Domingo posterior a Epifanía
Sinaxis del Profeta y Precursor San Juan Bautista
“El Salvador, que es la Gracia y la Verdad, se manifestó en las orillas del Jordán e iluminó a los que moraban en la oscuridad y en las sombras de la muerte. ¡La luz inasequible ha venido y se ha manifestado al mundo!” Exapostelario
Himnos de la liturgia
Tropario de la Resurrección
Tono 4
Al coeterno Verbo, con el Padre y el Espíritu,
al Nacido de la Virgen para nuestra salvación,
alabemos, oh fieles, y prosternémonos.
Porque se complació en ser elevado en el cuerpo sobre la Cruz
y soportar la muerte, y levantar a los muertos por su Resurrección gloriosa.
Tropario de La Divina Epifanía
Tono 1
Al bautizarte, oh Señor, en el Jordán se manifestó la adoración a la Trinidad: pues, la voz del Padre dio testimonio de ti nombrándote su “Hijo amado”; y el Espíritu, en forma de paloma, confirmó la certeza de la palabra. ! Tú, que te has revelado e iluminado al mundo, oh Cristo Dios, gloria a Ti!Tropario de San Juan Bautista
Tono 2
La memoria del justo es con alabanzas,
pero a ti, oh Precursor, te basta el testimonio del Señor.
Porque te volviste verdaderamente el más honrado de los profetas
al ser digno de bautizar en el Jordán al que fue anunciado;
y así como defendiste la verdad,
con alegría anunciaste, hasta a los que estaban en el Hades,
a Dios que se ha revelado en el cuerpo,
que quita el pecado del mundo
y nos otorga la gran misericordia.
Condaquio de la Divina Epifanía
Tono 4
Te has revelado hoy al universo, y tu luz, oh Cristo Dios, ha fulgurado sobre nosotros que te alabamos con comprensión: ¡Te has manifestado, oh Luz inaccesible!Lecturas bíblicas
Hechos de los Apóstoles (19: 1-8)
En aquellos días: mientras Apolo estaba en Corinto, Pablo atravesó las regiones altas y llegó a Éfeso donde encontró algunos discípulos; les preguntó: «¿Recibieron el Espíritu Santo cuando abrazaron la fe?» Ellos contestaron: «Pero si nosotros no hemos oído decir siquiera que exista el Espíritu Santo.» Él replicó: «¿Pues qué bautismo han recibido?» —«el bautismo de Juan», respondieron. Pablo Añadió: «Juan bautizó con un bautismo de conversión, diciendo al pueblo que creyesen en el que había de venir después de él, o sea en Jesús.» Cuando oyeron esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús. Y, habiéndoles Pablo impuesto las manos, vino sobre ellos el Espíri-tu Santo y se pusieron a hablar en lenguas y a profetizar. Eran en total unos doce hombres.
Entró en la sinagoga y durante tres meses hablaba con valentía, discutiendo acerca del Reino de Dios e intentando convencerles.
Evangelio según San Juan (1:29-34)
En aquel tiempo, Juan vio venir a Jesús hacia él y dijo: «He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es por quien yo dije: “Detrás de mi viene un hombre, que se ha puesto delante de mí, por cuanto era antes que yo.”
Y yo no lo conocía, pero he venido a bautizar en agua para que Él sea manifestado a Israel.» Y Juan dio testimonio diciendo: «He visto al Espíritu que bajaba como una palo-ma del cielo y se quedó sobre Él. Y yo no lo conocía pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquél sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, Ése es el que bautiza con Espíritu Santo.” Y yo he visto y he dado testimonio de que Éste es el Hijo de Dios.»
Mensaje Pastoral
Epifanía: la divina manifestación
El día 6 de enero, la Iglesia celebra el Bautismo de nuestro Señor Jesucristo en el Río Jordán por las manos de Juan el Bautista. A esta fiesta se le llama Epifanía o Teofanía, palabra griega que significa la Divina Manifestación.Es la manifestación de Dios, Trino y Uno, ante los hombres como lo ilustra el Tropario: «Al bautizarte, oh Señor, en el Jordán se manifestó la adoración a la Trinidad; pues la voz del Padre dio testimonio de Ti nombrándote su “Hijo amado”; y el Espíritu, en forma de paloma, confirmó la certeza de la palabra […]»
El hombre habría sido incapaz de conocer a Dios si Él mismo no se le hubiera revelado. Pero Dios, por su infinito amor, aceptó ser como nosotros para que «el Igual atrajera a su igual» (Acatisto, Estrofa XVIII). En el cristianismo, el conocimiento de Dios nos ha sido otorgado por Gracia, por Revelación.
Hasta el siglo IV, el Nacimiento de Cristo y su Bautismo se celebraban juntos en este mismo día (tradición que sigue vigente en la IglesiaArmenia). En la Navidad se ha realizado la Presenciade Dios entre los hombres, y en el Bautismo, dicha Presencia fue anunciada y manifiesta ante toda la creación. La adherencia entre las dos celebraciones nos confirma en la fe ortodoxa que refuta rotundamente la desviación de algunos que hablan de que Jesús recibió la Divinidad en el Bautismo. Pues Cristo, desde el seno virginal, es el Hijo, la segunda Persona de la Trinidad, perfecto Dios y perfecto Hombre; eso es lo que el Arcángel anunció a María: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será Santo y será llamado Hijo de Dios.» (Lc 1:35). Entonces, si la Navidad presenta el Nacimiento de Cristo dela Virgen en el cuerpo, el Bautismo anuncia su Nacimiento sempiterno del Padre.
Los cantos y el icono de la Fiesta ilustran la alegría universal: Los ángeles están sorprendidos, y los cielos inclinados, porque donde esté el Señor, allá el cielo estará; Juan coloca su mano sobre la cabeza de Cristo con temor y devoción como si estuviera diciendo: «¿Cómo bautizarle a Quien, de la nada, hizo la creación entera?»; Cristo, sumergido en las aguas del Jordán, pisotea «las cabezas de las hidras anidadas en ellas». Mientras el mar, después de la caída, se volvió símbolo de la corrupción y lugar dominado por los poderes de la oscuridad, Cristo lo bendice devolviendo a la naturaleza su función original: morada de la presencia de Dios. Desnudo en el agua está el Nuevo Adán, en Quien el Padre se complace; es el Hijo amado no nada más en referencia a que el Padre lo ama, sino que Él también ama al Padre «hasta la muerte, y muerte de cruz» (Flp 2:8)
Según este Prototipo, nosotros también hemos sido sumergidos en el agua bautismal, muriendo al pecado, luego arrancados de ella para participar de la vida del nuevo Adán que ama a Dios y bendice todo lo que encuentra devolviéndole su primer destino: lugar de la Presencia del Señor.
Nuestra Fe y Tradición
El Bautismo de los niños
La tradición del Bautismo de los niños tiene su origen en la Iglesia primitiva. Según Hechos de los Apóstoles, los que creían en “el camino” eran bautizados con todos “los de su casa” sin excluir a los niños. (Véase Hechos 10:47-48, 16:15, 16:31-33, 18:8, 1Cor1:16.)
San Ireneo, obispo de Lyón (200-230) dice en uno de sus escritos: «Vino (Cristo) en persona a salvar a todos, es decir, a todos los que por Él nacen de lo alto para Dios: recién nacidos, niños, muchachos, jóvenes y adultos.» El hecho de que san Ireneo mencione, tan espontáneamente, a los niños y recién nacidos entre los bautizados, muestra que esta tradición era una práctica auténtica e “instintiva” en la conciencia de la Iglesia.
La Iglesia no impone el entendimiento como una condición para recibir el Bautismo, sino al contrario: se requiere de la divina Gracia, otorgada por el Bautismo, para comprender o, más bien, para asimilar las verdades de la fe. Ciertamente es por el Bautismo que adquirimos la bienaventurada pureza sin la cual, según el Señor, «nadie puede entrar en el Reino de los cielos» (Mt 18:3).
Eso no significa dejar al niño bautizado sin atención. Pues la Iglesia, al bautizarlo, le da la posibilidad de crecer en la “estatura espiritual”, siendo encargados sus padres y padrino de guiarlo y alimentarlo hacia la vida en Cristo.
Vida de Santos
Sinaxis del Profeta y Precursor San Juan Bautista (7 de Enero)
“Mirad que viene detrás de mí, Aquél a quien no soy digno de desatar las sandalias de sus pies” (Hch 13:25).
¡Qué profunda humildad hubo en aquel Profeta y Precursor del Mesías! El último de los Profetas y el Mayor de todos ellos, según nos lo afirmara Nuestro Adorable Salvador, al decir, que de entre los hijos de los hombres Juan es el Mayor de los Profetas, debido a que fue él quien tuvo la dicha bienaventurada de señalar a Cristo, como el Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo y por quedar lleno del Espíritu Santo desde el vientre de su madre, santa Isabel. ¡Cuántos justos anhelaron ver los días del Salvador! Tan solo en una mirada futurista lo hicieron y lo saludaron. Cuando Cristo descendió al Hades, lo hizo para liberar a Adán, a Eva y a cuantos esperaron su venida; es decir, a todos aquellos justos que oyeron lo anunciado por los santos Profetas. Allí en el Hades la Luz verdadera iluminó e inundó de gozo a quienes lo esperaron, lo desearon y, aún en la lejanía, escucharon el divino mensaje de salvación siendo salvos de antemano por vivir hasta el final en la esperanza y en la fe inquebrantable de aquel que en verdad carga con los pecados del mundo.
Sin lugar a dudas, fue degollado cual inocente cordero, desapareciendo él, para que el Mesías llegara a la plenitud. El Bautista ya estaba preparado para ser víctima y ofrenda inmolada en honor del Mesías. Cuán sintomático es ver que el Precursor de Cristo, preparara los caminos del Señor, predicando el Bautismo de arrepentimiento, porque el Mesías lo complementaría con el Bautismo de vida. “Todos los que han sido bautizados en Cristo, de Cristo están revestidos” (Gal 3:26). Ofrendar la cabeza, es ofrecerlo todo. El haber pasado tanto tiempo dedicado a la oración y a la penitencia, llevó al Bautista a madurar en la fe y en el amor más expresivo: permitir ser degollado. Él comprendía que para esto había nacido: Para ser llenura del Espíritu Santo y, por consiguiente preparado para la Vida bienaventurada.
El capricho de una bailarina fue decisivo para que Herodes entregara en Charola de plata la Cabeza del Precursor del Salvador. ¡Amados hermanos: veamos cómo el mundano proceder conduce a la más bestial de las crueldades! Es así como el ser humano pierde el piso y los valores trascendentales al deshumanizarse y provoca que nuevamente la creación sufra dolores como de parto (Rom 8:22). El pecado, ese desorden ancestral, es el que requiere que los verdaderos cristianos le hagamos frente común, como familia, como Iglesia y como sociedad. Luchar contra ese desorden es amar a Dios, hacer que la gracia abunde porque “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rom 5:20). ¡Que la gracia del Espíritu Santo nos conduzca a la sobreabundancia divina, a fin de que nuestra Iglesia sea la luz que ilumine a nuestra humanidad en estos tiempos tan difíciles! Amén.