Domingo del Paralítico

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El Señor misericordioso, Amante de la humanidad,
se detuvo en la Piscina de Betesda para  curar las enfermedades,
y encontró a un hombre paralítico desde muchos años atrás,
y le dijo: “Levántate, carga tu camilla, y anda por rectos caminos.
                                                                                                             Exapostelario

Himnos de la Liturgia

Tropario de la Resurrección

Tono 3

audio27Que se alegren los celestiales,
y que se regocijen los terrenales;
Porque el Señor desplegó la fuerza de su brazo,
pisoteando la muerte con su muerte.
Y Siendo el primogénito de entre los muertos,
nos salvó de las entrañas del Hades
y concedió al mundo la gran misericordia.

Condaquio de Pascua

Tono 8

audio27Cuando descendiste al Sepulcro, oh Inmortal,
destruiste el poder del hades; y al resucitar vencedor,
oh Cristo Dios, dijiste a las mujeres Mirróforas:
“¡Regocíjense!” y a tus discípulos otorgaste la paz,
¡Oh Tú que concedes a los caídos la resurrección!

Lecturas Bíblicas

Hechos de los Apóstoles  (9: 32-42)

En aquellos días: Pedro, que andaba recorriendo todos los lugares, bajó también a visitar a los santos que habitaban en Lida. Encontró allí a un hombre llamado Eneas, tendido en una camilla desde hacía ocho años, pues estaba paralítico. Pedro le dijo: «Eneas, Jesucristo te cura; levántate y arregla tu lecho». Y al instante se levantó. Todos los habitantes de Lida y Sarón lo vieron, y se convirtieron al Señor.

Había en Joppe una discípula llamada Tabitá, que quiere decir Gacela. Era rica en buenas obras y en limosnas que hacía. Por aquellos días enfermó y murió. La lavaron y la pusieron en la estancia superior. Lida está cerca de Joppe, y los discípulos, al enterarse que Pedro estaba allí, enviaron dos hombres con este ruego: «No tardes en venir a nosotros».

Pedro partió inmediatamente con ellos. Así que llegó le hicieron subir a la estancia superior y se le presentaron todas las viudas llorando y mostrando las túnicas y los mantos que Dorcás hacía mientras estuvo con ellas. Pedro hizo salir a todos, se puso de rodillas y oró; después se volvió al cadáver y dijo: «Tabitá, levántate.» Ella abrió sus ojos y al ver a Pedro se incorporó. Pedro le dio la mano y la levantó. Llamó a los santos y a las viudas y se la presentó viva. Esto se supo por todo Joppe y muchos creyeron en el Señor.

Evangelio según San Juan ( 5: 1-15)

En aquel tiempo, subió Jesús a Jerusalén. Hay en Jerusalén una piscina, cerca de la puerta de las ovejas, llamada en hebreo betesda, la cual tiene cinco pórticos. En ellos, yacía una gran multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos aguardando el movimiento de las aguas, pues un ángel del Señor bajaba de tiempo en tiempo a la piscina, y agitaba el agua; y el primero que después de movida el agua entraba en la piscina, quedaba sano de cualquier enfermedad que tuviese. Estaba allí un hombre que hacía treinta y ocho años que se hallaba enfermo. Jesús, al verlo tendido y al enterarse de que llevaba ya mucho tiempo, le dijo: «¿Quieres recobrar la salud?» El enfermo respondió: «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el agua, por lo cual mientras yo voy, ya se ha metido otro.» Le dijo Jesús: «Levántate, toma tu camilla y anda.» De repente se halló sano este hombre, tomó su camilla y se puso a andar. Era aquél un día sábado; por eso le decían los judíos al que había sido curado: «Es sábado y es ilícito llevar a cuestas la camilla.» Les respondió: «El que me ha devuelto la salud me ha dicho: “Toma tu camilla y anda”.» Le preguntaron entonces: «¿Quién es ese hombre que te ha dicho: “Toma tu camilla y anda”?» Pero el curado no sabía quién era, pues Jesús había desaparecido porque había mucha gente en aquel lugar. Más tarde, Jesús lo encontró en el templo y le dijo: «Mira que has quedado curado; no peques más, para que no te suceda algo peor.» El hombre fue a decir a los judíos que era Jesús quien le había curado.

Mensaje Pastoral

El paralítico de Betesda

«¿Quieres recobrar la salud?», pregunta Jesús al paralítico que llevaba 38 años enfermo, y éste contesta: «Señor, no tengo a nadie que me el-paralitico-de-betesdameta en la piscina cuando se agita el agua.» Aun con todos estos años de inmovilización y de padecimiento, perseveraba en la orilla de la piscina, más bien, en la costa de la esperanza en Dios. Responde la pregunta –que a otro, muy probablemente, le hubiera ofendido– con una paciencia y mansedumbre admirables, sin reclamar ni blasfemar o desesperarse: «Señor, no tengo a nadie.» Y Cristo, alabando su gran paciencia, le curó; ni siquiera le preguntó, como en otras ocasiones, si tenía fe, porque ella estaba manifiesta en su perseverancia y respuesta humilde estando en plena desgracia. «¡Con vuestra paciencia salvarán vuestra vida!» (Lc  21:19).

………………

«Es sábado y es ilícito llevar a cuestas la camilla», contradijeron los fariseos al ya curado de su parálisis. Es la figura de la religión cuando se transforma en leyes muertas, mientras las normas religiosas deberían ser un medio que atrae la Gracia de Dios en nuestra vida: «La letra mata, mas el Espíritu vivifica», dice san Pablo (2Cor 3:6). La religión no se limita a obligaciones que se tengan para cumplir sino que es una vida regida por la presencia activa de Dios, una experiencia no expuesta a ninguna discusión o incertidumbre: «El que me ha devuelto la salud me ha dicho: “Toma tu camilla y anda”.» A los entonces amigos del Señor les agradaría usar, en lugar de «deberes», otra palabra derivada, análoga y graciosamente: «quereres».

………………

«Más tarde, Jesús lo encontró en el Templo.» El curado de su parálisis, agradecido, se dirigió hacia el Templo para dar gracias y para ofrecer a Dios sus primeros pasos, las primicias, como si exclamara: «Lo tuyo de lo tuyo, te ofrezco por todo y para todo.» Y en medio de esta ofrenda de conversión, «Jesús lo encontró».

Cuando el paralítico estaba en discusiones inútiles con los fariseos acerca de su curación que si había sido de Dios o no, buscó a Jesús y no le encontró, «había desaparecido porque había mucha gente en aquel lugar»; en cambio, ahora en el Templo, bien nos describe el evangelista Juan, que «Jesús lo encontró».

En las plazas de la vida hay mucha gente, mucho murmullo, discusión y preocupación que le hacen al hombre olvidar la confesión al Señor. El paralítico tuvo la iniciativa de salir de todo este ruido para entrar en los atrios de la Casa de Dios, donde «Jesús lo encontró».

Dispongamos en nuestra vida de atrios y consagremos templos en los cuales agrada al Señor encontrar a la oveja perdida.

Nuestra Fe y Tradición

 La Unidad de la Iglesia

sinodo1La unidad de la Iglesia, no sólo la de Antioquía entre sus miles de parroquias y diócesis en todo el mundo, sino la de todos los Patriarcados, está basada en dos pilares fundamentales :El primero es que tiene una cabeza que es Cristo Resucitado (Efesios 1,22), siendo la Iglesia Su Cuerpo Místico. El otro es la unidad doctrinaria de la fe y la comunión de la Gracia, del mismo Cáliz y los mismos Sacramentos, existiendo entre ellos un permanente lazo de oración.

Nuestra fe común tiene como fuente, las Sagradas Escrituras y la Santa Tradición. Fue comentada por los Santos Padres Teólogos de la Iglesia, como San Basilio el Grande, San Juan Crisóstomo, San Gregorio el Teólogo, San Gregorio Nazianceno, San Ignacio de Antioquía, San Juan Damasceno, San Agustín, San Gregorio Palamás, y otros., y por las enseñanzas explicitadas y proclamadas en los Siete Concilios Ecuménicos de toda la cristiandad, considerados como la más alta autoridad. Estos Concilios fueron  celebrados en Nicea, Constantinopla, Efeso, Calcedonia, etc., desde el Siglo IV al Siglo VIII. En los dos primeros, Nicea año 325 y Constantinopla año 381, se estableció el Credo de nuestra fe, que cada domingo confesamos en voz alta durante la Divina Liturgia y en otros oficios.

Los Siete Concilios Ecuménicos afirmaron la pureza de la fe y la recta doctrina frente a las herejías, la veneración debida a las Sagradas Imágenes o Íconos, y la disciplina eclesiástica.

Asimismo afirmamos que la plenitud de la Iglesia es asistida por el Espíritu Santo, por lo cual la Iglesia es infalible.

Sentencias de los Padres del Desierto.

  • Decía un anciano: «El que admite en su alma deseos perniciosos, es como el que oculta el fuego entre las pajas».
  • Dijo el abad Pastor: «En el Evangelio está escrito: “El que no tenga espada que venda  su manto y compre una” (Lc. 22,36). Esto significa: “El que tenga paz que la deje y se prepare  para la lucha”». Se refería a la lucha contra el diablo.
  • Decían del abad Hor: «Nunca ha mentido, jamás hizo ningún juramento, nunca maldijo a nadie, jamás habló a nadie si no era necesario».

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Padre Juan R. Méndez ()

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