Memoria de San Antonio el Grande

Oh Revestido de Dios, desde tu juventud,
asumiste un método de vida no conocido entre los hombres,
y anduviste en él con fervor hasta el fin, sin desviación alguna,
sometiéndote a la Ley nueva de Cristo;
así que te manifestaste como guía del Desierto y Padre de los ascetas.
                                                                                                                             ( Exapostelario)

Himnos de la liturgia

Tropario de la Resurrección

Tono 6

audioLos poderes celestiales aparecieron sobre tu sepulcro;
y los guardias quedaron como muertos;
María se plantó en el sepulcro buscando Tu Cuerpo Purísimo;
sometiste al hades sin ser tentado por él;
y encontraste a la Virgen otorgándole la vida.
¡Oh Resucitado de entre los muertos, Señor, gloria a Ti!

Tropario de San Antonio el Grande

Tono 4

audioImitando con tu vida al celoso Elías
y siguiendo los rectos caminos del Bautista,
has poblado el desierto, oh padre Antonio,
y has fortalecido al mundo con tu oración.
Intercede ante Cristo nuestro Dios, para que salve nuestras almas. 

Condaquio de la Presentación del Señor en el Templo

 Tono 4

Por tu nacimiento santificaste las entrañas de la Virgen,
oh Cristo Dios, las manos de Simeón bendijiste debidamente,
y a nosotros nos alcanzaste y salvaste. Conserva a tus fieles en la paz
y auxilia a los que amas porque Tú eres el único Amante de la humanidad. 

Lecturas bíblicas

Carta del Apóstol San Pablo a los Colosenses (Col 1: 12-18)

Hermanos: Den gracias con alegría al Padre que nos ha hecho aptos para participar en la herencia de los santos en la luz. Él nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor, en Quien tenemos la redención: el perdón de los pecados; Quien es la Imagen de Dios, el invisible, Primogénito de toda la creación, porque en Él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, sean Tronos o Dominaciones, sean Principados o Potestades: todo fue creado por Él y para Él, Él existe con anterioridad a todo, y todo tiene en Él su consistencia. Él es también la Cabeza del Cuerpo, de la Iglesia: Él es el Principio, el Primogénito de entre los muertos, para que sea Él el primero en todo.

Evangelio según San Lucas (17: 12-19)

En aquel tiempo, al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a distancia y, levantando la voz dijeron: «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!» Al verlos, les dijo: «Vayan y muéstrense a los sacerdotes.» Y sucedió que, mientras iban, quedaron limpios. Uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en alta voz; y postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias; y éste era un samaritano. Tomó la palabra Jesús y dijo: «¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quién volviera a dar gloria a Dios sino éste extranjero?» Y le dijo: «Levántate y anda; tu fe te ha salvado.»

Mensaje pastoral

Nuestra oración: ¿letanía o eucaristía?

Una y otra vez san Lucas en su Evangelio nos revela cómo Jesús se interesa por los marginados y menospreciados. He aquí en la lectura evangélica de hoy pasa por Samaria, zona de gentiles considerada como impura para los judíos, y se digna conversar con unos diez leprosos a la vez.

En el Antiguo Testamento la lepra se consideró como resultado de un pecado grave, de tal manera que los leprosos vivían fuera de las ciudades lejos de manchar a los residentes. Esto explica el modo con el que los diez leprosos gritaban al Señor a distancia; no se atrevían a acercarse. Después de haber perdido toda esperanza por sanar un mal incurable, imaginemos la fuerza de su súplica «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!» y comparémosla con nuestro rezar para comprender qué tan tibios somos en nuestra oración. ¿En cuántas ocasiones hemos rezado con una esperanza que siquiera se acercara de lejos a la oración de estos leprosos? Ellos acudieron a Jesús sabiendo que en Él se encuentra su última esperanza, en cambio nuestros pensamientos a menudo esperan en todo menos en Él.

Jesús les envió: «Vayan y muéstrense a los sacerdotes.»  Acaso, ¿no podía curarlos sin ayuda de los sacerdotes? Desde luego que sí, y lo hizo en otros casos; sin embargo —y es muy esencial esta observación—, quiso aquí acentuar la incorporación en el Cuerpo de la Iglesia. La lectura sincera, cuidadosa y amplia de la palabra de Dios, nos estimula a vivir el misterio de la sanación —y todos somos enfermos— no de un modo soberbio individual sino humildemente en el seno la Iglesia.

Los leprosos se curaron en el camino y confirmaron lo dicho: «Pidan y se les dará; busquen y hallarán; llamen y se les abrirá» (Mt 7:7). Sin embargo, de los diez uno solo, el samaritano, se volvió glorificando a Dios en alta voz. La oración en sí no termina con las letanías y peticiones, más bien empieza en ellas. Una vez preguntaron a San Basilio: «¿Cómo los apóstoles oraban sin cesar?» Y les contestó que «ellos en todas sus acciones se concebían en el Señor y vivían en una entrega permanente a Él». Entonces la experiencia de cierto consuelo divino o de alguna sanación o de una dádiva de Dios es nula y sin sentido si no nos coloca en gratitud ante los pies del Señor. La curación de los nueve leprosos —«pródigos», diría yo— fue mengua porque no les colocó en la oración perfecta que es la gratitud. En cambio la gratitud guió al samaritano extranjero a la perfección de la salud, a la salvación: «Levántate y anda; tu fe te ha salvado», lo cual los demás curados no recibieron.

Nadie está ajeno a la lepra. Acerquémonos, pues, a Cristo en su Cuerpo místico, la Iglesia, y gritémosle, sea desde lejos o desde cerca: ¡Señor, ten piedad! Nos cura, y nos volvemos glorificando a Dios y postramos a los pies de su Hijo en eucaristía constante, eso es, en profunda gratitud sinfin. Amén.

Nuestra fe y Tradición

 El iconostasio

Una devoción pública común de hoy pretende  mirar el santuario como un lugar independiente del templo; lugar distinto que enseña, por su santidad, la impureza de los laicos quienes se quedan afuera.

Este sentimiento hacia el altar, que es tanto nuevo  como equivocado, se apoya en la interpretación del iconostasio como un pared que separa a los laicos del santo lugar. Al respeto, quiero hacer evidente lo que, muchos de los ortodoxos, ignoramos hoy: que el iconostasio fue construido no para separar sino para reunir:

El icono es el producto de la comunión entre lo divino y lo humano, entre lo terrestre y lo celestial; se mantiene, en su esencia, como imagen de la encarnación. Y la segunda meta de construir el iconostasio es presentar la casa de oración como “el cielo en la tierra”. Y el iconostasio, como se deduce de su nombre, es portar  estos iconos.

Toda la iglesia está  consagrada a Dios; en el servicio de consagración de la iglesia, el obispo unge cada parte del templo, incluso el santuario, con la santa mirra.

El objeto es presentar a la iglesia como el lugar de  reunión de la asamblea; la unión del mundo visible con el invisible; signo de la nueva creación. Los santos presentes en sus iconos participan con la oración de la asamblea, así que la Iglesia entera, coros de profetas, mártires y santos, sacerdotes y laicos, se dirige subiendo hacia el cielo donde Cristo ofrece y se ofrece en su santo altar.

Vida de Santos

San Antonio el Grande (Abad)

17 de enero

A finales del siglo tercero comenzamos a saber de hombres que abandonaron las ciudades para vivir una vida de oración y soledad. El mejor conocido entre ellos es al que se le llama el fundador del monaquismo: San Antonio el Grande (252-356). Su contemporáneo, san Atanasio, nos cuenta su historia.

Un día, cuando Antonio tenía 18 años, entró a la iglesia de su pueblo para asistir al oficio. De repente escuchó las palabras del Evangelio: “si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme” (Mt.19:21). Había escuchado estas mismas palabras muchas veces antes , pero esta vez le pareció como si Cristo le estuviera hablando directamente y que las palabras fueran un mensaje personal. La impresión que recibió fue tan fuerte que, sin vacilar ni un momento, Antonio inmediatamente entregó todos los bienes que heredó de sus padres para ser distribuidos a los pobres del pueblo. Le quedaba sólo un problema que le preocupaba. Antonio tenía una hermana menor. Las dos eran huérfanos, y él se sentía responsable por ella. Nuevamente un verso del Evangelio, que a menudo había oído en la iglesia, de repente le pareció responder a sus problemas personales. “Así, que no os afanéis por el día de mañana; porque el día de mañana traerá su afán” (Mt.6:34). Antonio encontró a una buena mujer cristiana en su pueblo quien se encargó del cuidado de su hermana. Ahora él podría dedicarse a su nueva vida.

Antonio se fue a vivir a Egipto, donde el inmenso desierto quemado por el sol, nunca estaba muy lejos de pueblos y ciudades. Primero se fue a vivir junto a un ermitaño, quien vivía a poca distancia de su pueblo. Luego, visitó a varios otros ermitaños antes de cruzar el río Nilo. Después vivió solo en las ruinas de un antiguo fuerte en el desierto.

¿Puedes imaginar todas las tentaciones y luchas espirituales que hay en la vida de un ermitaño? Años más tarde, Antonio recordó sus primeros días en el desierto. Aseguró que la dificultades físicas de hambre, sed, calor y frío, eran mucho más fáciles de soportar que la soledad, la depresión y todos los pensamientos y deseos perturbantes que le afligían. A veces se sentía como si no tuviera la fuerza para seguir, pero visiones le inspiraban en su necesidad y le dieron valentía.

“¿Dónde estabas, Señor Jesús? ¿por qué no viniste a ayudarme antes?” exclamó Antonio un día después de una de aquellas visiones reconfortantes. “Yo estaba -escuchó en respuesta- yo estaba aquí esperando ver tu esfuerzo.” En otra ocasión, en medio de una terrible lucha con sus pensamientos, Antonio dirigió a Dios una oración: “quiero salvar mi alma, oh Señor, pero mis pensamientos no me lo permiten.” De pronto vio a alguien, parecido a él, sentado y trabajando en algo con sus manos; luego se levantó para rezar, y entonces volvió de nuevo a su trabajo. “Haz tú lo mismo y tendrás éxito”, le dijo el ángel a Antonio. Aquel mismo día, Antonio dedicó parte de él al trabajo manual.

Otras personas descubrieron donde estaba y fueron a vivir cerca de él. Lo encontraron sereno, tranquilo y amigable. Se habían terminado los años de lucha, y ya no se veía rastro de dificultad ni de cansancio, aunque Antonio seguía su vida de oración y ayuno.

Cientos de ermitaños fueron al desierto a vivir cerca de Antonio, y él les aconsejó e instruyó. No organizó una comunidad; tampoco dio a los ermitaños ninguna regla común de vida. Más tarde dejó ese poblado para vivir en otra parte del desierto, más lejana. Nuevamente otros ermitaños llegaron a su lado. Así Antonio rompió el silencio del desierto con las alabanzas de cientos de monjes. Alcanzó la edad de 106 años, y falleció en el año 365 d.C. Sus intercesiones sean con nosotros. Amén.

Felicitación

Clero y pueblo de la arquidiócesis enviamos a su Eminencia, nuestro Padre, el señor Arzobispo Antonio, los saludos más calurosos con motivo de su onomástico y cumpleaños rogando a Dios que nos lo conserve por muchos años en salud, paz y oración predicando rectamente la Palabra de la Verdad; por la intercesión de su patrono San Antonio el Grande. También felicitamos a la hermandad monástica de San Antonio el Grande en Jilotepec, México, y a la comunidad de San Antonio Abad en Caracas, Venezuela, y al Rev. Padre Antonio Martinez y a todos los que llevan el nombre de San Antonio de nuestra feligresía amada en el Señor. También a todos los que llevan el nombre de San Atanasio (18 de enero) o de San Macario (19 de enero). ¡Por muchos años!, en salud, fe y paz.

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Padre Juan R. Méndez ()

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