80 Domingo de San Mateo

Santa Paraskeva 

Piadosa_Parascheva1

 

Himnos de la Liturgia

Tropario de la Resurrección

Tono 7

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Destruiste la muerte con tu cruz
y abriste al ladrón el Paraíso;  
a las Mirróforas los lamentos trocaste
y  a tus Apóstoles ordenaste predicar
que resucitaste,  oh Cristo Dios,
otorgando al mundo la gran misericordia.
 

Condaquio

Tono 4

Oh Protectora de los cristianos indesairable;
Mediadora, ante el Creador, irrechazable:
no desprecies las súplicas de nosotros, pecadores,
sino acude a auxiliarnos, como bondadosa,
a los que te invocamos con fe. Sé presta en intervenir
y apresúrate con la súplica, oh Madre de Dios,
que siempre proteges a los que te honran.

Lecturas Bíblicas

Primera Carta del Apóstol San Pablo a los Corintios   (1: 10-17)

Hermanos: Les ruego, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a que tengan todos un mismo hablar, y no haya entre ustedes divisiones; antes bien, estén unidos en una misma mentalidad y un mismo juicio. Porque, hermanos míos, estoy informado de ustedes, por los de Cloe, que existen discordias entre ustedes. Me refiero a que cada uno de ustedes dice: «Yo soy de Pablo», «Yo de Apolo», «Yo de Cefas», «Yo de Cristo.» ¿Está dividido Cristo? ¿Acaso fue Pablo crucificado por ustedes? ¿O han sido bautizados en el nombre de Pablo? ¡Doy gracias a Dios por no haber bautizado a ninguno de ustedes fuera de Crispo y Gayo! Así, nadie puede decir que han sido bautizados en mi nombre. También bauticé a la familia de Estéfanas. Por lo demás, no creo haber bautizado a ningún otro.
Porque no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio; y no con sabiduría de palabras, para no desvirtuar la cruz de Cristo.

Evangelio según San Mateo (14: 14-22)

En aquel tiempo, vio Jesús mucha gente y sintió compasión de ellos y curó a sus enfermos. Al atardecer se le acercaron los discípulos diciendo: «Éste es un lugar desierto y se hace tarde. Despide, pues, a la gente, para que vayan a los pueblos y se compren comida.» Mas Jesús les dijo: «No tienen porqué marcharse; denles ustedes de comer.» Ellos le dijeron: «No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces.» Él dijo: «Tráiganmelos acá.» Y ordenó a la gente sentarse sobre la hierba; tomó luego los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, bendijo, y partiendo los panes, se los dio a los discípulos y los discípulos a la gente. Comieron todos y se saciaron, y recogieron de los trozos sobrantes doce canastos llenos. Y los que habían comido eran unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños. Inmediatamente obligó a los discípulos a subir a la barca y a ir por delante de Él a la otra orilla, mientras Él despedía a la gente.

Mensaje Pastoral

Eucaristía

Parece que el milagro de la multiplicación de los panes tuvo una importancia excepcional en la conciencia de la Iglesia primitiva, que los multiplicación-de-los-panescuatro Evangelistas lo mencionan y, más aún, Mateo y Marcos nos cuentan que el acontecimiento sucedió dos veces: en la primera, Jesús dio de comer a cinco mil hombres (Mt 14:13-21, Mc 6:31-44) y en la segunda, a cuatro mil hombres (Mt 15:32-38, Mc 8:1-10). Además, la multiplicación de los panes es una de las siete señales que san Juan expone en su Evangelio y que siempre las tiene vinculadas a cierta enseñanza; en el presente caso, el relato de san Juan (6:1-15) está ligado estrechamente con el Sermón de Jesús acerca del Pan de la vida (Jn 6:22-66): «Yo soy el Pan vivo, bajado del cielo», «el que come mi cuerpo y bebe mi sangre, tiene vida eterna». Entonces el lugar privilegiado que esta señal obtiene en la tradición bíblica se debe a su sentido eucarístico, y lo confirma el hecho de que los cuatro evangelistas describen la acción milagrosa del Señor –«levantando los ojos al cielo, bendijo, y partiendo los panes, se los dio a los discípulos»– de una manera casi igual a lo sucedido en la Última Cena ((Mt 26:26).

La lectura profunda del milagro, a la luz de su referencia eucarística, nos proporciona tres observaciones importantes:

Antes de efectuar el milagro, Jesús pidió a sus discípulos: «Vengan también ustedes aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco» (Mc 6:31). Como si les estuviera preparando antes del evento sublime que seguiría: cierto aislamiento del ruido del mundo; descanso para el alma «con Él», lejos de la agitación de las responsabilidades cotidianas; un «alto» para examinar lo que se ha hecho. Esta actitud preparatoria (serenidad, examen de conciencia profundo y penitencia) es indispensable para todo feligrés que se aproxima al santo Cáliz. La comunión frecuente, como una práctica propicia, no debe conducir a negligencia, ligereza y, en consecuencia, a menosprecio ante el «terrible Misterio». Parte de esta preparación es también el ayuno eucarístico: la multitud siguió a Cristo sin importarle las necesidades del cuerpo; sabían que ya la noche llegaba y que no tenían comida; sin embargo, la palabra de Jesús les hizo dejar de lado el pan de cada día, a semejanza de David: «Me olvidé de comer mi pan» (Sal 102:4). El ayuno antes de la Comunión es este olvido que provoca en el alma sed de la palabra de Dios, hambre del Pan de vida.

Podemos observar también que la muchedumbre ofreció todo lo poco que tenía (cinco panes y dos pescados) y recibió mucho más de lo que esperaba (sobraron doce canastos llenos). Así la Gracia sobreabunda en nuestra vida que la ofrecemos sinceramente en el santo Altar junto con el pan y el vino. ¡Es indigna y miserable! No importa: a partir de la penitencia, confesión y santa Comunión será injertada con la vida de Cristo.

Y el tercer punto digno de reflexión es que Cristo pretendió que los discípulos participaran en el milagro cuando «les mandó que acomodaran a todos por grupos sobre la verde hierba, y se acomodaron por grupos de cien y de cincuenta» (Mc 6:39). «Hágase todo con decoro y orden», dice san Pablo (1Cor 14:40). Y por medio de ellos, repartió el pan a todos los presentes: «los iba dando a los discípulos para que se les fueran sirviendo» (Mc 6:41); sin embargo, Él fue Quien efectuó el milagro. No es el sacerdote quien «da misa» sino que es meramente el «ministro del Misterio» tal como los discípulos lo fueron: Cristo mismo es el Sumo Sacerdote «que ofrece y es ofrecido». La Divina Liturgia, en su totalidad –gestos litúrgicos, vestimenta sacerdotal, cánticos y rúbricas–, procura colocarnos en esta realidad del gran milagro de la Eucaristía.

La preparación, el ayuno, el servicio y la ofrenda personal es lo que nos toca hacer ante la Cena milagrosa, Cristo se encarga de la multiplicación: de su Presencia desborda la Gracia en abundancia que el alma, jubilosa, exclama con lágrimas las palabras de san Isaac el Sirio: «Calma en mi las olas de tu Gracia.»

Vida de Santos

Santa Paraskeva

Nació en el pueblo Epibatos de la antigua Tracia (lugar actualmente conocido como Boiados, Bulgaria), a la orilla del Mar de Marmara, hija de ricos terratenientes.1

Aún desde muy joven, Parascheva se acostumbra a ayudar a los pobres de aquel lugar, decidiéndose pronto a iniciarse en la vida monástica, en Constantinopla. Sus padres, que no estaban de acuerdo con aquella decisión, la buscan durante algún tiempo en distintas ciudades de los alrededores, sin éxito.2 Mientras tanto, Parascheva se dirige a Calcedonia para luego empezar a residir en la iglesia dedicada a Theotokos en Heraclea Pontica. Debido a su ascetismo profundo, experimenta visiones con la Virgen María. En una de esas visiones recibe la orden de dirigirse a Jerusalem y conocer los Lugares Sagrados. Ahí permanece algún tiempo retraída en un monasterio del desierto de Jordania. Casi dos años después, regresa a Constantinopla, en Katikratia, haciendo su residencia en la Iglesia de los Santos Apóstoles y muriendo en aquel lugar a la edad de 27 años.

Sentencias de los Padres Desierto

Virtud
  • El abad Zenón, discípulo del abad Silvano, decía: «No habites en un lugar famoso, ni vivas con un hombre de gran reputación, ni pongas cimientos a la habitación que te construyas».
  • Dijo abad Pastor: «Enseña a tu corazón a cumplir lo que a otros enseñas con tus palabras». Y añadió: «Los hombres cuando hablan parecen perfectos. Al cumplir lo que dicen no lo son tanto».
  • Se decía del abad Arsenio y del abad Teodoro de Fermo que por encima de todo aborrecían la vanagloria. El abad Arsenio no acudía fácilmente a las llamadas de sus visitantes. El abad Teodoro sí acudía, pero era como una espada para él.

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Padre Juan R. Méndez ()

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