Conmemoración de la Presentación del Señor en el Templo

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 Los hijos de Zebedeo, Pedro, Natanael, Tomás y otros dos, se encontraban pescando en el lago de Tiberiades, a la orden de Cristo, arrojaron sus redes al lado derecho pescando en abundancia. Cuando Pedro reconoció a Cristo, se acercó a Él nadando, esta fue la tercera aparición del Señor al enseñarles el pan y el pescado Sobre las brasas.

Exapostelario

Himnos de la Liturgia

Tropario de la Resurrección

Tono 7

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Destruiste la muerte con tu Cruz, y abriste al ladrón el Paraíso, a las Mirróforas los lamentos trocaste, y a tus Apóstoles ordenaste predicar que resucitaste, oh Cristo Dios, otorgando al mundo la gran misericordia.

Tropario de la Presentación del Señor  

Tono 1

Regocíjate, oh Llena de Gracia, Virgen Madre de Dios;porque por ti resplandece el Sol de Justicia, Cristo nuestro Dios, Quien ilumina a los que han estado en las tinieblas. Alégrate también tú, oh justo Anciano, que recibiste en tus brazos al Redentor de nuestras almas, Quien nos otorga la Resurrección.

Condaquio de la Presentación del Señor en el Templo

Tono 4

Por tu nacimiento santificaste las entrañas de la Virgen,
oh Cristo Dios, las manos de Simeón bendijiste debidamente,
y a nosotros nos alcanzaste y salvaste.
Conserva a tus fieles en la paz y auxilia a los que amas
porque Tú eres el único Amante de la humanidad.

Lecturas Bíblicas

 Carta a los Hebreos  (7:7- 17)

Hermanos: No cabe duda que el inferior recibe la bendición del superior. Y mientras aquí reciben el diezmo hombres mortales, allí, uno de quien se atestigua que vive (Melquisedec). Y, por decirlo así, hasta el mismo Leví, que recibe los diezmos, los pagó en la persona de Abraham, pues ya estaba en las entrañas de su padre cuando Melquisedec le salió al encuentro.

Pues bien, si la perfección estuviera en poder del sacerdocio levítico —bajo cuyo ministerio el pueblo recibió la ley—, ¿qué necesidad había ya de que surgiera otro sacerdote a semejanza de Melquisedec, y no dice «a semejanza de Aarón»? Pues, cambiado el sacerdocio, necesariamente se cambia la ley. Y el hecho es que aquél de quien se dice estas cosas, pertenecía a otra tribu, de la cual nadie sirvió al altar. Y es bien manifiesto que nuestro Señor procedía de Judá, y a esa tribu para nada se refirió Moisés al hablar del sacerdocio.

Todo esto es mucho más evidente aún si surge otro sacerdote a semejanza de Melquisedec, que lo sea, no por ley de prescripción carnal, sino según la fuerza de una vida indestructible. De hecho, está atestiguado: Tú eres sacerdote para siempre, a semejanza de Melquisedec.

Evangelio Segun San Lucas   (2:22-40)

En aquel tiempo, Había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba en él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres del niño Jesús lo introdujeron para cumplir lo que la Ley prescribía, él lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:

«Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, según tu palabra; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado delante de todos los pueblos, luz para alumbrar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel.»

José y la madre del Niño estaban admirados de lo que se decía de Él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «He aquí que Éste está puesto para caída y levantamiento de muchos en Israel, y para señal de contradicción -y a ti, una espada te atravesará el alma- a fin de descubrir las intenciones de muchos corazones.» Había también una profetiza, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Ésta se presentó en aquella misma hora, y alababa a Dios y hablaba del Niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén.  Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre Él.

Mensaje Pastoral

 La Pureza de la Espera y de la Recepción

“Ahora, Señor, puede dejar que tu siervo se vaya en paz, pues mis ojos han visto la salvación”

En este día, Jesús entra con sus padres al Templo, y allí lo recibe el anciano Simeón en sus brazos, quien vino al templo guiado por el Espíritu. Y también estuvo presente, en ese momento, la profetisa Ana, avanzada en edad, quien vivía como viuda en el Templo desde hacía ochenta y cuatro años, sin apartarse de él, ofreciendo ayunos y oraciones, día y noche.

Jesús fue recibido en Jerusalén y en el Templo dos veces en forma especial. La primera recepción ocurrió aquí, cuando todavía era niño y tenía cuarenta días, antes de su manifestación pública a los treinta años. Y la segunda recepción se produjo cuando la gente lo recibió en su entrada triunfal a Jerusalén, al cumplir tres años de su manifestación pública, obra y predicación.

En su primera entrada en el Templo, percibieron Su divinidad tanto el anciano Simeón, como así también la profetisa Ana, quien pasó más de ochenta años en ayuno, oración y vigilia. Esta era la característica de aquellos que esperaban “la consolación de Israel”. En la segunda entrada, ocurrida después de todo lo que Jesús manifestó en palabras y obras, este fue recibido por el pueblo que lo rechazó un par de días después. Lo recibió para luego crucificarlo. Jesús decepcionó la espera de este pueblo, o al revés, los sueños del pueblo en cuanto al “Mesías” eran contrarios a lo que este manifestaba.

Aquí, en la fiesta de la Presentación del Señor al Templo, nos encontramos ante el anciano Simeón y la profetisa Ana, ambos guiados por el Espíritu para recibirlo con profecías y glorificaciones a Dios, antes de su manifestación pública. Allí, nos encontramos ante un pueblo que lo recibe, pero cuyos sueños lo condujeron a la cruz.

Por tanto, hemos de purificar nuestra espera de Dios. El encuentro con Dios es la sed verdadera que se encuentra en el fuero interno de cada persona. Pero, ¿cuántas veces este encuentro no se ha logrado, porque nuestra espera de Él estaba mezclada con nuestros sueños, cosas que no son ni de Él ni están en Él? ¿Cuántas veces el encuentro con Dios fue una sorpresa, y quizás algo más, un choque? ¿No es acaso que cuando tenemos una pura fe, lo encontramos como alegría y vida?

En muchos momentos de la vida, sentimos la presencia de Dios y su cercanía, a pesar de todas las nubes de preocupaciones e inquietudes que tenemos. Esto puede ocurrir en un momento de adversidad, de alegría, de escucha a la palabra divina, de comprensión de un texto espiritual o humano, de enfrentamiento consigo mismo ante diferentes deseos… Allí donde nos encontramos con Dios, la naturaleza de nuestro encuentro será determinada por la calidad de nuestra fe, sea ésta pura o corrupta.

Dios busca a toda alma, como el novio busca a su novia. En cambio, el hombre tarda en recibir a Dios que lo busca, o forma una imagen de este

“Mesías” que no coincide con los motivos de su espera en su momento.

Comparando las dos entradas de Jesús al Templo, por un lado, nos damos cuenta de que la justicia de Simeón y las oraciones de Ana los han hecho esperar la verdadera consolación, a la cual el Espíritu los había guiado a encontrar, antes de que se manifestara públicamente. Y por otro lado, observamos que los deseos mundanos del pueblo no le permitieron al pueblo encontrarse realmente con Jesús, aún después de haber transcurrido tres años de su manifestación.

La espera de Simeón y de Ana se construyó sobre las piedras de la oración, del ayuno y del incienso del Templo, mientras que la espera del pueblo se edificó sobre el deseo del poder y los sueños mundanos. No podemos recibir a Jesús sino sólo después de un acto de fe que se conyuga con una vida de justicia.

Las presiones de la vida y las preocupaciones diarias hacen que el equilibrio entre la materia y el espíritu sea cada vez más frágil, y que la sed humana de Dios sea cada vez más fuerte. La espera del hombre para recibir a Dios en la vida se hace más ferviente y grande.

Si estas motivaciones de la vida diaria son para nosotros una razón para esperar que se realicen sólo sueños mundanos, entonces nuestro encuentro algún día con Jesús será una dura sorpresa. Y si dejamos que estas necesidades, en la fe, purifiquen nuestra espera, entonces encontraremos a Jesús, pero después de haber liberado nuestros deseos de motivaciones mundanas. Hemos de hablarle a Jesús en un momento de vigilia, de oración acompañada por el ayuno. Entonces, el día de nuestro encuentro con Él será nuestro gozo. Y exclamaremos tal como cantó Simeón: “Ahora, Señor, puede dejar que tu siervo se vaya en paz, pues mis ojos han visto la salvación”. Amén.

Homilía de Monseñor Pablo Yazigi, Arzobispo de Alepo

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Padre Juan R. Méndez ()

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