encendidas palidecieron en comparación. Todos los que lo vieron se asustaron. Descendiendo del Cielo estaba Cristo, el Rey de la Gloria, rodeado de huestes de Ángeles y Arcángeles y otros Poderes Celestiales, junto con las almas de los Padres y los Profetas, que habían profetizado en tiempos pasados acerca de la Santísima Virgen María.
Al ver a su Hijo, la Madre de Dios exclamó: “Engrandece mi alma al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava” (Lucas 1:46-48) y, levantándose Desde Su lecho para encontrarse con el Señor, Ella se inclinó ante Él y el Señor le ordenó entrar en la Vida Eterna. Sin sufrimiento corporal alguno, como en un sueño feliz, la Santísima Virgen María entregó su alma en manos de su Hijo y Dios.
Lamentando su separación de la Madre de Dios, los Apóstoles se prepararon para enterrar Su cuerpo purísimo. Los santos apóstoles Pedro, Pablo, Santiago y otros de los Doce Apóstoles llevaron sobre sus hombros el féretro funerario, y sobre él yació el cuerpo de la Siempre Virgen María. San Juan Teólogo iba a la cabeza con la resplandeciente rama de palma del Paraíso. Los demás santos y una multitud de fieles acompañaron el féretro con cirios e incensarios, entonando cantos sagrados. Esta solemne procesión fue desde Sión a través de Jerusalén hasta el Huerto de Getsemaní.
El sacerdote judío Athonios, por despecho y odio hacia la Madre de Jesús de Nazaret, quiso derribar el féretro en el que yacía el cuerpo de la Santísima Virgen María, pero un ángel de Dios le cortó invisiblemente las manos que habían tocado. el féretro. Al ver tal maravilla, Atonio se arrepintió y con fe confesó la majestad de la Madre de Dios. Recibió curación y se unió a la multitud que acompañaba el cuerpo de la Madre de Dios, y se convirtió en un celoso seguidor de Cristo.
Cuando la procesión llegó al Huerto de Getsemaní, entonces, en medio del llanto y los lamentos, comenzó el último beso al cuerpo purísimo. Sólo al atardecer los Apóstoles pudieron colocarlo en la tumba y sellar la entrada a la cueva con una gran piedra.
Durante tres días no se apartaron del lugar del sepulcro, orando y cantando salmos. Por la sabia providencia de Dios, el apóstol Tomás no estuvo presente en el entierro de la Madre de Dios. Al llegar tarde al tercer día a Getsemaní, se acostó junto al sepulcro y con lágrimas amargas pidió que se le permitiera mirar una vez más a la Madre de Dios y despedirse de ella. Los Apóstoles, llenos de compasión por él, decidieron abrir la tumba y permitirle el consuelo de venerar las santas reliquias de la Siempre Virgen María. Al abrir la tumba, encontraron en ella sólo los envoltorios funerarios y así se convencieron del traslado corporal de la Santísima Virgen María al cielo.
Tropario, tono 1
En el parto conservaste la virginidad * y en la Dormición no descuidaste al mundo, oh Madre de Dios; * porque te trasladaste a la vida * por ser la Madre de la Vida. * Por tus intercesiones, salva de la muerte nuestras almas.
Condaquio Tono 4
A la Madre de Dios, que no descuida su intercesión, * la esperanza indesairable de quienes piden su protección, * no pudieron retenerla * ni el sepulcro ni la muerte; * porque siendo la Madre de la Vida * fue trasladada a la vida * por quien habitó en su seno * conservándola siempre Virgen.