La virgen mártir Santa Febronia sufrió el martirio en Nísibis, en Mesopotamia, alrededor del año 304, durante la persecución de Diocleciano.
Cuando Febronia tenía dos años de edad, sus padres la dejaron al cuidado de su tía Briene, quien gobernaba un monasterio en Nisibis. Ahí creció para convertirse en una bellísima muchacha de alma tan cándida, que ignoraba por completo el mundo exterior y, sólo se preocupaba por adornarse con las virtudes que la hiciesen aparecer digna a su Prometido Celestial. La tía Briene cuidó con escrupuloso esmero su educación y, con el fin de resguardarla contra las tentaciones que necesariamente la asaltarían, no permitía que su sobrina comiese más que cada tercer día y la obligaba a dormir sobre un estrecho tablón. Febronia era inteligente y aprovechó tan bien las lecciones que, a la edad de dieciocho años, se le encomendó la tarea de leer y explicar las Sagradas Escrituras a las monjas, cada viernes. Las damas más nobles y señaladas de la ciudad asistían a esas lecturas, pero la madre Briene había tomado la precaución de ocultar a Febronia tras un velo, para que las señoras no advirtiesen su extraordinaria belleza y, al mismo tiempo, para no inquietar a la muchacha que, en toda su vida, no había visto a nadie más que a las otras monjas.
La pacífica existencia del convento quedó brutalmente interrumpida por la persecución. Los crueles edictos de Diocleciano fueron aplicados en Nisibis con especial ferocidad, por el prefecto Seleno. Los clérigos, junto con el obispo, emprendieron la fuga y todas las religiosas imitaron su ejemplo; en el claustro quedaron, únicamente, Briene, Febronia, que estaba en la convalecencia de una grave enfermedad y Tomáis. Cuando llegaron los oficiales de la prefectura a hacer un registro en el monasterio, no se preocuparon por detener a las dos monjas viejas, pero se llevaron a Febronia.
Al otro día, compareció en el tribunal y el prefecto Seleno encomendó a su sobrino Lisimaco la tarea de interrogarla. El joven procedió a hacerlo con toda cortesía y aun cierta condescendencia, porque la madre de Lisimaco era cristiana y sus simpatías estaban de parte de la prisionera. Pero Seleno intervino intempestivamente y, con cierta malicia, prometió dar a Febronia la libertad y muchas riquezas, si renunciaba a su religión y consentía en casarse con Lisimaco. La hermosa muchacha repuso, sencillamente, que no quería riquezas, porque ya tenía un gran tesoro en el cielo y que no buscaba marido, puesto que estaba desposada con su inmortal Prometido, quien le ofrecía la dote del Reino de los Cielos. Enfurecido ante semejante respuesta, Seleno mandó que la muchacha, desnuda, fuese colgada por los brazos de cuatro postes, encima de un lecho de brasas y que se le azotara. Le fueron arrancados diecisiete dientes y le cortaron los pechos. Entre las indignadas protestas de la muchedumbre que llenaba la sala, los verdugos se ensañaron más todavía con su víctima a la que cortaron los miembros a pedazos y, por fin, al ver que aún vivía, la remataron con golpes de hacha. Casi inmediatamente después, recibió Seleno la retribución de sus infamias, porque, presa de un súbito ataque de locura, se dio de cabezadas contra las columnas de mármol de la sala y murió con el cráneo destrozado. Por orden de Lisimaco, se reunieron respetuosamente los restos despedazados de Febronia y se les dispensó un magnífico funeral. El espantoso martirio de Febronia consiguió que numerosísimos paganos pidiesen el bautismo, y uno de los primeros fue Lisimaco, quien, posteriormente, en los tiempos del emperador Constantino, tomó el hábito de monje.
Tropario, tono 4
Tu oveja, oh Jesús, exclama con gran voz: * «Te extraño, Novio mío, y lucho buscándote; * me crucifico y me entierro contigo por el bautismo; * sufro por ti para contigo reinar * y muero por ti para que viva en ti.» * Acepta, como ofrenda inmaculada, * a Febronia, sacrificada con anhelo por ti. * Por sus intercesiones, oh Compasivo, * salva nuestras almas